En la entrega #17 de «Apuntes sobre el fotolibro» presentamos el texto del investigador Harry Salswach en torno a Maracaibo Cenital. Editado por la Fundación para la Cultura Urbana, el fotolibro se terminó de imprimir en Caracas, Venezuela, en 2007. Cuenta con imágenes realizadas por el fotógrafo Nicola Rocco, junto a la curaduría del fotógrafo William Niño Araque y el diseño Gráfico de Pedro Quintero.
Brilla fluorescente sobre el lago. La sustancia verde se extiende por debajo del puente. Enigmática mácula que se erige signo de lo misterioso. Única, del color verde que no es verdor, del color verde como contradicción: lo bello y lo residual. La lemna del Lago de Maracaibo da cuenta de la ciudad que le da acogimiento, al que vuelven cada mañana las aguas del mar y que cada tarde regresan por un oleaje submarino —casi mágico— mientras llena de color la vida, y también de contaminación. La promesa del progreso no se dijo limpia. No hay pulcritud en una ciudad que se considere tal. En Maracaibo la contradicción se hace paradoja: el lago sobre sí lleva belleza, y a su vez la fagocita.
En Maracaibo Cenital (Fundación para la Cultura Urbana, 2007), tercer trabajo de un equipo profesional que fue conjugando un proyecto editorial que se trasciende a sí mismo para conformar uno urbano nacional, entre otros conformado por Herman Sifontes, William Niño, Niccola Rocco, Sofía C. Rodríguez, Pedro Quintero, Marco Negrón, la directiva de Econoinvest y Seguros Carabobo, y otros colaboradores imprescindibles, materializan una mirada sobre nuestras ciudades que dan cuenta integral del desarrollo venezolano desde sus fundaciones hasta la actualidad. Como si se tratase de un proyecto gallegueano pero no por novelar la realidad regional-nacional venezolana, sino por fotografiar y de alguna manera imaginar las ciudades como conglomerados siempre en expansión, en crecimiento. Y poder entender. Entendernos como personas, vecinos, comunidades, urbanizaciones, ciudades, en fin, como país.
Y cada ciudad escudriñada —valga la contradicción— desde la altura cenital del lente de Nicola Rocco, y los textos de Marco Negrón, William Niño, entre otros colaboradores como Rafael Arráiz Lucca, y el ciudadano que le ha tocado dar cuenta de su ciudad —en este caso maracucho, el risueño, jovial y lúcido Milton Quero— es la unidad irrepetible del carácter regional que hace posible un carácter nacional (que no nacionalista) que deviene universal. La ciudad es el hombre moderno. Por lo tanto la contradicción es la norma. Cada ciudad es una particularidad que contiene al mundo.
En este tercer fotolibro de la serie hay aprendizaje técnico, sofisticación de los recursos gráficos, aprovechamiento de las herramientas al máximo, es la suma de trabajos anteriores, y la propia ciudad abordada exige —pareciera, por el trabajo de los textos, que son muchos más que los de las ediciones pasadas y las fotografías desplegadas, mapas y diagramaciones— múltiples miradas, colaboraciones extras, por la misma unicidad, complejidad, particularidad, extrañeza y enigma que Maracaibo expresa y resguarda. Si bien William Niño mantiene la estructura paisajística de las ediciones anteriores (Caracas y Valencia) de nueve unidades, y Marco Negrón desarrolla a cuatro manos junto a Ethel Rodríguez Espada, el cuadro demográfico, histórico, económico y social, cada paisaje amerita un texto que lo reseñe, explique, intente desentrañarlo para el lector. Como si las imágenes pudiesen desbordarse —que así se sienten— y debieran delimitarse no solo por la disposición del diseño que las contiene, que las domestica —sino por la palabra. En Maracaibo cenital se siente que el fotolibro ha armonizado en su hechura material e intelectual, imagen y texto, espacio y color, en su máxima expresión. Si en Caracas cenital las imágenes protagonizaban el corpus del libro supeditando los textos a una funcionalidad de sólida complexión protocolar, si en Valencia cenital, las imágenes y los textos podrían sentirse en pugna sin rivalizar en subordinaciones (entendiendo que en todo fotolibro las imágenes prevalecen), en Maracaibo cenital hay una entrañable, necesaria y perfecta sinergia entre todos los elementos. El lector-espectador lo percibe, lo siente y lo agradece.
Y esta es quizás la clave para acercarse desde las alturas a Maracaibo: la palabra. Y sí, en alguna medida este fotolibro es la expresión de una palabra hecha imagen, pero más allá: una palabra que se hace ciudad. En el texto dantesco de Milton Quero —y tal adjetivo responde no a la acepción común sino a su forma: un poeta acompaña por la ciudad al narrador dando cuenta de ella como si fuesen un Virgilio y un Dante sofocados por otro calor, este nostálgico en una buseta, y descubriendo para ellos una disposición urbana que «es mucho más de lo que pueden retener mis pupilas», u «objetos de museo atesorados en algún rincón de la memoria, enfrentando con dignidad la vacuidad del progreso»— se llega a la conclusión, dicha por el poeta Helímenes de que «Maracaibo es el acto de habla más maravilloso en la historia fonetológica del español ¿Quién no se maravilla, por ejemplo, ante este objeto de la lengua que los maracuchos hemos creado?». ¡Y las fotos dan cuenta de ello! La curaduría y el diseño son una expresión de esa maravilla lingüística: la riqueza del habla se vacía sobre el territorio y lo construye, lo dispone, lo crea. Dos instancias divinas que se hacen páginas en este fotolibro: la perspectiva cenital y el monumento a la Virgen de La Chinita en los folios 122 y 123 parecen mostrarlo. La desacralización moderna encontró en Maracaibo una resistencia.
La ciudad de Maracaibo, cuyos palafitos le dieron el nombre a Venezuela. La primera ciudad que recibió el cinematógrafo. La primera ciudad cuyo puerto es capital del estado que la contiene; centro comercial dinámico que amenaza con independizarse porque puede hacerlo. De riqueza petrolera. «Puerto histórico, puerto pesquero, puerto petrolero, puerto turístico; paisajes pos-industriales, ciudad industrial, ciudad obrera, altas densidades, rancherías, autopistas y altas velocidades; peajes, galpones, túneles, publicidad; Casco histórico, retícula tradicional, Casco Fundacional; paisaje arcaico caribeño, bahías, ensenadas, farallones, acantilados; paisaje lacustre, planicie, suaves colinas, ríos, cañadas, sabanas, llanuras, pampas [entre] el mar del norte, el Lago al sur y a la distancia las Sierras de Perijá y la Cordillera de los Andes». Prodigio. Es la ciudad polo petrolera más importante del país; del puente sobre un lago que es ciudad marítima, multicultural porque acoge a habitantes del vecino país con la naturaleza de la hospitalidad venida del Mediterráneo; ciudad de desarrollo urbanístico más consciente de sí misma pero como toda ciudad, con tendencia al caos, al capricho, porque las ciudades son como los hombres: su devenir siempre está en movimiento. Ciudad atacada por piratas hace más de cinco siglos, y atacada por los nuevos colonizadores ideológicos que cubren su fachada con propaganda que debería llevarse la lemna consigo hacia otros mares. Y también una ciudad de fe que ha intentado modernizarse (el Paseo Ciencias) pero la funcionalidad de la misma ha olvidado la continuidad histórica de toda urbe, el resultado pues, la ruptura, la fragmentación, el rompimiento abrupto que como discontinuidad parece signar toda ciudad venezolana que pretende la adultez. El llamado es a que Maracaibo (como Caracas o Valencia) apunte a proyectos como ciudad-región, pero mientras el llamado de las instituciones respondan al delirio de convertir el país en un escenario de utilería en el que se libra una batalla esperpéntica en pro de una independencia febril tan dañina como ficticia, nuestras ciudades se resquebrajarán como sus propios habitantes. Este proyecto editorial al menos las ha conjugado en armonía.