Mujeres con latas de agua

Fecha de publicación: abril 28, 2019

Cómo explicar por qué el autor de esta imagen puso en ella tanta inteligencia y, digamos, intencionalidad, pero no su firma. No hay manera. Nos ha llegado su instantánea –conservada en el Archivo Fotografía Urbana– mas no la identidad del fotógrafo.

Dado que tampoco tenemos la fecha de realización, hemos de especular. Por la ropa de la jovencita, un vestido de algodón, la foto debe ser de los años 60 ó 70, esto es, antes de que el poliéster y la lycra se convirtieran en el tejido casi obligatorio de las niñas. Más, si son pobres. También nos da una pista la presencia de la lata de manteca Diana, comestible casi desaparecido en las últimas dos décadas. Industrias Diana fue “adquirida” por la Productora y Distribuidora Venezolana de Alimentos, S.A (Pdval) en 2008. Tres años después, el 1 de marzo de 2011, la totalidad de sus acciones fueron transferidas al Ministerio de Alimentación. Desde entonces, la producción de la empresa estatizada cayó en barrena (al tiempo que sus presupuestos aumentaban) y en la actualidad es difícil ver en anaqueles las letras que la identifican y que por décadas fueron tan familiares para los venezolanos. De todas formas, la manteca vegetal cedió el espacio al aceite en la década ¿de los 60? Es posible que esta foto sea de esos años, además, por el hecho de que la muchachita parece infantilizada a los ojos de hoy, cuando las niñas de 9 años lucen con frecuencia como vampiresas.

El concepto remite a las tres gracias, mito griego representado en la pintura desde la antigüedad sin que haya perdido vigencia. Por lo general, las cárites o gracias encarnan la belleza, la sensualidad, la alegría de vivir, aunque no se caracterizan por la vanidad ni por evidenciar el deseo de exhibir lujo o boato. De hecho, es común que se las pinte desnudas o cubiertas con túnicas o velos transparentes y en muchas ocasiones se las ve con el cabello recogido al desgaire o directamente despeinadas para enfatizar el hecho de que se la pasan en bailes y rochelas.

Las tres gracias están siempre juntas. Nunca por separado. Y, como estas, puede ocurrir que dos estén más cerca entre sí que respecto de la tercera. Siempre dan la impresión de ser hermanas o, en cualquier caso, contemporáneas, y encarnación del canon de belleza de su época. Además de que suelen estar emplazadas en ambientes ideales, campestres, con flores silvestres o en guirnaldas, y con abundancia de agua, en fontanas, cornucopias o ánforas que ellas derraman como parte de su rumba eterna. No por nada, las tres gracias abundan como ornato hidráulico, esto es, esculpidas en el centro de las fuentes (y las de Picasso, en pintura, se recortan en un poliedro como de hielo muy luminoso).

Con la excepción, por ejemplo, del cuadro de Boticcelli, La primavera, donde las tres gracias están a la izquierda, lo normal es que la tríada esté centrada en el primer plano y que nada distraiga de su contemplación; y, lo mismo que en esta foto, sus cuerpos ocupan prácticamente toda la superficie del lienzo.

Hasta aquí las coincidencias con la tradición representativa de las tres gracias. En esta foto, no danzan, tampoco nos muestran sus caras ni pechos, con lo que no comunican jovialidad ni disposición a la entrega. Son mujeres atareadas, determinadas, y están tan hechas a apechar con lo que venga que son capaces de caminar a buen ritmo con no menos de seis litros en la cabeza y otros dos en la mano.

Estas gracias no son coetáneas. Podrían, incluso, constituir tres generaciones de una familia y, aunque no se diría que son emblema de los placeres, sí que tienen encanto y mucha elegancia al andar. El fotógrafo lo enfatizó al congelar esos pies separados de la tierra con gesto de bailarinas y esos brazos bamboleantes que le aportan a la imagen el movimiento que nos hipnotiza.

En esta imagen, las gracias no juegan con el agua ni con algún otro elemento de la naturaleza que en sus manos devenga lúdico, ellas transportan el agua, son vector de un bien indispensable para la vida. Lo que las rodea no es un patio a punto de ser cruzado por ciervos confianzudos, sino un paisaje a medio camino entre lo rural y lo urbano, dualidad que establece una tensión diríase dramática.

La composición no tiene una línea dominante. No vemos allí horizonte o alguna diagonal que salte a la vista. Lo que sí hay es una reflexión. Una tesis: el destino. Un destino de carencias. La adolescente y su madre, ambas de vestido claro con una especie de cinta, -que en una está al final de las nalgas y en la otra, al comienzo- forman una pareja: una vida que se inicia y la otra en su plenitud, pero las dos se dirigen irremisiblemente a la madurez, oscura, porque prefigura el declive y la muerte. Y siempre cargando latas de agua por un camino polvoriento.

 

Lea el post original en Prodavinci.

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