El hombre del extremo izquierdo de la fotografía completa es Mario Mauriello. Nació en Tovar en 1923. No tenemos la fecha exacta, como tampoco la de su fallecimiento. En cuanto tengamos ambos datos los incorporaremos a estas notas, que es el procedimiento habitual.
En los años sesenta y setenta Mario Mauriello fue muy conocido. Era un asiduo de la prensa y los medios audiovisuales, no sólo por los cargos públicos que ocupó sino por su personalidad. Era un hombre sumamente inteligente, ingenioso, mordaz, de compromisos profundos y grandes pasiones. Un hombre de lealtades, adeco y demócrata convencido, gran amigo de Gonzalo Barrios, con quien mantuvo por décadas una relación fraternal de muy constante frecuentación. Honesto. Muy despierto, atento a las vicisitudes de la vida. Buen conversador. Lo que se llama un tipazo.
Por su sobrino Rodolfo Ramírez Mauriello sabemos que, además del gran periodista Rodolfo José Mauriello, también fue hermano de “La Nena” Mauriello, quien fuera campeona en bolas criollas y luego en rallys automovilísticos, disciplina de la que fue subcampeona en el Mérida/Bogotá.
Los dos hermanos Mauriello:
Mario y Rodolfo José
En marzo de 1978, Rodolfo José Mauriello, entonces reportero deportivo en El Nacional, publicó en ese diario una entrevista titulada “Mi hermano el del Hipódromo”. Se refería, naturalmente, a Mario, presidente del Instituto Nacional de Hipódromos (INH) entre 1974 y 1979. Dice Rodolfo: “Cuando a mí me preparaban para que entrara al kínder, Mario terminaba sus estudios de Ingeniería Civil. Era el año 1942. Aquello era una figura impresionante. Mario maravillaba a todos, hermanos, primos… le faltaban dos años para cumplir los 21 cuando terminó los estudios de Ingeniería. Se graduó a los 19 años”. Y Mario explica: “Hubo muchos factores que se unieron para que terminara tan pronto. Primero, mi accidente, en el cual, antes de entrar a primaria, perdí tres dedos de la mano izquierda. Mientras convalecía me dediqué a estudiar las primeras letras y luego, en el colegio de los Maristas en Maracaibo, hice la primaria en cinco años en lugar de los seis habituales. Después que Ingeniería Civil se estudiaba en cuatro años y no en cinco como ahora”.
En 1928, cuando Mario tenía 5 años y a Rodolfo le faltaba mucho para nacer, la familia se mudó de Tovar a Maracaibo, donde Mario haría sus estudios en los Maristas y en el Liceo Baralt. Allí se graduó de bachiller y vivió hasta 1938, cuando los Mauriello regresaron a Mérida. Mario empezaría Ingeniería en la ULA y terminó en la UCV.
Rodolfo José nació ese año: en 1938.
Al graduarse, Mario fue empleado como auxiliar de ingeniero en la carretera Caucagua-Higuerote. Pero, como en el presupuesto no existía la partida para ayudante de ingeniero, lo pusieron como obrero. “Eran 12 bolívares diarios, pero fui el obrero mejor pagado del país porque me daban comida, transporte y alojamiento”. Le dijo a su hermano Rodolfo que allí “conté con la guía del doctor César González Gómez, quien estaba al frente la obra, y aprendí lo práctico de la profesión. Allí aprendí a manejar gente, a ser ordenado, metódico”.
En 1943 se produjo un accidente en El Silencio, cuyos trabajos de reurbanización estaban en sus comienzos. Cayó una plancha de concreto y murieron varios. Se pidió más gente especializada. Mario fue enganchado y trabajó y ahí hasta el término de la obra.
En El Silencio Mario inició su apego al Banco Obrero, apunta Rodolfo, el hermano entrevistador. “Ocupé todas las posiciones que un ingeniero puede ocupar en el Banco Obrero. Fui secretario de la junta directiva en 1948, subdirector y director en el periodo de Betancourt, de 1959 al 64”, puntualizó Mario.
Loco por los caballos
Escribe Rodolfo que “Mientras la construcción y el partido Acción Democrática eran sus obligaciones, el hipismo aumentaba cada día como el medio de esparcimiento, su enorme diversión. Como el béisbol era la mía”. Y Mario lo confirma: “Empecé a apostar a las carreras de caballos cuando estudiante liceísta en Maracaibo. Había un hipódromo cerca del viejo aeropuerto Grano de Oro y acostumbrábamos a jugar el boleto de dos bolívares a ganador. Lo jugábamos entre cuatro. A real por cabeza. La afición por las carreras es, al menos, cincuenta por ciento de las apuestas. Así me considero yo. Quiero al hipismo por su belleza, espectáculo y tradición, pero sin apuesta no lo estimo completo”. Sigue Mario:
“Al llegar a Caracas y ver el hipódromo de El Paraíso tan bien organizado el apego a las carreras creció. Una enormidad. Todos los sábados y domingos, desde que tuve carro, entraba al campo de El Paraíso dentro de la pista. Desde ahí jugué siempre. Me agradaba porque se observaba toda la pista sin necesidad de binoculares. Cuando trabajé fuera de Caracas, en Margarita y Puerto Ordaz, durante los años duros del perezjimenismo, le enviaba al cuñado Julio Ramírez Díaz un sobre por avión cada sábado para que jugara en taquilla los caballos preferidos. Sigo jugando. Ser presidente del Instituto Nacional de Hipódromos no me prohíbe jugar. Lo que sí hice fue disponer de los caballos que tenía. No tengo ninguno mientras sea presidente del Instituto”.
Pese a sus muchos merecimientos y a mantener la vara alta en AD, Mario nunca quiso ser ministro, aunque le ofrecieron varias carteras:
“Un ministro se encuentra con las manos atadas. No puede desarrollar las obras que considere urgentes. Depende demasiado, totalmente, de la Contraloría. No se puede trabajar con dinamismo si un contralor auxiliar demora, veta o cambia proyectos en los cuales no tiene conocimiento. No es que piense que uno por ser honrado debe tener absoluta libertad. No. Pero debe existir otro sistema de control. En un instituto como el hipódromo hay más libertad. Pudimos en poco tiempo pagar la deuda de más de sesenta millones de bolívares que encontramos y terminaremos con el periodo con abundantes millones en los bancos. Y debía colaborar con la administración. Encargarme del hipódromo era un deseo de Carlos Andrés. Fue una petición del presidente del partido (Gonzalo Barrios) y finalmente el ex presidente Rómulo Betancourt me dijo: ‘No soy partidario de las apuestas, pero ya que existen son del Estado. Es bueno que esté al frente’”.
De los adecos de la Resistencia
Rodolfo escribió que, para Mario, Acción Democrática estaba junto con la familia”, casado por treinta años con Lila Gómez, con cuatro hijos, el varón ingeniero químico y dos nietos. Y Mario rememora:
“Cuando estudiante fui miembro del Centro de Estudiantes del Liceo Baralt y de la ULA. Era lógico que esa inquietud me llevara a AD. No pude figurar entre sus fundadores porque no tenía los 21 años, pero jamás fue un secreto mi simpatía. Durante la clandestinidad luché por las libertades públicas. En mi casa, como en tantas otras, se escondieron desde Alberto Carnevali hasta Rigoberto Henríquez Vera, para citar un muerto y un vivo. (Rigoberto es gobernador de Mérida y uno de los vicepresidentes de AD). Tuve la suerte o tal vez la habilidad de que jamás caí preso. Doce veces mi casa fue registrada por la Seguridad Nacional”.
Luego de su labor en el Banco Obrero durante el gobierno de Betancourt, Mario se separó muy discretamente de la administración pública en los cinco años de Raúl Leoni:
“Tuve una seria discrepancia con Alvarito, Leopoldo Sucre Figarella, el Ministro de Obras Públicas de Leoni, su gran protector. Sucre quería que se construyeran obras para las cuales no había dinero. Me opuse y renuncié. El Viejo, como siempre llamé al doctor Leoni, me ofreció el Consulado de Nueva York. O la misma dirección del Hipódromo. No tenía ánimo. Estaba desencantado”.
Fue en esa época cuando Mario Mauriello se fue “a una empresa de los militares”, como escribió Rodolfo: Seguros Horizonte, de cuya directiva ya era miembro.
“El general Miguel de la Rosa, cuando fue director del Instituto de Previsión Social de las Fuerzas Armadas, se hizo amigo mío porque le agradó la forma como trabajé con la vivienda para los militares a través del Banco Obrero. Me pidió que entrara en Horizonte. Después, en 1966, el doctor Martínez Rivero, presidente de la compañía, murió repentinamente. Como era el único del directorio disponible me pidieron que terminara el periodo. Acepté. Luego me eligieron para el siguiente periodo y duré con Horizonte hasta mi pase al Hipódromo en 1974”.
El béisbol, siempre
Rodolfo José Mauriello fue uno de los más grandes periodistas deportivos que ha tenido Venezuela. Y su especialidad era el béisbol. En esta entrevista que estamos citando, puso a su hermano Mario a hablar del deporte de los memoriosos:
– En realidad, el béisbol fue mi primera pasión. Lo jugué bastante en Maracaibo. Fui pitcher. Outfielder. Segunda base. De ahí te sale la afición. No me perdía (por radio) una serie mundial de las Grandes Ligas y viví con intensidad los triunfos amateurs venezolanos de 1941 y 1944.
– Pero el hipismo me daba una satisfacción interna de proporciones incalculables. Para mí era lo más agradable venir al Hipódromo en la mañanita a ver las pruebas. A comprobar el estado de los caballos. A respirar el aire del hipismo por dentro. En los años de Pérez Jiménez no fui preparador con matrícula oficial porque pensaron que no podía figurar en forma tan prominente. Fui administrador de una sociedad que compró varios caballos. En el fondo era un preparador. Hacía las mismas tareas. Pasaba los días en El Paraíso.
Y, finalmente, las alusiones a la figura
“Soy blanco de las bromas por mi peso”, le dijo a su hermano refriendo sus más de 120 kilos. “El otro día, en una reunión, trajeron unas aceitunas mientras esperábamos la comida. Las rechacé. ‘No como entre comidas’, dije. ‘Sería el colmo’, apuntó Jaime Lusinchi”.
En una entrevista que le hicieron Sofía Imber y Carlos Rangel, en Radio Caracas Televisión, el 12 de diciembre de 1975, hubo muchas preguntas sobre el hipódromo, sobre las carreras, los negocios relacionados con estas, las trampas, las mafias, los héroes, el asunto ético de los juegos… lo asediaron por todos los costados. Y Mario se defendió admirablemente. Más que responder a todo, dictó cátedra, siempre con esa mezcla de gracia y firmeza tan raras de conseguir (y tan adorables para los entrevistadores y para las audiencias). Sofía, muy viva, le preguntó: “¿Quiénes son los jinetes?”
– Los jinetes –le explicó Mario Mauriello– forman un gremio de atletas humanos de poco peso, porque pesan alrededor de cincuenta kilos.
Y entonces ella, triunfante y diablesca, le espetó: “¿Tú no podrías ser jinete, verdad?”
– De elefantes, podría ser… –le contestó él, al vuelo–, pero todavía no hemos contemplado esa posibilidad…
En esa emisión de “Lo de hoy”, Sofía Imber, al darle la bienvenida a Mario, comentó que nunca ha faltado al programa… cuando el invitado ha sido “el ilustre doctor Gonzalo Barrios”, quien es el vecino de Mauriello en esta imagen del Archivo Fotografía Urbana.
–Tengo entendido –replicó Mario, zumbón- que él no quiso venir porque temía no caber en la pantalla junto conmigo.
Pero sí cabían. Y aquí está la prueba.