Fotografía del libro Memorias del agua de Edgar Moreno

Acerca del fotolibro Memorias del agua, de Edgar Moreno

Fecha de publicación: junio 27, 2017

En la entrega #22 de «Apuntes sobre el fotolibro» presentamos Memorias del agua, escrito por Edgar Moreno y publicado en el año 2003. Este libro contó con la coordinación editorial del autor y del curador Tomás Rodríguez Soto. A continuación compartimos el texto de José Antonio Parra, seguido de una selección de imágenes que componen el fotolibro.

Hacia comienzos del milenio, el fotógrafo Edgar Moreno se encontraba en plena búsqueda de financiamiento para un ambicioso proyecto consistente en un relato fotográfico que no solo recreara aspectos de las cuencas del Amazonas y del Orinoco, sino que además dialogara con el trabajo del grabador Theodoro de Bry (1528-1598). Moreno nunca imaginaría que al dirigirse a la oficina de Ali Moshiri, presidente de Chevron Texaco para la época, descubriría que ambos solían frecuentar un insólito bar, en el pueblo de Gallup en Nuevo México, que era atravesado por la línea del Santa Fe Train, de modo que la tarima quedaba separada de la pista de baile por los rieles y por el paso mismo del tren. No obstante, este evento que en apariencia era una extraordinaria casualidad aislada, conllevó a que todo fluyera hacia la hechura del proyecto de Moreno en la forma de fotolibro. La cita original de cinco minutos que le había concedido Moshiri a Edgar y a Tomás Rodríguez —coeditor del proyecto— se prolongó por varias horas de conversación que desembocó en el financiamiento de la idea por parte de la petrolera.

Varias instancias, tanto temporales como espaciales, al igual que relacionadas con autores y con lo curatorial estuvieron implicadas en esta empresa. De modo que una primera aproximación a la realización de este fotolibro se dio mediante la exposición Viaje al interior de las antípodas (2003), llevada a efecto bajo la curaduría de Tomás Rodríguez en el Museo de Bellas Artes. Ello fue un primer anclaje que permitió circunscribir la propuesta al espacio-tiempo. Luego vendría el fotolibro en sí, consistente de una depuradísima edición. En la misma, el lector se acerca de forma paulatina al trabajo de Moreno de la mano del propio Rodríguez y de Lieselotte Venter, quien hizo los textos para la edición del libro, La cuarta parte del mundo (1992), que sirvió de soporte para la inauguración del diálogo entre Moreno y De Bry.

La minuciosidad crítica de Tomas Rodríguez al momento de establecer un primer contacto entre el lector-espectador y las Memorias del agua se da desde varias aristas. Por una parte estaría lo relativo al diálogo per se entre la obra del grabador del siglo XVI y el fotógrafo venezolano. Asimismo, hay una suerte de deconstrucción de la trama psíquica que deviene a lo largo de la extensión, tanto textual como imaginaria y simbólica, de la obra de Moreno. Finalmente, aspectos que son leitmotiv en la obra plástica del fotógrafo, tales como lo invisible en contraposición con lo visible, así como lo mágico religioso; en este caso expresado –entre otras cosas– mediante la “fotografía frustrada”, son remarcados por el crítico. En cuanto a esto último, hay que decir que desde su más temprana niñez, Edgar estuvo vinculado con la magia. Sus juegos y lecturas infantiles estuvieron en relación con ello. Posteriormente se dio en su vida —luego de su regreso de Estados Unidos donde realizó estudios de arte, fotografía y antropología— el hecho de haber vivido en una casa en el estado Zulia que estuvo sujeta a un poltergeist. El libro de Moreno, El posón y la mesita que camina (2007), da cuenta de ello.

En la hechura del diálogo entre Moreno y De Bry hay cuatro miradas que constituyen la totalidad del artefacto. Un primer acercamiento —“Las distancias donde el ojo aprende”— que en palabras de Tomás Rodríguez está articulado como una poética, constituye una aproximación inaugural y de ensayo al territorio amazónico, objeto mismo de este trabajo. “Orinoquia patio trasero” es una visión en denuncia de las “distorsiones”de las que ha sido objeto este reservorio vital de la humanidad, producto de la intervención desmedida e inconsciente del hombre. Aquí lo tanático se contrapone a lo vital en una suerte de tensión que acontece a todo lo largo del discurso de Moreno. Esa misma “distorsión” llega a una instancia reflexiva ulterior con “Los tesoros Arromaia”, donde el énfasis está justamente en la no valoración del verdadero secreto de esta área geográfica. Finalmente, el desplazamiento de significantes es el objeto central en “Orinoco Athletic Club”, donde las“cualidades atléticas” se contrastan con las “cualidades guerreras” de las etnias indígenas. Dos tiempos históricos aquí colindan en una suerte de apoteosis de los significantes. Hay, como puede verse, una contraposición de territorios imaginarios: el de De Bry y el de Moreno. Y es que justamente una de las cosas que motiva a que el discurso planteado en Memorias del agua sea mediante un diálogo con el trabajo de Theodoro de Bry reside justamente en el hecho de que la labor del grabador se llevó a efecto sustentada en los relatos de quienes vinieron a América —Colón, Raleigh, etcétera—, pero sin haber estado nunca presentes en el continente. Esa dimensión literal de la ficción es clave en este trabajo, de modo que hay una danza de cuerpos imaginarios; el de Edgar Moreno y el del grabador del siglo XVI.

La causa primera que llevó al abordaje de Memorias del agua fue la propia relación del fotógrafo con el líquido. De hecho, este artista ha estado vinculado desde siempre con dicho elemento, a partir de su nacimiento en Macuto y hasta la actualidad cuando con frecuencia lleva a efecto jornadas de nado a mar abierto. Además, siendo muy joven, convivió con los indios yanomami y los yekuana, etnia también vinculada al agua. La forma de toparse con el nombre de la edición no pudo ser, asimismo, más casual. Ello ocurrió en una conversación entre el fotógrafo y su homeópata cuando saltó a la vista, casi a manera de iluminación, una bibliografía médica con ese nombre: Memorias del agua.

El corpus elaborado por el artista en esta edición está concebido como una totalidad que en este caso convoca la confluencia de diferentes tiempos y espacios, junto a la recopilación de constelaciones imaginarias. Hay, no obstante, una fina dosis de humor a todo lo largo del trabajo, impronta que es característica en la mirada de este fotógrafo. El despliegue de lo plástico y la superposición de discursos, tanto visuales como verbales y simbólicos, flotan y devienen hacia ese lugar que es uno de los grandes logros de esta pieza: revelar la experiencia atemporal de la vida y obra del propio Edgar Moreno.

Memorias del agua. Edgar Moreno, 2003.
Memorias del agua. Edgar Moreno, 2003.
Memorias del agua. Edgar Moreno, 2003.
Memorias del agua. Edgar Moreno, 2003.
Memorias del agua. Edgar Moreno, 2003.
Memorias del agua. Edgar Moreno, 2003.
Memorias del agua. Edgar Moreno, 2003.
Memorias del agua. Edgar Moreno, 2003.
Memorias del agua. Edgar Moreno, 2003.
Memorias del agua. Edgar Moreno, 2003.
Memorias del agua. Edgar Moreno, 2003.
Memorias del agua. Edgar Moreno, 2003.
Memorias del agua. Edgar Moreno, 2003.
Memorias del agua. Edgar Moreno, 2003.
Memorias del agua. Edgar Moreno, 2003.
Memorias del agua. Edgar Moreno, 2003.

 

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