Autor desconocido

Mira el pajarito

Fecha de publicación: julio 8, 2018

Esta imagen llegó al Archivo Fotografía Urbana sin una sola anotación. ¿Vale la pena seguir la ruta habitual?, la de indagar dónde ha podido ser tomada, quién será el fotógrafo de ferias, qué tipo de cámara es la que está atrapada en el ruinoso cajón… Esta vez hemos decidido que no.

La foto tiene dos vetas. La más profunda es la de los fotografiados, quienes por sus gestos y actitud en general parecen condenados al fusilamiento. Y la más cercana a nosotros es la compuesta por el García (el fotógrafo), los niños y la muchacha. Esta última, la joven del zarcillo, da la impresión de ser quien ha encargado el retrato (¿querrá enviársela a una madre fugitiva?). El vestido bien cortado, el destello del arete, la corrección del moño, el zapatico de punta redonda, los musculosos brazos (evocadores de los de Michelle Obama, célebres por “tonificados”), el ademán de sostener entre las manos… ¿qué será?… ¿un papel con la dirección del fotógrafo?, ¿de la persona a quien le remitirá la fotografía? ¿O será un pañuelito con el que acaba de enjugarse la frente y el bozo? El conjunto, en fin, decidido, sobrio y más cónsono con una mujer adulta que con una chica tan joven, nos conduce a pensar que es ella quien ha puesto en marcha la escena.

Los muchachitos en la tarima deben ser sus hermanos menores. Los tres forman un grupo. Aunque la muchacha está en la línea externa, el hecho de que esté un paso hacia adentro y la circunstancia de que vigila la situación como una directora de escena, la incluyen en el sistema que forman los fotografiados.

Y luego está la trinidad formada por el hombre y los dos muchachitos. Cristo y los dos ladrones. Los tres miran. García y el jovencito de la izquierda, miran a quienes posan; y el de la derecha, al fotógrafo. Hay una séptima presencia, el autor de la foto (además de la octava, que somos nosotros, mirándolos a todos).

Se valen conjeturas. La mía apunta a que el autor de la foto no nos está contando una historia de un fotógrafo ambulante que capta instantáneas ingenuas. Creo que esta es una foto de bolsillos. También de bolsas. Del trípode sale una (por donde se cuela el brazo de García, quien parece ejecutar esa acción con la pericia del obstetra), y cuelga otra, como de yute, de empacar café o algo así. Pero el punto es que el hombre y los dos muchachitos tienen bolsillos interesantes. El patiquincito de la derecha guarda una armónica (un peine no debe ser, puesto que su reciente corte de pelo no le deja margen a un desorden de greñas). El hombretón, además de la leontina que va a ocultarse en la faltriquera, tiene algo que le abulta el bolsillo, algo que le aporta una textura indescifrable,  debe ser un pañuelo de algodón. Y el de la derecha tiene una billetera enorme de cuya integridad se ha asegurado al punto de enganchar correctamente el ojal.

Los fotografiados observan al pelotón de fusilamiento mientras este los observa a ellos. Nosotros miramos el conjunto. Toda foto es solemne (sí, incluso las selfies más idiotas). Alguien piensa que ese momento merece ser conservado, que tiene algo digno de vivir más allá del instante.

Ojalá un día, en esas cajas de papeles viejos que la gente deja atrás cuando emigra a toda carrera, encontráramos la foto que se tomaron estos dos cuando eran unos niñitos que la hermana mangoneaba.

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