Ella ha salido de compras en la gran ciudad, y está frente a la vitrina: ella está ante el espejo.
Una vez más la meticulosa decisión de escenificar la imagen con una pose definida y exacta hace de esta imagen –antecedente elegante de alguna foto de Paolo Gasparini– una imagen-tratado, una imagen teórica.
La teoría de esta imagen es su reflejo, donde se compone un encuentro improbable de ella con el paisaje. Porque ella se refleja en la vitrina que deja ver el acaso surreal de las mercancías, como en la obra maestra desconocida del señor Frenhöfer en la que el caos irreconocible dejaba ver un pie: aquí un zapato; pero también maniquíes, sombras, escrituras, ella en su reflejo, las nubes, los automóviles, la ciudad, la montaña.
La montaña: la ciudad.
En esta foto Cortina ha hecho visible su lealtad al paisaje de Caracas dejando en el reflejo el perfil rotundo del Ávila dominar la imagen.
Yo he visto este reflejo, lo que este reflejo describe, en un cuadro de Bernardo Monsanto: son las mismas suaves colinas que caen hacia los mismos mesurados cubos blancos; son las mismas nubes que acarician el lomo de la montaña; es la misma montaña, la misma tarde tenaz en la imagen.
Es una clave para la representación: la imagen signatura de un lugar. En el fondo de la vitrina, apenas visible a través de la confusión del reflejo hay un cortinaje: es la cortina de la representación que se abre para dejarnos ver su modelo, su arquitectura, su idea.
Ella está ante el espejo y si no estuviese allí precisamente donde la juntura del ventanal la atraviesa de largo a largo, quizás, veríamos en su reflejo su mirada mirándonos, mirándolo.
Pero ella está ante el espejo y su reflejo se ha roto, su mirada atravesada por la imagen.