El Archivo Requena fue entregado en comodato por Herman Sifontes y Diana López a la Universidad Católica Andrés Bello y actualmente está en proceso de catalogación. Esta segunda entrega del historiador Tomás Straka fue publicada en abril del año 2024 (como continuación de un primer texto) en el portal de Prodavinci y hoy desde El Archivo replicamos el texto en nuestra página web.
Los objetos y sus usos
Rafael Requena habrá hecho sus excavaciones y sus textos los fines de semana, en las noches, en algunos días que se tomaba de permiso. Su día a día queda mejor reflejado en las tarjetas por las que comenzamos a clasificar su archivo. De forma notable, son objetos que para nosotros requieren un poco de imaginación, ya que sus usos no nos resulta obvio. Es decir, tenemos que hacer una especie de arqueología de los papeles de la oficina del arqueólogo. No por los contenidos en sí, que muchos hablan por sí solos y están en contextos más o menos conocidos, sino por el modo y las circunstancias en las que aquellas tarjetas se empleaban. Muchas son tarjetas de presentación iguales a las del día de hoy, la mayor parte tiene un tamaño que se acerca al de una tarjeta de invitación: un rectángulo de unos 5 centímetros de alto por unos nueve de ancho, en cuyo centro aparece el nombre de la persona y, a veces, su oficio o cargo, o su adscripción, como una casa comercial, una dependencia del Estado, una institución educativa, una unidad militar. Su uso era como el de las tarjetas de visita del siglo XIX –de hecho, uno de los remitentes las llama así– pero sin fotografías, al contrario de lo que había sido común hasta unas décadas atrás. De parecerse a algo en la actualidad, es a las thank you cards del mundo anglosajón (muchas efectivamente lo son). Excepcionalmente, hay algunas en las que se imprimía también deseos de feliz año nuevo.
En general, hay dos grandes grupos de tarjetas: de recomendación, una costumbre que sólo ha declinado porque lo ha hecho la impresión de tarjetas, no su contenido en sí mismo; y de mensajes cortos, que se enviaban o dejaban en su oficina. Eran algo intermedio entre una carta y un telegrama (de ambos hay muchos en el archivo, ya en proceso de catalogación), como una postal, pero sin foto y que se deja directamente en el despacho del destinatario. Salvo que se trate de amigos con mucha confianza, por lo general las tarjetas se escribían en tercera persona, a mano o a máquina, partiendo del nombre que aparece impreso en la mitad. Pongamos un caso: al centro de la lámina, en grandes letras, vemos impreso: Manuel Córdoba, e inmediatamente abajo del nombre, a máquina: “Saluda respectuosamente (sic) al Dr. Rafael Requena con ocasión de manifestarle que en la actualidad se encuentra sin empleo. Córdoba aprovecha la oportunidad de ponerse a sus órdenes, pués (sic) tendría mucho gusto en servirle como otras veces”. Una línea más abajo del párrafo: “Maracay 14 de junio de 1928”. Otro caso: en el centro de la tarjeta aparece un escudo episcopal, debajo del cual se lee: Mons. Fernando Cento. Arzobispo de Seleucia Pieria. Nuncio Apostólico en Venezuela”. A ello sigue, a máquina: “felicita a su distinguido amigo Dr. R. Requena por el nombramiento a Presidente del Estado Aragua, y hace votos por su feliz actuación”. Sobre el escudo, fecha la tarjeta: “Caracas, I-VI-1929”. La tarjeta que le envió Horacio Castro es muy decidora. Se trata de una tarjeta de presentación (“Horacio Castro, ingeniero San Ramón a Cucesita No. 62. Teléfono 4811”), pero de tamaño mucho mayor a las actuales, en cuyo reverso le escribió una nota a mano que dejó el espacio corto, y terminó en el anverso de la tarjeta. Por lo que hemos visto, era lo que se hacía. Muchas veces se comenzaba a escribir debajo del nombre, se seguía en el reverso de la tarjeta y, si aún quedaba algo que agregar, se continuaba en la parte alta del anverso. Veamos lo que dice el Ing. Castro:
Mi estimado Dr. Requena:
Hoy escribo por correo a nuestro Jefe pidiéndole trabajo en Turiamo, en virtud de un aviso del ministerio: aquí se me dijo que lo que buscan son jóvenes principiantes, porque lo que necesitan allá es un ayudante para un francés que es el jefe: pero como yo necesito trabajo con urgencia, pues estoy arruinado, le estimaré que usted meta su mano para que me nombren, tanto más, cuánto que ya cuatro ingenieros jóvenes se han regresado sin trabajar y yo quiero probarle al General que todavía puedo servir de algo.
Soy su afmo amigo
Horacio Castro
6 de octubre 1928
Esta tarjeta es toda una síntesis de cómo funcionaba un conde palatino y, en general, la maquinaria del Estado: al aviso de prensa, el Ing. Castro responde con una carta directa al Jefe que, cuando está escrito así, con mayúscula, se trataba de Gómez. En 1928 estaba construyéndose un puerto turístico en Turiamo, cosa que se insertaba en el empeño del Jefe de que Venezuela podía tener un gran porvenir en el turismo. Amante de la playa, el Jefe estaba convencido de que las venezolanas podían competir con ventaja en el Caribe. En abril de aquel año había inaugurado una de sus grandes apuestas turísticas, el Hotel Miramar, en Macuto, con lujos y servicios con estándares propios de La Habana. Es, entonces, muy probable que el empleo al que aspiraba el Ing. Castro era en la construcción del puerto de Turiamo. Como era un proyecto de gran interés personal para Gómez, podría entenderse que le escribiera directamente, pero todo indica que el mismo procedimiento se seguía para muchas otras cosas, algunas de las cuales sin duda por completo ajenas a la corte de Las Delicias. El Ing. Castro sabe que no las tiene todas consigo: por algo estaba sin empleo y arruinado, y además su perfil no es el de un estudiante o un recién graduado, que es lo que se busca. Por eso debe evitar que su carta fuera desechada antes de que le llegara a Gómez, o que el Jefe mismo decidiera hacerlo. La solución que encuentra es escribirle Requena, con quien, pensamos, tenía la suficiente confianza como para hablarle con franqueza y pedirle que “meta su mano”. Si Requena, suerte de conde palatino, le habla del caso al Jefe, tal vez se le daría la oportunidad de demostrar que, pese a sus años (tal vez era contemporáneo de Requena, y estaba en sus cincuentas), aguantaría lo que los jóvenes no habían aguantado (¿la obra, el sitio, el francés, las tres cosas?) y demostraría que “todavía puedo servir de algo”. Por otra tarjeta, fechada en enero de 1930, sabemos que el Castro había decidido mudarse a Maracay “con el objeto de estar a las órdenes de nuestro Benemérito Jefe General Juan Vicente Gómez”, y ahora pedía una recomendación para trabajar en la construcción de las carreteras.
Manuel Plasencia Muley, cuya tarjeta nos informa: “Representaciones y comisiones. Apartado de correos 491. Cables: Maseuley-Caracas. Caracas (Venezuela)”, no sólo demuestra que para facilitar el envío de los claves ya se hacían direcciones muy parecidas a las de los correos electrónicos (Maseuley-Caracas). Plasencia es mucho más conciso:
Manuel Plasencia Muley ofrece sus respetos al Sr. Requena y se complace en presentar al portador Dr. Luis Alcón, quien le hará entrega de una caja de los tabacos que he importado y los cuales someto a su recomendada fama de buen fumador.
Esperando merecerán una buena acogida de su parte ya que se trata de algo excelente le saludo su Afmo. S.S. y amigo.
Una tarjeta de recomendación siempre ayuda, pero si viene con una caja de buenos habanos, puede ayudar un poco más. No es lo mismo decir que “el portador es persona de mi entera confianza….”, a decir lo mismo, pero además mandando un estupendo regalo. Estas cuatro muestras de 1928 nos dan una idea bastante clara de cómo eran las tarjetas y para qué se usaban. Terminemos con un breve repaso por el universo de peticiones y angustias de aquellos venezolanos que les dejaban tarjetas a Requena. Hombres y mujeres comunes que, con todo en Venezuela, eran del Benemérito.
El rompecabezas del país
Para muchos venezolanos, el Jefe era benemérito por razones que iban más allá de lo sociopolítico. El fin de las guerras civiles, las inversiones extranjeras, las carreteras y las modernas casas-quintas, los clubes y las nuevas empresas, el pago de la deuda, el bolívar con el que se podía ir a Curazao y vivir como rico, todo eso que decía Laureano Vallenilla-Lanz en El nuevo diario, era cierto, pero para la gente común tal vez las pequeñas ayudas significaban más. Debió ser enorme el número de los que sinceramente apoyaron a Gómez, por agradecimiento o por temor a perder alguna ventaja, como un empleo o un contrato. Así, el despacho de Requena, como seguramente lo fueron otros muchos, era una especie de santuario a los que los venezolanos peregrinaban a confesar sus penas, a rogar su intercesión y, con suerte, obtener alguna merced del Jefe. Una, como lo definió muy bien una de las solicitantes, capaz de “arreglarles la vida” (Carmelita Quintero, Los Teques, sin fecha). Y todo indica que, en efecto, a muchos les arreglaron la vida. Vaya acá una confesión: “distinguido compadre –le escribe Justo Pastor Rivas a Requena en agosto de 1930- notifícole que yo sé muy bien que mi puesto en ésta se lo debo a Usted”. Hasta donde colegimos, Rivas es empleado de Hacienda y su superior no quiere darle un permiso médico, por lo que apela al poderoso compadre, denunciando, de paso, que el funcionario en cuestión “no le tiene buena voluntad a los recomendados por usted”.
El famoso arquitecto Manuel Mujica Millán, en una tarjeta sin fecha, “saluda con todos los respetos al Dtor. Requena y le suplica recibir con esta su leal adhesión en espera de sus nuevas órdenes”. A lo que agrega: “me llevo todos los datos para con la mayor rapidez y voluntad regresar con los trabajos que me ha honrado”. No tiene fecha la tarjeta, pero debió ser, al igual que las otras, del período entre 1928 y 1933, cuando Mujica recibió el gran encargo de remodelar el Panteón Nacional. Seguramente pasó un día por el despacho de Requena, en el que recogió los insumos para algún proyecto, y le dejó esta tarjeta. Casos así habrían de multiplicarse a lo largo del país. La reincidencia de muchos solicitantes, demuestra que sus favores habían sido concedidos. El 19 de enero de 1929, por ejemplo, Requena recibe una tarjeta escrita a mano:
Caracas: 19 de Enero de 1929
Doctor Requena:
Al enviarle esta deseo se encuentre bien. Yo soy la Señorita Cartas Chacón la que con unión de la Señorita Blanco Peñalver hablamos en Las Delicias con el Geral. Gómez. El (sic) me regalo (sic) a mi (sic) 900 B. de los que pague (sic) todas mis deudas, porque estamos muy mal; pero me dio pena decirle que necesito hacerme un trabajo en la boca, y no tengo con que (sic) hacermelo (sic). Y quiero Ud. me ayude en esto.
Debió haberse conmovido mucho el Benemérito para regalar la bicoca de novecientos bolívares. Era tanto dinero que es comprensible que la señorita se inhibiera de pedir más, pero a lo mejor, pesó, el Dr. Requena podría reblandecer nuevamente el corazón del Jefe. El cónsul de Venezuela en Dresden, Fritz Kühn, le envía una tarjeta “recomenda (sic) especialmente al portado de estas líneas, el joven Sr. Kurt Wänting, miembro de una estimable familia de este país, que quiere regresar a Venezuela para buscar un empleo” (Dresden, 20 de junio de 1930). Y si el joven Wänting quiere emigrar de una Alemania que apenas está saliendo del colapso económico, el maracayero Rafael Malpica quiere emigrar de Venezuela a Nueva York, donde ya viven su mamá y otros familiares, pero “mis hahorros (sic) no son suficientes para los gastos. que (sic) Dios le pagara (sic) este favor que hace Ud. a un joven que solo hanhela (sic) conquistar un porvenir para ayudar a su madre” (Maracay, 6 de agosto de 1930). La crisis mundial había golpeado mucho a la agricultura venezolana, especialmente a la del café, por lo que muchas personas se arruinaron y decidieron emigrar. Estados Unidos era uno de los principales destinos, después de Colombia. Tal vez a Requena, admirador de los Estados Unidos, el proyecto de ir a Nueva York le habrá simpatizado. No sabemos qué resolvió en este caso, pero de lo que sí podemos estar casi seguros es que no se imaginaban que en cinco años sería él quien terminaría marchándose al Norte.
En ese panóptico venezolano que son las tarjetas, vemos actos adulación política que superan a lo que ya nos imaginábamos. Raimundo Aristiguieta, por ejemplo, le regala al Benemérito nada menos que un tigre, para su zoológico de Las Delicias. Pero habían pasado los días y el Benemérito no acusa recibo. Aristiguieta comienza a inquietarse. Nada menos que Bartolomé Tavera Costa, el gran historiador y por aquella época Secretario General de Gobierno del Estado Aragua, es quien lo calma: “estaba por escribirte desde hace día para avisarte que el tigre que le mandaste al General, fue entregado en el Jardín de Las Delicias. El General te da las más cumplidas gracias, y yo te pido mil excusas por la dilación en contestarte” (Maracay, 6 de diciembre de 1927). A Aristiguieta le habrá vuelto el alma al cuerpo. Es natural que si a Requena le regalan una caja de habanos, con el Jefe había que ser mucho más espléndido. En realidad, cada quien envía lo que puede. El General Pedro Pablo Montenegro le manda a Requena “una caja con huevas y corazones de liza, cunitas y chucho salado, y una mara tres tiras y tres cunas”, al tiempo de que le agradece le haga una “pequeña encomienda” (Puerto Sucre, 19 de mayo de 1930). El Coronel Víctor Colmenares, Jefe Civil de San Casimiro, apeló a un regalo más práctico: “Saluda cordialmente a su apreciado amigo Doctor Rafael Requena, con ocasión de enviarle ese revólver el cual lo creo conveniente para usted, por lo cómodo y muy fino. Por este distrito, ninguna novedad. Agosto 19 de 1928”.
Por supuesto, en este mercado de favores, la mayor parte de las transacciones son más sencillas. Requena apoya sistemáticamente al Colegio de Nuestra Señora de la Consolación en Maracay, según vemos en los agradecimientos de las religiosas. Siempre son ayudas discretas, para reparar algo o apoyar en algún otro gasto. Por ejemplo, el 1° de marzo de 1929 la Madre Piedad, Superiora, le agradece que el subdirector de la Orquesta Presidencial le haya afinado los pianos. Hay muchas tarjetas con la Madre Piedad, la última enviada desde Zaragoza, adonde la habían transferido. Nuevamente le agradece toda la ayuda y se pone a la orden. Con respecto a la orquesta, en Maracay funcionaban varias para los bailes que se daban en torno a la corte y, a partir de 1930, en el Hotel Jardín. Gómez no era de bailar, pero iba a los saraos y le gustaba la música. No es extraño que haya tenido una orquesta a su servicio. Carmelita Quintero, por su parte, “le agradecerá en el alma le conteste su cartica que le dirijió (sic) la semana pasada; ella le suplica haga en su favor lo que pueda, pus su familia la tiene sin hogar, y logrando una de las casitas del Banco Obrero, con su trabajo pagaría la ilegible y tendría como arreglarles la vida” (Los Teques, sin fecha).
De vez en cuando la otra cara de la política, la de aquellos que no quieren o, por alguna razón, no pueden que el Benemérito les arregle la vida. Carlota Ruíz, por poner un caso, “suplica encarecidamente al Dr. Requena tome todo interés en conseguirle la libertad de su hermano José Ángel Ruiz preso en Caracas” (Maracay, 19 de noviembre de 1929). A Eloisa M. de Lagonell también le volvió el alma al cuerpo: “Doy á Ud. las mas (sic) expresivas Gracias por lo que me ha dicho de mi hermano Damián: que la prisión de él no es por ser enemigo del gobierno, sino nada mas (sic) por estar cometiendo tonterías en la calle, todo esto lo atribuyo á la falta de experiencia de parte de él” (Maracay, 16 de noviembre de 1930). Quién sabe cuál sería la tontería. ¡Vaya que meterse con el Jefe podía ser una muy grande! En la otra acera, están los que piden su premio enfrentando a los descontentos. Tal es el caso del Coronel Leopoldo Morales, que en 1929 se movilizó contra los rebeldes de El Falke y quisiera ser recibido por el Jefe (recomendación hecha por Alejandro Fernández García, Caracas, 15 de marzo de 1930). José Ernesto León, por su parte, es hijo del General Julián Casanova, quien murió en El Zumbador enfrentado a Juan Pablo Peñaloza en 1918. Debido a ello, alega, tuvo que dejar los estudios, y ahora “evoco el recuerdo de la fidelidad con que mi padre luchó siempre por esta gran Causa” para conseguir algún empleo (Juan Ernesto León, Maracay, 13 de enero de 1930).
Es prolijo continuar con más casos. En las tarjetas hay centenares, algunas cosas se repiten ad nauseam, literalmente inclusive. Basta con lo consignado para hacernos una idea de cómo funcionaba la máquina clientelar gomecista, pero también para perfilar valores y estilos venezolanos que van mucho más allá del Benemérito. Es difícil que todo aquello, después de la sorpresa y tal vez la indignación inicial, comienza a parecerle singular, preocupantemente familiar a cualquier venezolano, a revelarle un paisaje que no ha mudado tanto como podría pensarse. Y si sumamos otras cosas que pasan por la vida y la obra de Requena, como María Lionza, el indigenismo o la fascinación por Nueva York, los papeles del “conde palatino” de Maracay, van dándole al rompecabezas de nuestro país formas cada vez más claras.
Epílogo
El Archivo Requena fue entregado en comodato por Herman Sifontes y Diana López. Actualmente está en proceso de catalogación. El objetivo es ponerlo a disposición de los investigadores a través de su digitalización. Pero hasta que esto no ocurra, no está abierto al público. De momento, no obstante, comenzaremos la difusión de algunos de los documentos por las redes. Una palabra final de reconocimiento: este trabajo está siendo posible gracias al empeño de la Prof. Marianao Vallenilla, quien se enfrenta todas las semanas al reto de clasificar y organizar los papeles.
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