La foto registra a dos recias figuras del periodismo cultural venezolano —identifica Nabor Zambrano, a su vez descollante figura del género en Venezuela—. Dos hombres de flux, formales en el vestir y en la noticia, asumida con la nobleza de profesión-vida. Son José Ratto Ciarlo y Lorenzo Batallán.
Cuando Nabor Zambrano llegó a El Nacional, “en San Cristóbal, a finales de los años 60”, Ratto Ciarlo era referencia; “y Lorenzo Batallán junto a Miyó Vestrini, marcaban el paso del acontecer cultural del país”.
“El mapa cultural del país era pequeño”, explica Zambrano, “una sola Orquesta Sinfónica, la OSV; un solo Museo, el de Bellas Artes (el de Ciencias, con data del siglo XIX, se veía disminuido); una compañía de ballet folclórico, Danzas Nacionalistas de Yolanda Moreno, en medio del estoico esfuerzo de la Nena Coronil, Sonia Sanoja, Grishka Holguín y las Hermanas Contreras por abrirle camino a la danza moderna; una editorial, Monte Ávila, que exhibía orgullo de marca en el diseño de John Lange; un cine de escasos logros, apartando el premio de Cannes a Araya y la resiliencia de la Cinemateca Nacional; un teatro igualmente heroico, con el Ateneo de Caracas y el Nuevo Grupo”.
–Lorenzo Batallán y Miyó Vestrini, —sigue Nabor Zambrano— y más tarde Teresa Alvarenga, daban cuenta exhaustiva de ese país arbitrario, pujante, iconoclasta, donde los debates estéticos se confundían con el avatar político-ideológico que respiraba aires perezjimenistas y aireaba simpatías fidelistas: Tabla Redonda, Techo de la Ballena, Sardio, las revistas Zona Franca E imagen, destilaron el licor de una democracia incipiente que no terminaba de macerarse en el odre de las pasiones. Y ahí estaban Batallán, Vestrini y Alvarenga acompañando la aventura cultural en todos los órdenes: el homenaje a la tradición, el apoyo a las nuevas generaciones, el júbilo del reconocimiento a las artes o las luchas por presupuestos dignos para la cultura. La ONJ, los festivales internacionales de teatro, el Museo de Arte Contemporáneo, el Teatro Teresa Carreño, el Museo Jesús Soto, el Museo de los Niños, la nueva sede del MBA, y más tarde de la GAN, asomaban en el horizonte con paso firme aunque con pocas partidas en el erario y la impaciencia del medio, que Batallán, Vestrini y Alvarenga, y luego quienes les sucedimos fustigaban a página completa.
A finales de 1976, cuando ya Nabor Zambrano estaba en la redacción en Caracas, Lorenzo Batallán y Miyó Vestrini se fueron del periódico; y en su lugar llegaron Mara Comerlatti y Eduardo Delpetri a las páginas de Arte. En una reestructuración, Delpretti fue a Información Genérica y a Nabor lo pasaron de Farándula a Artes, entonces bajo la jefatura del escritor Alfredo Armas Alfonzo.
Batallán se fue a estrenar la Dirección de Cine del recién creado Ministerio de Información y Turismo. Luego se iría a RCTV como Gerente de Prensa. “ Y tal debió ser su poder de convencimiento”, dice Zambrano, “que logró que el rígido canal 2 abriera un espacio cultural: Clásicos Dominicales con la presentación de Isabel Palacios; luego se fue de asesor de la Fundación Mozarteum con el mismo proyecto cultural, hasta que, hastiado de que Clásicos Dominicales fuera transmitido los lunes en la madrugada, hizo acopio de su saber y experticia y se dedicó en profundidad al silencioso mundo del sonido”.
Este dato es confirmado por la también periodista Mariahé Pabón, quien recuerda a Lorenzo Batallán como un periodista multifacético, que “podía escribir de cualquier tema, pero lo que más le gustaba era la música”. La observadora Mariahé apunta que “como algunos españoles, Batallán era un poco pretencioso y, a la vez, con un gran sentido del humor. Discreto y misterioso en sus costumbres, siempre vivió en el centro de Caracas, muy cerca de El Nacional. Fue un gran maestro como periodista de cultura y como jefe, muy exigente. Poco amigo de la vida social, siempre lo veía en conciertos musicales. Lo quise mucho, porque disfrutaba de su conversación y de sus sabias lecciones. Me atrevería a decir que he conocido a pocos periodistas tan bien ‘redactados’ como él”.
Médico, cineasta, ¡periodista!
Francisco Diego Lorenzo Batallán -quien luce flux oscuro en esta imagen, parte del fondo del Archivo Fotografía Urbana-, nació en Santiago de Compostela, España, el 28 de octubre de 1925. En la entrevista que concedió, a los 88 años, para la serie de premios nacionales de Venezuela, contó que su interés por la lectura le venía desde su primera infancia. “Leía todo lo que caía en mis manos, incluidos trozos de periódico que recogía del suelo y que leía delante de mi madre para que ella viera lo inteligente que era”. A los 20 años ya había leído la Odisea y la Divina Comedia. A los 25 ya tenía leído el teatro clásico.
—Tengo la adicción de la información —dijo en esa entrevista, que está disponible en internet—. No quiero ser un sabelotodo, pero quiero aprender lo más posible, porque si lo que aprendo sirve para que yo lo comunique sin pretensiones y sin exhibicionismos a terceros, eso me daría mucha satisfacción. Soy de los pocos españoles que ha leído El Quijote dos veces”.
Tan acendrado era su hábito de andar con un libro o revista bajo el brazo que sus amigos españoles lo llamaban El sobaco ilustrado. Cuando emigró a Venezuela era médico y ya traía leídas las novelas de Rómulo Gallegos. Al llegar a este país se hizo cineasta. El historiador del cine venezolano, Pablo Gamba, lo incluye en el grupo de “cineastas autores” de 1950-1965, donde también están José Ángel Hurtado y Román Chalbaud. “Martín y Batallán”, precisa Pablo Gamba, “trabajaron en Chimichimito con Abigaíl Rojas. Rodaron también Los zamuros (1962), un corto que se exhibió junto con el largometraje La paga (1962), realizado en Venezuela por el cineasta colombiano Ciro Durán”.
En 1957, Batallán ya estaba nacionalizado venezolano. Y ya era periodista. Antes de desempeñarse como jefe de la página de Arte de El Nacional, había pasado por “periódicos de rápida aparición y rápida desaparición”, donde empezó su carrera en el periodismo. Fue fundador de la revista Momento, en 1958, en la época en que la dirigía un hombre de mucho carácter, el zuliano Carlos Ramírez McGregror, que llegó a ser embajador de Venezuela en la Santa Sede”. En Momento, Batallán hacía la crónica cinematográfica, además de reportajes periodísticos. “Un día, en una reunión social, Miguel Otero Silva me llamó aparte y me dijo que quería me que fuera a trabajar a la página de Arte de El Nacional. Entré como ayudante de Ratto-Ciarlo, gran periodista a quien mucho le debe la cultura de este país”.
Los recuerdos de Teresa
—Ver a Lorenzo después de tantos años me ha dado palpitación —dice la periodista Teresa Alvarenga al recibir esta foto—, sobre la cual le pedimos comentarios.
–Mi primer contacto con mi futuro jefe, con Lorenzo Batallán, -evoca Alvarenga, ella misma una gran figura del periodismo cultural venezolano- fue un baño de agua fría. Era el año 1973. Ya habíamos conversado por teléfono. Yo era reportera en la revista Imagen y él quería que me fuera a El Nacional en reemplazo de Miyó Vestrini. El día fijado para la entrevista con el doctor Uslar, director de El Nacional, hubo un tiroteo en la plaza de El Silencio y no asistí. Al día siguiente, Lorenzo me recibió con un regaño: un periodista es como un médico, en medio de la balacera, tienes que llegar, es tu compromiso. La lección fue definitiva.
–Mis años en El Nacional, —sigue Teresa Alvarenga—, fueron de puro aprendizaje. Las primeras notas que me encargó, le parecieron “una mierda”. Y me las rompió en mi cara. Mi reacción fue de sorpresa y silencio. Ni modo, a sentarme y repetir la redacción. Los compañeros de otras secciones me habían advertido de que no sería fácil trabajar con él. A Miyó Vestrini le había lanzado un frasco de tinta, cuando ella le respondió de cierta manera que no le agradó. Lorenzo era un hombre muy culto, pero muy explosivo.
Ya ella lo había lo conocido en las aulas de la Central, donde Batallán enseñaba Apreciación Cinematográfica. “Cada día, como a las 9 de la mañana, llegábamos a nuestra oficina. Comentábamos las noticias que tenían gancho y decidíamos con cuál abrir la página de Arte, que entonces tenía miles de lectores. De pronto, recibía una llamada y me decía: abrimos con otro asunto…”. Alvarenga recuerda las tensiones que se desataban cuando fallecía alguna celebridad de la cultura, “se producía el robo de una obra de arte, cambiaban un funcionario del área o avisaban a última hora quién había ganado el Nobel o cualquier otro premio importante. Era la locura. Lorenzo se ponía un poco histérico. él escribía una parte y yo otra. Y todo tenía que cuadrar”.
Batallan saldría de la página de Arte para irse a Venevisión, donde haría un programa cultural como director y productor, así que Teresa cambió de jefe. En 1978, Miyó Vestrini, quien había sido reportera con Batallan anteriormente y había renunciado, fue nombrada jefe de la Página. Teresa se quedó dos años más. “Miyó tenía un olfato periodístico fuera de lo común… pero también un carácter muy fuerte y contradictorio”. Por suerte, la promovieron a coordinadora del Cuerpo “E”, bajo la dirección de Luis Alberto Crespo. Y luego siguió otros caminos, pero siguió enviando sus notas de crítica de danza la página de Arte por dos décadas.
Teresa vuelve a contemplar la foto y agrega: “Batallán y Ratto-Ciarlo eran muy amigos. Ratto visitaba de vez en cuando la oficina y conversaban de lo habido y por haber. Era un hombre jovial, amable, sereno. Por mucho tiempo siguió siendo columnista del periódico”.
Lorenzo Batallán murió en Caracas, el 24 de diciembre de 1914.
Un humanista completo
América Ratto-Ciarlo, hija del periodista, no está del todo conforme con esta foto. “Tiene la pajarita un poco volteada. Mi papá solía ser muy cuidadoso con su pajarita”.
Al parecer, la gráfica fue captada un día en que José Ratto-Ciarlo recibió una de las muchas condecoraciones que distinguieron su deslumbrante carrera.
De paso, no se llamaba exactamente José. Único hijo de genoveses provenientes de la provincia de Savona, Giuseppe Stefano Antonio Ratto-Ciarlo nació el 18 de noviembre de 1904, en Lima, Perú, donde hizo sus primeros estudios. Luego seguiría estudios superiores en Humanidades: Latín, Griego, Literatura universal, y Arte, en Génova (de 1914 a 1923) hizo. “Durante esta estadía en Génova”, precisa América en su blog, “realizó sus primeros contactos con el periodismo en la imprenta Tipografía operaria de Corsi e Ciarlo, de su abuelo materno Stefano Ciarlo, quien publicaba el diario Il Vero”.
En 1928, regresa a Lima para revalidar sus estudios e inscribirse en la Universidad de San Marcos. Militó en la Confederación del Trabajo del Perú, donde compartió con Juan Carlos Mariátegui, en cuya revista Amauta colaboró José. “Por esta época, dirigió el periódico semanal Vanguardia y tanto él como un grupo de universitarios fueron encarcelados por el dictador Sánchez Cerro en 1931. En vez de mandarlo preso a la Isla de San Lorenzo, fue expulsado del país. Es así como en 1931, con 27 años de edad, llega al puerto de La Guaira”.
En 1936 se hizo venezolano. En esos años estaba radicado en Maracaibo, donde Ratto-Ciarlo era profesor de Latín y Griego, en el Liceo Sucre; e integró el grupo de intelectuales del Zulia que editaba la revista Espesor.
Tras la muerte de Gómez, Ratto-Ciarlo se muda a Caracas donde empieza a trabajar en El Demócrata. En 1937 fue secretario de Cultura de la recién fundada Asociación Nacional de Empleados (ANDE). Trabajó en la redacción del periódico Crítica -dirigido por Eloy Chalbaud Cardona; y luego, cuando el periódico se transformó en El Tiempo, en la época Medina Angarita (1941 – 1945), bajo las sucesivas direcciones de Manuel Felipe Rugeles, Mariano Picón Salas y luego Ramón Díaz Sánchez, era redactor político y sindical.
Cuando se funda el Partido Democrático Venezolano (PDV), Uslar Pietri lo encarga de la administración del semanario En Marcha, órgano oficial de esa organización. Y, cuando cae el gobierno de Medina (1945), los primeros en ir presos son Ramón Díaz Sánchez, Alirio Ugarte Pelayo y José Ratto-Ciarlo, quienes dan con sus huesos en la Cárcel Modelo por trabajar en el diario oficialista. Tras unos meses de presidio, lo confinan a Valera, donde se habían establecidos sus padres, venidos del Perú. Desde los Andes, escribe y envía sus reportajes a Antonio Arráiz, director de El Nacional, bajo los seudónimos de Peregrino Pérez y/o Tito Rojas Lacero.
Ratto-Ciarlo integró la primera cohorte de periodistas graduados en la “Promoción Leoncio Martínez” de la UCV, en 1950. Como ha escrito Eduardo Orozco, la Escuela de Periodismo de la Central había comenzado sus actividades bajo la dirección del antiguo linotipista, luego sociólogo, Miguel Acosta Saignes, quien luego comentaría:
“Ese primer curso era brillante. Yo lo recuerdo como uno de los mejores cursos que he tenido en la Universidad: José Ratto Ciarlo, Josefina Juliac, María Teresa Castillo de Otero Silva, Ana Luisa Llovera, Miguel Otero Silva, Trinita Casado y Oscar Guaramato”.
De 1947 a 1967, Ratto-Ciarlo trabajó en El Nacional, donde publicó su columna de crítica cultural Arabescos. Cuando se retiró era jefe de la página de Arte. De allí se iría a Últimas Noticias cuyo Suplemento Cultural fundó y donde estaría de 1968 a 1974.
—Paralelamente a su labor periodística , —recuerda América—, Ratto-Ciarlo hizo trabajo sindical y gremialista. Ocupó la Secretaría de la Asociación Venezolana de Periodistas, hoy Colegio Nacional de Periodistas. Fue miembro fundador de la Asociación Venezolana de Escritores; fundador de la Asociación Venezolana de Conciertos, con Rahzes Hernández López e Israel Peña. Conjuntamente con el crítico francés Ami Courvoisier, funda el Círculo de Cronistas Cinematográficos de Caracas. También ejerció labores en la Dirección de Información y Relaciones Públicas del CONAC.
José Ratto-Ciarlo publicó numerosos libros sobre periodismo, historia y arte. Entre los que se cuentan: César: contribución al estudio de una dictadura (1941) La utopía del reino de Dios(1955) Historia caraqueña del periodismo venezolano (1967) y La libertad de prensa en Venezuela (1972). Destaca en su bibliografía su importante obra sobre el pintor Carlos Otero (1978).
Al momento de su fallecimiento, en 1997, cuando tenía 93 años, trabajaba con el historiador Federico Brito Figueroa en la revisión de escritos históricos.
Los nombres de estos dos periodistas, orgullo del gremio, aparecen juntos en muchas revisiones. Por ejemplo, figuran en el pequeño grupo (apenas ocho personas) galardonado con Premio Nacional de Periodismo Cultural de Venezuela, entregado a comunicadores sociales y promotores culturales entre 1990 y el 2000. Ratto-Ciarlo fue el primero en recibirlo, en 1990, compartido con Nelson Luis Martínez; y Lorenzo Batallán lo obtuvo en 1992. Coincidieron también en el exclusivo elenco de los miembros del Capítulo Venezuela de la Asociación Internacional de Críticos de Arte (AICA), creado en 1972.
Cada vez que en Venezuela escribimos una nota sobre cultural hacemos homenaje secreto a estos dos maestras que la fortuna trajo a Venezuela para hacerlo un país mejor.