Con este artículo se completa un primer ciclo del portafolio Metrópolis desde el Olvido; sus tres entregas tienen varias características en común: tratan, en primer lugar, edificaciones poco conocidas, cuyas imágenes —que forman parte del Archivo Fotografía Urbana— no habían sido identificadas hasta el momento; son casas de mediados del siglo XX, un tema funcional que fue laboratorio fundamental de la modernidad arquitectónica en el mundo entero y, finalmente, todas ellas fueron realizadas por arquitectos provenientes de otras latitudes (a lo cual habría que agregar que los textos fueron desarrollados colectivamente por tres autores).
A diferencia de las imágenes en las entregas anteriores, conocemos de primera mano el nombre del responsable de la obra —la cual se hallaba entonces en plena construcción— ya que figura a la cabeza de un cartel colocado provisionalmente justo sobre la entrada. Se trata del arquitecto español Manuel Mujica Millán (Vitoria, 1897-Mérida, 1963), quien se radicó en Caracas en 1927, a solo dos años de haber obtenido el título profesional en la Escuela de Arquitectura de Barcelona. Su llegada a Venezuela, casi en simultáneo con las de Carlos Raúl Villanueva y Luis Malaussena (venezolanos que se habían formado en Francia), inaugura una nueva etapa en la historia del ejercicio profesional de la arquitectura en el país, dominado hasta entonces por ingenieros como Alejandro Chataing (1873-1928), el más importante de todos en lo que iba del siglo.
Contratado inicialmente por el empresario Eloy Pérez para resolver un problema constructivo surgido durante la ampliación del Hotel Majestic, Mujica Millán se integra rápidamente a la dinámica de la capital, que ya comienza a sentir el impacto de la renta petrolera. El “Majestic” y la posterior remodelación del Panteón Nacional, ambos concluidos en 1930, permiten a Mujica demostrar su habilidad en el manejo de la composición monumental y la ornamentación en estilo; así, el “neobarroco” o “neocolonial” (con sus techos de tejas, balcones de madera, ventanas enrejadas y elaboradas portadas) se perfilará desde entonces como el preferido por parte de los futuros clientes privados del arquitecto: una clase media en pleno auge que ha encontrado su hábitat ideal en quintas como la que se exhibe en la imagen, las cuales proliferarán en las nuevas urbanizaciones “campestres” de la periferia urbana.
El cartel de la fachada no solo le sirve como dispositivo publicitario a Mujica Millán, quien —actuando simultáneamente como técnico y como empresario de la construcción— ofrece así sus servicios a posibles comitentes, sino que afirma públicamente la existencia de una profesión apenas conocida en el país: la del arquitecto. En efecto, al comenzar la década de 1930 solo hay seis arquitectos radicados en Caracas (contra poco más de un centenar de ingenieros civiles, quienes secularmente se habían encargado de cubrir la demanda de proyectos arquitectónicos (1)), cuatro de los cuales ejercían de manera ilegal (2). El propio Mujica formaba parte de este último grupo, pues no revalidó su título ni se inscribió en el Colegio de Ingenieros de Venezuela, tal y como lo disponía la Ley de Ejercicio Profesional vigente —que taxativamente prohibía anunciar servicios por cualquier medio a los no colegiados— sino casi una década después de su arribo, a finales de 1936 (3). Así, puede inferirse que la fotografía que encabeza el artículo fue realizada luego de esta última fecha.
Por otra parte, el cartel también promueve el uso de uno de los materiales utilizados en la propia casa: el cemento nacional. Aunque fue una invención de la Roma antigua que permitió cubrir grandes espacios con bóvedas y cúpulas, como lo hace de manera notable el Panteón de Roma desde hace dos milenios, el “opus caementicium” (una suerte de hormigón elaborado con cal, agua y polvo de roca volcánica) cayó en desuso tras el desmoronamiento del Imperio. No será sino en la Europa del siglo XIX cuando se retome el estudio de las propiedades del cemento, primero como argamasa y revestimiento en muros de mampostería y para la ejecución de todo tipo de pavimentos y, luego —al ser reforzado con piezas de hierro o acero— como nuevo sistema constructivo: el concreto armado. En Venezuela, el cemento se incorpora a las obras civiles a finales del siglo XIX, siendo importado de Alemania, Estados Unidos y Francia. Por iniciativa del ingeniero Alberto Smith, en 1909 se establece en La Vega la primera industria local de ese tipo, la Compañía Anónima Fábrica Nacional de Cementos (4). Sin embargo, y a pesar de su calidad y competitivo precio, el cemento nacional tardará en recibir la confianza de los consumidores criollos.
Como única cementera existente en el país durante más de tres décadas, Cementos La Vega sería el patrocinante del cartel colocado sobre la casa fotografiada. No obstante, en el reverso de la imagen existe un sello que, probablemente, identifica al propietario original del documento y verdadero promotor del anuncio: “LÓPEZ HNOS. & Co. SUCS.”, una de las agencias que distribuía al menudeo los productos de la cementera y con la cual parece haber adelantado una intensa campaña publicitaria y de mercadeo a mediados de la década de 1930.
El vínculo entre ambas empresas se puede constatar en varias publicaciones periódicas de Caracas como El Obrero (1935), un “quincenario de Propagandas Comerciales” editado y distribuido por López Hnos. que, según ha señalado Morella Barreto, “se orientaba a alabar las cualidades del cemento nacional fabricado en La Vega, y a difundir sus puntos de vista” (5). En efecto, uno de los ejemplares que se conserva (N° 15, de enero), contiene testimonios de profesionales y “maestros constructores” que utilizaban exclusivamente cemento nacional en sus obras e incluye un reportaje sobre la Fábrica de Papel de Maracay, en la que el señor Carlos Delfino era —como en la factoría de La Vega― accionista mayoritario. Ese mismo año también apareció otro seriado, Revista Cemento Nacional, “publicación de la Fábrica Nacional de Cementos (…) editada por López Hnos. & Co. Sucs.”, que dedicó las diecinueve páginas de su primer número a un “Curso Elemental de Concreto Armado para Constructores y Maestros de Obras”, reconociendo el importante rol que aun desempeñan los artesanos en la definición formal y constructiva de las edificaciones del momento.
Un tercer actor, presente de manera sigilosa en la foto y estrechamente vinculado tanto con Mujica como con la actividad publicitaria de López Hermanos es el propio fotógrafo. Su identificación pasa por el desciframiento del sello seco que, a modo de firma, se encuentra estampado en el ángulo inferior derecho de la imagen: un monograma con la letra “N” rodeada por dos guirnaldas de hojas anudadas en su base.
La revisión de otras imágenes en el Archivo Fotografía Urbana que poseen el mismo sello —casi todas de residencias unifamiliares en Caracas, incluyendo una de la quinta “Atalaya” de Mujica Millán― apunta hacia un autor poco conocido: “Simón Núñez García, fotografías de arte». Núñez no aparece reseñado en ninguna publicación sobre fotógrafos venezolanos, si bien sus trabajos podrían formar un capítulo dedicado a la historia de la fotografía de arquitectura. Hay constancia de su actividad entre los años 1930-58, período en el que realizó reproducciones de obras de arte, en particular pinturas de tema histórico (6), y documentó edificaciones coloniales (7) y contemporáneas de Caracas (8), entre ellas las que ilustraban en su totalidad el quincenario El Obrero, ya mencionado. También el https://elarchivo.org/wp-content/uploads/2022/07/037929.jpgvo personal de Mujica ―heredado por su viuda, doña Berta Heny, y dado parcialmente a conocer por Graziano Gasparini y Juan Pedro Posani en el libro Caracas a través de su arquitectura (1969)― contaba con un número importante de imágenes producidas por Núñez, quien registraba con su cámara las obras que el arquitecto iba realizando en las urbanizaciones El Paraíso, La Florida y Campo Alegre. Una de las fotografías de este libro muestra la casa analizada, ya concluida; su comparación con otros materiales (9), permite corroborar que se trata de la quinta “Torre Montería”, ubicada en Campo Alegre.
La vivienda fue construida en 1938 a solicitud de Luis Villegas Febres-Cordero (1902-1991), quien contrae matrimonio con Leonor Sapene en octubre de ese mismo año. Empresario y deportista, Villegas se vincula con el negocio automotriz, primero con William H. Phelps, a cuyas órdenes labora en la sucursal marabina de “El Almacén Americano”, y luego bajo su propio emprendimiento: la “Compañía Anónima de Tractores y Maquinarias”, una distribuidora de maquinaria agrícola que establece en la avenida San Martín, a través de la cual llegó a tener la exclusividad en Venezuela de los tractores “John Deere”. Ya “entrado en años” —relata su nieto, Andrés Halvorssen― Villegas descubre y desarrolla su gran pasión: el deporte ecuestre, lo que se tradujo en diversos trofeos obtenidos en encuentros nacionales e internacionales y le llevó a fundar, junto con Flor Isava y Alfonso Ramírez Villamediana, la Federación Venezolana de Deportes Ecuestres en 1947. “Fuimos muy amigos ―nos cuenta Flor Isava―; lo conocí practicando equitación en las caballerizas del Country Club. Recuerdo los grandes jardines de su casa de Campo Alegre, siempre llenos de orquídeas” (10).
La estrecha relación de la arquitectura con el entorno natural es uno de los planteamientos del movimiento “ciudad jardín”, un modelo social y urbano alternativo a la ciudad industrial difundido en Gran Bretaña por Ebenizer Howard en su libro Garden Cities of Tomorrow (1902), pero que en la práctica se adoptó en Europa y América bajo la forma de “suburbios jardín”. En Caracas, contrastando con la compacta forma “tradicional” del centro histórico, la expansión de la ciudad de los años 1930 es “suburbana”, y en ella se utiliza la “quinta” rodeada de jardines como tipo arquitectónico base. La residencia de los Villegas en Campo Alegre, como caso representativo, abandona la organización típica de la casa colonial en torno a un patio central, prefiriendo “abrirse” al verdor exterior a través de pintorescos corredores y balcones. La escalera, que se proyecta por encima de los techos en forma de una “torre-mirador” —convertida esta en leitmotiv de casi todas las viviendas diseñadas por Mujica y que en cierta manera es evocada en la nomenclatura de la casa― se erige en el nuevo centro articulador de los espacios, los cuales también se disponen asimétricamente, de manera pintoresca. Las sucesivas ampliaciones (la primera por el propio Mujica en 1941), que han llegado a duplicar la superficie original, se mimetizan así perfectamente en una libre composición.
Curiosamente, un esquema similar ya había sido ensayado por el arquitecto en su propia residencia, la quinta “Las Guaicas” (1932), situada a unas cuadras de allí, pero despojada de todo ornamento. Para la crítica, la búsqueda de “Las Guaicas” encuentra afinidad con las formas abstracto-geométricas del neoplasticismo holandés, una de las vanguardias artísticas europeas del período de entreguerras, convirtiéndola en una de las primeras edificaciones modernas de Venezuela (11). No en balde, Joaquín Arnau afirmará que “la tradición de lo pintoresco no ha dejado de penetrar en el corazón de la modernidad, cuyo lenguaje neoplástico deriva de ella” (12).
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Notas
(1)»Directorio de los miembros del Colegio de Ingenieros de Venezuela», en: Revista del Colegio de Ingenieros de Venezuela, 78-79, Caracas, octubre-noviembre, 1930, pp. 538-539
(2)Alfredo Jahn (1895-1940) y Guillermo Pardo Soublette (1895-1965) obtuvieron el título en 1919 y 1921, respectivamente, tras realizar estudios en la Escuela de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales de Caracas. En 1936 revalidan Carlos Guinand (1889-1963; ingeniero-arquitecto de Escuela Real Politécnica de Munich) y Carlos Raúl Villanueva (1900-1975). Mucho más tardíamente, en 1945, lo hará Luis Malaussena (1898-1963).
(3)»Ley de Ejercicio de las Profesiones de Ingeniero, Arquitecto y Agrimensor», en: Gaceta Oficial de los Estados Unidos de Venezuela, N°. 15.668, Caracas, 20 de agosto de 1925
(4)Lorenzo González Casas, «Historias económicas en concreto: la industria del cemento en Venezuela», en: Fernando Spiritto y Tomás Straka (coordinadores), La economía venezolana en el siglo XX. Perspectiva sectorial. Caracas: AB Editores-UCAB, Instituto de Estudios Parlamentario Fermín Toro y Konrad Adenauer Stiftung, 2019, pp. 147-178
(5)Morella Barreto, Un siglo de prensa laboral venezolana. Hemerografía Obrero-Artesanal 1846-1937. Caracas: Monte Ávila Editores, Instituto Autónomo Biblioteca Nacional y de Servicios de Bibliotecas, 1986, pp. 179-180
(6)Bulletin of the Panamerican Union, vol. LXIV, Washington, jan-dec, 1930; Boletín de la Academia Nacional del Historia, vol. XIII, 1930; Álbum del Libertador. Conmemoración del Primer Centenario de la Muerte de Simón Bolívar. Caracas, 1930
(7)Hacia 1943 la Academia Nacional de la Historia le encarga una serie de tomas de casas coloniales de Caracas, «antes de que la piqueta les obligase a ceder el piso para más grandes y novedosas edificaciones» (Crónica de Caracas, N° 38-42, 1958, p. 169).
(8)Quinta en la urb. El Paraíso por el Ing. Luis Bello Caballero, 1935 (El Obrero, N° 15, 1935, citado por M. Barreto, Cit.); Palacio de Gobernación del Distrito Federal por el Ing. Gustavo Wallis, 1935 (Juan Ernesto Montenegro y otros, De las Casas Reales al Palacio de Gobernación, Caracas, Gobierno del Distrito Federal. 1995, pp. 50, 60, 61, 66 y 68).
(9)Bernardo Moncada y otros (curaduría). Manuel Mujica Millán, Arquitecto. Aproximación Crítica a su obra (Selección de textos). Caracas: Fundación Galería de Arte Nacional, Fundación Museo de Arquitectura, 1991
(10)Agradecemos la gentileza de Lucía Jiménez, Carlos F. Duarte, Flor Isava, Carlos Urdaneta Troconis y Andrés Halvorssen Villegas por suministrarnos los datos mencionados sobre la fotografía y el propietario original del inmueble.
(11)Moncada y otros, Op. Cit.
(12)Joaquín Arnau, 72 voces para un Diccionario de Arquitectura Teórica. Madrid: Celeste, 2000, p. 195
Por Lorenzo González Casas, Orlando Marín y Henry Vicente Garrido
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