El retratado
Esta foto del cineasta Diego Rísquez fue hecha por Oscar Lucien, en 2012, como parte de la serie Retratos de cineastas venezolanos.
La imagen fue captada en la casa de Rízquez en la urbanización Country Club de Caracas. “Hacer esa fotografía fue un reto importante”, dice Lucien. “La estrecha amistad y cercanía con Diego jugaba a favor y en contra. A favor, porque conocía perfectamente el espacio. Durante mucho tiempo pasaba a diario por allí, era nuestro cuartel general”.
Al momento de ser hecha esta fotografía, el cineasta tenía 62 años y acababa de terminar el rodaje de su película Reverón. Diego está, afirma el escritor Armando Coll, “en un momento climático de su vida y su trayectoria como creador. Él, que era hiperdinámico, aquí se lo ve en reposo, con un icono que lo marcó siempre, el objeto y su drama, un libro abierto sobre Reverón está sobre su regazo, rotulado por el inconfundible trazo de nuestro gran pintor. Lleva el sombrero de Panamá que no solo lo distinguía como personalidad, sino que como sabemos lo protegía de las emanaciones solares que llagaban lentamente su piel. Vestido impecablemente, con el dandismo heterodoxo que también era su impronta, hay un deje de alerta en el gesto, (más que pose) su mirada siempre inquieta, cazadora, de director de arte, capaz de mirar en el objeto más desportillado, el potencial estético, un poco como Reverón. Él se sentía tocado por el espíritu de Reverón. Está en su casa, pequeña pero auspiciosa, emplazada de un bosquecillo de Caracas. Una casa abierta, un set para la vida, la casa del artista, la casa de todos. Diego siempre abría la puerta de su casa. Era un hombre muy generoso”.
El lugar
–Su propio domicilio –escribió Lucien el 10 de junio de 2018, unos meses después de la muerte de Rísquez, en Papel Literario– lo construye como un dispositivo escenográfico de una vida asumida como un acto creador vital. Su mobiliario tiene resonancias de utilería. Las obras plásticas que él mismo elabora, las que recibe como obsequio o intercambio con sus muchos amigos artistas, los objet trouvé en su infatigable pesquisa en las calles de Caracas y en ventas, mueblan el espacio y dan a su vivienda la apariencia del ala de un museo barroco tropical”.
El abigarramiento del lugar donde fue hecha la foto se explica no solo por qué Diego Rísquez hacía de su casa un escenario para su vida, como dice Lucien, sino porque en su casa, en esa habitación, se rodaron escenas de muchas películas. Del propio Rísquez y de otros realizadores. “En ese cuarto”, especifica Pedro Mezquita, productor ejecutivo de varias cintas risqueanas, “tal como está en la foto, se rodó parte de su película Miranda. Él mismo la decoró”.
Pedro Mezquita explica que esa casa había pertenecido al doctor Rafael Rísquez Iribarren, médico, presidente de la Academia Nacional de Medicina y de la Federación Médica Venezolana, padre de Diego, quien fue el segundo hijo de la pareja compuesta por el doctor Rísquez y la zuliana Angelina Cupello Menda. Diego Rísquez Cupello nació en Juan Griego, isla de Margarita, el 15 de diciembre de 1949.
A la muerte del doctor, la viuda y tres de los hijos se repartieron la residencia, que entonces sería usada como set de cine. No solo la parte de Diego. Toda la casona. “En su jardín y en el salón principal, que le habían tocado a la mamá”, dice Pedro Mezquita, “se filmó la mitad del cine venezolano. No hay que olvidar que Diego Rísquez era no solo director de sus películas y actor, sino también director de arte, director de fotografía y promotor. El baño de ese cuarto está recubierto de azulejos blancos y en una ocasión lo transformó con cuadros de papel contact negro, que él mismo recortó y pegó, porque necesita filmar en una sala de baño que pareciera un damero. Diego Rísquez era capaz estar varios días trabajando para producir 20 segundos de belleza”.
La foto
La imagen fue hecha con un lente gran angular para mostrar ese espacio que constituía la “casa” de Diego Rísquez, donde dormitorio y sala de estar son un espacio único. “Al ser Diego un personaje”, dice Lucien, “se hacía más evidente la tensión entre la visión del fotógrafo y la manera como se percibe y quiere aparecer el retratado. La confianza y el afecto hizo posible ese RE-trato que nos dejó muy satisfechos a los dos”.
Para hacer la foto, Lucien desplazó algunos muebles para poner al retratado en esa posición, que permite mostrar todo el espacio “y generar esa fuga tan interesante”.
–Hay algo –sigue Lucien– de teatralidad absolutamente natural en la fotografía determinada por el espacio y por el retratado. Seleccioné ese libro de Reverón, buscando ese juego con el sombrero y porque Diego era un gran admirador de Reverón.
El hombre en la portada
A lo largo de su intensa carrera artística, Rísquez volvió varias veces a la figura del pintor venezolano Armando Reverón (1889-1954). En 1978 hizo un cortometraje titulado A propósito de la luz tropikal, homenaje a Armando Reverón. Un año después, en 1979, hizo una «escultura viviente» con actores, en el Castillete del pintor, en La Guaira. Y en 2011, dirigió Reverón, con guion de Armando Coll y Luigi Sciamanna.
–Diego –dice Armando Coll– quiso hacer una película sobre o de Reverón desde que obturó el primer pietaje en super-8: el diafragma muy abierto daba cuenta de una probable palmera borroneada en el encandilamiento. Ese efecto óptico lo persiguió todo la vida. Hizo cantidad de pruebas con el extraordinario cinematógrafo Czesari Javorsky. Finalmente, Reverón fue su penúltima película, una especie de da capo al fine existencial y artístico, la obra por la que tal vez más se le recuerde. Detrás de la figura y la obra de Reverón Diego veía ese «cine venezolano» que estuvo buscando toda su vida.
El crítico Pablo Gamba, quien ha dicho que Rísquez fue uno de los cineastas venezolanos más apreciados en el extranjero y ha recordado que su primer largometraje “tuvo una crítica elogiosa de Alain Bergala en los Cahiers du Cinéma”, ha escrito sobre el dilema autenticidad-comunicación que, según él, tenía para Rísquez la figura de Reverón. “Fue la independencia lo que lo hizo atractivo para alguien como el cineasta: su vida y su actividad artística en el castillete, sin importarle la opinión de los demás y al margen de la vida social y política del país –voluntariamente aislado, por ejemplo, de la dictadura de Juan Vicente Gómez, que se prolongó hasta 1935–. […] Está el parecido que puede hallarse entre el mundo de Armando Reverón como ‘instalación’, y sus ‘performances’ y dramatizaciones, y el tipo de arte que practicaba Diego Rísquez antes de hacer del cine su principal actividad. Una diferencia significativa es que él recorrió el camino en dirección contraria: fue del performance y las instalaciones a un cine que para él era ‘pintura sin pincel’”.
Esa mirada
Extrovertido, irreverente, “clánico”, así lo describe Oscar Lucien, autor de la foto y amigo muy cercano de Rísquez. “Por algo se hacía llamar Comandante Guakamaya. Generoso, absolutamente transparente. Era el centro que permitía el encuentro de los personajes más disímiles. Es un autor por excelencia, por la perseverancia en su obra de una apuesta personal en el uso del lenguaje visual, de su compromiso u obsesión por temas históricos y de la nacionalidad venezolana, Diego se ganó un destacado lugar en la cinematografía nacional.
–No era intuitivo –establece Armando Coll–, ningún artista lo es. No respondía a la dudosa condición del autodidacta, de imposible precisión. Era un artista de la experiencia, de la equivocación y el logro; a lo largo de la vida fue elaborando su estética autoral sin dar explicaciones. Era un artista auténtico.
Diego Rísquez murió el sábado 13 de enero de 2018, en Caracas. Tenía 68 años.
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