María Lionza rota

Fecha de publicación: agosto 14, 2023

Quizá porque está hecha en contrapicado (el plano que sitúa al espectador o a la cámara debajo del objeto observado o filmado, según un eje vertical), lo que nos obliga a verla desde una posición inferior, como quien ruega o contempla algo que lo supera, esta imagen tiene algo humillante. Desde luego, influye el hecho de que la diosa indígena está dislocada y como puesta a la parrilla. Es una reverberación atronadora del destino de un país destrozado y sus jirones banqueteados en abyecta bacanal.

Y, si bajamos la vista, tampoco seremos reconfortados, puesto que habremos de topar con una pared que, habiendo sido noble y hermosa, ahora muestra las resecas encías tras la pérdida de parte de su embaldosado. Es, precisamente, la idea de la artista que hizo ambas fotografías y luego las emparejó como envejecidas comadres que juntan sus cabezas al hacer inventario de sus vidas ya en franco desalojo y de sus haberes, tan deslucidos como la piel de sus manos.

Se trata de Sara Maneiro (Caracas, febrero de 1965), autora de las dos fotografías que, al componer una sola obra, derivan en una tercera. «Es parte de una serie vinculada a dos de mis trabajos», explica la artista. «El primero de esos dos trabajos surgió, a finales de 1998, cuando yo estaba trabajando como fotógrafa en El Nacional, en la sede vieja, la de Puerto Escondido. Me dediqué a hacer el registro visual del recorrido diario de mi casa al periódico; esto es, de los Chaguaramos al centro de Caracas. Una parte de la ruta era en autobús y la otra, a pie. Esto derivaría en una serie que titulé «Souvenirs de Caracas: Cartografía en proceso (1998-2005)», y que consistía en sucesivas duplas de vistas de la ciudad: un discurso entre dos imágenes.»

Al mismo tiempo, Sara adelantaba una investigación sobre monumentos de Caracas. En esa época, ella hacía una maestría de Estudios Literarios en la UCV (Universidad Central de Venezuela); y su trabajo de tesis consistía en un análisis del discurso político en el contexto de la actualidad del momento, a través de tres monumentos: la Esfera, de Jesús Soto, en la autopista Francisco Fajardo; la escultura de Cristóbal Colón, hecha por Rafael de la Cova en 1904, y emplazada en Plaza Venezuela desde 1934, que fue vandalizada y derribada, el 12 de octubre de 2004. Al ser abatida, la escultura se partió en dos y entonces rociaron los pedazos con pintura roja. A la fecha se ignora el paradero de los restos de esa pieza, que constituía un patrimonio nacional.

Y el tercer monumento estudiado por Maneiro era la escultura de María Lionza, hecha por Alejandro Colina en 1951. De dimensiones respetables (casi siete metros de altura y tres de ancho), las cuatro toneladas de energía y sensualidad femenina estaban en una isla de la autopista Francisco Fajardo desde 1964, cuando ya se había construido la Ciudad Universitaria, devenida dueña de la emblemática pieza.

—Hice esa foto en el momento en que la escultura se fracturó, en junio de 2005 -explica Sara Maneiro-. La serie consiste en veinte duplas. Y de las cuarenta imágenes, esa me gusta especialmente, es una de mis favoritas, porque esa figura partida, escindida, es simbólica de muchas cosas… en ese momento muchos lo leímos como metáfora del abandono, del descuido del patrimonio urbano; y, a la vez, de la mujer destrozada en su vientre, reflejo del dolor de la madre venezolana por lo que están enfrentando sus hijos.

—¿Y la parte de abajo?, la imagen con la que dialoga la María Lionza despedazada.

—Es una fotografía hecha en la UCV, que también habla de la devaluación de nuestro patrimonio cultural y espiritual. La correspondencia entre ambos documentos quedaba clara, no solo por su pertenencia a la UCV, sino por la evidente indolencia que las ha llevado al deterioro que allí exhiben.

Claro que la segunda fotografía tiene algo como de baño, de área de intimidad, lo que refuerza la atmósfera de sexualidad subversiva que siempre ha rodeado a la mujer desnuda que inmoviliza entre sus muslos a una bestia. La escultura le fue arrebatada a la UCV y llevada a Sorte. Ningún criterio técnico o de legalidad fue involucrado en la cabalgata nocturna hacia ese destino. Privó el arrebatón, el desmedro del patrimonio como trofeo de la barbarie.

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