Rodolfo Izaguirre, Tomas Brome y José Agustín Catalá, circa 1995 : Autor desconocido ©Archivo Fotografía Urbana

Izaguirre, Brome y Catalá

Fecha de publicación: julio 5, 2021

—Y nada más llegar a Londres -está contando Rodolfo Izaguirre, el primero de izquierda a derecha-, voy a comprar un periódico para informarme acerca de los espectáculos que están en cartelera. Había decenas, desde luego. Teatro, estrenos de películas, ciclos de cine, conciertos en salas de todas las dimensiones… Pero lo que me llamó la atención fue un pequeño aviso del Club de Admiradores del Conde Drácula. No puedo explicar por qué, pero el caso es que yo, que debía escoger muy bien lo que iría a ver, porque tenía un presupuesto más que restringido, desprecié museos, galerías y auditorios para asistir a una reunión de los devotos del conde Drácula, que no era, por cierto, gratis.

 

La fotografía, de autor desconocido, conservada por el Archivo Fotografía Urbana, ha debido hacerse en el vernissage de una exposición de “Pintura tradicional china”, como puede verse en le programa de mano que sostiene el hombre ubicado en el centro de la composición. Y, efectivamente, podemos ver en el fondo los paneles con trazos en tinta sobre un soporte de papiro o algo así.

 

El intelectual caraqueño Rodolfo Izaguirre ya se ha tomado tres cuartos del trago (aunque no hace falta ni una gota para activar su portentoso talento para la conversación y el cuento) y se dirige, sobre todo, al legendario José Agustín Catalá, editor, memorialista, tótem del siglo XX venezolano, querido por algunos y respetado por todos. Entre ambos, un caballero más joven y más alto que Izaguirre y Catalá, ninguno de los dos escasos de estatura. El chef Carlos Oropeza piensa que se trata de Tomas Brome, agregado cultural de la embajada de Alemania (por el año 1995); y es posible que lo sea, dada la contenida hilaridad que le ha provocado la alusión a una excentricidad de los ingleses.

 

Se busca asistente de rodaje

 

—Yo era estudiante y vivía en París -los ha informado Rodolfo-. Estudiaba Derecho en la vetusta Sorbonne, donde los profesores eran precedidos, en su entrada al aula, por un ujier con un tricornio que golpeaba en el piso con un bastón para anunciar al catedrático. En fin, todo aquello con lo que barrió el mayo francés. Llegaron las vacaciones. Todo el mundo desaparecía en cuestión de horas. Yo no podía permitirme un viaje a Venezuela, así que busqué el vuelo más barato a Londres.

 

José Agustín Catalá Delgado había nacido el 11 de febrero de 1915, en Guanare​, ciudad de la que salió muy temprano y a la que volvía con frecuencia. (Murió en Caracas, el 18 de diciembre de 2011). Rodolfo Izaguirre Tosta nació el 9 de enero de 1931, Caracas, donde todavía reside. Los separa, pues, una diferencia de edad de dieciséis años. Quizá por eso, Catalá e Izaguirre van a conocerse a la vuelta de este de Europa, por cierto, sin título de abogado, pero con la cabeza llena de cine, que aprendió en la Cinemateca de París que, como le quedaba en el camino entre la casa y la Sorbonne, se le atravesó en la vida para siempre.

 

—Lo conocí en su despacho -dice, en entrevista, Rodolfo Izaguirre- me convocó para ofrecerme un empleo como asistente del cineasta Carlos Rebolledo para realizar un cortometraje sobre Simón Bolívar.

 

La segunda Ávila Films

 

Al preguntarle por su relación con Catalá, el conductor de “La cinemateca del aire” (espacio que mantuvo, desde 1989 hasta 1994, en Televisora Nacional Canal 5), se escuda en los fallos de su memoria y me remite al libro homenaje por los 70 años de Catalá, “Una manera de ser hombre” (Caracas. 1985), donde, como muchos otros, Izaguirre tiene un texto.

 

«Nunca han sido fáciles en el país los asuntos del cine:», escribió Rodolfo Izaguirre, «hacerlo es una actividad que solo en las últimas dos décadas ha logrado una significativa continuidad en sus procesos de producción y de exhibición; para los espectadores ha sido siempre una constreñida referencia a determinadas cinematografías entre las cuales la venezolana, desde luego, apenas lograba ocupar un sitio en las pantallas.

 

«En tiempos particularmente difíciles, en los años 60, retomando aquella loca y fascinante aventura que en 1941 inició don Rómulo Gallegos al frente de Ávila Films, otro extraordinario compatriota, José Agustín Catalá -suerte de azogue creativo y emprendedora personalidad- fundó otra Ávila Films para comenzar lo que habrá de quedar registrado en la historia del cine venezolano: el doblaje en el país de varios films de largometraje, lo cual permitió a los venezolanos el conocimiento de algunas cinematografías muy desarrolladas, como las de Polonia, Checoslovaquia y la Unión Soviética.

 

«Siempre se asociará, entre nosotros, el nombre de José Agustín Catalá a películas de tan alto nivel artístico y calidad argumental como ‘El barón fantástico’, del checoslovaco Karel Zeman, o la célebre versión que sobre el Hamlet hiciera el soviético Grigori Kózintsev; o con títulos tan prestigiosos como ‘Un día, un gato’, 1963, de Vojtech Jasný, o ‘La condición humana’, 1965, de Ján Kadár & Elmar Klos.

 

En el Kremlin con Ofelia

 

«Catalá es un impulso, una fuerza indetenible», sigue Izaguirre en su aporte al libro colectivo, «y, junto a él, Ávila Films siguió el torrente o contribuyó a hacer el cauce que pocos años más tarde iba a ser el cine nacional. Muchos años antes, cuando en 1959, su nombre estaba asociado a Ávila Gráfica, editó un libro que es hoy un tesoro: ‘La muerte en Hollywood’, de Carlos Augusto León (​Caracas: Ed. Ávila Gráfica, 1950), posiblemente el primer libro sobre tema cinematográfico escrito y editado por venezolanos. Con Ávila Films, José Agustín Catalá asumió igualmente la función de productor. ‘Cuentos para mayores’, de Román Chalbaud, o ‘Las casas de Bolívar’, de Carlos Rebolledo y ‘El nuevo El dorado’, de Abigaíl Rojas, pueden testimoniar la pasión que Catalá puso en estas películas. Buena parte de esos trabajos y mucha de aquella pasión se encuentran celosamente custodiados en la Cinemateca Nacional.

 

Pero el cine lo impulsó aún más allá. Se le vio una vez en el Kremlin conversando con Anastasiya Vertinskaia, la inolvidable Ofelia soviética, o en Karlovy Vary con Grigori Kózintsev, el realizador de “Hamlet”. El cine lo convirtió en presidente de la Cámara de la Industria Cinematográfica nacional y desde allí luchó y se enfrentó a la indiferencia oficial o a la timidez de los empresarios, movido tan solo por la obsesión de hacer cine en el país; arrastrado por el loco empeño de defenderlo, de hacerlo posible.

 

José Agustín Catalá puede estar tranquilo porque aquel esfuerzo suyo desde Ávila Films no resultó vano o inútil. Quienes asistimos hoy al proceso vigoroso de nuestra cinematografía sabemos reconocer la contribución determinante de su propia y fascinante aventura por el universo. Del cine, que es como decir por su propia vida».

 

Perder plata y ganar algo mejor

 

Cuando Rómulo Betancourt llega a la Presidencia de la República, en febrero de 1959, nombra a Catalá Comisionado Especial de la Presidencia, donde estaría por un año, cuando la misión de esa figura había sido cumplida. El jefe del Estado le ofreció que escogiera el cargo que quisiera, pero Catalá, quien era uno de los pocos, sino el único, que a veces revisaba los discursos y otros textos de Betancourt antes de su divulgación, le comunicó que se iría del gobierno. Tenía proyectos privados que emprender. Es entonces cuando funda Ávila Films, intento previo -y fallido- a la Editorial El Centauro, cuyo catálogo es probablemente el más prolífico de empresa venezolana alguna.

 

Tan ambiciosa era aquella idea que Catalá hizo viajes de negocios por Francia, Alemania, Polonia, Yugoslavia, Checoslovaquia y la Unión Soviética para comprar títulos que sumar a su oferta. El 12 de marzo de 1963, El Nacional publicó una breve entrevista con Catalá, a su regreso de una larga gira: «…y al solo pisar tierra anuncia el doblaje para este año de treinta películas europeas. Dice Catalá que firmó contrato con casas productoras de películas que permitirán la exhibición de producciones venezolanas en Europa. Informa, asimismo, la inmediata coproducción con Francia, Checoslovaquia y Yugoslavia. ‘Allá realizan estupendas películas, que no llegan a América’. Se refiere luego a las películas nacionales que estrenarán en Caracas los estudios de los cuales es directivo: ‘Los pequeños milagros’ y ‘Cuentos para mayores’, el próximo mes. Y anunció el inicio del rodaje de ‘Señor Presidente’».

 

Un año después, sin embargo, Catalá desistió de su actividad como productor y distribuidor de cine. El público, con excepción de un reducido grupo de cinéfilos, no lo había acompañado. Le quedaron grandes amistades en el gremio local, entre quienes destacaba Rodolfo Izaguirre, por quien Catalá tuvo siempre un especial afecto.

 

Por eso, al encontrarse en la apertura de esta exposición (que a ninguno de los dos debió interesarle demasiado; a Rodolfo porque pasaba de la figuración, por poetizada que estuviera, y a Catalá, porque prefería las fotografías con contenido histórico), se dispusieron a continuar un diálogo que siempre era rico y chispeante.

 

—Al llegar al club de seguidores del conde, -les está diciendo Izaguirre- me enteré de que solo con pagar la entrada quedaba uno admitido como miembro. La sede era en una iglesia anglicana desafectada. Abajo, en la cripta, era la reunión, que me decepcionó porque resultó ser una pila de tipos hablando con tono docto. No había ataúd ni cuchillo de palo o ristras de ajo… En vez de eso, académicos hablaban de vampirología. Unos viejos fastidiosísimos, pues. Pero ya era tarde para arrepentimientos, la cuota había consumido mi mesada. Pero no perdí mi dinero, porque en el marco de la puerta estaba el emblema del club, una máxima que orientaría mi vida en lo sucesivo: “Lo creo, porque es imposible”.

 

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