Lauro llega al siglo

Fecha de publicación: agosto 6, 2017

Dónde están. Quizá si me quedo inmóvil, casi sin respirar, los voy a oír. Como que hay un ruido por este lado…

Esta foto de Alfredo Cortina capta al maestro Antonio Lauro (ya entonces lo era) a los 21 años, en 1936. La imagen tiene la estética de la época, profundamente influida por el cine, lo mismo que la moda en el vestir y en el peinado del joven. El sujeto fotografiado nos muestra un lado luminoso y uno en sombra, que es la manera como el cine mudo representaba los conflictos internos del personaje. La mano iluminada sostiene un objeto metálico (podría ser un yesquero); en cualquier caso, la mano luce firme, muy aplomada en su capacidad de asir sus objetivos y motivaciones. Mientras que en la mano borroneada por la tiniebla destella un cigarrillo, amenazante de tan blanco, como un hueso en el submundo. Un ojo se ve traslúcido, como un pequeño globo de agua donde ha quedado atrapada una gota de luz. Y el otro parece proyectar la oscuridad, que sale de la pupila como aliento de chimenea. En los ojos del joven vemos el combate que se libra en su alma. Una ceja apenas esbozada, como un leve rastro de lápiz, y la otra remarcada, una raya de tizne.

La amplia frente, lisa y redonda, como un planeta donde se ha puesto la tarde. Los labios finos y muy juntos. La barbilla hendida. Las orejas un poco despegadas del cráneo. La nariz muy recta y elegante cubierta por una fina piel tirante sobre el cartílago, que refleja las luces del fotógrafo.

No por nada, la instantánea incluye un aparato de radio detrás del joven.

El fotógrafo Alfredo Cortina (Venezuela, 1903-1988), que para el momento tiene 33 años, fue pionero de la radiodifusión y la televisión, además de escritor de radionovelas y actor. De hecho, para el momento en que fotografía a Antonio Lauro apenas han pasado tres años de la difusión de su dramaturgia radial “El misterio de los ojos escarlata”, que paralizaba al país para congregarse junto a uno de esos aparatos a escucharla. Visto por Cortina, el veinteañero Lauro es el protagonista romántico de un drama sin solución.

Vista la foto este jueves 3 de agosto de 2017, cuando el país celebra el centenario de su más importante compositor para guitarra (de hecho, es uno de los más notables del mundo), tenemos la fantasía de que el genio espera oír las fanfarrias de las celebraciones. El país entero debería estar agolpado en las salas de concierto para disfrutar esos valses con nombre de mujer. Los medios de comunicación deberían tener comprometida su programación con espacios destinados a la divulgación de esta extraordinaria obra, que ha cautivado a los guitarristas y las audiencias más exigentes del planeta. Las escuelas deberían estar flotando en una nube de música y los parques y plazas, repletos de tarimas para presentar a los jóvenes guitarristas venezolanos.

“¿Dónde están?”, pareciera preguntarse. “¿Por qué no los oigo?”.

Antonio Lauro nació en Ciudad Bolívar, el 3 de agosto de 1917, en el hogar de una pareja de inmigrantes italianos. Su padre falleció cuando el pequeño tenía 5 años; y cuatro años después, cuando tenía 9, inició sus estudios musicales, en la Academia de Música y Declamación (hoy Escuela Superior de Música José Ángel Lamas), en Caracas, donde fue discípulo de Vicente Emilio Sojo, Juan Bautista Plaza, Salvador Llamozas y Raúl Borges, quien fue su maestro de guitarra clásica entre 1930 y 1940.

Huérfano desde tan pequeño, tenía que trabajar para pagarse sus estudios de música, así que se desempeñaba como guitarrista acompañante en los programas de la emisora de radio Broadcasting Caracas (actual Radio Caracas Radio). Allí han debido conocerse estos dos extraordinarios seres.

Ya en 1947, Lauro compone una de sus primeras obras de importancia, el poema sinfónico con solistas y coro Cantaclaro, inspirado en la novela de Rómulo Gallegos. Y un año después, en 1948, a raíz del golpe de Estado que derroca a Gallegos, el de Ciudad Bolívar es hecho preso. Al salir de la prisión se fue del país y regresó en 1958, a la caída de Pérez Jiménez e inicio de la democracia en Venezuela.

No dejaría de componer a lo largo de su vida, con tal brillo que el célebre guitarrista John Williams lo llamó «el Strauss de la guitarra».

Antonio Lauro falleció en Caracas, el 18 de abril de 1986. En la actualidad, es muy normal ver su nombre en los programas de mano de las grandes y pequeñas salas del mundo, donde se toca y aplauden sus piezas.

En algún momento, aunque sea a deshora, Venezuela deberá celebrar el centenario de Antonio Lauro con algo más que estas pequeñas notas que logramos deslizar en la prensa de nuestro torturado país.

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