Juan Vicente Gómez vivió en la hacienda La Mulera, en el Táchira, hasta que cumplió 40 años. En esas cuatro décadas no solo convivió con peones colombianos que venían a recoger café a las haciendas de este lado de la frontera, sino que tenía por costumbre ir a Cúcuta, adonde acudía con su familia a oír misa los domingos, a asistir a ferias y a vender reses. Tenía tal familiaridad con Colombia y con los colombianos que era como si el Táchira formara una unidad con aquel país mucho más que con el resto de Venezuela.
Es sabido que, tradicionalmente, las siete provincias en que se dividía el país desde antes de la guerra de independencia convivieron con muy poca comunicación. Al punto de que Guayana y el Zulia se desconocían con Caracas, los llanos eran como otro país, y los Andes tenían escaso contacto con el centro y el resto de los polos territoriales. Más contacto tenían Oriente y Guayana con Trinidad que con sus provincias hermanas; y otro tanto se aplica a Occidente, más dado a frecuentar Curazao que el valle de Caracas.
El café, por su parte, era vector de unión de los tachirenses con Colombia, donde por siglos han tenido vínculos familiares y de intercambio comercial, además de que es mucho más fácil llegar allí que a otras partes de Venezuela.
Cuando Juan Vicente Gómez deja los predios escarpados y neblinosos para marchar a la capital con su compadre Cipriano Castro, a amarrar la mulas en Miraflores, ya había aprendido en el faenar del campo lo que necesitaba saber de la sicología de los hombres; y en su trasiego por la frontera, los rudimentos de política exterior que le servirían para evitar los sobresaltos que marcaron el mandato del Cabito.
“En la hacienda –dice el muy realista personaje de las “Confidencias imaginarias de Juan Vicente Gómez”, de Ramón J. Velásquez- nunca tuvimos un sí o un no con los vecinos, porque dicen que con los vecinos ni muy cerquita, ni muy lejos. Ni muy cerquita porque entonces se quieren meter en donde no caben, ni lejos porque uno no debe tener vecinos y conocidos que lo odien o lo malquieran, porque entonces tiene uno a un enemigo encima que es una entrada sin puerta, y eso me ha ayudado mucho en mis relaciones con las potencias y con todo el extranjero, porque yo siempre me acuerdo de cómo tratábamos a los vecinos de La Mulera, y me acuerdo de los malos ratos que se buscó don Cipriano con su jurungadera con los Estados Unidos, con Colombia, con Francia, con Holanda, […] y lo mismo con los colombianos, ni tanto, ni tan poco, pues yo no iba a hacer lo de don Cipriano, que les cerró el puerto Villamizar y no podían salir ni llegar las mercancías a Cúcuta y se puso a ayudar a los liberales colombianos en la guerra que tenían con los godos y sin estar invitados nos metíamos en la fiesta del vecino”.
Queda claro. Ni muy cerca que molesten ni muy lejos que no se vea en qué andan, solo lo suficientemente próximos como para hacer negocios. “Mis correrías cuando salía de la hacienda en diligencias o de visitas”, sigue el creíble Gómez de Ramón Velásquez, ”eran casi siempre entre San Antonio, Cúcuta, Rubio y Capacho y pocas veces en el año iba a la capital, pues los ganaderos de San Cristóbal que tenían relaciones conmigo venían siempre a la frontera a negociar con los colombianos y a contratar la ceba en los potreros que teníamos en el valle del río Táchira. Esos potreros del río eran antes cacaotales, pero con el negocio del ganado con Colombia empezó a dar más resultado el pasto y se acabaron las siembras de cacao en el Táchira”.
La línea que separa y une a Venezuela y a Colombia por el Táchira es porosa. Hierve de actividad y bulle de intercambio de todo tipo y comercio muy lucrativo. Juan Vicente Gómez es un hombre de negocios. Y muy observador. Sabe lo que ocurre en la frontera… y lo que hace falta para que los negocios marchen con buen viento. Las vías de comunicación son básicas y en su mandato el país se llenará de carreteras (quiénes las hacen y con qué condiciones de “contratación” es harina de otro costal); y por esas vías debe transitar un sistema eficiente de acarreo. Por eso, entre otras iniciativas, funda la Empresa Colombo Venezolana de Transportes Terrestres, que inaugura en Maracay el 22 de septiembre de 1929.
En la imagen, sacada de los https://elarchivo.org/wp-content/uploads/2022/07/037929.jpgvos del Archivo Fotografía Urbana, aparece el jefe del Estado posando, con algunos ministros, en uno de los autobuses que constituían la flota de la compañía, integrada por al menos cuatro unidades para pasajeros y otras tantos camiones de carga, fabricados por Büssing-Nag, la fábrica de autobuses y camiones creada en 1903 por el ingeniero Heinrich Büssing, en la ciudad alemana de Braunschweig, que muy rápidamente se convertiría en una de las mayores productoras de vehículos pesados de Europa, donde llegó a ser muy popular su emblema en el que está tallado el perfil de León de Brunswick. Tan populares fueron as unidades producidas por Büssing que no falta quien asegure que la palabra bus viene de su nombre.
El modelo adquirido por el general Gómez disponía muy probablemente de un motor Büssing tipo G/25, que proporciona una potencia de 65 caballos, suficiente para mover la carrocería con capacidad para 16 pasajeros.
“Todo eso de los toros y de los maromeros”, dice el Gómez confidente en la ficción de Velásquez, “y la quema de luces de bengala y de los bailes le gustaba mucho a mi mamá y a las muchachas que se distraían y pasaban días distintos, pero a mí lo que me gustaba eran las ferias que traían los mismos colombianos desde donde llamábamos el Reino, los del Táchira y a los de allá los llamábamos reinosos y que es la parte de Colombia de la sabana de Bogotá y de Tunja, pues allá hubo en tiempos de España un virrey que era como un príncipe del rey. Esos reinosos criaban muy buen ganado y tenían unas crías de caballos y de mulas y de burros que eran una bendición de lo bonitos que eran, eran animales de buen paso y buena alzada y uno podía estar escogiendo toda la tarde…”.
La Colombo Venezolana de Transportes Terrestres no fue la primera iniciativa de conexión con el vecino país adelantada por el gobierno de Gómez. En 1912 se había llegado a un acuerdo sobre los servicios de telégrafo para Colombia a través de Venezuela y se autorizó el paso de mercancías en tránsito de Colombia. También se pactaron acciones conjuntas para construir un puente internacional en la frontera. Todo favorecía, pues, la creación de una compañía como esta que si se tardó en ser creada fue por los constantes vaivenes políticos de esa zona.
“En esas ferias había muchas ruletas, mucha baraja y mucho juego de dado corrido, y había en San Cristóbal un casino y los colombianos venían con todos los trucos de las jugadas y las hacían en las calles y los campesinos perdían todo lo que llevaban, pero muchos amigos míos, hacendados como yo, jugaban hasta la madrugada y seguían jugando en morocotas, en puro oro y perdían y seguían apostando y era como una borrachera más…”.