Luis Alfredo López Méndez y una muchacha desnuda

Fecha de publicación: noviembre 8, 2015

Paolo Gasparini recuerda bien el día que tomó esta fotografía que hoy guarda la Fundación Fotografía Urbana. Corría el año 1974 y él estaba haciendo una serie de retratos de pintores venezolanos. Luis Alfredo López Méndez (1901-1996) tenía que estar incluido en el conjunto, de manera que fijaron una cita en el taller del artista, que estaba en un anexo de su residencia: la quinta Pinar del Río, en Prados del Este, Caracas.

Gasparini, nacido en 1934 en Gorizia, Italia, y considerado como uno de los fotógrafos más prestigiosos de América Latina, no era el único convidado. También estaba pautada la joven modelo cuya jornada transcurriría en plena desnudez.

– ¡Qué triste es la vejez! –recuerda Paolo Gasparini que le comentaba López Méndez, concentrado en la remota perfección de la modelo– Uno tiene al lado tanta belleza y… bueno, ya no es lo mismo.

Para ese momento Gasparini había desarrollado una importante obra en Venezuela, donde llegó en 1954 cuando estaba a punto de cumplir 21 años y se le venía encima el servicio militar. Ya su padre y sus tres hermanos mayores estaban en este país, donde se habían abierto camino. Paolo llegó joven, pero no sin oficio. Con la Leica que le había enviado su hermano Graziano desde Caracas, se había inscrito el Foto Club de Gorizia a los 17 años, así que a los 20 ya era un experimentado fotógrafo. Y a los quince días de haber pisado suelo venezolano empezó a trabajar con los grades arquitectos del momento. Basta decir que su primer jefe fue Carlos Raúl Villanueva y el primer desarrollo de cuyo avance hizo registro gráfico fue la Ciudad Universitaria de Caracas.

“López Méndez era un hombre de mundo”, recuerda Gasparini. “Te recibía y te ofrecía champaña”.

El hijo del presidiario

Luis Alfredo López Méndez nació el 23 de noviembre de 1901. “La casa donde nació Luis Alfredo López Méndez”, escribió Miguel Otero Silva, “estaba situada a pocos pasos de la esquina de Padre Sierra. Era una vieja mansión caraqueña provista de dos linajudos patios coloniales: en uno de ellos perfumaban los malabares y en el otro se empinaban rumbo al cielo las matas de pomagás. Había una cochera que ya no se usaba y dos aposentos casi en ruinas que antaño albergaron a la servidumbre”.

Hijo de don Luis López Méndez, periodista, político de profesión y cronista taurino bajo el seudónimo de Luis Maleta (incluso toreaba novillos uno que otro domingo) y de doña Eglée Marcano, hija del ilustre doctor Vicente Marcano, fundador de la Escuela de Farmacéuticos y discípulo de Pasteur. Su tío tatarabuelo fue don Isidoro Antonio López Méndez, firmante del Acta de la Independencia como representante de la Provincia de Caracas, y su abuelo fue don Luis López Méndez, fue compañero de Bolívar y Andrés Bello en la célebre misión a Londres.

“Luis Alfredo”, escribió Otero Silva, “entendió desde muy niño que sería pintor, por predisposición innata, sin que existieran antecedentes del oficio entre los López Méndez, ni tampoco en la rama de los Marcano. A los nueve años dibujaba croquis de las tías, apuntes de la capillita del calvario, la cabeza de un perro. Tan evidente era su índole que la madre se apresuró a inscribirlo en la escuela de Artes Plásticas, oscuro caserón que funcionaba bajo la férula académica de don Antonio Herrera Toro. Allí conoció a Antonio Edmundo Monsanto, a Manuel Cabré y a Marcos Castillo y amistó con ellos para siempre”.

Su padre, Luis López Méndez, fue un acérrimo adversario de Juan Vicente Gómez, quien le respondió con cárcel y crueles castigos. Sigue Otero: “Ya caído Castro y afincado Gómez en el poder, Luis López Méndez se fugaría al extranjero con intenciones de volver en una expedición armada, sueño que no alcanzó a realizar sino mucho más tarde, en 1929, cuando se alistó en la invasión de Román Delgado Chalbaud y cayó preso gravemente herido en la batalla de El Pilar”.

En 1912, cuando Luis Alfredo tenía once años, inició sus estudios en la Academia de Bellas Artes de Caracas y su ingreso coincidió con la creación del Círculo de Bellas Artes, cuyos miembros lo apodarían “Benjamín” por ser un niño en aquel grupo de artistas e intelectuales nucleados en una respuesta vital y furibunda contra la pintura que se enseñaba en la Academia.

En 1919, cuando Luis Alfredo sale de Venezuela para pasar casi dos décadas en el extranjero, su padre estaba preso en el Castillo Libertador. El viajero tenía 18 años y ya era un artista; de hecho, ese mismo año hizo su primera exposición individual en la Escuela de Música y Declamación.

Cuando todo es malo, los jóvenes se van

En diciembre de 1976 apareció un libro de López Méndez titulado El círculo de Bellas Artes. Allí cuenta que, efectivamente, empezó a pintar desde muy joven. “Tanto que en la exposición que hice en la Galería Guayasamín había guaches y dibujos, uno de los cuales –fechado 1915- decía: ‘Plomo con los alemanes’. Tendría como 12 o 13 años”. Como era muy joven, no tuvo ninguna participación en la creación del Círculo. En ese momento estaba en la escuela y recibía las últimas clases de Herrera Toro. “Tengo su paleta”, dice. “Se la compré a su hija. Herrera Toro era un excelente pintor, aunque estaba muy apegado a la escuela de Jean Paul Laurens, quien fue maestro de Michelena y de Rojas. Fue un pintor de historia; puso su pintura al servicio de la historia. Había estudiado en Francia, pero ignoró el movimiento impresionista y, con su severidad, propició la estampida hacia el Círculo”.

– Desaparecido don Antonio –explica López Méndez–, la escuela cayó en un marasmo. Pero, a decir verdad, le teníamos mucho respeto a nuestros profesores Pedro Zerpa, Cirilo Almeida Crespo y Cruz Álvarez García, porque pensábamos que en un país como el nuestro significaba mucho dedicarse a la enseñanza artística. Entonces, vino a dirigir la escuela el doctor Herrera (Mariano Herrera, arquitecto, que había egresado de la Academia de Bellas Artes en 1899), quien tomó el puesto probablemente por afición, ya que económicamente no significaba nada. Ni siquiera daba prestigio.

En el Círculo solían salir a hacer bocetos por las noches y si los paraba la policía le decían que estaban dibujando. “A veces salíamos dos o tres de nosotros a hacer apuntes a la Plaza del Mercado. Íbamos con mucho miedo, porque en esa época todo era malo… Por eso me fui de aquí y estuve muchos años fuera: del 19 al 37”.

Exilio y vuelta a la Patria

Antes de salir del país, en 1919, López Méndez hizo su primera muestra individual, a la que fue muy poca gente. Sin embargo, vendió unos diez o doce cuadros a 150 y 200 bolívares. Eso le permitió reunir un dinero con el que llegó a Puerto Rico. De allí pasó a Nueva York y se instaló en el Village. Trabajaba de noche haciendo turnos en fábricas como obrero y estudiaba de día en Art Students League. Se redondeaba el presupuesto haciendo fashion art (dibujos de modelos) para la revista Vogue. A los tres años de vivir en Nueva York se fue a México. Vio pintar a Diego Rivera, a José Clemente Orozco, a todo ese grupo. Y luego marchó a Europa: Francia y España. Siguió el peregrinar y en 1924 fue a recalar a Cuba, donde se casó con una pinareña (de allí viene el nombre de su casa).

“Cuando regresé a Venezuela”, dijo en una entrevista, “después de 19 años y de la muerte de Gómez, encontré a Caracas más atrasada en muchos aspectos que cuando la dejé. Antes se podía ir al menos a tres cafés, La India, La Francia… donde solíamos reunirnos. Todo eso se había acabado. Gómez arrasó con lo que quedaba. Además, la ciudad casi no había cambiado, a excepción de ese barrio horrible llamado San Agustín, de la avenida Las Acacias y de Las Delicias de Sabana Grande. Lo demás estaba igual y la Plaza Venezuela era el campo”.

Ese regreso se produjo después de la muerte de Gómez. Una vez en Venezuela va a continuar con su pintura, pero va a desarrollar también una intensa actividad como docente, político, periodista y diplomático.

Lo que se llama un personaje

El 6 de junio 1963, Pedro Francisco Lizardo lo entrevistó para El Nacional. López Méndez era diputado por URD desde 1960. Por eso el periodista lo alude como “pintor prestado a la política”. El diálogo entre estos notables hombres ser produjo en una sala del Congreso, “bajo la mirada plástica de Andueza Palacios, captada por Herrera Tovar”, precisa Lizardo. “Es un buen sitio para conversar, porque estamos amparados por este joven, todo un terciazo para el trago”, accedió López Méndez, quien al ser interrogado por la ruta que lo condujo a la política dijo que había considerado un deber ciudadano, “insoslayable e imperativo, el tomar posición definida en la nueva etapa política del país, cuyas perspectivas a la caída de Pérez Jiménez eran extraordinarias”.

Mientras transcurría la conversación y Pedro Francisco Lizardo tomaba notas, López Méndez piropeaba a las mujeres que pasaban a su lado: “¡Caray, chica! Estás más flaca que espárrago de contrabando”. De esto nadie debe dudar: se trata del mismo individuo que, al abrirse el ciclo de preguntas tras su conferencia sobre el Círculo de Bellas Artes, fue consultado por una muchacha acerca de la pintura que más le gusta a él, a lo que López Méndez contestó: “Señorita, acabo de descubrir que la pintura que más me gusta es la que usted lleva puesta en sus maravillosos labios”.

No es el único rasgo singular que el reportero constata. También deja dicho que el entrevistado, quien enciende un tabaco que “aspira con fruición y veteranía de buen fumador”, había creado años antes, junto con Andrés Eloy Blanco, Miguel Otero Silva y Marco Aurelio Rodríguez, el mabitógrafo. Y que el invento corrió con tal suerte que logró “éxitos tan rotundos como el de erradicar de las más rancias casas caraqueñas los caracoles detrás de las puertas, las cortinas de lágrimas de San Pedro, las ampolletas de Pulmobronk, las escupideras de peltre, las cornudas sombrereras, etcétera. Todas esas cosas fueron a parar al fondo común para levantar el Museo de las Ridiculeces”.

Al recordarle esta iniciativa, López Méndez admite plenamente su participación y agrega: “Mire, compadre, yo no he querido utilizar el mabitógrafo en el Congreso porque temo que se reviente”.

La verdad es que el diputado pintor parecía aburrirse bastante en el hemiciclo. Se quejó con el periodista de que se perdía mucho tiempo en discusiones políticas partidistas, en lugar de entrompar los grandes problemas nacionales.

“Se ha hablado mucho de cuestiones intrascendentes, se han hecho frases, (porque en esto de hacer frases los venezolanos somos unos campeones), ‘fijar posiciones’, ‘a lo largo y ancho del país’, ‘en escala nacional’, ‘las grandes mayorías nacionales’, ‘el contenido de las masas’, ‘a encrucijada histórica’, etcétera, y el pueblo sigue esperando a que nos decidamos a trabajar. […] Si aquí se plantaran árboles con la misma intensidad con que se han hecho “planteamientos”, el problema forestal no existiría en Venezuela”

La entrevista se va por derroteros insospechados. Hablan de la colección de incunables y ediciones antiguas que el pintor-diputado atesora, así como su “rica pinacoteca”, que incluye primitivos italianos y españoles de los siglos XV y XVII. También de venezolanos e incluso una vieja mesa china que, según su dueño, “está más aporreada que perol de espantar langostas”. También abordan la cuestión de las mascotas, porque he aquí que el artista tiene, según dice Lizardo, una chivita ágil, inquieta, que al sentir al pintor sale disparada. “La he pintado muchas veces. Es muy buena modelo. Un día me come una tela. Otro se traga un libro”.

Ya en el remate, el periodista desliza que López Méndez está “negado por las nuevas corrientes plásticas”, pero que aún así cuenta con la predilección del público, que compró los cuadros de su reciente exposición. Y le dice López Mendez, con un poco de mala sangre:

– Lo que pasa es que los jóvenes se han apropiado de toda la dirección artística, oficial y no oficial, y se mantienen allí a base de negaciones. Mandan a todas las salas, pero no venden. Después de todo, quien dice la última palabra es el público. Yo vendo mis cuadros porque me los compran, no porque se los impongo a nadie. Y esto duele. Nada más.

Al llegar a 80 años

Cuando cumplió 80 años, la Galería de Arte Nacional hizo una retrospectiva de su obra y la Galería Freites hizo una muestra de sus pinturas más recientes. El 23 de noviembre de 1981 fue el cumpleaños y Miguel Otero Silva, su gran amigo, le hizo una semblanza. Ésa que hemos estado citando. Y cuenta César Miguel Rondón:

– Por esos días fuimos Íbsen Martínez y yo a casa de José Ignacio Cabrujas, quien entonces vivía en La Florida y estaba casado con Eva Ivanyi. Recuerdo muy bien que era a finales del 81 y principios del 82, porque yo estaba comenzando a trabajar como libretista en Venevisión. El caso es que estábamos en este almuerzo y alguien comentó el cumpleaños de López Méndez. Entonces José Ignacio contó que unos años antes, a mediados de los 70, él venía con un grupo que había ido a presentarse en un teatro de Barquisimeto e hicieron una parada para comer en el Hotel El Recreo, de La Victoria. Al entrar en el restaurante, vieron en un rincón a López Méndez, quien estaba dándole vueltas con una rama de célery a un coctel de esos que son rojos y espesos. “¿Cómo está, maestro?”, le dijo Cabrujas muy respetuosamente, “¿En qué anda?”, a lo que el aludido contestó: “Aquí, reponiéndome de un polvo”.

Ya Miguel Otero había dejado dicho de él que “su hedonismo helenístico florece sensualmente mientras lleva a la tela la carne frutal y luminosa de bellas mujeres desnudas”. Y en el obituario que escribiría la periodista Andreína Gómez consta que, según los amigos del artista, fue “un pájaro bravo” con las mujeres y tenía fama de relacionarse íntimamente con las modelos. “Sin embargo, el pintor fue discreto y sabio y a cada cuestionamiento atrevido tuvo una salida elegante y sobria”.

Si pudiera escoger un trasplante

Pero alguna vez se permitió salidas pasadas de tono. En esos días de noviembre de 1981, cuando el país se volcó en homenajes a López Méndez por sus 80 años, fue entrevistado por el crítico Juan Carlos Palenzuela. Como era de prever, el entonces joven intelectual sondeó al maestro en torno a la polémica entre los figurativos y los abstractos.

– En el público municipal y espeso, como diría Darío, no cala la pintura abstracta, quizás los aburre. Nosotros no éramos pedantes, ahí está Cabré para que le preguntes. Nosotros simplemente no hacíamos literatura. Éramos unos individuos normales, comunes y corrientes, vuelvo a repetir a Darío, municipales, que en vez de jugar fútbol o ser políticos, o estar con el general Gómez, simplemente pintábamos. Nada más. Nunca usamos bufandas ni tuvimos gestos de bohemios ni nos metíamos en taguaras. Por el contrario, nos bañábamos todos los días y hacíamos otras cosas que no acostumbran los bohemios. Había quienes pintaron un cuadrito durante doce años, rascándose todos los días con alcoholes baratos. Eso afortunadamente no lo fuimos nosotros. Y eso fue el Círculo de Bellas Artes. La lucha contra eso y la lucha para que la gente se diera cuenta de que un cuadrito tenía algún valor, económico… Hay que saber pintar y saber dibujar, lo demás es tontería. Si no se enseña a los educandos el oficio estamos perdidos.

Palenzuela apunta que, para su entrevistado, a esa edad todo es una calamidad:

– Ya he contado tantas veces… que si el Círculo de Bellas Artes… que si el general Gómez… que si vi de lejos a Picasso… que ya todo eso apesta. Quizás no apeste, pero ya perdió gracia. Ahora cuando me vienen a preguntar las mismas cosas digo: pero hasta cuándo las mismas pendejadas.
– ¿Y cuando cumpla 90 años?
– Yo no creo que llegue a cumplir tantos, qué carajo. Ya llegar a los 80 es una heroicidad… una cosa muy seria pues la maquinaria está gastada, uno siente una partida de pequeños achaques, dolores errátiles, si uno se toma dos whiskys al día siguiente amanece hecho polvo […]. No hay remedio y no hay vuelta posible. Te agarra la pelona y ya está.
– ¿Y si el doctor Barnard le pone un corazón nuevo?
– Yo prefiero que me ponga un machete nuevo, porque eso es mucho más sabroso.

López Méndez murió en Caracas, el 6 de diciembre de 1996. Tenía 95 años.

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