El 13 de marzo de 1964, Rómulo Betancourt le impuso la banda presidencial a Raúl Leoni, y unos días después se fue del país. No quería ser una presencia inoportuna ni mucho menos un peso para el nuevo mandatario nacional.
Su ejercicio había sido agotador. Pararle las patas al perezjimenismo agonizante había sido la más leve de sus tareas. Lo más exigente había sido echar las bases de una institucionalidad democrática, con una mano, mientras con la otra enfrentaba las conjuras, los alzamientos y la constante inestabilidad arizada por facciones del ejército y ciertas parcialidades políticas, que desconocían el hecho incontestable de que el Gobierno de Betancourt tenía la legitimidad de un origen consagrado en las urnas electorales.
A finales de marzo aterrizó en Nueva York, donde se residenciaría un tiempo, antes de continuar viaje a Europa y radicarse en Berna, Suiza. El 21 de abril fue invitado de honor de un almuerzo ofrecido por el Senado de Estados Unidos. El 22 hubo una sesión en su honor del Comité de Relaciones Exteriores del Senado de Estados Unidos. Y el 9 de mayo hizo en carro un recorrido de 14 kilómetros, desde el centro de Nueva York, para dirigirse al parque Flushing Meadows, en Queens, donde un mes antes se había inaugurado la Feria Mundial de Nueva York.
La foto, de Edward Ozern, muestra el equipo de guías turísticas que trabajaron como anfitrionas del Pabellón de Venezuela en la exposición, posando en la fachada del edificio, bajo el nombre del país y junto al busto de Simón Bolívar (el nombre de cuyo escultor ignoramos). Dos años antes, en 1962, los ministerios de Obras Públicas y de Fomento, con apoyo del Colegio de Arquitectos, había convocado el Concurso Nacional para seleccionar el Pabellón venezolano que iría a la Feria Mundial de Nueva York. La propuesta ganadora fue la presentada por los arquitectos Edmundo Díquez y Oscar González Bustillo. Y se otorgaron tres segundos premios a los proyectos Jorge Castillo y Gerónimo Puig; Guido Bermúdez y Pedro Lluberes; y Ralph Erminy.
Si el Pabellón se había planificado con tanto tiempo de anticipación, ¿por qué no se inauguró el mismo día en que lo hizo el complejo ferial en su conjunto, cuya cinta quedó cortada el 22 de abril? Cabe concluir que el rezago se debió al cambio de gobierno en Venezuela y, probablemente, a que el equipo entrante había querido que Betancourt, quien había apoyado la realización del Pabellón, asistiera al estreno del edificio, pero ya este tenía, el mismo 22 de abril, una sesión, en su honor, del Comité de Relaciones Exteriores del Senado de Estados Unidos, con participación de 13 oradores, entre quienes se contaba Hubert Humphrey, líder de la fracción mayoritaria del Partido Demócrata y miembro del Comité de Relaciones Exteriores.
La demora del protocolo de apertura del Pabellón de Venezuela, respecto de la feria misma, tuvo una consecuencia buena y una mala. La buena fue que, contó con la presencia del presidente de los Estados Unidos, Lyndon B. Johnson, y su esposa Lady Bird, quienes no estuvieron en el lanzamiento de todos los pabellones ni mucho menos. La mala fue que, al sumarse con atraso, el Pabellón estaba cerrado cuando llegó la avalancha de periodistas a reseñar la apertura de la feria. «El Pabellón venezolano», escribió The New York Times, «ha recibido menos atención de la que merece, porque se abrió tarde. Una estructura de madera, diseñada con cincuenta veces más imaginación que el promedio, divide su área en núcleos pequeños y bien espaciados donde, en un momento, se puede observar una obra de arte precolombino o folklórico y, al siguiente, una exhibición industrial, sin que ambas experiencias choquen o se excluyan».
Para los expertos, sin embargo, la calidad de la edificación no pasó desapercibida. Un año después, al cierre de la Feria, que tuvo lugar el 17 de octubre de 1965, el American Institute of Architecture (AIA) de los Estados Unidos le otorgó una Mención Honorífica al Pabellón de Venezuela. El premio a la mejor arquitectura extranjera fue para el de España, proyectado por Javier Carvajal, para albergar, entre otros tesoros, obras maestras del Museo del Prado, y del Greco y Velázquez, así como actuaciones del bailarín de flamenco Antonio Gades.
En el minuto 12:34, de este documental sobre la Feria Mundial de Nueva York de 1964, puede verse el pabellón de Venezuela:
https://www.youtube.com/watch?v=LdWnrjCcDWI
La Feria Mundial de Nueva York se extendía por 2.6 kilómetros, en los que se alzaban 140 pabellones de 80 países, 24 estados de Estados Unidos, más de una docena de grandes empresas norteamericanas (como General Electric, Ford, General Motors, Chrysler, IBM, Bell Telephone, US Steel, Pepsi Cola, Seven Up, Dupont, RCA, Westinghouse) y otras instituciones, como la NASA y algunas iglesias. La idea era servir de vitrina para la cultura estadounidense de la segunda mitad del siglo 20 y sus inmensas ambiciones de cara al futuro, sobre todo en el ámbito tecnológico.
Una de las atracciones más importantes la ofreció la Santa Sede, cuyo pabellón fue acondicionado para albergar La Piedad, de Miguel Ángel, un préstamo autorizado por el Papa Juan 23. Hubo una réplica de un pueblo medieval belga; un chalet suizo; un templo chino con sus respectivo jades antiguos; Israel exhibió pergaminos del mar muerto; Wisconsin llevó el «queso más grande del mundo»; Florida compareció con un espectáculo de delfines, flamencos y una cacatúa del Parrot Jungle; General Motors Corporation deslumbró con su parque Futurama, el más popular de la feria, donde los visitantes, acomodados en sillas en movimiento, se desplazaban a lo largo del “Carrusel del Progreso”, una demostración de lo que sería la vida cotidiana “en el futuro cercano»; Westinghouse llevó un cepillo de dientes eléctrico y las tarjetas de crédito, nuevas en aquel momento; Walt Disney llevó su sistema de audio-animatronics, donde las escenas son interpetadas por actores electromecánicos, controlados por computadoras; Ford Motor se lució con el Mustang; y en el centro, como un sol que reinara sobre el sistema, estaba -está todavía- la Unisfera, monumental globo terráqueo, construido con 70 toneladas de acero. Es el que aparece en la película “Hombres de negro”, atravesado por una nave espacial que cae en la Tierra.
En sus dos temporadas, 1964 y 1965, la Feria recibió más 51 millones de visitantes. Paradójicamente, sería un fracaso económico, porque había sido concebida para 70 millones.
El Pabellón de Venezuela, del que puede verse más imágenes en este vínculo: http://www.nywf64.com/veneze03.shtml se construyó en un lote de 6.100 m2. Tenía 1.950 m2 de construcción, repartidos en tres niveles y medio. En el sótano tenía un restorán donde se servían especialidades gastronómicas del país y en las noches se presentaban músicos venezolanos.
Los otros pisos tenían exposiciones de arte y artesanías. Al ingresar al Pabellón, estaba la muestra de arte colonial, incluido un altar original de una de las primeras iglesias construidas por los españoles en Venezuela. Luego estaba la sección destinada a “las pantallas industriales”, que mostraban el potencial de Venezuela, con muestras de los productos manufacturados en el patio, materias primas, datos técnicos sobre producción y comercialización, así como datos sobre la actividad industrial. Había una exposición especial sobre la industria petrolera, así como un espacio concebido para los representantes del país dieran información acerca de las oportunidades de negocios en el país y respondieran preguntas de empresarios interesados.
En mezzanina (entrepiso del edificio) había una exhibición de arte venezolano; y había también una especie de cuarto oscuro, donde se mostraban, convenientemente iluminados, manuscritos y algunas pertenencias de Bolívar. Hacia la salida podía verse imágenes de “Venezuela en el futuro”, una proyección que entonces pintaba de maravilla. Y, por último, estaba la tienda de souvenirs y artesanías. La programación del Pabellón incluyó presentaciones de grandes artistas, como el guitarrista Alirio Díaz, la pianista Judith Jaimes y grupos de danza contemporánea.
El 9 de mayo de 1964, el presidente Lyndon B. Johnson y esposa visitaron por segunda vez la Feria Mundial de Nueva York, se dirigieron hasta ese lugar donde vemos a las muchachas en la foto y se pararon al lado del expresidente Rómulo Betancourt para dejar inaugurado el Pabellón de Venezuela. En la ceremonia estaban también el embajador de Venezuela en los Estados Unidos, Enrique Tejera París, su esposa Pepita Coto de Tejera, y el cónsul general de Venezuela en Nueva York, Luis Alejandro González. Aquí puede verse ese momento:
En su saludo al presidente Johnson, Tejera-París le adelantó que lo que vería, en el interior del edificio no sería «tanto una muestra de la industria, sino la presencia de un país pequeño, pero orgulloso de lo que ha logrado: una gran victoria contra los terroristas, y que se ha reunido en torno a la esperanza y la búsqueda de la felicidad». En respuesta, Johnson replicó: «Como presidente de una democracia, estoy orgulloso de estar en el Pabellón de otra gran democracia, cuya visión y espíritu han iluminado no solo a este hemisferio sino a todo el mundo, y estar presente aquí con el líder de esa democracia en el periodo en que se hizo ese esfuerzo [se refería, desde luego, a Betancourt]».
Cuando le dieron una palomita, el cónsul Luis Alejandro González le explicó a Johnson que adentro vería «cómo los ingresos derivados del petróleo se utilizan para estabilizar nuestra economía, promover la expansión industrial e intensificar nuestra producción agrícola».
—También -dijo el orgulloso doctor González- aprenderá sobre los logros de la democracia en los niveles de vida, la educación, la salud, la vivienda y las condiciones sociales de nuestra gente. Aprenderá de nuestra abundante energía hidroeléctrica, riego moderno, carreteras y sistemas de comunicación. Este pabellón es un escaparate de nuestra democracia. Será testigo de la filosofía del gobierno venezolano, convencido de que solo a través de la distribución equitativa de la riqueza nacional se podrá combatir con éxito la penetración del comunismo.
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