Gallegos y Betancourt: el pleito entre los dos Rómulos

Fecha de publicación: febrero 28, 2015

Estas imágenes, donde aparecen Rómulo Betancourt y Rómulo Gallegos, se ven de manera diferente después de haber leído el libro de Rafael Simón Jiménez, El pleito entre los dos Rómulos Verdades desconocidas sobre el golpe del 24 de noviembre de 1948 (Editorial Libros Marcados, Caracas, noviembre 2014).

Si usted observa sin mucho detenimiento estas imágenes, conservadas en la Fundación Fotografía Urbana, verá dos hombres muy cercanos, que parecen estar siempre dispuestos a la confidencia. Tras la lectura del libro del historiador con media docena de títulos publicados y dirigente político, Rafael Simón Jiménez, notará las tensiones que crispan esa relación, que fue larga y muy importante para ambos. El barinés revela, con minuciosa documentación, que fueron muchas las dificultades entre dos de las figuras más prominentes del siglo XX venezolano, aunque ellos lo negaran en muchas ocasiones; y, lo más impactante, que esas hostilidades periódicas influyeron en el devenir histórico del país.

En el prólogo de este libro, acabado de salir de la imprenta, Américo Martín adelanta una hipótesis acerca del origen de una malquerencia que, sin duda, acarreó mucho dolor a ambos, notables, hombres. “…el Maestro”, aventura Martín, “no se sumergió nunca en ese clima de predominio partidista y de acercamiento-alejamiento de la impronta leninista de la que inicialmente Betancourt no pudo deshacerse. Gallegos no estaba formado en la idea de supeditar sus opiniones personales a colectivos partidistas. Era un intelectual celoso de su libertad creativa. Y no le faltaba razón. Sus armas eran básicamente morales. Actuaba conforme a criterios de moralidad indudable. Sus convicciones personales no podían ser traficadas o sujetas a consideraciones tácticas, ni siquiera en nombre de ulteriores victorias finales”.

Entendamos bien esto sin buscar culpables, que no los hay –propone Américo Martín en su prólogo–. Todos fueron víctimas de las circunstancias. Betancourt tenía un designio. Iba disparado, con su partido, hacia el poder. Su gran programa era la democracia con fuerte vocación social e intraficable independencia frente a potestades internacionales. Sus amigos más cercanos entraban en el molde de la socialdemocracia, así no lo enfatizaran. Para hacer triunfar semejante política se propuso reunir todos los valores progresistas del país y confirió gran importancia a los aspectos culturales. Objetivamente hablando, Gallegos era parte de ese magno proyecto, pero no era “el proyecto”. Si el asunto fuera determinar quién dirigía, no creo que Gallegos le disputara ese papel a Betancourt aunque no faltarían momentos de inconformidad natural. Pero, en cambio, el lugar eminente del Maestro y las responsabilidades que estaba asumiendo debían ser respetadas sin equívocos, mucho más cuando obtuvo la Presidencia de la República.

Presente, maestro. Rómulo Gallegos y Betancourt se habían conocido en el aula, cuando el primero era director y docente del Liceo Caracas. El profesor advirtió las excepcionales dotes del discípulo y este, como todos los jóvenes de la época, tenía en el autor de Doña Bárbara una personificación del ideal civilista y de la sobriedad del demócrata. Esto nunca cambió. Pero no fue suficiente.

Su mutua frecuentación, nos revela ahora Rafael Simón Jiménez, estuvo siempre puntuada por corrientazos de irritación. Al parecer, y a riesgo de simplificar un asunto muy complejo, Betancourt admiraba al novelista, pero la dirigencia adeca no estaba del todo conforme con su selección para las elecciones del 47. Carlos Andrés Pérez lo dijo así: “Haber escogido a Rómulo Gallegos como candidato a la presidencia de la República fue un error que se señaló reiteradamente a Betancourt. Los compañeros de la dirección y también gente fuera del partido, sin negar la grandeza, significación y simbología de Gallegos, expresaban que no era un hombre para manejar una coyuntura tan difícil y llena de peligros como la que surgía de la revolución de octubre. A eso, Betancourt respondió de la manera más categórica que Acción Democrática había hecho de Gallegos un símbolo y lo había presentado como el presidente ideal para el país al ser candidato simbólico frente a Medina Angarita ¿Cómo lo iba a echar de lado ahora? ¿Se había usado a Gallegos como una gran pantalla y luego obtenido el poder se le echaba a un lado? Eso no lo aceptaba Betancourt”.

Por su parte, Gallegos, con mucha frecuencia, receló de aquel huracán humano que había tenido de frente en un pupitre, y que si se descuidaba podía mangonearlo. Si los dos hubieran suspendido sus aprehensiones (y si los entrometidos no hubieran azuzado sus enojos), es posible que las cosas hubieran sido diferentes…

Para adentrarme en el tema de los dos Rómulos –explica Rafael Simón Jiménez en entrevista para esta nota– partí de un hecho que siempre me sedujo y llamó la atención: lo incruento y pacífico del golpe de Estado contra Rómulo Gallegos (en noviembre de 1948). Lo que llama la atención de este hecho no es que el Presidente fuera derrocado mediante un golpe militar, (porque creo que estaba irremediablemente condenado a ello, dada la incompatibilidad entre los objetivos y propósitos de su partido, AD, y el de sus socios militares), sino que aquel partido poderoso, que venía de ganar tres elecciones consecutivas con más del 75% de los sufragios (constituyente, Presidencial y cuerpos deliberantes y finalmente municipales), y que exhibía un extraordinario musculo social (obrero, gremial, campesino, juvenil, magisterial, etc.), fuera derrocado sin una sola movilización, totalmente inerme frente al golpe.

“Esta premisa me llevó a auscultar en lo que sucedía al interior de AD y del gobierno. Y allí se me reveló, como una de las causas de ese derrocamiento casi sin resistencias por parte de un titán, las rivalidades, discrepancias y rupturas entre el Presidente Gallegos y Rómulo Betancourt. Las posiciones de ambos se fueron bifurcando dramáticamente desde la transición misma del poder hasta llegar a la ruptura”, añadió.

“Gallegos desconfía de mí”. En octubre de 1948, cuando Gallegos tenía ocho meses de ocupar la Presidencia de la República, tuvieron lugar las conmemoraciones del tercer año de “la revolución de octubre” (el golpe de Estado que puso fin al mandato de Isaías Medina Angarita). Betancourt, como presidente de la Junta Revolucionaria de Gobierno y fundador de Acción Democrática, dio el discurso principal en el acto de masas. Y al terminar, le pidió al presidente de la República, Rómulo Gallegos, que dijera las palabras de clausura, a lo que este accedió el novelista. Era una acción delicada, puesto que se trataba del primer mandatario nacional y estaba participando en el evento de una parcialidad política. Pero resultó evidente que lo hacía con la intención de plantar cara a ciertos asuntos que inquietaban a los venezolanos. “En primer lugar”, escribe Rafael Simón Jiménez, “desmintió categóricamente que existieran divergencias o alejamientos entre él y Rómulo Betancourt: ‘No existe nada que nos separe porque no somos ni Rómulo Betancourt ni yo, contendores de retazos de poder, sino dos hombres que no nos hemos traicionado la confianza que mutuamente nos hemos puesto. Ni a él ni a mí nos interesa el poder para ejercerlo, sino para cumplir el mandato que el pueblo nos ha dado’. Finalmente, restó toda credibilidad a los rumores sobre problemas internos en AD, donde dijo que había “una unidad y un acercamiento cada vez mayor”.

–De seguidas, -sigue Jiménez- el jefe de Estado descartó desavenencias o presiones del sector militar para obtener un cambio en la composición del gabinete ministerial, y señaló El propósito del presidente de la República era transmitir confianza a sus partidarios con sus palabras, pero lo cierto es que el peso de los acontecimientos se encargaría de echar por tierra sus desmentidos.

“Será el propio Rómulo Betancourt, quien años más tarde en 1956, en pleno exilio durante la dictadura de Pérez Jiménez, revele los entretelones de su difícil relación con el presidente Gallegos, quien llegó a solicitarle formalmente su salida del país. En carta a su compañero de partido Ricardo Montilla, quien le había transmitido las peticiones del jefe de Estado, el líder de AD desde su ostracismo le recuerda: ‘Estas relaciones estuvieron teñidas de una desconfianza de Gallegos hacia mí, tan infundada como deprimente, para él que la sentía, como para mí que la apreciaba en forma de hechos reiterados y visibles. Y no me cabe ninguna duda de que alguna parte del éxito de la militarada se debe a la brecha que los enemigos de la democracia y de la decencia pública y las libertades civiles, lograron introducir entre Gallegos y yo. Fuiste tú mismo el que me llevaste a mi casa la petición de Gallegos de que yo me fuera de Venezuela. La insólita petición se basaba en el pueril argumento de que los opositores al gobierno decían que era yo quien desde mi casa controlaba la marcha de la administración pública. Frente a la exigencia de Gallegos, asumí yo, absurdo políticamente, pero explicable por el fondo de hombre sentimental que hay en mí, oculta tras una máscara de dureza y hasta de rudeza. Me afectó tanto espiritualmente que se me exilara después de haber contribuido yo tanto a la exaltación de Acción Democrática y de su candidato a la rectoría del gobierno constitucional, que caí en una actitud derrotista. En vez de dar la pelea y plantear el problema a la dirección del partido y quedarme en Venezuela, me fui casi como huido, ni siquiera por La Guaira quise salir para evitar despedidas. Imaginé que todos los compañeros estaban enterados, los que estaban en el gabinete y los de la dirección del partido, de por cuál causa yo salía, y como no los vi reaccionar, eso me produjo mayor decepción’”.

La verdad es que hasta ese momento, tal como Jiménez expone con detalle obsesivo, Betancourt había dado muchas y muy consistentes muestras de respeto y consideración a Gallegos, cuya candidatura simbólica había proclamado en 1941. Y luego, más importante todavía, había renunciado a cualquier aspiración personal de poder cuando era presidente de la Junta Revolucionaria de Gobierno (1945-48), y le dio su apoyo sus reservas a Gallegos para que él fuera el candidato.

Pero, escribe Jiménez, “los señalamientos de ser en el gobierno simple instrumento de Betancourt, perseguirán a Gallegos durante sus nueve meses en el gobierno, constituyéndose en una especie de talón de Aquiles, que es explotado al máximo política y propagandísticamente por sus adversarios”.

El caso es que, consigna Jiménez, los pocos días de asumir Gallegos la Presidencia, “salen del país, por razones diversas Rómulo Betancourt y Marcos Pérez Jiménez, quienes meses más tarde aparecerán como antagonistas principales de la crisis política y militar que culmina con el derrocamiento del gobierno constitucional”.

–Lo cierto –escribe Jiménez- es que la campaña pública y las intrigas privadas logran horadar la confianza del presidente de la República en su viejo discípulo y fundador del partido, gracias al cual alcanza la primera magistratura. Mirela Quero de Trinca expone: “Desde la prensa se lanzaban acusaciones sobre la gran influencia de Betancourt en las decisiones del gobierno de Gallegos, comentándose la existencia de ‘dos Romulos’: uno, Gallegos, que aparentaba gobernar y otro, Betancourt, que desde las sombras era quien realmente mandaba”. Y más adelante agrega “… a la larga, las comparaciones y especulaciones de todo tipo fueron dañinas, porque tiñeron de desconfianza las relaciones entre ambos Rómulos, y rompieron la necesaria unidad entre ambos líderes, a tal punto que en junio , Gallegos solicita a Betancourt que se marche del país…”.

“No betancourista, sino betancurólogo”. Rafael Simón Jiménez insiste en su libro que no tiene ningún caso repartir culpas. Pero de la lectura de su muy sustentado libro se desprende que el marcador de errores se inclinó hacia Gallegos, quien se habría dejado llevar por su egocentrismo y sus celos hacia Betancourt.

“Adecos de la generación fundadora afirman que el maestro Rómulo Gallegos siempre sintió ojeriza y cierta rivalidad por Rómulo Betancourt”, dice en el libro.

–Las diferencias entre Gallegos y Betancourt, no fueron un descubrimiento mío, -me dijo Rafael Simón Jimenez en entrevista- tal vez fui yo quien indagó y profundizó en ellas, pero en muchos momentos Betancourt (incluso en cartas de su archivo personal ) hizo referencias a ellas. Lo que ocurrió es que AD, en su afán de no destapar una polémica y desavenencia entre aquellas dos figuras emblemáticas del partido, hizo esfuerzos supremos por ocultarlas o restarles importancia. Primero en la clandestinidad no hicieron referencias a ellas y luego, regresada la democracia, una distancia temporal de diez años abonaba el camino para su olvido. Pero estas diferencias eran harto conocidas por los líderes de AD y en mi libro hago innumerables referencias a ellas.

Muy cierto. Está, por ejemplo, un fragmento tomado del libro Rómulo y yo, de Renee Hartmann, dirigente de Acción Democrática en tiempos de la resistencia y años más tarde esposa de Betancourt: “Como en Venezuela, había oído diferentes versiones sobre su actitud en noviembre de 1948, un día me decidí a preguntarle [a Betancourt] por qué no estaba el en Venezuela los días previos al 24 de noviembre [de 1948, fecha del golpe a Gallegos]. Me contestó, sencillamente, que un grupo de independientes amigos de don Rómulo Gallegos le habían hecho ver a este que se encontraba en una situación un tanto desairada, porque en la calle todo el mundo decía que quien mandaba realmente era Rómulo Betancourt. Una personalidad de la talla de Gallegos era hipersensible a la idea de que lo creyeran manipulado por alguien. Rómulo Betancourt y él eran buenos amigos; y por eso no tuvo inconveniente en contarle a Betancourt lo que le habían dicho, y decirle que consideraba conveniente para los dos que se alejara por un tiempo de Venezuela, Betancourt estuvo completamente de acuerdo y se fue solo, sin dar explicaciones, sin despedirse, en un barco que abordó en Puerto Cabello”.

Las relaciones del presidente de la República –deja claro Jiménez– no eran buenas, no solo con Rómulo Betancourt, a quien había instado a abandonar el país, sino con otros miembros destacados del partido, como Valmore Rodríguez, figura histórica de AD y presidente del Congreso Nacional.

También están los siguiente, importantes, testimonios. El de Domingo Alberto Rangel: “En la crisis que se abre quince días antes del 24 de noviembre, que culmina con el golpe, las relaciones personales entre Betancourt y Gallegos están rotas. Para garantizar alguna comunicación entre los dos, siendo uno de ellos presidente de la República, y el otro presidente del partido oficial, Alberto Carnevali y Gonzalo Barrios, hacían de intermediarios. […] La pugna interna entre Gallegos y Betancourt pesa mucho, Gallegos ve en todo el proceso militar una especie de maniobra de Betancourt y entonces procura que éste no intervenga en la crisis, y que el partido en cierto modo quede un poco al margen”.

Y el del historiador y biógrafo de Betancourt, Manuel Caballero: “A partir del momento, en que Gallegos asume el poder, y sobre todo cuando comienzan algunos sables a rastrillar sobre el suelo de los cuarteles, se produce un distanciamiento entre Betancourt y Gallegos. Hay algunos testimonios muy cercanos según los cuales en los días anteriores al 24 de noviembre, eso había llegado al extremo de que el presidente de la República y el jefe del partido de gobierno, no se cruzaban palabras”.

Sin, embargo, tal como se afana en demostrar Jiménez, quien dice no ser betancourista sino betancourólogo, “a pesar del alejamiento y virtual ruptura de relaciones con el jefe de Estado, Betancourt se decanta por desplegar toda su capacidad persuasiva y de negociación en el intento de superar la crisis política y militar, cuya gravedad, hace inminente la caída del gobierno de su partido. Confía en sus demostradas aptitudes para negociar con los uniformados, y pactar unos acuerdos que puedan salvar o diferir un pronunciamiento castrense que dé al traste con la democracia, aun reconociendo la gravedad de la situación cree que es posible hacer concesiones que satisfagan parcialmente las exigencias de los militares complotados y de esa manera ganar tiempo para generar una situación más propicia para confrontar a los conspiradores”.

Como se sabe, nada de esto fue posible. “La consumación del golpe militar fue la cúspide de un proceso que desde días antes al 24 de noviembre de 1948, había restado al gobierno todo control sobre las Fuerzas Armadas, y al propio Presidente a pesar de su dignidad y coraje para defender su investidura y el mandato popular que lo avalaba, capacidad para el ejercicio pleno de sus funciones”.

A horas del golpe, Betancourt se asila en la residencia del embajador de Colombia, iniciativa que lo resguarda de amenazas muy ciertas contra su vida. Y el 23 de enero de 1949, concedido el salvoconducto por las autoridades militares. sale al exilio.

Trascendentes, pero humanos

Rafael Simón, ¿cuál fue su motivación para hurgar en las malquerencias de los dos Rómulos en un trabajo, como usted mismo dice, “escrito 66 años después de los hechos que abrieron un capítulo trágico para Venezuela”?
He procurado encontrar, en el análisis de nuestra historia republicana, las claves para entender la situación venezolana de hoy. Sobre todo, la pervivencia de fenómenos como el caudillismo, el militarismo, el providencialismo, el personalismo político, el mesianismo… que han atrofiado nuestro desarrollo institucional y debilitado la posibilidad de construir una democracia sólida.

En Venezuela el afán actual por pervertir, desnaturalizar, torcer o reescribir la historia tiene numerosos antecedentes. Los grandes personajes (y Betancourt y Gallegos sin duda lo eran) suelen vendérsenos como seres infalibles, sin máculas ni errores y sobre ellos se hace hagiografías. Por eso, esta historia de los dos Rómulo, colocada sobre la terrenalidad como dos hombres trascendentes, pero humanos y como tales llenos de pasiones, errores y posiciones propias, tiene también el interés en desmitificar este periodo de la historia, porque los mitos solo sirven al propósito actual de fabricar un nuevo y gran mito que gravite negativamente sobre el presente y futuro de Venezuela.

¿Podemos pensar que las fotografías donde aparecen Gallegos y Betancourt juntos ocultaban tensiones entre ellos?
Hay que ver las fotos sin dejarse obnubilar por las leyendas. Betancourt profesó admiración, respeto y afecto por Gallegos, quien había sido su profesor e incluso defendió su postulación presidencial contra el criterio de civiles y militares que consideraban que el ilustre novelista no era la persona adecuada para ese momento histórico. Betancourt fue sincero y consecuente. Creo que Gallegos, cuyos cercanos definían como un hombre engreído (condición comprensiblemente humana para una figura de sus lauros), se dejó ganar por un círculo que lo rodeó y le hizo ver que Betancourt quería ejercer tutela sobre él. Si en ese pleito tuviéramos que cargar la mano a alguien (que no es el propósito) evidentemente que sería a Gallegos. Betancourt político sagaz, hábil, inteligente y pragmático hizo todos los esfuerzos hasta última hora para evitar el derrocamiento del maestro.

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