El 11 de enero de 1919, se estrenó la película Don Leandro, el inefable, segundo film donde participaba Lucas Manzano, esta vez no como actor sino como productor y codirector. En vez del éxito que daba por seguro, lo esperaba la prisión. Su vinculación con el cine en el futuro sería inconstante y poco comprometida, apenas algunos documentales. Nada que ver con el triunfo que se había anotado en 1911 con La dama de las cayenas o pasión y muerte de Margarita Gutiérrez, que no solo le supuso la ventajosa posición de galán, sino unos buenos centavitos.
Ese año de 1919, Lucas Manzano enfrentaría por segunda vez el presidio político. Y, a falta de una acusación firme, quedó convencido de que había ido preso por intrigas de su socio en la película, Enrique Zimmerman. Así lo escribió el propio Lucas Manzano, años más tarde: “Al paso que íbamos habríamos llegado lejos en nuestra empresa peliculera, ignorantes de que nos perseguían de cerca, sin que de ello llegasen noticias a nuestro puesto de mando, los allegados de Zimmermann, temeroso este de que obtuviésemos el negocio que él explotaba con el Gobierno. Es lo cierto de que nos incluyeron por tercera vez en la lista de candidatos a presos políticos del Prefecto Lorenzo Carvallo, y cuando más entregados estábamos a los asuntos cinematográficos fuimos a dar con nuestra pobre humanidad en La Rotunda de Caracas. Confundidos allí, cerca de los militares encerrados por desamor al régimen, incomunicados, abrumados con grilletes de sesenta libras y comiendo por alimento conchas de cambur, porque orden superior tenía el Alcalde de que no sobreviviésemos, obtuvimos la libertad más tarde”.
– El equipo –sigue Manzano- y todo cuanto conservábamos en nuestros archivos había desaparecido. Fue por ello por lo que no continuamos en nuestra iniciación en el campo del Séptimo Arte. Luego de Don Leandro, cuyo protagonista era Rafael Guinand, rodamos las corridas de Belmonte en el Circo Metropolitano, la Fiesta del Árbol y el Carnaval de 1918, que fue el comienzo de la elegancia y el buen tono de los festivales hasta entonces hechos en la capital venezolana al Dios Momo.
Su llegada a La Rotunda es documentada por José Rafael Pocaterra, en su libro Memorias de un venezolano de la decadencia. Pocaterra ocupaba la celda número 41 y a Manzano lo destinarían a la 42. En diversas ocasiones, las andanzas del “negrito refistolero”, como le dice otro preso con ánimo peyorativo, en esa mazmorra son narradas por el escritor.
Al salir del calabozo, Lucas Manzano se dedicó al periodismo hasta el día de su muerte, en 1966.
Gonfalón se da otra pasada por La Rotunda
Los amigos de Lucas Manzano solían aludirlo con el sobrenombre de Gonfalón, que le colgaron desde que usó ese término sin saber exactamente el significado. Parece que al principio le molestó que le recordaran esa audacia de joven cronista, pero luego se acostumbró hasta el punto de firmar sus columnas con esa apelativo.
Así lo explica Luis Beltrán Guerrero: “¿Quién no conoce en Caracas a Lucas Manzano? ¿Quién no sabe de Gonfalón? Allá en su mocedad, alardeando de poeta, nuestro Lucas, nuevo evangelista de la anécdota y del menudo suceder, empleó en unos versos, con enfática vanagloria e infiel sentido, la palabra ‘gonfalón’. Desde entonces se quedó ‘Gonfalón’, y así firmó durante largos años sus crónicas de la vida caraqueña en El Constitucional”.
Ambretta Marrosu, que es quien ha estudiado la figura de Manzano con más detenimiento, calcula que este enfrentó tres prisiones, la última en 1928. Dice Manzano: “Venezolano ciento por ciento, Pedro Sotillo sufrió prisiones en La Rotunda por asuntos políticos. (…) como cuando en 1928 nos hizo compañía en el Manzanillo. Allí estábamos entre otros desquiciados contumaces del Beneméito, Job Pim, Avelino Martínez, los doctores Andrés Eloy Blanco, Salvador Córdoba, José Tadeo Arreaza Calatrava, Augusto Jiménez Arraíz, Ramón Parpacén, Carlos Irazábal Pérez, Benigno López, el General Joaquín Gabaldón y otros personajes cuyos nombres si citásemos, ocuparían todo el periódico”.
Marrosu explica que Lucas Manzano “fue honrado amigo de antigomecistas e, insistimos, debería buscarse allí la causa de sus ‘complicaciones’. Pero lo fue, sostenida y fielmente, también de castristas (Cipriano-castristas, naturalmente), gomecistas y perezjimenistas. Así lo atestigua su biografía y sobre todo sus crónicas, que evidencian una afición indomeñable a los poderes, militares y políticos, pasados y presentes, con una pizca de reserva, de reticencia, de comprensión humana, que lo salvó toda la vida de asumir un compromiso total y de faltar a los sagrados sentimientos de la amistad, con grandes y pequeños”.
–Manzano –sigue Marrosu- habló y escribió mucho. Sin embargo, no es fácil detectar sus actitudes políticas en las diferentes etapas de los regímenes que le tocó vivir. […] De sus palabras, en lo autobiográfico esquivas y casi accidentales, se desprenden positivamente varias prisiones, aunque nunca explicadas en sus causas y presentadas como errores habituales en el régimen de Gómez.”
Y entonces funda la revista Billiken
Antes de que termine el año 1919, Lucas Manzano va a trazar otro hito importante en su vida. Funda la revista Billiken cuya dirección asumió haya 1958, año en que desapareció la publicación. Entre los muchos colaboradores de Billiken se contaron Teresa De La Parra, Uslar Pietri, Rómulo Betancourt y Andrés Eloy Blanco, quienes cobraban tres fuertes por artículo. Y alguna época hubo en que el director Rómulo Gallegos, cuando este estaba al frente del Liceo Caracas.
Aunque Manzano se quejara y sobreactuara sus dificultades, la verdad es que Billiken le trajo prestigio y alguna solvencia, si hemos de creer a J. Gil Fortoul, quien, en 1927, escribió:“…mi amigo Gonfalón, a cuya actividad se debe en mucho el éxito ya obtenido. Gran parte de mi auditorio recordará a Gonfalón cuando, joven repórter, andaba en bicicleta por esas calles buscando noticias para los periódicos. Ahora es Director de una Revista y de un Diario [El Nuevo Diario] y anda en volandas repantigado en automóvil suntuoso. Con lo que no ha hecho más que cambiar de velocidad, acelerando también su entusiasmo generoso. Si Gonfalón tiene la cara oscura, en cambio tiene blanca el alma… “
Siempre vadeando entre dos aguas, como observó Ambretta Marrosu, Billiken “le sirvió tanto para halagar al dictador publicando las fotos de sus bellas hijas, cuanto para publicar escritores de los mejores intelectuales, fueran o no adictos al régimen”.
La historiadora Yolanda Segnini también se ocupó de Lucas Manzano, precisamente para dejar constancia de sus contubernios con el general Gómez. En su libro Las luces del gomecismo,Segnini consigna algunas de las cartas que Manzano le envió al Benemérito. Hay una de 1916, donde Manzano acude a Gómez, ya que, como dice, el tremendo conflicto europeo, lo ha descalabrado de tal suerte que le suplica a su respetado jefe una ayudita para saldar algunos compromisos. “Agradeciendo las atenciones con que siempre me distingue, le quiero como siempre… Lucas Manzano, Caracas, 25 de mayo de 1916”.
La respuesta que aparece en manuscrito a un margen de la carta dice: “en Miraflores le darán Bs. 400”.
El 27 de febrero de 1927, vuelve a la carga: “…le suplico encarecidamente una ayuda para distribuirla entre los que me atacan por la deuda. Ud. Sabe mi General, que fuera de mi empresa Billiken no tengo entradas de ninguna especie y que Billiken está mal en la actualidad”.
Y el 16 de enero de 1934: “La falta de avisos y la imposibilidad de cobrar las cuentas de las agencias del interior y algunas del exterior, nos han hecho llegar hasta el caso de no tener para la compra de papel y el pago de la impresión a los talleres que nos editan a Billiken.
“Esta revista durante los 15 años que ha cumplido recientemente en circulación, fue siempre un vocero enamorado de las glorias de usted… y en todas y cada una de sus ediciones llevó a los cuatro vientos de la publicidad, las palpitaciones de las vida pública de Venezuela, y del movimiento literario y artístico del país…»
“A usted, mi respetado general, que siempre vio con agrado y simpatía la labor de Billiken… va esta carta mensajera del único fracaso de mi vida”.
En realidad, no sería tal fracaso, puesto que Biliken. Revista semanal Ilustrada circularía hasta el año 1958.
Después de Gómez, su etapa de escritor famoso
Alrededor de 1915, Lucas Manzano se casó con Luisa González, con quien tuvo tres hijas: Lucrecia, Luisa Teresa y Gladys. La mayor, Lucrecia, nació en 1916 y sería cantante lírica. De hecho, fue enviada a Italia por el gobierno nacional para perfeccionar sus estudios en Milán.
Muere Gómez en 1935 y, como escribiría años después P.P., en El Nacional: “Con una constancia un tanto alternada, siguió apareciendo Billiken, mientras el periodista iba acumulando datos, reseñas, informaciones, que posteriormente aparecieron en sus libros en los que ha agrupado las crónicas costumbristas aparecidas en los diarios capitalinos”.
Para 1943, cuando se tomó esta instantánea, que sacamos del archivo de la Fundación Fotografía Urbana, Lucas Manzano era un autor de best sellers. Sus libros de crónicas era un hit entre los lectores.
“Manzano”, afirmó Pedro Sotillo en el prólogo de Caracas de mil y pico, “se está haciendo una verdadera autoridad en esa pequeña historia que con tanto éxito cultiva. Hoy hasta resulta peligroso incurrir en un error sobre cualquier detalle de los ayeres en las rondas de literatos, de periodistas y entrometidos que se forman por los lados de Las Gradillas. Manzano es, por naturaleza, trabajador, y la vida de lucha a brazo partido de tantos años, quizás también contribuya para llevarle a este nuevo género de deleite, y así tenemos al disparatado repórter de otros tiempos convertido en un semisocarrón y mediomanso hortelano de su propio espíritu.”
Así recoge su bibliografía el Diccionario de Historia de Venezuela de Empresas Polar: Tiempos viejos, Caracas, Imp. Unidas, 1942; Caracas del Dos mil-Caracas del Mil y pico, Caracas Imp. Unidas, 1943; (1943), Aquel Caracas (1948), Crónicas de antaño, Caracas, Ávila Gráfica, 1951; (1951), La ronda del Anauco (1954) y Gentes de ayer y de hoy, Caracas, Tip. Londres, 1959; Las maquinaciones que viven bajo los puentes, Reminiscencias caraqueñas, Caracas, Indulac, 1961; Itinerario de Caracas vieja, Caracas, Cigarrera Bigott. 1964.
Una institución caraqueña
Pedro Sotillo escribió que “Lucas Manzano se formó en una juventud en la que era obligatorio dos cosas: escribir versos y meterse a la guerra. Las dos las cumplió con una formalidad que le deseamos para muchos años maduros. Con la de los versos lo más notorio que logró fueron algunas palizas, porque al hombre le gustaba enderezar su musiquita interior hacia el predio del prójimo. Después que fundó hogar se sintió de cuando en cuando estremecido por la vieja fiebre lírico-amatoria, y era entonces de ver el lujo de seudónimos que el caballero se gastaba, para escapar de las saludables represalias hogareñas”.
Y lo cierto fue que en sus años maduros, Lucas Manzano se había labrado una posición de tal reconocimiento que llegó a decirse de él que había pasado de sargento de artillería a una especie de institución caraqueña “que rivaliza con su hermana la ceiba de San Francisco”.
Vivió sus últimos años en la quinta Doña Luisa, urbanización El Pinar de El Paraíso, calle que hoy lleva su nombre.
Cuando falleció, en Caracas, el 1 de mayo de 1966, la periodista Mariahé Pabón cubrió la noticia para El Nacional. “El viernes pasado”, reseñó Mariahé, “su secretaria le escribía el último artículo periodístico de su vida. No perdió la lucidez, ni el buen humor, aún en su dolorosa agonía. Acostumbraba levantarse muy de madrugada para cuidar de su jardín y de sus pájaros. Hubo de suspender sus caminatas al centro de Caracas por prescripción médica. Solía llegarse hasta la esquina de Sociedad. De allí proseguía hasta la oficina de Pedro Sotillo para la diaria tertulia”.
“Venezolanísimo capitán de caraqueñidad”, tituló Élite su obituario, que decía así: “[A su muerte] estaba escribiendo sobre Fajardo y su merecida estatua. Apareció publicado el día de su entierro, cuando empezaban las primeras páginas a recoger la noticia de su muerte; y los innumerables homenajes de muchas plumas a quien hizo una labor de 60 años en diarios y revistas. Desde El Cojo ilustrado –donde mostró su arte de pionero fotográfico- y La Revista –de los años de la primera guerra mundial. En esta revista Élite, que siempre fue su casa –desde la fundación en 1925- se destacaba su firma con la misma frecuencia de sus visitas a la redacción, que hacía casi siempre después de ‘las vueltas’ que nunca dejó de darle a su Caracas. Esta Caracas a la que saboreó casi un siglo de los cuatro que tiene. Y cuyos tres siglos precedente –tanto en sucesos como en leyendas, personajes, curiosidades, pintoresquismo- tuvieron siempre las más entusiastas alusiones de su pluma traviesa, oportuna e inolvidable”.
Su féretro recibió agua bendita de su amigo, monseñor Pellín.
Transcurrido apenas medio siglo, es labor muy dificultosa encontrar los libros de Lucas Manzano.
*
Agradecimientos: Esta investigación periodística contó con la valiosa ayuda de: Carlos Enrique Guzmán Cárdenas, director del Ininco, y su asistente, Adriana Alfonzo; Any Mejías, archivóloga de la Cadena Capriles; Cleyra Uzcátegui, asistente de investigación; Gian Carlo Areiza, bibliotecólogo; Luis Simón Molina Pantin, artista plástico y librero. Sin la ayuda de estos generosos amigos no hubiera completado ni un párrafo. Quiero agradecer también a Ricardo Tirado, quien sigue orientándonos desde la eternidad.