La dama de los robacorazones

Fecha de publicación: marzo 22, 2015

Su nombre es María Pía Giacopini Urdaneta de Picón Febres. Nació en Trujillo, probablemente el 11 de julio de 1889 y no sabemos la fecha de su fallecimiento.

Esta foto fue tomada en 1940, por autor desconocido. Ahora reposa en los archivos del Archivo Fotografía Urbana, donde la hemos encontrado.

No es mucho lo que hemos logrado saber de María Pía. Y lo escasamente recabado tiene que ver más con los hombres de su familia que con ella misma.

El padre de María Pía era Giuseppe Giacopini Tori, nacido en 1847, en Isola Di Elba, Italia, y fallecido en Caracas, el 25 de diciembre de 1889. Y su madre, María Euricia Urdaneta Maya, nacida en Valera, Trujillo, en 1861. De este matrimonio nacerían tres hijos (María Euricia tendría más descendientes en otras uniones); entre ellos, además de María Pía, está Mario Giacopini Urdaneta, padre, entre otros, de José Antonio Giacopini Zárraga.

Sabemos, entonces, que la dama de la foto era hija de un inmigrante corso que moriría en Venezuela a los 42 años. María Pía, la hija menor del matrimonio del elbano con la trujillana, ha debido nacer en fecha muy próxima a la muerte de su padre. Y es posible que la madre haya decidido trasladarse con sus hijos a Mérida, puesto que María Pía contraería matrimonio con un merideño de familia principal, Gabriel Picón Febres, nacido en Mérida en febrero de 1880 y fallecido en Caracas en marzo de 1969.

La escritora Julieta Salas de Carbonell, autora de “Caminos y Fogones de una Familia Merideña”, Fundación Empresas Polar 2009, dice que no debe extrañarnos el matrimonio de la hija de un inmigrante elbano y un miembro de la familia Picón, cuyo linaje incluye héroes de la independencia. Primero, porque, según dijo en entrevista la autora, los corsos en Venezuela tenían medios de fortuna y gozaban de mayor aprecio en sociedad que la media de los recién llegados.

–Después de la derrota de Napoleón Bonaparte –escribió Julieta Salas de Carbonell- el imperio Austro-Hungaro había ocupado el norte de la península italiana y para mediados del siglo XIX la situación política de la Toscana, a la cual pertenecía la isla de Elba, no podía ser peor. Muchos terratenientes de la isla se declararon enemigos jurados de los gobernantes austriacos por los altísimos impuestos que en un régimen de terror imponían a la población. Malas cosechas, fuertes tormentas que impedían la pesca y la navegación, la miseria resultante y la persecución política obligaron a tantos elbanos a emigrar. En los Andes fueron muy bien recibidos y para una sociedad que consideraba a todo extranjero como indeseable, sin aceptar que sus hijos contrajeran matrimonio con personas que no fuesen del mismo núcleo social, la llegada de estas familias italianas fue casi como un terremoto. Las cartas de recomendación que trajeron consigo deben haber sido de mucho peso, porque las familias del más rancio abolengo merideño y trujillano les abrieron las puertas y los recibieron en sus hogares. Al poco tiempo ya muchos de estos italianos estaban de novios con las “hijas de familia bien” y las italianas se casaban con los patricios merideños o con sus hijos.

Prueba de esto es que antes de que Gabriel Picón Febres (hijo) desposara a María Pía, un antepasado suyo había pisado el altar con una elbana. Siempre según Salas de Carbonell, el 21 de abril de 1844, Gabriel Picón, héroe de la Guerra de Independencia, se había casado en segundas nupcias con María Angélica Carnevali Lupi, natural de la isla de Elba, en Italia. “La novia era una de las primeras elbanas que llegaron a Mérida, jóvenes que acompañando a sus padres o como ‘novias por encargo’, emigraban desde esa pequeñísima isla situada en el mar Tirreno frente a las costas de Liguria, en la península italiana. Poco a poco los elbanos habían llegado a los Andes: Tovar y Mérida en la provincia de Mérida, Boconó y Valera en la de Trujillo, fueron los destinos más solicitados”.

Musa y rectora del rector 

María Pía y Gabriel han debido casarse alrededor de 1905, cuando ella tenía 15 ó 16 años. El hecho es que el primero de los dos hijos que tendrían, José Trinidad Picón Giacopini, nació en 1907, en Mérida. Y el segundo es Oscar Giacopini Picón, nombre que suena con cierta frecuencia porque el hijo menor de María Pía, nacido el 23 de diciembre de 1912 ó 14 (según la fuente que se consulte) fue un político de relevancia. Senador de Falcón y Portuguesa, secretario general de COPEI y en algún momento gobernador de Cojedes, Oscar Picón Giacopini se destacó asimismo en la educación, razón por la cual su nombre fue asignado a un liceo en Agua Blanca, estado Portuguesa.

El padre de esos muchachos, marido de María Pía, fue un hombre importante. Hijo de Gabriel Picón Febres, quien fue rector de la Universidad de Mérida de 1881 a 1883, él mismo sería también rector de la Universidad de Los Andes por el gobierno del general Eleazar López Contreras entre 1941 y 1942. Era médico, además de diplomático, escritor, historiador, poeta y periodista. Es posible, pues, que María Pía haya vivido algunas épocas fuera de Venezuela, como esposa de embajador o cónsul. Y cabe pensar que fue en esas temporadas en grandes capitales del mundo donde se hizo aficionada al cine o donde topó con un estilista que la arregló con ese peinado que luce en la fotografía.

Las ondas Marcel 

Esta fotografía fue tomada inicialmente en blanco y negro; y luego coloreada por el mismo fotógrafo.

María Pía está apoyada sobre una superficie cubierta con una tela. Destacan en la imagen la nobleza de sus facciones, su nariz recta y sólida, sus grandes ojos, sus cejas finas delineadas al estilo de Clara Bow, y su barbilla hendida. Y, por supuesto, su cabello, cortado en media melena, ondulado y arreglado con gajos de pelo sobre las mejillas, lo que se llama robacorazones.

Según documenta el Archivo Fotografía Urbana, la foto es de 1940. Priva, pues, la moda de los años 30, la década del ondulado. El cabello liso no estaba de moda. Y lo que se llevaba eran los rizos estrechos creados con la permanente o las ondas Marcel, como las que María Pía luce aquí, llamadas así en homenaje al legendario peluquero francés Marcel Grateau, famoso ya desde finales del siglo XIX por haber inventado los hierros o tenacillas que bautizó con su nombre.

Naturalmente, muchas estrellas de cine se arreglaron el cabello con las ondas Marcel y es común verlas en las fotografías de Hollywood con esos cachitos pegados a la frente, las sienes o los pómulos, siguiendo un diseño típicamente art-deco. María Pía se adaptó a ese estilo con mucha gracia y se echa de ver que se sentía muy cómoda con los dictámenes del Ángel de la Ondulación.

No sabemos qué fue de la vida de María Pía después de que posara para el fotógrafo cuando ella se acercaba al medio siglo de vida. Lo que sí está claro es que su esposo volvería a casarse (quizá murió prematuramente, como su padre).

Si es el caso que lo dejó viudo, ni para él ni para nadie ha debido ser fácil olvidar esa expresión confiada ante el porvenir, esas finas manos que se entrelazaban en gesto de danza y, en fin, ese aire de mujer aplomada y segura de sí misma, capaz de sonreír con tanta dulzura y franqueza.

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