Los tres tienen un trompo enrollado

Fecha de publicación: mayo 28, 2018

Esta foto fue tomada el 18 de enero de 1944, por un reportero de la agencia AP, Associated Press, en la Casa Blanca. Aparecen, de izquierda a derecha, la primera dama, escritora y activista de los derechos humanos, Eleanor Roosevelt, el presidente de Venezuela, general Isaías Medina Angarita (1941-1945) y el presidente de los Estados Unidos, Franklin Delano Roosevelt. Sabemos que fue en la tardecita, porque la propia señora Roosevelt publicó en su columna My Day (Mi día), fechada en Washington el 21 de enero de 1944, que ese jueves “a las cuatro y media” había llegado “el Presidente de Venezuela”.

–Y pasamos –escribió- un rato muy agradable con él tomando el té. Me resultó interesante saber que en Venezuela han contando con la colaboración de expertos en el campo de la seguridad social, y ya se están ocupando de leyes que cubren muchos de los problemas que enfrentamos y, supongo, enfrentan los pueblos del mundo en diversos grados.

“Venezuela”, anotó Eleanor, “es un país agrícola, y ha sufrido durante la guerra debido a la imposibilidad de importar lo que necesita y exportar sus productos. Ahora esto es cada vez más común. Me interesó enterarme de que, además del café y el cacao, que siempre han sido las principales exportaciones, están comenzando a producir otras cosas para nuestro mercado”.

Medina Angarita (San Cristóbal, Táchira, 6 de julio de 1897 – Caracas, 15 de agosto de 1953) había llegado a la capital estadounidense invitado por el presidente Roosevelt. Fue el primer mandatario venezolano en funciones recibido en la Casa Blanca. Medina se había entrevistado con Roosevelt cuatro años antes, en marzo de 1940, cuando era ministro de Guerra y Marina del general Eleazar López Contreras. En esa ocasión “presidió los actos de la Semana de Venezuela en Washington, que incluían la inauguración de la residencia de los embajadores venezolanos, en la avenida Massachussets. Era embajador el doctor Diógenes Escalante y canciller, el doctor Esteban Gil Borges”, escribió José Emilio Castellanos.

En el encuentro se trataron los asuntos relacionados con la emergencia bélica, como el suministro de petróleo de Venezuela a los Aliados y otra cuestión que interesaba mucho a los Estados Unidos, cual era la posición de Venezuela respecto al cambio de soberanía de Aruba y Curazao. Holanda había sido ocupada por Alemania. “Las Antillas Holandesas vecinas de Venezuela: Curazao y Aruba quedaron sin la protección de su metrópoli”, explica Carolina Marturet Medina en su tesis para graduarse de Comunicación Social en la UCAB. “A los E.E.U.U les preocupó que Venezuela ocupara estos territorios por sus intereses petroleros. Ambos presidentes discutieron el asunto donde Medina dejó claro que no tenía intenciones imperialistas. ‘En el caso de la isla de Curazao, que necesariamente es un complemento geográfico nuestro, teníamos el derecho de vigilar lo que allí se hiciera en operaciones de armas, siempre que en ellas intervinieran fuerzas que no provinieran de su metrópoli’, explicó Medina Angarita en su Libro Cuatro Años de Democracia”.

Según José Emilio Castellanos, Roosevelt le solicitó a Medina Angarita “la creación de defensas antiaéreas en las costas venezolanas, la creación de unidades motorizadas y vigilancia extrema sobre el esfuerzo que hacían las ideologías nazistas y comunistas para infiltrarse clandestinamente en los países americanos con el fin de provocar corrientes ideológicas similares que conduzcan al establecimiento de gobiernos afines”.

No olvidar que el gobierno de Medina coincidió con la Segunda Guerra Mundial, que ocasionó una severa contracción de los mercados internacionales. Al concentrar sus energías en el esfuerzo bélico, Estados Unidos redujo sus operaciones con Latinoamérica y esto redundó en una alarmante merma de la capacidad importadora de todos estos países, con especial impacto en Venezuela.

En ese viaje, el tachirense trató las cuestiones bilaterales y habló ante el Congreso de los Estados Unidos. “Muy pocos presidentes son invitados por el Congreso Norte Americano y para hablar ante él y Medina lo fue”, dijo Simón Alberto Consalvi Consalvi. Mientras que el también el historiador Jorge Olavarría afirmo que

Medina había sido “reconocido como demócrata por el gobierno y el Congreso de EEUU”

–Con ocasión de mi visita al Congreso -escribió Medina Angarita en sus memorias-

expuse, con diáfana claridad, cómo podían tener confianza los capitales extranjeros en sus inversiones en Venezuela, al amparo de las leyes y con un gobierno que respetaba los derechos ajenos, pero sin que, en circunstancia alguna, pudiera haber para ellos privilegios ni excepciones; y cómo era de ardiente nuestro deseo de que el capital extranjero, unido al propio, fuera un estímulo para el desarrollo de nuestro comercio, industria, agricultura y minería.

Esta gráfica capta un momento de genuina distensión. Hay dos líneas paralelas para leer: la de las sonrisas y la de las manos entrelazadas de los tres. No sabemos si la simetría de las manos fue un gesto estudiado para transmitir alianza, unión, amistad, pero en el caso de Eleanor el discurso de las manos difiere un poco del de los hombres. Hay como una íntima crispación o impaciencia en esos dedos de ella.

De la misma manera, en las tres sonrisas parece que la de ella es menos abierta que la de Medina y la de Franklin. Quizá es porque fue ella la autora del gracejo que provocó la risa. Lo sugiere la mirada de Medina Angarita a ella, como quien agradece sinceramente un aporte ingenioso a la tertulia.

Roosevelt era el apellido de soltera de Eleanor, Franklin Delano era sus primo quinto de ella, y esa, digamos, casualidad hizo que ella mantuviera su propio apellido.

Era brillante. Si las mujeres de hoy se quejan con toda razón de los machismos y micromachismos, imaginemos lo que ella tuvo que sortear en aquella época, cuando se remangó y se recorrió los Estados Unidos explicando el New Deal a una sociedad poco acostumbrada a un estatismo fuerte y activo. La de veces que habrá tenido que coger aire, pasar por alto agravios y centrarse en un objetivo político. Esa sonrisa es la de quien participa de una gracia, pero tiene alguna reserva que no verbaliza y que, si acaso, comentará luego a solas con el marido.

El traje de Medina nos habla de una Venezuela con sus carreteras asfaltadas y puede que alguna institucionalidad embrionaria, pero planchada y moderna, como para desarrollarse en un futuro. “Durante su Presidencia”, recoge el Diccionario

de Historia de Venezuela de Fundación Polar, “Medina realizó una amplia apertura democrática con la posibilidad de que se planteara la confrontación de distintas ideologías y la expresión de criterios diversos en torno a los problemas del país y a los sucesos internacionales, en los momentos críticos de la Segunda Guerra Mundial. Se legalizaron los partidos políticos, lo que constituyó el embrión de los modernos partidos políticos, incluyendo la legalización del Partido Comunista. Esto condujo a una gran actividad política que se desarrolló en un clima de respeto a la libertad de expresión y a la propagación de las distintas corrientes”.

Otro aspecto que la gráfica expresa es la paridad: aquí están entre iguales. Nada que ver con el aburrimiento de un encuentro oficial conveniente para ambas partes, parece que se lo pasan bien, que hay una interlocución personal. Esa ausencia de complejos por la parte venezolana nos habla de un momento fantástico en la historia de las relaciones entre los dos países.

Aunque los trajes de ellos anuncian vida urbana y cosmopolita, ella va como para ir a misa en un pueblo, de matrona antigua. Y sin embargo, de estos tres, ella es la más revolucionaria, la más adelantada a su época y la que dejó un legado más necesario para la actualidad.

Aceptemos que ella ha dicho algo que ha hecho reír a Medina. La sonrisa de Franklin, que los mira a ambos, es de satisfacción, de orgullo, de “menos mal que está ella” para conjurar el aburrimiento, la rigidez masculina, que de otra manera tendría el encuentro.

Pero no hay que engañarse. Los tres tienen un trompo enrollado. Franklin Roosevelt moriría 15 meses después. Y la mujer que estaba junto a él cuando exhaló el último suspiro no era su esposa. Era otra mujer. Su amante, de hecho. Se llamaba Lucy Mercer. Había llegado a la vida de ellos al ser contratada como secretaria de Eleanor. Y tan bien cumplió su trabajo que llegó a hacerse indispensable. No la soltaban ni en los viajes de vacaciones. Fue así como en un asueto el presidente y la asistente personal de la primera dama se enamoraron. Cuando Eleanor se enteró, él le ofreció divorciarse, pero la dominante madre de Franklin descartó esa posibilidad. Los amantes se separaron, pero en 1921, cuando Roosevelt quedó inválido tras contraer la polio por nadar en un lago de agua estancadas, le escribió a Lucy para contarle su desdicha. De alguna manera se la debe haber arreglado para hacerle saber a la amada que la enfermedad le no le había afectado los intestinos ni los órganos sexuales. Se reencontraron cuando ya él era presidente. Y solo la muerte los separó.

Por su parte, mientras Franklin buscaba la ocasión para pasarse tardes a solas con Lucy Mercer, Eleanor no se molestaba en hacerle escenas de celos. En realidad, no le importaba lo más mínimo. Ella misma estaba enamorada también… de la periodista Lorena Hickok, a quien le escribió más de tres mil cartas llenas de ternura.

En cuanto a Medina, no llegará a terminar su mandato. Este día, de enero del 44, se le ve tranquilo, pero la procesión va por dentro. Le tienen vela prendida. Es cierto que fue militar civilista y que, tal como le gustaba repetir, por su causa “no había en Venezuela ni un exiliado, ni un preso político, ni un partido disuelto, ni un periódico clausurado, ni una madre que derramara lágrimas por la detención o el exilio de un hijo”. También es verdad que propició la libertad de expresión, garantizó la libre actividad de los partidos políticos; y que promovió una reforma de la Constitución que otorgó por primera vez el voto a las mujeres para elegir y ser elegidas… concejales. Nada más que concejales. Se negó a conceder el sufragio universal, directo y secreto, y la ola que él mismo había creado se lo llevó por delante.

El 18 de octubre de 1945 fue derrocado. Tras unas semanas detenido, Medina se fue a los Estados Unidos, país que le concedió un asilo político que duraría siete años. A los pocos meses se le reunieron su esposa y las dos hijas que entonces tenía la pareja. El 8 de mayo de 1952 sufrió un accidente cerebral que lo dejó en silla de ruedas como su amigo Roosevelt. El dictador Pérez Jiménez le permitió venir a morir a Venezuela, cosa que ocurrió el 15 de septiembre de 1953, cuando la ruptura de un aneurisma abdominal acabó con la vida del presidente más liberal que ha tenido Venezuela en toda su historia. Siempre se ha sospechado que Estados Unidos consintió la conspiración y le dio luz verde al golpe. Claro que para ese día ya Roosevelt había muerto.  Sería muy feo.

Agradecimiento:

Esta nota debe mucho al excelente trabajo de grado “Gobierno de Isaías Medina Angarita un régimen de libertades que duró cuatro años”, de Carolina Marturet Medina y su tutor, Luis Ernesto Blanco, presentada en la UCAB en junio de 2003.

Lea el post original en Prodavinci.

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