Los grandes distribuidores viales de Caracas fueron previstos en la época de Pérez Jiménez, una dictadura militar en toda regla, pero tenían en su naturaleza el germen de la democracia: la elección individual: por dónde voy, hacia dónde me dirijo, cuál es la salida que considero pertinente o correcta.
Esa multiplicidad de opciones, esa diversidad que da ocasión al azar, está en los cimientos de la democracia y de la vida moderna. Completamente a contravía del camino único trazado por una voluntad autoritaria y rural.
La mirada del fotógrafo venezolano Nicola Rocco sobre el Distribuidor El Ciempiés, en esta imagen captada en 2005, nos entrega una vista de Caracas donde se observa el Guaire, río que divide a la capital venezolana entre norte y sur; un río de aguas mansas —más bien, amansadas, derrotadas—, de un color turbio y muy poco atractivo, como un café con leche que se hubiera enfriado mientras unos amantes perdían el tiempo en peleas. Es el toque triste, el recordatorio de una deuda pendiente, en una estampa urbana de alegre y ágil discurrir. Desde el helicóptero donde Rocco fotografía su ciudad no se perciben sus aprensiones. Es 2005, lo peor está por venir. Muchos lo saben y se han desgañitado en advertencias. Pero todavía faltan algunos años para que el rumboso espejismo del barril de petróleo carísimo se disuelva en una mueca de hambre, y la avenida Francisco Fajardo vea disolverse ese alegre movimiento en una mancha de sangre. Sangre de liceísta.
Esta foto de El Ciempiés tiene algo de magia: es como si un nigromante hubiera logrado ver en el fondo de nuestra mente, de nuestras fantasías y deseos, de nuestras ínfulas; y hubiera descubierto que esto es lo que pensamos de nosotros mismos: esto es lo que somos. Nuestra alma tiene el dibujo de estas cintas de hormigón armado, dibujadas en el espacio con tanta gracia, este alarde del ingenio, estos brazos de gitana contoneándose en el aire, recorridos por diligentes automóviles en cuyo interior viaja gente que sabe a dónde se dirige y debe hacerlo a toda prisa, porque en el mismo momento están pasando cosas en Nueva York y en Tokio, cosas que nos afectan y en las que estos automovilistas pueden influir.
El Ciempiés es un dispositivo distribuidor de tránsito, en su mayor extensión, una estructura elevada, que conecta la autopista de Prados del Este con la Francisco Fajardo, la más importante de Caracas, puesto que es la única vía arterial que conecta el este con el oeste. Fue concluido en diciembre de 1970 e inaugurado en 1972, en tiempos de la Presidencia de Rafael Caldera, para articular una red de vías y comunidades relativamente aisladas, que entonces quedaron adscritas a un sistema y continuo de funcionamiento.
La gráfica que acompaña esta nota demuestra que este y otros distribuidores representan cabalmente no solo que creemos ser sino lo que estamos seguros de que seremos en el futuro. Algo que funciona bien y con celeridad. Algo que permite realizar nuestros proyectos en el espacio, en el tiempo, en el territorio de los sueños.
En la publicación Informes de la Construcción Vol. 25, nº 246, de diciembre de 1972, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, leemos que “lo reducido del sitio y las vías de distinto orden que convergen en el área, planteó delicados problemas de ingeniería” en la construcción del Ciempiés.
En una ciudad como Caracas, —dice Informes de la Construcción— con limitada disponibilidad de áreas planas, altos costos de la tierra y volúmenes viales de gran magnitud, desarrollar un distribuidor de enlaces directos constituye un problema complejo desde el punto de vista urbanístico y vial. La previsión del impacto del Distribuidor en el área, la interrupción de los servicios públicos durante la construcción, la ejecución, las expropiaciones, y muchos otros factores, entran en juego antes de que una obra de esta magnitud sea una realidad.
Por la misma fuente constatamos que “todos los proyectos efectuados para la realización del Distribuidor fueron ejecutados por profesionales venezolanos”. Pues, claro. A quién le sorprende. Era lo más natural. Y volverá a serlo: esta foto lo demuestra.
“Su estructura se desarrolla sobre 22 pilas monocolumnas, 5 bicolumnas y 2 tricolumnas, todas ellas de atrevidas líneas arquitectónicas; además, posee 5 estribos para los tramos sobre tierra, con una longitud total de 1.276,93 m. […] Especial atención despiertan las pilas monocolumnas, ya que por primera vez en el mundo se construyen elementos estructurales de este tipo, con volados laterales de 13,20 m”
Esta monumental obra de la democracia costó Bs. 25.744.471,87. Es el equivalente al precio actual, ¿de una arepa rellena? ¿O del paquete de Harina P.A.N. adquirido en contubernios con el bachaquero? Pero no nos detengamos en los detalles. Lo fundamental es que si nos elevamos un poco del piso donde estamos aplastados (con la bota de un esbirro encima) y miramos la ciudad desde el helicóptero donde va Nicola Rocco veremos con claridad una muchacha que dobla una pierna de hormigón para salir a zancadas rumbo a su destino.