En un primer momento, esta imagen, hecha en 1950, de autoría desconocida, podría sacarnos una sonrisa: qué graciosas las comadres, cerradas hasta el cuello en acatamiento de las normas de la Iglesia, establecidas en el cartel de la esquina superior derecha. Bueno, las mangas de la madre no llegan hasta el codo, pero a ella se le permite alguna licencia, puesto que representa a la mujer sacralizada por la fecundidad, por tanto, representante de la Virgen María. La que no se puede resbalar es la amiguita, elegida para madrina de la criatura, esa sí cumple las pautas, so pena de ser sacada de allí por las greñas, como corresponde a las hijas de Eva.
El edicto dice: «Se ruega a las Señoras y Señoritas / No ir a comulgar / de mangas cortas y sin medias / Las mangas deben llegar por lo menos hasta el codo / Para la casa de Dios, que es casa de oración / Lleve siempre vestidos modestos». No hay signos de puntuación, lo que significa que quien habla no respira, promulga. Y, luego, las distintas tipografías indican las modulaciones del emisor, enfático en ciertas frases, tajante en la última.
Y así seguimos. Observamos los jeroglíficos que estampan el traje de la madrina (recuerdan los garabatos pergeñados por los escolares en los márgenes de sus cuadernos); su picardía al escoger un modelo ceñido a la cintura y el pecho, (total, el aviso no impone ir desceñida). No podemos no advertir que la madrina, cuyos breves pechos y cintura dan fe de que no ha parido (aunque parece tener novio serio, porque el anillo que lleva tiene cara de alianza de compromiso), se ha presentado al Sacramento cubierta de joyas y armada de un paraguas adornado con una borla de hilos de seda… Todo es así, intrascendente. Hasta que topamos con la mirada del cristianado, que nos emplaza con cierta impertinencia. Entonces, contactamos con la incomodidad que hemos sentido y que hemos arropado con una risita nerviosa.
Por qué, carajo, tiene que taparse el cuerpo de las Señoras y Señoritas como si se tratara de algo sucio o vergonzoso. La fotografía es de comienzos de los años 50, pero la ideología que mueve la imposición viene de la Edad Media y no crean que se ha disipado (o que está limitada al ámbito del islam). En octubre de 2011, el cura de Alella, una población catalana, mandó a recoger una exposición alusiva al día del cáncer de mama, porque reproducía pechos sometidos a tratamiento médico. «La misoginia católica continúa», escribió entonces la doctora en Filología, Coral Bravo, «manteniendo en su ideario que la mujer es un peligro, su cuerpo una tentación, y su salud un asunto de tercer orden. Las religiones, no solo la católica, consideran el cuerpo de la mujer como pecaminoso e impuro, y acotan la supuesta “pureza femenina” a la virginidad. Pero mientras los fundamentalismos religiosos cubren los cuerpos de las mujeres y las hacen vivir sintiéndose inferiores e indignas por el hecho de serlo, millones de ellas enferman y mueren bajo esos mantos que, a modo de velos, burkas y pudores enfermizos y soterrados, cubren su propia, humana y hermosa identidad.»
Jacques Dalarun, en su libro, “La mujer a ojo de los clérigos”, explica que, retirados como se encontraban, particularmente antes del siglo XIII, en el universo masculino de los claustros y luego las facultades de teología, en fin, a la vida Inmaculada de los monjes, todo los alejaba de las mujeres. «No es sorprendente que el rasgo dominante del pensamiento clerical de esta época sea la misoginia». No es de extrañar que Ambrosio de Milán (+ 397) pensara que «la mujer es quien ha sido autora de la falta para el hombre no el hombre para la mujer.» Dalarum concluye que «la serpiente se identifica con el diablo y Eva con la tentadora…».
A esta luz, la mirada del bebé que acaba de recibir las aguas bautismales parece decirnos: mosca, cómo no va a ocurrir esto en una institución donde una feligresía, integrada en su mayoría por mujeres atienden una celebración presidida por un varón ordenado. Incluso en el momento en que fue hecha esta imagen, del Archivo Fotografía Urbana, ya la Iglesia reposaba en hombros femeninos (en número, entrega y compromiso), pero la jerarquía era -es- con exclusividad masculina.
De esa jerarquía viene la clasificación del cuerpo de la mujer en partes púdicas e impúdicas. Desde luego, las que deben mantenerse a cubierto son las susceptibles de arrastrar a los hijos de Adán a la tentación. La estudiosa Mary Condren apunta en su libro “La serpiente y la diosa”: «Desde épocas muy tempranas (desde que la Iglesia se convirtió en la religión estatal en el siglo IV), el clero reconoció el poder que el deseo sexual confería a las mujeres sobre los hombres y trató persistentemente de exorcizarlo identificando lo sagrado con la práctica de evitar a las mujeres y el sexo.»
En esa tradición se inscribe esta cita de Tomás de Aquino: «(…) fue necesario crear a la hembra como compañera del hombre; pero como compañera en la única tarea de la procreación (…) ya que solo la necesita para ayudarle en la procreación.» Claro, Tomas de Aquino es del siglo XIII y ya antes, en el siglo XII, se había producido el gran surgimiento mariano. Eso sí, «Sola, sin parangón, virgen y madre.»
Para otro día queda la identificación del perfil inscrito en moneda que pende del brazalete de oro.
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