En este capítulo de La sociedad en el siglo XX venezolana, su autora aborda el surgimiento y la consolidación de las organizaciones y la movilización de las mujeres para alcanzar sus derechos civiles y políticos, así como el impacto que ello tuvo tanto en el desenvolvimiento de la vida femenina como en las concepciones sobre sus ámbitos de desempeño.
Inés Quintero(1)
Introducción
En 1897, el escritor y costumbrista venezolano Nicanor Bolet Peraza, en un artículo publicado en El Cojo Ilustrado, afirmaba lo siguiente: «La mujer venezolana pertenece toda al hogar, del dintel de su casa para afuera, no tiene jurisdicción alguna». Este ideal femenino no era una consideración aislada ni individual del autor, estaba en perfecta armonía con los pareceres existentes en la sociedad venezolana acerca del lugar que le correspondía ocupar a la mujer, en el lado de adentro de la casa, como esposa y madre, una premisa ampliamente difundida a través de manuales y devocionarios, así como desde el púlpito, por la prensa, en las escuelas y en el hogar.
Un siglo después, el IX Plan de la Nación (1995-1998) y el I Plan Nacional de la Mujer (1998-2003), compartían postulados totalmente contrarios a los expuestos al finalizar el siglo XIX. Entre los objetivos referidos al desempeño femenino en la sociedad estaba el de «lograr su integración social y económica en todos los ámbitos de la vida social, mediante el establecimiento de políticas públicas que garanticen la justicia y la equidad entre hombres y mujeres».
No cabe duda respecto a la diferencia abismal que separa el modelo de mujer que se promueve en El Cojo Ilustrado de las premisas que contemplan los documentos oficiales de fin de siglo, lo cual deja ver que en el curso de 100 años tuvo lugar una transformación sustantiva no solo del discurso, sino de la concepción y las valoraciones que habían privado sobre la vida femenina y, además, que esta transformación se estableció como política de Estado a fin de lograr la incorporación de las mujeres a la sociedad, en igualdad de condiciones que los hombres.
Demás está decir que la profundidad y dimensión de los cambios referidos al lugar y condición de la mujer en el siglo XX, así como sus alcances históricos, no se circunscriben a la sociedad venezolana. Se trata de un proceso de una enorme complejidad, sobre el cual existe una amplísima producción bibliográfica que da cuenta de sus muy diversas manifestaciones, alcances y contradicciones, así como de las proximidades y vinculaciones que, de manera compartida están presentes, por lo menos en el mundo occidental(2).
En Venezuela, los estudios sobre las mujeres son un asunto bastante reciente. Fue a partir de la década de los noventa cuando comenzaron a consolidarse como un campo de investigación especializado con importantes resultados en torno a su historia, sus luchas, sus organizaciones, la conquista de sus derechos civiles y políticos, sus demandas, su educación, su inserción en el mercado laboral, las desigualdades en el salario y en el proceso de desarrollo profesional, la pobreza, las demandas insatisfechas, la persistencia de los valores y prácticas de la sociedad patriarcal, así como sobre muchos otros temas y problemas. Todos estos aspectos y tantos más, siguen siendo parte de las agendas de trabajo de las instituciones y centros académicos que se ocupan expresamente de reflexionar sobre su situación en nuestro país y cuyos resultados se encuentran registrados en un significativo y numeroso inventario de libros y publicaciones periódicas.
En el presente ensayo y teniendo como referencia estos muy diversos y valiosos aportes, nos proponemos analizar las transformaciones ocurridas en la sociedad venezolana que se derivan y están en estrecha relación con las significativas mudanzas que tuvieron lugar en los pareceres y en las prácticas sociales referidas a la vida femenina. Nos interesa indagar en el lugar que ocuparon las organizaciones de mujeres en la modificación del discurso y de las convenciones que fijaban su función esencial en la sociedad como esposa y madre, conocer cuáles eran sus planteamientos y exigencias, de qué manera se manifestaron y cómo se fueron modificando a través del tiempo. Nos planteamos, igualmente, examinar la diversificación en los contenidos de su proceso formativo, su inserción masiva en los distintos niveles del sistema educativo y la incidencia que todo ello tuvo en su profesionalización y en la ampliación de sus ámbitos de desempeño. Finalmente, atenderemos a su incorporación en el mercado de trabajo con el propósito de conocer cuáles han sido los sectores de la economía donde estuvieron más presentes, y qué tipo de consecuencias e impactos generó su participación, siempre en ascenso, en la actividad productiva del país, tanto en el desenvolvimiento de sus vidas como en el de la sociedad.
Se trata de un recorrido cuyo objetivo fundamental es analizar de qué manera todas estas mudanzas incidieron y fueron parte fundamental de las aceleradas y profundas transformaciones que ocurrieron en la sociedad venezolana del siglo XX, del mismo modo se reportarán las carencias y contradicciones que se hicieron presentes en el desenvolvimiento de este complejo proceso.
Las mujeres se organizan
Durante la segunda mitad del siglo XIX y hasta las primeras décadas de la siguiente centuria, hubo un importante número de mujeres que se dieron a la tarea de constituir asociaciones culturales, promover proyectos editoriales, se dedicaron a la creación literaria o fundaron asociaciones benéficas con distintos fines. La gran mayoría de estas actividades, si bien favoreció la instauración y aceptación de nuevos espacios de actuación, no tuvo como propósito alterar o introducir modificaciones acerca de la función que les correspondía ocupar en la sociedad como esposas y madres(3).
Esta orientación comienza a modificarse en el contexto de los sucesos de la Semana del Estudiante en 1928, en los cuales no solo participaron numerosas venezolanas sino que, además, un grupo de ellas fundó la Sociedad Patriótica de Mujeres con la finalidad de sumarse a las denuncias que se hicieron contra la dictadura de Juan Vicente Gómez y apoyar a los jóvenes que fueron conducidos a prisión. No estuvo planteado en esa oportunidad ningún tipo de consideraciones o de demandas relacionadas con su situación o con sus espacios de actuación, no obstante, lo que representó su presencia en las calles y su incorporación como protagonistas de una protesta política urbana y civil contra la dictadura, tuvieron especial significación histórica porque eran una absoluta novedad(4).
Diferente contenido y proyección tienen las iniciativas que se llevan a cabo a partir de 1935, cuando surgen las primeras agrupaciones femeninas que se movilizan para modificar la situación en la cual se encontraban las venezolanas, a fin de lograr la transformación perdurable de sus condiciones de vida en su educación, espacios de trabajo y derechos civiles y políticos.
En octubre de 1935 se funda la Agrupación Cultural Femenina (ACF). Entre sus creadoras estaban Carmen Clemente Travieso, Imelda Campos, María Cristina Hernández y Josefina Juliac de Palacios. Poco tiempo después, se publica en la prensa el programa que guiaría sus acciones: lucha abierta contra el analfabetismo, organización de escuelas y agremiación de las obreras, promoción de charlas para levantar el nivel cultural de la mujer, fomentar la creación de nuevos centros análogos a la ACF, fundar una biblioteca circulante, organizar un primer congreso venezolano(5).
Ese año, en diciembre, un grupo de mujeres le dirige una carta pública al presidente Eleazar López Contreras en la que le exponen algunos de los más importantes problemas que afectaban la situación de la familia venezolana. El documento incluye una larga lista de demandas a favor de las madres y los niños: aboga por el bienestar y el mejoramiento de la salud infantil, por la formación de las mamás mediante la realización de cursos de puericultura y de educación sexual, por la protección social de las trabajadoras y por la creación de casas laicas para el cuidado de las jóvenes desvalidas, entre otras peticiones que fundamentalmente buscaban la protección y asistencia social de la familia. La misiva tiene más de 100 firmas recogidas en Caracas, San Cristóbal, Maracaibo, Barquisimeto, Calabozo, Cagua y San Fernando de Apure(6).
Producto de esta iniciativa se constituye, en febrero de 1936, la Asociación Venezolana de Mujeres, fundada por Ada Pérez de Boccalandro, Luisa del Valle Silva, Leticia M. de Nouel, Irma De Sola Ricardo y Panchita Soublette Saluzzo. El propósito era unir esfuerzos que permitieran darle continuidad a las luchas por mejorar las condiciones de vida de las madres y los niños.
Además de estas dos agrupaciones, se constituyeron la Asociación Cultural Interamericana (1936), la Asociación por el Mejoramiento de la Madre y del Niño (1936), la Sociedad Protectora de la Infancia (1937) y la Asociación Cristiana Venezolana de Mujeres Trabajadoras (1937).
En los años siguientes, estas organizaciones mantienen y amplían sus actividades y propósitos. En 1937 solicitan ante los miembros de la Comisión Codificadora Nacional una serie de reformas que permitan mejorar la condición de la mujer venezolana ante la ley. Entre las peticiones que presentan se encuentran: la protección, respeto y consideración mutua entre los cónyuges, en vez de la obediencia de la mujer al marido; la libre administración de los bienes matrimoniales o adquiridos; que la mujer pueda comparecer en juicios, por sí misma o por medio de un apoderado; establecer como causal del divorcio el adulterio de cualquiera de los cónyuges; simplificar el trámite del divorcio y aumentar las causales de este, incluyendo la incompatibilidad de caracteres y que la venezolana casada no figure entre los inhábiles, menores y entredichos(7). La demanda es atendida tímidamente en 1942 con la reforma del Código Civil en la cual se aprueba su independencia jurídica respecto a su cónyuge y se amplían las causales de divorcio.
En 1940 se realiza la primera reunión preparatoria del I Congreso Venezolano de Mujeres. La agenda incluye: exigir igual salario por igual trabajo, reformar todas las leyes y códigos que colocan a la mujer en situación de inferioridad al hombre, el derecho al voto y la lucha contra la discriminación de hijos legítimos e ilegítimos, entre otros temas.
En 1943 se envía a los miembros del Congreso Nacional una carta solicitando la aprobación del voto para las venezolanas y se realiza una intensa campaña en defensa de sus derechos políticos. Al año siguiente, se reitera la solicitud ante el Poder Legislativo a fin de que la mujer pueda cumplir con su doble función de madre y ciudadana, y se argumenta que mientras no se reconozca la igualdad política entre los dos sexos, no se logrará estabilizar y consolidar la democracia. La ocasión resulta oportuna para celebrar, por primera vez, el Día Internacional de la Mujer y hacer un llamado a objeto de constituir un frente único por la conquista de sus derechos políticos y por su incorporación activa al desarrollo del país.
La lucha a favor del sufragio se mantiene en los años siguientes. Se constituye el Comité Pro Sufragio Femenino, y se lleva cabo una gran campaña de alcance nacional cuyo propósito es concientizar a las mujeres sobre la importancia que reviste adquirir masivamente el disfrute de sus derechos políticos para el efectivo ejercicio democrático. Con la sanción del voto universal, directo y secreto, en 1946, se integran plenamente al ejercicio de la ciudadanía y, por primera vez, son elegidas como diputadas en la Asamblea Nacional Constituyente de 1947(8).
El surgimiento y consolidación de las organizaciones femeninas, así como la ampliación de sus actividades y propósitos, constituyen un cambio de entidad en la sociedad venezolana, no solamente porque representan el inicio de una acción organizada, colectiva, que por primera vez plantea las condiciones de vida de las mujeres como un problema que debe ser atendido de manera específica y ante el cual es necesario dar respuestas, sino porque desde entonces es una práctica que se sostiene, se multiplica y se institucionaliza como un espacio para la atención, la protección, el estudio y la resolución de los diversos aspectos que se encuentran asociados a sus problemáticas en los más diversos ámbitos: desempeño laboral, oportunidades de estudio, protección legal, igualdad de derechos, y muchos más, todo lo cual se inserta y forma parte del proceso de transformación que tiene lugar en Venezuela, en esta primera mitad del siglo XX, el cual se intensifica y profundiza en las décadas siguientes.
Otro aspecto que se desprende de la actividad desplegada por el movimiento de mujeres es la modificación en el contenido del discurso: el acento deja de estar colocado en la enumeración y reiteración de la lista de virtudes que deben acompañar el comportamiento femenino, y tampoco está ya presente el llamado a que se mantengan ocupadas exclusivamente en los asuntos domésticos, dentro de sus casas. Se comienza a difundir y a defender un modelo de mujer que, sin negar su condición de pilar esencial de la familia como madre y esposa, pueda desempeñarse en el espacio público, formarse, ejercer sus derechos civiles y políticos, trabajar de manera digna e incorporarse activamente en la modernización del país para que de esta manera pueda colocarse «al nivel del progreso actual y contribuir a la obra colectiva de mejoramiento social». Así queda expresado en los documentos por la reforma del Código Civil, en la campaña a favor del voto y en los numerosos artículos que se publican en los medios impresos para promover y defender sus exigencias. De acuerdo con la orientación y propósitos del discurso que se difunde desde las organizaciones femeninas, la magnitud e importancia de los cambios que estaban ocurriendo en la sociedad venezolana no podían realizarse de manera cabal sin su presencia.
Las exigencias de la organizaciones femeninas aumentan, se profundizan y se problematizan en las décadas siguientes. Las mujeres empiezan una actividad militante en los partidos políticos, en las organizaciones sindicales y gremiales; se crea la Federación Venezolana de Abogadas; continúan las acciones para ampliar la reforma del código y promover la redacción de nuevas leyes. Al mismo tiempo, como se verá más adelante, es cada vez más significativa y numerosa su incorporación al sistema educativo, al mercado laboral y a distintos ámbitos de la vida económica.
Fue muy importante en la expansión y diversificación del movimiento de mujeres el surgimiento en nuestro país de los grupos que por primera vez se calificaron como feministas. Al primero de ellos, el Movimiento para la Liberación de la Mujer, fundado en 1969, le siguen Mujeres Socialistas, Liga de Mujeres y Movimiento Nacional de Mujeres (1972). En los años siguientes se fundan el Movimiento hacia la Nueva Mujer, y las agrupaciones Persona, Miércoles, La Conjura y La Mala Vida; el Movimiento de Mujeres de Mérida; el 8 de Marzo, en Maracay, y otras que hacen vida en Maracaibo, Trujillo y San Cristóbal.
El modelo de mujer que se promueve desde estos distintos colectivos está inspirado en los movimientos feministas y de liberación sexual de la década de los sesenta. Entre los postulados centrales del feminismo que se difunden en Venezuela están denunciar la discriminación por razones de sexo, cuestionar los valores que sostienen a la sociedad patriarcal, luchar por la necesaria igualdad de derechos de hombres y mujeres, trabajar por la concientización y movilización para sumarlas masivamente a la lucha por sus derechos, la necesidad de elaborar una nueva teoría de la opresión femenina, impulsar la eliminación de las leyes que consagran la desigualdad, eliminar de los textos escolares su desvalorización y la reproducción del modelo de sumisión y sujeción femeninas, así como defender su opción por el libre disfrute de su sexualidad, el control de la natalidad y el uso de las píldoras anticonceptivas. Se condena asimismo su utilización como objeto sexual y se promueve la legalización del aborto.
Lo fundamental del discurso y de la acción de los grupos feministas se asocia a la ruptura sustantiva que representan sus planteamientos y demandas respecto a las exigencias y las acciones adelantadas en el pasado por las distintas organizaciones que los precedieron. En este caso no se trata solamente de exigir el reconocimiento de sus derechos civiles y políticos, de lograr la atención y el mejoramiento social de la familia o de satisfacer las demandas de las trabajadoras, sino de propiciar un cambio profundo de la sociedad que permita la igualdad plena de derechos y deberes entre hombres y mujeres, en el espacio público y privado, y modificar a largo plazo las prácticas sociales y culturales que han determinado el lugar y los roles de cada uno en razón de su sexo(9).
Se trata, sin duda, de un movimiento que trasciende las particularidades de cada Estado y que se expresa en Occidente de las más diversas maneras. Una expresión clara del impacto e incidencia del discurso y las agendas feministas a nivel mundial fue la declaración del Año Internacional de la Mujer por las Naciones Unidas en 1975, lo cual va a tener un significativo efecto en la multiplicación de propuestas, organizaciones e instituciones en un importante número de países miembros de ese órgano.
En Venezuela, desde la década de los setenta y como una acción conjunta de distintas organizaciones, se promueve que desde el Estado se atiendan y se den respuestas a las demandas femeninas por la igualdad y el reconocimiento de sus derechos. En 1974 se logra la creación de la Comisión Femenina Asesora de la Presidencia. Al año siguiente se reúne finalmente el I Congreso Venezolano de Mujeres, y se discute una completa agenda de diagnósticos y propuestas planteadas en mesas de trabajo referidas a la situación jurídica y a la condición social de las venezolanas, así como sobre su inserción en el desarrollo y en el plano internacional. Entre las resoluciones de este primer encuentro estuvo la de promover otra reforma del Código Civil, objetivo que se logró en 1982. En este nuevo instrumento se consagra la igualdad jurídica de los esposos, la de padre y madre respecto a los hijos y la de los hijos.
La atención desde el Estado de los problemas concernientes a las mujeres no se interrumpe. En 1979, se crea el Ministerio para la Participación de la Mujer en el Desarrollo; en 1984, este deja de ser ministerio y se convierte en la Oficina de la Mujer y la Familia adscrita al Ministerio de la Juventud y, posteriormente, al Ministerio de la Familia. En 1989, se crea el Ministerio de Estado para la Promoción de la Mujer hasta que en 1992 es sustituido por el Consejo Nacional de la Mujer, adscrito al Poder Ejecutivo con el propósito de lograr la igualdad de hecho y de derecho entre hombres y mujeres. Antes de finalizar el siglo se aprueba el Plan Nacional de la Mujer (1998-2003) y en el año 2000 se funda el Instituto Nacional de la Mujer. También durante estas dos últimas décadas se sanciona un conjunto de leyes dirigidas, precisamente, a promover la igualdad de derechos y oportunidades para las mujeres en el campo laboral, en la política, en la vida familiar y con el objeto de erradicar la violencia contra la mujer; también la Constitución sancionada en 1999 incluye una serie de artículos que le otorgan rango constitucional a la reforma del código de 1982(10).
Muchas de las activistas de las organizaciones de mujeres y de los grupos feministas, en su gran mayoría profesionales universitarias, propiciaron la creación de espacios para la promoción, la discusión y el estudio de la situación de las mujeres en Venezuela. La categoría de género se incorporó para la conceptualización y el análisis de las desigualdades entre hombres y mujeres, y no solo como una construcción social, sino también en las maneras de representar los roles femeninos y masculinos en la sociedad(11). En 1992 se constituye la Red Universitaria de Estudios de la Mujer y se crea, en la Universidad Central de Venezuela, el Centro de Estudios de la Mujer, el cual mantiene la Revista de Estudios de la Mujer desde 1996, y a partir de 2002 se comienza a impartir la Maestría en Estudios de la Mujer. En la Universidad del Zulia existe, desde 1994, el Área de Estudios de Género, y en la Universidad de los Andes el Grupo de Investigación de Género y Sexualidad, que data de 1997. Todo ello ha favorecido una amplia producción bibliográfica que ha enriquecido el conocimiento de la compleja y diversa situación de las mujeres en la realidad venezolana.
No ha habido interrupciones en la organización y movilización de las mujeres, ni tampoco en la profundización y ampliación de sus demandas a fin de lograr su incorporación en todos los ámbitos de la sociedad, tanto públicos como privados, en condiciones de plena igualdad. Este sostenido esfuerzo se expresa en su masiva inserción en los diferentes niveles del sistema educativo, aspecto que tendrá un peso decisivo en su desempeño profesional y también en los variados y múltiples espacios de socialización que definen al siglo XX venezolano.
Escolarizadas, universitarias y profesionales
En las primeras décadas del siglo XX no ocurren mayores modificaciones en los criterios, contenidos y propósitos que guiaron a la educación femenina en la centuria anterior(12). Tanto en el hogar como en los pocos centros de enseñanza dedicados a la formación de las niñas y jóvenes, el objetivo siguió siendo mantener y reforzar la función que se esperaba que cumpliera la mujer en la sociedad, dedicada a la atención de los asuntos domésticos y en su rol de esposa y madre.
Con el fin de garantizar este plan, las asignaturas que se impartían en las escuelas para niñas eran: Gramática Castellana, Geografía, Higiene, Labores, Historia, Francés, Inglés, Aritmética, Sistema Métrico, Geometría, Dibujo, Escritura, Moral, Economía Doméstica, Urbanidad y Lectura, Declamación, Gimnástica de Salón, Teoría Musical, Canto y Piano(13). No estaba previsto que se formaran más allá de estos rudimentos básicos y tampoco que continuaran estudios al concluir la primaria.
Las pocas reformas educativas que se llevan a cabo en las primeras décadas del siglo XX, no inciden mayormente en el mejoramiento y ampliación de la educación femenina. En 1912 se pasa de la escuela unitaria a la graduada; en las zonas más pobres se establecen los planteles mixtos, fundamentalmente porque no había recursos para más; ese año se funda la primera Escuela de Artes y Oficios para Mujeres con el fin de capacitarlas en labores que no estuvieran en contradicción con su desempeño como amas de casa. En 1924, la Ley de Instrucción Primaria, Secundaria y Normalista, establecía la segunda enseñanza para las jóvenes en Música, Declamación y Artes Plásticas; también disponía la creación de liceos para niñas(14). Sin embargo, las fuentes no ofrecen información sobre el impacto y los resultados que pudieron haberse desprendido de la aplicación de esta legislación en la educación y específicamente en nuestro grupo.
En el discurso y en la práctica se sigue sosteniendo el esquema formativo convencional. Por la prensa se reiteran los principios que reafirman los pareceres sobre la función social de las mujeres como madres y esposas, aun cuando están presentes algunas menciones aisladas referidas a la posibilidad de enriquecer su cultura y educación, a fin de que puedan atender las exigencias de los nuevos tiempos, sin que ello atente contra las «buenas costumbres» y la «recta moral» que debían regir el comportamiento femenino(15).
Esta continuidad comienza a verse interrumpida por los debates sobre la necesidad de reformar el sistema de enseñanza que plantea la Sociedad Venezolana de Maestros de Instrucción Primaria, fundada en 1932 por Luis Beltrán Prieto Figueroa, y muchos otros docentes, entre quienes se encuentra un número importante de mujeres. Con el fin de difundir sus propuestas y opiniones, publican la Revista Pedagógica cuya circulación se inicia en 1933 y culmina en 1935, con el cierre de la sociedad por parte de la dictadura de Juan Vicente Gómez.
Entre los aspectos que destaca la revista está precisamente el de la educación femenina. Ese primer año se publica una encuesta promovida por el diario Patria de Mérida, cuya finalidad era conocer la opinión de las mujeres respecto a la educación que recibían. Si bien no están los resultados de la consulta, los editores consideran necesario que ellas aspiren a «una nueva cultura y a una nueva educación», para estar en sintonía con la dinámica del nuevo siglo(16).
La misma publicación anuncia y saluda la apertura de un curso de bachillerato para señoritas en el Colegio Católico Alemán, lo cual permitiría abrir nuevos horizontes para las damas, y comenzar a superar los «conceptos retrógrados» que restringían sus actividades fuera del dintel de hogar. En 1933 había en Caracas varios colegios en donde, sin distinciones de sexo, era posible graduarse de bachiller, pero la asistencia de muchachas era muy baja. Ello se debía, explicaban en la revista, a que los padres seguían aferrados a las viejas costumbres e impedían que sus hijas asistieran a planteles de varones(17).
Era una preocupación que, sin duda, iba mucho más allá de las reservas que podían suscitar entre los padres de las jóvenes. Se trataba de un parecer compartido sobre el lugar y la función social de las mujeres en la sociedad que comenzaba a ser debatido por las organizaciones respectivas, en el contexto de los acelerados y profundos cambios que tuvieron lugar en Venezuela al concluir la dictadura gomecista. Entre las propuestas de la Agrupación Cultural Femenina, como ya se dijo, estuvo la de impulsar la alfabetización y también que ellas pudieran acceder a una formación más completa a fin de capacitarse y participar de manera más activa en el progreso material del país.
Ambas proposiciones estaban en correspondencia con los planteamientos de los programas y proyectos que se difundieron en el país en esos primeros meses de 1936, precisamente para atender el grave problema del analfabetismo, el cual, según el censo realizado ese año, afectaba al 70% de los venezolanos. Otro de los aspectos sobre los que hubo abierto consenso fue el de aumentar significativamente el número de escuelas para garantizar el ingreso al sistema educativo de los niños y niñas en edad escolar. Alfabetización y escolarización constituían dos programas de primer orden para favorecer el acceso a la lectura, a la educación y a la cultura de la gran mayoría de la población, a fin de que esta pudiera integrarse al proyecto de modernización que se pretendía ejecutar en el país.
Las campañas para aprender a leer y escribir que se adelantan en los años siguientes, así como el crecimiento de la matrícula en las escuelas, tendrán importantes resultados en la población femenina. Las cifras de alfabetización registradas por los censos nacionales dejan ver que el índice de analfabetismo entre las mujeres se fue reduciendo de manera constante. En 1936 era del 70%, en 1951 bajó al 52,6%, en 1971 se redujo al 25,2%, en 1990 al 9,9% y en el 2001, al 8,0%.
En el caso de la escolaridad, los números también dan cuenta de un significativo aumento de la matrícula de niñas en edad escolar. Al comenzar la década de los cuarenta, solamente el 26,4% de las pequeñas entre siete y 14 años estaban inscritas en el sistema escolar; en el caso de los niños era del 30%. Esta reducida tasa de escolaridad era mucho más dramática a partir de los 14 años. En este caso, solamente 1,7% de los jóvenes se inscribió en el sistema educativo, mientras que entre las muchachas solo lo hizo el 0,6%(18). La diferencia en la asistencia de niñas respecto a los varones en educación primaria tiende a desaparecer, manteniéndose una proporción estable del 49,5% durante las décadas siguientes.
El ingreso de las jóvenes al bachillerato también se incrementa de manera sostenida, especialmente a partir de los años sesenta. En 1961, el 38,6% de la matrícula en educación media correspondía a mujeres; en 1975, la proporción se invierte y alcanza el 52,6%, pero luego sigue en aumento y llega al 54,6% en 1990(19).
Las niñas y las jóvenes no solamente se vieron favorecidas al ingresar al sistema educativo, sino que además, fueron receptoras de las reformas que se realizaron en distintos momentos del siglo XX, con la incorporación de nuevas teorías y prácticas pedagógicas, los cambios y la unificación de los programas de enseñanza, la proliferación cada vez más generalizada de escuelas y colegios mixtos y tantos otros aspectos que modificaron de manera sustancial la experiencia formativa como un espacio de socialización mucho más abierto y masivo(20).
La posibilidad de que las mujeres pudieran darle continuidad a su proceso formativo cursando estudios universitarios, un espacio que tradicionalmente había sido ocupado solo por los hombres, fue decisiva. De acuerdo con los datos aportados por Ildefonso Leal, entre 1900 y 1939 en la Universidad Central de Venezuela hubo solamente 15 egresadas, lo cual representaba el 0,54 del total de graduados. En la década siguiente el número de egresos femeninos se elevó a 180(21). En el caso de la Universidad de Los Andes, las dos primeras licenciadas reciben sus títulos en 1935, ambas en Farmacia(22).
Esta escasa representación femenina en las aulas universitarias se va a modificar aceleradamente a partir de los años setenta, cuando aumenta el número de universidades y centros de educación superior en todo el país, con el consiguiente incremento de la matrícula. También la activa presencia de mujeres en estos salones está en estrecha relación con los cambios ocurridos en la concepción restrictiva que había imperado en el pasado acerca de la educación femenina y respecto a los espacios en los cuales ellas debían desempeñarse, lo cual se expresa de manera contundente en el discurso sobre liberación e igualdad que difunden los grupos feministas y también las instituciones que, desde el Estado, comienzan a promover su incorporación al desarrollo y transformación del país.
En 1970 había solo 10 universidades. Este número aumenta a 19 al finalizar esa década y sigue en ascenso. Entre 1980 y 1990 se crean 12 más y otras 11 en lo que resta del siglo. De forma tal que, para el año 2001 funcionaban en Venezuela 42 casas de estudios superiores entre públicas y privadas. El crecimiento de la matrícula se corresponde con esta importante expansión. De acuerdo con las cifras de los boletines del Consejo Nacional de Universidades y de la Oficina de Planificación del Sector Universitario, en 1970 el número de estudiantes universitarios era de 85.605; en 1985 aumenta a 444.492 alumnos inscritos, lo que representa un incremento del 418% y, al comenzar el siglo XXI, la población universitaria se duplica respecto a la de 1985, alcanzando un total de 904.703.
Un aspecto digno de destacar es el comportamiento de la matrícula femenina en este proceso de acelerada expansión de la educación superior, en comparación con la exigua representación que tuvo durante la primera mitad del siglo. En 1970, las mujeres representaban el 40,1% de la población estudiantil; en 1980, la proporción asciende al 47,9% y cinco años más tarde, en 1985, ellas superan a los hombres en la inscripción al constituir el 54,9% del estudiantado. Al finalizar el siglo, en 1999, su presencia en las universidades es del 60,3% En términos absolutos el incremento es superior al 1.200%, tomando en cuenta que en 1970 había 34.285 inscritas en las universidades del país, y tres décadas después eran 426.751(23).
Se trata, sin duda, de un cambio sustantivo que va mucho más allá de la composición por sexos de la matrícula universitaria. La incorporación de las mujeres a las universidades, como ya se dijo, rompe con la concepción limitante de la educación femenina que impedía un trabajo continuo de formación, capaz de superar los rudimentos básicos impartidos en los primeros niveles de enseñanza, considerados suficientes para cumplir con las funciones propias de su sexo. Otro aspecto fundamental de esta transformación es la diversificación de su proceso formativo al ingresar y graduarse en la muy amplia gama de disciplinas que ofrecen las casas de estudios superiores, como parte de las tareas de renovación y acelerado crecimiento del sistema educativo en el país.
De acuerdo con los cuadros incluidos en el estudio de Teresa Valdés y Enrique Gomariz, en 1980 las carreras en las cuales la proporción de mujeres graduadas fue superior al 50%, fueron: Psicología (78,3%), Comunicación Social (77,6%), Farmacia (70,2%), Bioanálisis (71,4%), Antropología y Sociología (71,2%), Educación (65,4%), Relaciones Industriales (64,8%), Odontología (64,3%), Nutrición y Dietética (64,3%), Arquitectura y Urbanismo (56,0%), Ciencias Jurídicas (54,1%), Ciencias (51,1%). Por debajo del 50%, aunque muy cerca, estuvieron Medicina (48,8%) y Administración y Contaduría (48,4%). Los menores índices correspondieron a Agronomía (13,8%), Veterinaria (25,5%) e Ingeniería (25,6%).
La información deja ver no solo las distintas áreas de conocimiento en las que incursionan y se gradúan, sino también en las que su participación es mayoritaria. Ocho años después, según la misma fuente de información, las carreras que concentraban mayor población femenina seguían siendo Psicología, Farmacia, Odontología y Bioanálisis; en Medicina aumenta la proporción de graduadas al 54,3%, y en Administración y Contaduría al 61,6%; también en Ingeniería se eleva el porcentaje de egresadas al 34.6%(24). Otros estudios realizados posteriormente dejan ver que, al finalizar el siglo XX, la brecha de egresados de hombres y mujeres en Agronomía y Veterinaria se redujo hasta llegar al 43% y 45% respectivamente(25).
Al cerrar el siglo, según la investigación de Rosaura Sierra, el área donde hubo mayor incremento de la matrícula femenina fue la de Ciencias Sociales; también destaca el crecimiento en Ciencias de la Salud, que superó el número de varones inscritos. Otro aspecto que subraya el estudio es el significativo aumento de la inscripción de damas en Ingeniería, Arquitectura y Tecnología, la cual se duplica entre 1980 y el 2001(26). En el caso de Ingeniería, específicamente en la Universidad Central de Venezuela, señala Emma Martínez, «en el período 2002-2007, las cifras de egreso de las distintas menciones de Ingeniería equipara a hombres y mujeres»(27).
Resultan igualmente de interés los datos que aportan Hebe Vessuri y Victoria Canino sobre la elevada proporción de mujeres que completan estudios de postgrado en los cursos de especialización, maestría y doctorado que ofrecen las universidades nacionales, superando en muchos casos a la población masculina(28).
También refieren Vessuri y Canino la inserción en los roles de profesoras e investigadoras en los centros de educación superior, tanto públicos como privados. Al finalizar el siglo XX, representaban el 41,5% del profesorado universitario. Otro aspecto considerado es el de su presencia en el Programa de Promoción a la Investigación (PEI) establecido en 1990, a fin de reconocer y hacer seguimiento a la productividad científica de los investigadores. Luego de más de una década de funcionamiento, el porcentaje de participación femenina era de 48%, y la distribución por áreas de conocimiento guardaba relación con las disciplinas en las cuales el número de egresadas era mayor. En Ciencias Sociales fue del 59%, en Ciencias Biológicas y de la Salud del 56%, en Ciencias del Agro, Ingeniería y Ambiente del 43%, mientras que en Ciencias Básicas fue del 32%. Finalmente, señalan las autoras la diferencia existente entre las distintas categorías del programa, para notar que la proporción de mujeres se reduce en las más elevadas(29).
Esta variedad de datos e información que recogen los estudios realizados sobre la incorporación de las mujeres en todos los niveles del sistema educativo dan cuenta de la distancia abismal existente entre los propósitos que guiaban su proceso formativo y las reducidas opciones que tenían en la primera mitad del siglo XX, y las posibilidades y condiciones que habían conquistado al finalizar la centuria. No hay limitaciones que impidan culminar su formación y además se amplían y diversifican sus espacios de actuación, más allá del ámbito doméstico.
También es cierto que, al concluir el siglo, siguen estando presentes numerosos y complejos problemas que exigen su revisión, atención y resolución, los cuales forman parte de las conclusiones e inquietudes que arrojan las investigaciones sobre el tema y de las agendas de las organizaciones y de las instituciones que se mantienen activas en la lucha por construir una sociedad de igualdad plena entre hombres y mujeres en todos los terrenos, como parte de las demandas que deben cubrirse en el futuro.
Pero no solo fue en el campo de la educación que se manifestaron significativas mudanzas, también la sociedad venezolana se vio impactada por la incorporación masiva de las mujeres al mercado de trabajo y a la vida económica y productiva del país, en el curso del siglo XX.
Trabajadoras, asalariadas y gerentes
En la gran mayoría de los libros sobre la historia económica y social de Venezuela, no se hace ninguna mención a las actividades productivas y al trabajo realizados por las mujeres. Será en las investigaciones más recientes, dedicadas expresamente a historiar a la mujer, cuando comience a destacarse su presencia en estos ámbitos. De tales resultados forman parte los estudios sobre las principales tareas en las cuales participaron las indígenas durante la Colonia y en el siglo XIX: en la administración de sus haciendas, en la producción de cacao y café, en el comercio, como prestamistas, artesanas, tejedoras, costureras, alfareras, en la fabricación de granjerías, en empresas agrícolas, vendiendo en los mercados, en el servicio doméstico, al cuidado de los enfermos y también como parteras y curanderas, entre muchos otros oficios(30). Al finalizar el siglo XIX, comenzó a ser significativa su actuación en el área educativa en el rol de maestras; también se incorporaron como mano de obra en los incipientes establecimientos industriales y en el campo de la telegrafía.
En las primeras décadas del siglo XX son más las continuidades que las rupturas. Además de participar en las actividades mencionadas, empiezan a desempeñarse como oficinistas y dependientas en el comercio. De acuerdo con los datos que ofrece Héctor Valecillos, en 1926, solamente 928 mujeres trabajaban como técnicas y profesionales, lo cual representaba el 0,6% de la fuerza de trabajo en estos campos; indica igualmente el autor que la proporción de oficinistas era del 0.4% del total de empleados en ese sector(31).
Un aspecto que es importante señalar es la diferencia sustantiva en la remuneración que ellas reciben con respecto a la de los hombres, una práctica que acompañó su inserción en el mercado de trabajo y que, desde el siglo XIX, fue objeto de denuncias, exigencias y reclamos por parte de las organizaciones de mujeres en Europa, Estados Unidos y algunos países de América Latina; demandas que se hicieron presentes en Venezuela cuando se establecieron las primeras agrupaciones femeninas, a partir de 1935.
Al concluir la dictadura, como ya se ha mencionado, se acelera y profundiza el proceso de modernización, lo cual favorece una ampliación de la oferta de empleo. En este contexto tiene lugar una progresiva y sostenida inserción de las mujeres en el mercado laboral. Ello obedece, naturalmente, a una mayor demanda de fuerza de trabajo, pero también a que más allá de su actuación en el ámbito doméstico, tienen necesidad de obtener ingresos con el fin de participar en el sostenimiento del grupo familiar y, además, a la posibilidad de llevar adelante una carrera profesional.
Sin embargo, es necesario destacar que no fue sino hasta 1950 cuando la fuerza laboral femenina se incorporó como parte de la Población Económicamente Activa (PEA), categoría que comenzó a utilizarse en el VIII Censo Nacional de Población en ese año(32), lo cual determinó que la mayoría de los estudios comenzaran sus análisis a partir de esa fecha; también deja ver la poca importancia que, hasta entonces, se le otorgó al trabajo de las mujeres.
Otro asunto digno de subrayar, y que forma parte de las puntualizaciones presentes en los estudios sobre el trabajo femenino, es que no se considera como parte de la PEA la labor realizada por ellas en sus hogares, en las faenas agrícolas de subsistencia y en las diversas actividades que forman parte de la economía informal(33).
Tomando en cuenta lo antes dicho, los resultados de las investigaciones dan cuenta del importante crecimiento de la proporción de mujeres en la PEA a partir de la década de los cincuenta. Un proceso que, según los datos aportados por la Cepal, se manifiesta en los distintos países de América Latina en estrecha asociación con las transformaciones que tuvieron lugar en el desenvolvimiento socioeconómico de la región(34).
De acuerdo con la información registrada en los censos nacionales, en 1950 la proporción femenina en la PEA era del 17,5%; aumenta al 18,6% en 1961, y continúa en ascenso hasta alcanzar un porcentaje del 22,6%, como indica el censo de 1971(35). Esta presencia y su acelerado incremento representan una absoluta novedad en la sociedad venezolana, especialmente en relación con la convención sostenida desde tiempos lejanos según la cual, debía estar restringida al ámbito doméstico. Esta transformación se halla igualmente en estrecha relación con el proceso de desruralización, con la elevada tasa de participación de la mujer en la migración del campo a la ciudad, la expansión del aparato productivo en la industria, el crecimiento del sector financiero y el aumento de la capacidad empleadora del Estado, aunque también, con las demandas y exigencias planteadas por las organizaciones de mujeres.
En las últimas tres décadas del siglo XX, su presencia en la actividad productiva del país sigue creciendo. La información que ofrecen los censos deja ver que, en 1981 es del 26,5%, en 1990 del 30,2% y en el año 2000 del 47,2%. Esto representa un incremento del 205,5% entre 1970 y 1990, mientras que en el caso de los hombres fue del 105%. Es importante señalar que ese crecimiento sostenido se expresa fundamentalmente en las zonas urbanas del país, y el mismo no refleja las actividades productivas realizadas por ellas en el seno del hogar, o las que llevan a cabo por encargo en sus casas; tampoco queda registrada la alta tasa de mujeres que trabajan por cuenta propia o en la economía informal.
A las variables que favorecieron este importante crecimiento de la participación de la mujer en la fuerza laboral, habría que añadir, a partir de la década de los setenta, el impacto que tuvo en las clases medias el discurso sobre la liberación femenina, la separación que se produjo entre la sexualidad y la reproducción con el uso de la píldora y otros métodos anticonceptivos, y las transformaciones generadas por la incorporación de las mujeres en los distintos niveles del sistema educativo, todo lo cual contribuyó a la reducción de la tasa de fecundidad de las venezolanas, la cual, según Anitza Freitez, se situó en un promedio de 6,6 hijos a 2,8 en el curso de 35 años, entre 1960 y 1995(36).
También se ha estudiado la presencia de la mujer en los distintos sectores productivos, lo cual permite identificar cuáles han sido las continuidades y de qué manera se han expresado los cambios. El área con menor proporción femenina ha sido la agricultura, con una tendencia constante a disminuir: en 1976 era del 4,9% de la PEA y en 1990 del 2,5%. También en la actividad industrial se advierte un ligero descenso de 18,6% en 1976 a 15,8% en 1990. En el único sector donde se percibe un aumento es en el de servicios, del 76,5% en 1976 al 81,7% en 1990, lo que demuestra que es el área que ha concentrado la mayor proporción de mujeres en un amplio espectro de ocupaciones, la más numerosa, en 1988, fue la del servicio doméstico (92,9%), seguida por la fabricación de ropa (77,9%), servicios médicos y odontológicos (70,7%), educadoras (69%) y comercio por menor (60,2%)(37).
Sobre el mismo problema, el trabajo de Doris Acevedo señala que en el año 1990 el oficio con mayor presencia femenina seguía siendo el del servicio doméstico con un 93,7%; en el área de finanzas y seguros era del 39,2% y en comercio, restaurantes y hotelería del 34,1%. En 2003, el aumento en la proporción en el servicio doméstico llega al 97,3%; en la rama de servicio, comercio y hotelería asciende al 51,5% y en la industria manufacturera pasa del 27,2% en 1990 a 35,0%. Destaca la autora la persistencia de un patrón de empleo que reproduce la división sexual del trabajo, ya que es en las actividades que comúnmente han sido atendidas por mujeres en las que se mantiene la mayor proporción de trabajadoras, un señalamiento que está presente en otros estudios sobre el mismo tema(38). La tendencia se ve acompañada por la sostenida diferencia entre los salarios que reciben los hombres y ellas por su trabajo, una brecha que para 1990 era del 25%(39).
Sin embargo, es importante puntualizar que, al mismo tiempo que se sostienen los patrones tradicionales, comienzan a plasmarse algunas variaciones que dan cuenta de las transformaciones que tienen lugar en la composición por sexo de los grupos ocupacionales, lo que se expresa en una mayor proporción de mujeres técnicas y profesionales que alcanza al 55,8% en 1990 y 58,5% en 1998, y que está directamente asociada al sostenido aumento de la culminación de sus procesos formativos en el sistema de educación superior.
También es digna de atención su incorporación a cargos gerenciales y de dirección en el mundo empresarial, un campo donde la presencia femenina no había tenido la menor significación hasta la década de los noventa, aun cuando la proporción suele ser bastante inferior que la de los hombres. Según los datos de la Oficina Central de Estadística en Informática, en 1998, en la categoría de gerentes, administradores, directores y otros cargos directivos, la proporción femenina era del 30%. Esta diferencia también se advierte en un reportaje publicado por la revista Gerente en 1999, en el cual de los 100 gerentes más exitosos del país solo 19 eran mujeres(40).
Se trata de un espacio que ha sido ocupado recientemente por las mujeres y sobre el cual, en el caso venezolano, son todavía muy pocos los estudios que ofrecen los resultados y las limitaciones que están presentes en este recorrido, aun cuando se ha hecho un esfuerzo por recuperar los testimonios y experiencias de las que han ocupado altos cargos gerenciales en empresas nacionales y transnacionales en nuestro país. La escasa proporción de personal femenino en los niveles más altos de la pirámide ocupacional es una realidad que se manifiesta también en Estados Unidos, Europa y América Latina. Al respecto existe una amplia bibliografía referida a los muy diversos condicionantes que inciden en esta notoria desigualdad en los mayores cargos directivos del mundo empresarial(41).
En lo que ha sido este complejo proceso de transformación de la vida femenina, así como lo que ha representado su impacto en la conformación de la sociedad venezolana del siglo XX, llama la atención el incremento de los índices de pobreza, una grave situación social que no es exclusiva de ellas, pero que, de acuerdo con los estudios que se han hecho sobre el tema, se expresa en una mayor proporción en esta población. Indica Adicea Castillo que en esto han influido numerosos aspectos que se desprenden de la desigualdad y las desventajosas condiciones en las que se insertan en el mercado de trabajo, de los altos índices de desempleo femenino y de la alta proporción de mujeres en la economía informal(42).
No cabe duda de que se trata de problemas de enorme complejidad que se expresan de manera aguda y diferenciada en esta población y también en su ubicación social y espacial, no solo en referencia a la pobreza, sino en relación con muchos otros aspectos asociados a las históricas diferencias que han marcado los pareceres y prácticas sociales relativos a los espacios y roles convencionales de la mujer en nuestra sociedad y que, como se ha visto, se han ido transformando en el curso del siglo XX y con mayor velocidad en las últimas décadas, aun cuando todavía estén presentes algunas de sus fortalezas.
Alcances, contradicciones y demandas
Al concluir el siglo XX, la presencia, el desempeño y las exigencias colectivas de las mujeres guardan una distancia abismal con las perspectivas compartidas sobre la vida femenina y los roles que les estaban asignados en el pasado.
Desde la década de los treinta y de forma ininterrumpida actuaron de manera organizada a fin de hacer valer sus demandas y obtuvieron importantes logros. Resultado del movimiento de mujeres fue la conquista de sus derechos ciudadanos, y su inserción en la vida política del país, un lugar que históricamente se consideró contrario a sus capacidades e intereses. También ganaron el reconocimiento de sus derechos civiles generando importantes mudanzas en el desenvolvimiento de la vida familiar. Sus acciones y presiones fueron determinantes tanto en la creación de espacios académicos e institucionales dedicados al estudio de los problemas y desigualdades presentes en la vida de las venezolanas, como en la promoción de proyectos y reformas cuyos fines han estado encaminados, precisamente, a lograr que su integración a los más diversos ámbitos de la sociedad crezca, exigiendo al mismo tiempo el reconocimiento de su igualdad plena tanto en el sector privado como en el público.
Representan, igualmente, variantes significativas en la vida femenina los cambios que tuvieron lugar en los contenidos de su educación, la posibilidad de darle continuidad a su proceso formativo y lograr su desarrollo profesional en campos que en el pasado solamente eran ocupados por hombres; también la ampliación y notable diversificación de su incorporación en el mercado de trabajo en numerosas áreas donde no había tenido ninguna presencia, la mejora de su condición económica, su participación en el sostén familiar, el logro de una mayor autonomía, todo ello en el marco de las intensas mudanzas que ocurrieron en el siglo XX y con más velocidad a partir de la década de los cincuenta.
Esta diversidad de espacios y desempeños van a tener un impacto decisivo en el establecimiento de nuevos referentes sobre la vida femenina, los cuales entraron en abierta contradicción con los estrechos límites de acción que normaban la vida de las mujeres en nuestra sociedad en los siglos precedentes y que, inevitablemente, se manifestaron en el desenvolvimiento de la sociedad, favoreciendo su transformación de manera perdurable e irreversible.
La función social de la mujer como madre y esposa no desaparece, pero deja de estar reñida con la ocupación de nuevos ámbitos y con el desempeño de muchas funciones. Al incorporarse a las actividades productivas; al formarse y desarrollar una carrera técnica o profesional; al gozar de mayor autonomía e independencia; al ser parte activa en la vida económica, social, cultural y política del país, se transformaron las prácticas y los espacios de socialización, se introdujeron cambios en la vida cotidiana y también se modificaron las rutinas familiares.
Todo ello va a generar numerosas tensiones, conflictos y contradicciones, que también forman parte de las dinámicas que caracterizan a la sociedad venezolana del siglo XX. Muchos de los estudios que han analizado la inserción de las mujeres tanto en el mercado de trabajo como en el sistema educativo, han destacado de manera crítica la persistencia de problemas que están asociados a la fortaleza de las convenciones sociales que siguen ancladas en el pasado respecto a las funciones y los lugares tradicionales que les han adjudicado histórica y culturalmente a ellas en razón de su sexo.
Estas contradicciones, limitaciones y problemas, como se ha dicho, no son exclusivas de la sociedad venezolana; tanto su debate como las demandas y propuestas que procuran su discusión, atención y resolución, forman parte de las agendas y proyectos de las organizaciones femeninas, de las instituciones académicas, de las instancias gubernamentales que hacen vida en nuestro país, del mismo modo que de los programas y acuerdos promovidos por los organismos supranacionales, cuyos objetivos están orientados en una misma dirección: lograr la construcción de una sociedad más justa sobre la base de la igualdad plena entre hombres y mujeres en todos los terrenos.
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Notas:
(1) Historiadora. Profesora Titular de la Universidad Central de Venezuela. Individuo de Número de la Academia Nacional de la Historia.
(2) En relación con las transformaciones ocurridas en relacilos pareceres y espacios de actuación de las mujeres en el siglo XX puede verse Georges DUBY y Michelle PERROT (Directores), Historia de las mujeres en Occidente, Madrid, Santillana Editores, 2000. Específicamente, el tomo V, referido al siglo XX. También resulta ilustrativo en la obra de Isabel MORANT (Dir.), Historia de las mujeres en España y América Latina (Madrid, Ediciones Cátedra, 2008), el tomo IV: «Del siglo XX a los umbrales del siglo XXI».
(3) Muchas de estas experiencias han sido estudiadas por Mirla ALCIBÍADES, La heroica aventura de construir una república. Familia-nación en el ochocientos venezolano (1830-1865), Caracas, Monte Ávila Editores Latinoamericana, Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos, 2004. Ver también de la misma autora, «Escritoras, editoras y directoras de revistas en el siglo XIX». En: Carlos PACHECO, Luis BARRERA LINARES y Beatriz González Stephan, Itinerarios de la palabra escrita en la cultura venezolana. Nación y literatura, Caracas, Fundación Bigott, Editorial Equinoccio, Banesco, 2006: 291-303. En el campo de la literatura puede verse Luz Marina Rivas, «Ellas tomaron la palabra. Un siglo y algo más de las narradoras venezolanas», Revista de Estudios de la Mujer, N° 21, Caracas, 2003: 17-30.
(4) Un completo análisis sobre la participación de las mujeres en la Semana del Estudiante es el que realiza Magally Huggins, Las mujeres y sus luchas por los derechos políticos en Venezuela (Primera mitad del siglo XX), Trabajo para optar al grado de doctora en Estudios del Desarrollo, Universidad Central de Venezuela, Cendes, 2013. En relación con los sucesos del 28 son importantes las puntualizaciones que hace Manuel Caballero respecto a su relevancia histórica por su condición civil, desarmada, urbana y colectiva y por lo que ello representó como «invención de la política». Manuel Caballero, Las crisis de la Venezuela contemporánea (1903-1992), Caracas, Alfadil Ediciones, 2004: 61-76.
(5) «Programa de la Agrupación Cultural Femenina», Ahora, Caracas, 18 de marzo de 1936.
(6) «Mensaje de mujeres venezolanas al general Eleazar López Contreras», Nos-otras, 30 de diciembre de 1935, Caracas, Febrero 1936: 27.
(7) Petición de las mujeres venezolanas, Caracas, 14 de septiembre de 1937, Boletín de la Comisión Codificadora Nacional, N° 9, Año I, Caracas, Octubre 1937: 44-45.
(8) Los análisis adelantados por las organizaciones de mujeres en la primera década del siglo XX, han sido realizados por Carmen Clemente Travieso, Las luchas de la mujer venezolana, Caracas, Agrupación Cultural Femenina, 1975. Ver también la tesis de Magally Huggins, Las mujeres y sus luchas…, op. cit., y de la misma autora «Re-escribiendo la historia: Las venezolanas y sus luchas por los derechos políticos», Revista Venezolana de Estudios de la Mujer, N° 34, Caracas, 201 (1-16) 2010; Inés Quintero, «Itinerarios de la mujer o el 50% que se hizo mitad». En: Asdrúbal Baptista (Coord.), Venezuela siglo XX. Visiones y testimonios, Tomo I, Caracas, Fundación Empresas Polar, 2000: 246-271, y de la misma autora, «Madres y ciudadanas (la lucha por el sufragio femenino en Venezuela)», Caracas, Cuadernos del Cendes, N° 46, 2001: 53-71.
(9) No son muchos los estudios que se han producido sobre el feminismo en Venezuela. Pueden verse la tesis de Luzzi Paz, Condición femenina y feminismo en la Venezuela de los años sesenta, Caracas, Escuela de Historia, Universidad Central de Venezuela, 1984, y los textos: Gioconda Espina y Cathy Rakowski, «¿Movimiento de mujeres o mujeres en movimiento? El caso Venezuela», Caracas, Cuadernos del Cendes, N° 49, 2002: 1-12; Gioconda Espina, «Las feministas de aquí». En: Inés Quintero, Las mujeres de Venezuela. Historia mínima, Caracas, Fundación de los Trabajadores Petroleros y Petroquímicos de Venezuela, 2003: 199-223. Más recientemente, el trabajo de Luis Delgado, La lucha histórica de las mujeres venezolanas por su reivindicación política y social (1936-2000), Tesis para optar al grado de magíster en Historia, Universidad de Carabobo, 2015.
(10) Sobre las instancias gubernamentales y las leyes referidas a las mujeres puede verse Rosa del Olmo, «La mujer venezolana y la cuestión legal». En: Inés Quintero, Las mujeres de Venezuela. Historia mínima, op. cit., 27-58.
(11) Sobre la categoría de género véase Joan Scott, «El género: una categoría útil para el análisis histórico». En: Marta Lamas (Comp.), El género: la construcción social de la diferencia sexual, México, Programa Universitario de Estudios de Género, 1996: 265-302. Sobre la incorporación de esa definición en Venezuela puede verse Alba Carosio, «El saber de las mujeres. Los estudios de género y de las mujeres en Venezuela». En: La academia en sintonía de género. Una discusión impostergable, Valencia, Universidad de Carabobo, Asociación de Profesores de la Universidad de Carabobo, 2010: 15-30.
(12) El tema es ampliamente desarrollado por Emma Martínez, La educación de las mujeres en Venezuela (1840-1912), Caracas, Fondo Editorial de Humanidades, Universidad Central de Venezuela, 2006. También pueden verse: Áureo Yépez Castillo, «La mujer en el marco educativo y cultural del siglo XIX». En: Ermila Troconis de Veracoechea (Coord.), La mujer en la historia de Venezuela, época precolombina hasta el siglo XIX, Caracas, Asociación Civil La Mujer y el Quinto Centenario de América y Venezuela, Congreso de la República, 1995: 365-393. Los pareceres en torno a la mujer en el siglo XIX y las virtudes que deben estar presentes en su educación los analiza Elías Pino Iturrieta, Ventaneras y castas, diabólicas y honestas, Caracas, Editorial Planeta, 1993.
(13) Memoria de Instrucción Pública, Caracas, Empresa El Cojo, 1909.
(14) Ramón Uzcátegui, El tema de la mujer en Memoria Educativa Venezolana. Disponible en: https://www.google.com/search?q=el+tema+de+la+mujer+en+memoria+educativa+venezolana&oq=el+tema+de+la+mujer+en+memoria+educativa+venezolana&aqs=chrome..69i57j69i64l2j69i60l2.13843j0j7&sourceid=chrome&ie=UTF-8 (Consulta: 19 de mayo de 2020).
(15) Las expresiones de este discurso están desarrolladas en Inés Quintero, «Itinerarios de la mujer o el 50 por ciento que se hace mitad». En: Asdrúbal Baptista (Coord.), Venezuela siglo XX. Visiones y testimonios, Tomo I, Caracas, Fundación Empresas Polar, 2000: 241-271.
(16) «Una encuesta de Patria», Revista Pedagógica, Caracas, Julio-agosto 1933: 354.
(17) Revista Pedagógica, Caracas, Julio-agosto 1933: 355.
(18) Anuario Estadístico de Venezuela, Caracas, Ministerio de Fomento, Dirección de Estadística, 1940.
(19) Para la información sobre la participación femenina en los distintos niveles de educación, ha sido de especial utilidad el libro de Teresa Valdés y Enrique Gomariz (Coords.), Mujeres latinoamericanas en cifras. Venezuela, Chile, Instituto de la Mujer, Ministerio de Asuntos Sociales de España, 1993. Los datos sobre la educación secundaria están registrados en la página 59 de este volumen.
(20) Véase a continuación del presente ensayo, en este mismo volumen, el trabajo de Gustavo VAAMONDE «Del sistema restrictivo a la educación de masas».
(21) Ildefonso Leal, Historia de la UCV, 1721-1981, Caracas, Ediciones del Rectorado de la Universidad Central de Venezuela, 1981: 303, y del mismo autor, Egresados de la Universidad Central de Venezuela 1725-1995, 3 Tomos, Caracas, Universidad Central de Venezuela, 1996.
(22) Edda Samudio, «El acceso de las mujeres a la educación superior. La presencia femenina en la Universidad de los Andes», Procesos Históricos. Revista de Historia y Ciencias Sociales, 29, Enero-julio 2016: 94.
(23) Sobre la matrícula femenina en las universidades hemos recurrido a la información incluida en la obra ya referida de Teresa Valdés y Enrique Gomariz, así como a la investigación de Rosaura Sierra Escalona, «Más mujeres graduadas y menos mujeres ocupadas. El dilema de la feminización de la educación superior en Venezuela (1970-2001)», Cuadernos del Cendes, N° 58, 2005: 1-10. Son igualmente ilustrativos los trabajos de Hebe Vessuri y Victoria Canino, «El género en la ciencia venezolana (1990-1999)», Interciencia, Vol. 26, N° 7, 2001: 272-281, y «“La otra, el mismo”. El género en la ciencia y la tecnología en Venezuela», Cuadernos del Cendes, N° 54, 2003: 1-35. De data más reciente es el artículo de Carlos Caputo, Domingo Vargas y Jaime Requena, «Desvanecimiento de la brecha de género en la universidad venezolana», Interciencia, Vol. 41, N° 3, Marzo 2016: 154-161.
(24) Teresa Valdés y Enrique Gomariz (Coords.), Mujeres latinoamericanas en cifras…, op. cit., 63.
(25) Hebe Vessuri y Victoria Canino, «“La otra, el mismo”. El género en la ciencia y la tecnología en Venezuela», op. cit., 4.
(26) Rosaura Sierra Escalona, «Más mujeres graduadas y menos mujeres ocupadas. El dilema de la feminización de la educación superior en Venezuela (1970-2001)», op. cit. El trabajo de Carlos Caputo, Domingo Vargas y Jaime Requena, «Desvanecimiento de la brecha de género en la universidad venezolana», op. cit., también se ocupa del tema en el análisis del cierre de la brecha de egresados entre hombres y mujeres en los campos de Ciencias de la Salud, Ingeniería, Tecnología y Matemáticas.
(27) Emma Martínez, «Mujeres en educación y trabajo en Venezuela: un largo recorrido que no termina», Revista Venezolana de Estudios de la Mujer, Nº 34, Caracas, 2010: 153.
(28) Hebe Vessuri y Victoria Canino, «“La otra, el mismo”. El género en la ciencia y la tecnología en Venezuela», op. cit., 10-35.
(29) Ibid., 14-35 y 28-35.
(30) Entre las muy escasas publicaciones que existen sobre el trabajo y las actividades productivas de las mujeres durante la Colonia y en el siglo XIX, se encuentran el libro de Ermila Troconis de Veracoechea, Indias, esclavas, mantuanas y primeras damas, Caracas, Alfadil Ediciones, Academia Nacional de la Historia, 1990, y los siguientes ensayos: Mario Sanoja Obediente, «El papel de la mujer venezolana en la sociedad precolombina»; Guillermo Durand, «La mujer y su aporte a la economía colonial venezolana» y Manuel Rodríguez Campos, «La mujer en la economía venezolana del siglo XIX». Todos en: Ermila Troconis de Veracoechea (Coord.), La mujer en la historia de Venezuela. Época precolombina hasta el siglo XIX, Caracas, Asociación Civil La Mujer y el Quinto Centenario de América y Venezuela, Ediciones del Congreso de la República, 1995: 1-31, 145-177 y 327-364. Hay también un estudio puntual sobre las cosecheras de cacao de María Dolores Peña, Sembrar cacao y pedir prestado. Vidas femeninas en el cantón de Güiria 1846-1885, Caracas, Universidad Metropolitana, 2017.
(31) Héctor Valecillos, Estadísticas socio laborales de Venezuela. Series históricas 1936-1990, 2 Vols., Caracas, Banco Central de Venezuela, 1990.
(32) De acuerdo con lo establecido en el VIII Censo de Población, se considera Población Económicamente Activa a «las personas de 10 años y más que se encontraban ocupadas con remuneración (patrones, trabajadores por cuenta propia, empleados y obreros) y aquellas otras que figuraban como ayudantes familiares en empresas económicas de algún miembro de la familia, dentro o fuera de la vivienda, o con otro tipo de relación sin percibir remuneración expresa». La población de Venezuela, Maracaibo, Centro de Investigaciones Económicas de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales de la Universidad del Zulia, 1971: 82.
(33) Estos planteamientos están expuestos en el examen de Teresa Valdés y Enrique Gomariz, Mujeres latinoamericanas en cifras. Venezuela, op. cit., y en el artículo de Adicea Castillo, «Cada mujer es una trabajadora. Mano de obra y pobreza femenina en el siglo XX venezolano». En: Inés Quintero (Coord.), Las mujeres de Venezuela. Historia mínima, op. cit., 85-114.
(34) Cepal, Los grandes cambios y la crisis. Impacto sobre la mujer en América Latina y el Caribe, Naciones Unidas, Comisión Económica para América Latina, 1990: 51-78.
(35) Son varios los estudios que atienden el incremento de la tasa de participación femenina en la Población Económicamente Activa, sobre la base de la información que aportan los censos. Pueden verse: Geny ZÚñiga y María Beatriz Orlando, «Trabajo femenino y brecha de ingresos por género en Venezuela», Papeles de Población, N° 27, Toluca, Universidad Autónoma del Estado de México, Enero-marzo 2001: 63-98; Geny ZÚñiga, «Caracterización de la presencia femenina en el mercado laboral e identificación de la mujer “tipo”». En: Cambio demográfico y desigualdad social en Venezuela al inicio del tercer milenio, II Encuentro Nacional de Demógrafos y Estudios de Población, Caracas, Universidad Católica Andrés Bello, Fundación Konrad Adenauer, Instituto Nacional de Estadística, 2016: 380-399; Doris Acevedo, «Desigualdades de género en el trabajo. Evolución y tendencias en la sociedad venezolana. Producción y reproducción», Revista Venezolana de Estudios de la Mujer, N° 24, Caracas, 2005: 161-188, y Ángel Martínez, «Determinantes de la participación laboral femenina en Venezuela: aplicación de un modelo probit para el año 2005», Revista Venezolana de Estudios de la Mujer, N° 35, Caracas, 2010: 1-16.
(36) Anitza Freitez, «El rol de la educación en el marco de las teorías de la fecundidad: análisis de sus argumentos», Temas de Coyuntura, N° 39, Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales, Universidad Católica Andrés Bello, 1999: 6 (6-34).
(37) Teresa Valdés y Enrique Gomariz, Mujeres latinoamericanas en cifras. Venezuela, op. cit., 41 y 44.
(38) Doris Acevedo, «Desigualdades de género en el trabajo. Evolución y tendencias en la sociedad venezolana. Producción y reproducción», op. cit., 175-176. Estas referencias pueden verse igualmente en los trabajos ya mencionados antes de Adicea Castillo, Genny Zuñiga y María Beatriz Orlando y en el de Ángel Martínez.
(39) Geny ZÚñiga y María Beatriz Orlando, «Trabajo femenino y brecha de ingresos por género en Venezuela», op. cit., 72. Una brecha que, señalan las autoras, es similar a la que se observa en otros países de la región y también en economías como la de Estados Unidos.
(40) Patricia Márquez y Nelly Lejter, «Punto de partida: mujeres, trabajo y liderazgo». En: Patricia Márquez y Nelly Lejter, Heratenea. El nuevo género de la gerencia, Caracas, Ediciones IESA, International Women Forum, 2000: 23 y 29 (17-36).
(41) En la obra de Patricia Márquez y Nelly Lejter, Heratenea. El nuevo género de la gerencia, op. cit., se recogen varios testimonios de gerentes venezolanas y se presentan algunas comparaciones con la experiencia de los Estados Unidos y varios países de Europa y América Latina. También pueden verse los siguientes estudios: Esmeralda Garbi y Giovanna Palumbo, Mujeres gerentes en la Venezuela de hoy. Una carrera desafiante, N° 15, Caracas, Papeles de Trabajo IESA, 1993; Rexene Hances de Acevedo (Coord.), Las mujeres ejecutivas en Venezuela, N° 29, Caracas, Papeles de Trabajo IESA, 1993, y el artículo de Carmen Aurora Matteo, «La mujer en el entorno gerencial venezolano. Perfil, características y desempeño», Revista Venezolana de Estudios de la Mujer, N° 38, Caracas, 2012: 39-66. Información estadística sobre América Latina está reunida en el libro Cepal, Participación, liderazgo y equidad de género en América Latina y el Caribe, Santiago de Chile, Cepal, 1999.
(42) Adicea Castillo, «Cada mujer es una trabajadora. Mano de obra y pobreza femenina en el siglo XX venezolano», op. cit., 108.
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