Por Milagros Socorro.-De esta fotografía seguramente se hicieron varias copias: para los abuelos, los padrinos, ¿algún pariente en Europa? Ésta que conserva la Fundación Fotografía Urbana no tiene dedicatoria. De hecho, no sabemos quién es la niña. Es posible que esta copia fuera la que se quedaron sus padres, quienes no consideraron necesario fecharla ni mucho menos ponerle el nombre de la criatura. Confiados en su memoria, esa quimera humana, no amarraron la imagen a una identidad y eso quizás precipitó el destino de la foto, que un día cayó en una caja con otras más hasta formar un montón de olvido. Es posible que si alguien hubiera anotado algo en el envés, se sabría que era de una tía abuela o, en fin, de alguien. No siendo así, quedó suspendida en el anonimato y de tanto flotar terminó en el https://elarchivo.org/wp-content/uploads/2022/07/037929.jpgvo de una colección institucional.
Fue tomada en 1893, en el taller del caraqueño Federico Carlos Lessmann Heibner (1855-1925), el tercero de los once hijos de un dibujante y fotógrafo alemán residenciado en Venezuela: Federico Lessmann, quien había hecho una brillante carrera en Caracas y fue, desde 1860, autor de famosos retratos de políticos y personalidades como artistas y escritores, entre quienes se cuentan ni más ni menos que Alexander von Humboldt, a quien retrató en litografía, el general José Antonio Páez, Anton Goering, Arístides Rojas, Adolfo Ernst y los héroes federalistas como Falcón, Guzmán Blanco o Manuel Bruzual. Federico Lessmann hizo extraordinarias vistas de Caracas, La Guaira y Puerto Cabello, que en su momento fueron exhibidas en el Museo de Bellas Artes. Cabe llamar la atención sobre la temprana participación de fotógrafos en las exposiciones del Bellas Artes, que les abrió las puertas desde el silo XIX.
Federico Lessman nació en 1826 en Braunsweig, Alemania. Llegó a Venezuela en 1844, cuando tenía 18 años. Era hijo del pintor académico Friedrich Lessmann y Guillermina Carolina Meder. Nada más llegar, empieza a trabajar en estudios de litografía y, una vez independizado, funda el primer taller de fotografía que se establece en Caracas, por donde pasó (y posó) lo más granado de la sociedad de la época.
En 1851 contrajo matrimonio con Luisa Heibner von Luhmann, también alemana, con quien tendrá numerosa descendencia. Uno de ellos, Federico Carlos, heredó el talento y cabe suponer que también los equipos y la clientela. Entre los dos Lessman fotografiaron a varias generaciones de grupos familiares. Es posible, pues, que esta niña sea hija o nieta de alguien que hubiera posado para Lessman padre, quien murió en Higuerote en 1886.
Lessman Heibner no sólo continuó la obra de su padre, sino que la amplió hasta convertirse en uno de los pioneros de la documentación de los indígenas venezolanos. Es posible que fotos como ésta, de la niña regordeta, financiaran las aventuras del artista por los confines del país.
Estampa de salud
La modelo no luce demasiado entusiasta con el evento. Incluso, parece haber llorado poco antes de que su imagen fuera captada. El gesto indica que está a punto de protestar, quién sabe si va a dejarse rodar por el cobertor de la silla donde la han puesto. El mohín de desagrado no es favorecedor y si el fotógrafo no lo desechó es porque la sesión no dio para uno mejor. Con la fotografía es así: hay gente que adora posar y otra a quienes le choca. De lo que no hay duda es de que se trata de una niña muy cuidada. El traje, de vestido y pantalón, hecho en primoroso encaje con cintas, estaba a punto de quedarse pequeño para una niña tan robusta. Seguramente era el orgullo de toda la familia: una muchachita tan rozagante, con extremidades redondas y mejillas infladas.
La pequeña tiene suerte. Es probable que si hubiera nacido unos años antes no gozara de tanta salud. Tal como ha documentado Consuelo Ramos de Francisco, en su trabajo sobre Pediatría del siglo XIX que presentó en su incorporación como Individuo de Número a la Sociedad Venezolana de Historia de la Medicina:
“El periodo posindependentista emergió caracterizado por antagonismos, caudillos, pobreza, un extenso territorio apenas comunicado por caminos de recuas, una Universidad escolástica, atraso cultural y científico, facciones armadas, un pueblo errante, desarticulado de su tierra y de su familia”
La historiadora concluye que la sociedad venezolana de aquel tiempo estaba sumida en la pobreza y el analfabetismo en un 80%, principalmente porque la salud no era una preocupación del Estado, sino que respondía más a una atención caritativa y a intereses particulares. Esta situación se mantuvo hasta la creación del Hospital Vargas de Caracas y las reformas de Razetti en los estudios y la atención médica de finales del XIX, que es precisamente cuando va a nacer la niña de la foto.
Para 1878, algo más de una década antes de que naciera la pequeña, la mitad de los niños moría antes de alcanzar los cinco años de edad. “Las severas epidemias”, dice Ramos de Francisco, “de paludismo, fiebre amarilla, sarampión ‘fiebres reinantes’, tétanos del recién nacido (mocezuelo), tifoidea, cólera, viruela y otras tantas enfermedades diezmaban a la población”. Pero, anota la historiadora, Venezuela finalizó el siglo XIX “con una medicina más científica y más práctica”.
El 23 de julio de 1893, justamente el año en que esta muchachita pasó por el estudio de Lessman Heibner, se inauguró el primer hospital de niños del país. A propósito de esto, el doctor Luis Razzetti escribió en la prensa:
“los niños, menos aptos que los adultos para hacer la lucha del organismo contra las enfermedades, constituyen una elevada cifra en las estadísticas de la mortalidad […] entre nosotros se ha visto con indiferencia por parte de los gobiernos la importancia de la higiene pública y los cuidados que requiere la primera edad del hombre […] todas las tentativas en pro de la infancia han tenido su origen en la iniciativa privada … el hospital de niños llena un vacío en Caracas…”
De manera que, en 1893, la capital venezolana contaba con adelantos médicos y quirúrgicos, aún cuando el doctor Razzetti dijo en el mismo artículo que todavía faltaba un pabellón de aislamiento para las enfermedades contagiosas. La pediatría había dejado de gatear y empezaba a caminar. Justamente, como esta niña de Caracas, quien le sustrajo su sonrisa a la posteridad y le ofreció a cambio una estampa de salud, que era el mayor logro de su país en varios siglos.