Los acontecimientos son inquietantes. El clima es tenso y todo parece que va a peor. Estos dos hombres que cuchichean con expresión grave están bien informados de la situación. Ambos han estado por décadas en el centro de los sucesos; el más joven, incluso, ha crecido en el candelero.
En este instante, captado por la cámara del fotoperiodista Oswer Díaz Mireles, los dos acaban de sortear un intercambio que ha podido agriarles la velada. Lo superaron, por suerte. La prueba es que ahí están, expertos en poner poker face, compartiendo cuitas como si nada.
Esta foto, propiedad del Archivo Fotografía Urbana, fue tomada el día del Mensaje Presidencial de Carlos Andrés Pérez al Congreso Nacional, en 1991. Los hombres que aparecen son Ramón José Medina Simancas y su padre José Ramón Medina Elorga (1919-2010).
Pérez había iniciado su segunda presidencia el 2 de febrero de 1989, tras ganar los comicios del 4 de diciembre de 1988 con 3.879.024 votos, el 52,91% de la votación. Su competidor más cercano, Eduardo Fernández, de COPEI, sacó 2.963.015 votos, un 43,26%. Y en el Parlamento, cuyas elecciones se hacían en la misma fecha, el partido de gobierno Acción Democrática, obtuvo 97 diputados, COPEI 67, el MAS 18, Nueva Generación 6, La Causa R 3…
En la Cámara Alta, AD contaría con 23 senadores, más uno vitalicio: el ex presidente Jaime Lusinchi; COPEI con 22 y 2 vitalicios: los ex presidentes Rafael Caldera y Luis Herrera Campins. AD no tendría, pues, una mayoría absoluta en las Cámaras, como sí la había tenido durante el período anterior. El partido se vería forzado a procurar consensos con organizaciones minoritarias para sacar adelante las políticas del gobierno, al que habían llegado en medio de la profunda crisis económica y fiscal que se había instalado en los tiempos de Lusinchi.
El presidente Pérez y su equipo llegaron instrumentando un programa de liberalización de la economía, pero la sociedad no le respondió. O sí, pero tirándole la puerta en la cara.
El 16 de febrero de 1989 ppresentó su programa de ajuste económico, que sería aludido como “el paquete”, sostenido en una aspiración de libre economía: acudir al Fondo Monetario Internacional y someterse a sus ajustes; liberar las tasas de interés; unificar la tasa cambiaria volándose la tasa preferencial y, en pocas palabras, eliminando RECADI; liberar los precios de todos los productos (menos 18 renglones de la cesta básica); y aumentar las tarifas de los servicios públicos como luz, agua y teléfono… y transporte. Once días después se armó el despiporre: lo que hoy conocemos como “los sucesos de febrero de 1989” o el ahora temible “estallido”.
Unos días más tarde, el país había cambiado. Era como si la infancia hubiera terminado de sopetón. Las cifras oficiales daban cuenta de más de trescientos muertos y las pérdidas materiales eran incalculables. Con apenas un año en el poder, el gobierno entró en un pantano de impopularidad que dos años más tarde, cuando fue tomada esta foto, no se había remontado. Y en realidad, nunca lo haría.
En 1993, un año y medio antes de lo previsto, Pérez concluyó esta segunda Presidencia al ser suspendido en ejercicio de su cargo.
“¿Usted no sabe que vino a una sesión solemne?”
Ramón José Medina era diputado independiente por COPEI. Había sido electo por el estado Lara. “Era la primera vez que yo era diputado principal”, recuerda. Tenía 40 años. Ya era un conocido abogado, egresado de la UCAB con especialización en Derecho Mercantil y Financiero, de la UCV. Y también tenía una consolidada trayectoria política. “Sin que mi papá fuera un activista político, la política estuvo siempre presente en mi casa”, explica Ramón José Medina. “Yo accedí a la política por estímulo de un gran amigo de la infancia, con quien había estudiado secundaria en el Liceo Aplicación: Antonio José Herrera. Desde el liceo tuvimos actividades políticas, primero en URD y después en Vanguardia Popular Nacionalista, una escisión de URD. Luego, en la universidad, me vinculé en COPEI, aunque nunca me inscribí en ningún partido. Fui compañero de estudios y muy cercano a figuras como Ramón Guillermo Aveledo y Oswaldo Álvarez Paz, de quien fui jefe de campaña en el 1993”.
Nada de eso fue suficiente para que su padre dejara de verlo como un muchacho. Y fue así como, al coincidir en el Congreso para asistir al Mensaje Presidencial, José Ramón Medina le echó una mirada severa a su hijo y con voz suave, pero tratándolo de usted, lo reconvino. “No habíamos ido juntos. Nos encontramos allí. Y él, al verme, me preguntó si no me había dado cuenta de que íbamos a una sesión solemne”.
– ¿Y por qué? –le dije.
– Porque usted viene con ese pantalón claro…
“Entre el 58 y el 74, para las sesiones solemnes del Congreso se iba de paltó levita”, apunta Ramón José. “Tanto las autoridades del Parlamento como el tren ministerial, los representantes de los poderes públicos y, por supuesto, el Presidente acudían trajeados de esa manera, muy formal. En 1974, en el primer gobierno de Pérez, se cambiaron los protocolos. Los parlamentarios ya no irían de paltó levita, pero quedó la costumbre de que fueran trajes oscuros”.
Chiquito, pero templado
“En los altos tribunales
donde fulge la justicia,
suda tinta la impudicia
y penan los criminales,
entre los jueces cabales
por su corazón honrado,
un menudo magistrado
le da fiebre a la quinina:
es José Ramón Medina,
chiquito pero templado”.
Miguel Otero Silva, en Sinfonías tontas, 1961
José Ramón Medina había nacido el 20 de julio de 1921 en San Francisco de Macaira, estado Guárico. Recibió el nombre de su padre, fallecido meses antes del nacimiento. Y su madre, Myriam Elorga, moriría también cuando el pequeño tenía ocho años. A esas sucesivas faltas se refirió el poeta Eugenio Montejo cuando hizo el retrato de José Ramón Medina en estos términos: “Unos ojos atentos y miopes, el cabello liso y como fijado con gomina, un cuerpo menudo, de rasgos amables dibujados por una sencillez que no necesitaba valerse de ademanes tropicales. Se percibía en su mirada la lumbre de quien había conocido el sufrimiento de pequeño, esa llama que una vez adquirida parece servirle al hombre de brújula para situarse ante los seres y las cosas”.
Esa infancia campesina resultó tempranamente en un destino de poeta, hombre de prensa y tribuno. De niño se traslada a Ocumare del Tuy, donde hace la primaria al tiempo que se desempeña como linotipista en una imprenta. La secundaria la haría entre el Colegio Federal de Maracay y los liceos Fermín Toro y Andrés Bello, en Caracas. En 1945 entra a la UCV para estudiar Derecho. Y en 1947 aparece su primer poemario, Edad de la esperanza, en Bogotá. Para ese momento, el germen de lo que sería su vida estaba hondamente sembrado en tierra fértil.
Muy pronto comenzaría la abundante cosecha. En 1950 se gradúa de abogado y se va a Roma a cursar una especialización en Derecho Penal y, luego, Criminología en París. En 1954 ingresa al cuerpo docente de la UCV. En los años cincuenta dirige la revista Shell. Ejerció la Secretaría de la Universidad Central de Venezuela desde 1963 hasta 1967. En 1974 integró el grupo de intelectuales que fundó la Biblioteca Ayacucho durante el primer gobierno de Pérez y un año después estaría entre los creadores del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallego. A los 38 fue Magistrado de la Corte Suprema de Justicia, Fiscal General de la Nación y Contralor de la República, ocupó una curul en el Congreso Nacional como Senador por el Distrito Federal y fue Embajador. Poeta de muchos títulos, le cupo el honor de ser individuo de número de la Academia Venezolana de la Lengua.
En la ocasión recogida en la foto era Contralor y estaba en su segundo periodo en el cargo.
“Mi papá era un tipo muy particular. Era un hombre bueno, en el buen sentido de la palabra, como decía Machado. Tenía una gran disciplina intelectual. Dedicaba muchas horas al trabajo. Mañanero, se levantaba de madrugada. Yo también. Siempre recuerdo esa figura pasando frente a mi cuarto a las cuatro de la mañana camino a su estudio. Desde esa hora estaba escribiendo. A eso se debe que fuera tan prolífico. Tenía la virtud de ser muy auténtico. Pausado, reflexivo, tranquilo. No se alteraba fácilmente, pero cuando se alteraba era, como dijo Miguel Otero Silva, chiquito, pero templado. Nos inculcó la disciplina y el arraigo en el país. Intentaba, primero, viajar por Venezuela por lo menos un par de veces al año y luego, si se podía, afuera. Era afectuoso, pero no meloso. Muy tímido. Su poesía refleja un mundo interior profundo y muy cultivado”.
Efectivamente, en una nota autobiográfica publicada en El Nacional, diario del cual fue director, el propio poeta Medina escribió: “Me ayuda la vieja costumbre de mañanear antes de clarear el alba”. Y de la sobriedad de su talante dio testimonio público Sofía Ímber cuando, al entrevistarlo en Venevisión en mayo de 1989, dijo: “José Ramón Medina, Contralor General de la Nación, es un hombre de una gran austeridad, que ha llevado a la Contraloría”.
Un anillo de ónix
La imagen evidencia mucha confianza entre estos hombres, uno inclinado hacia el otro. Los hombros juntos. Las piernas cruzadas exactamente igual. Los labios abiertos apenas para el susurro.
“Conversábamos mucho”, dice el hijo. “En ese momento de la foto estamos en el hemiciclo del Senado de la República, que ahora es Hemiciclo Protocolar de la Asamblea. No había comenzado el acto. Aquel fue un quinquenio bastante difícil, en términos políticos. Había ocurrido El Caracazo y luego dos intentos de golpe de Estado en 1992. Un período convulso. Fuera de estos hitos, todo el tiempo era tenso. La situación económica tenía un impacto grave sobre lo social. Y Pérez había adelantado una gestión gubernamental si no enfrentado a su partido sí bastante desligado. Había designado a aquel grupo de tecnócratas en el área económica, no vinculado con el partido. Fue una relación muy conflictiva entre el partido y Pérez. Muchas veces, en lo económico, lograba más apoyo en la oposición que en su propio partido. Al final de ese período, independientemente de si nos equivocamos o no en el enjuiciamiento a Pérez… esa distancia entre él y el partido fue una de las causas que lo condenó, porque el partido terminó abandonándolo cuando él decidió no dar respuesta al cuestionario que le envió el Congreso en el caso de la investigación de la utilización de los recursos de la partida secreta en Nicaragua. En fin, mi papá y yo debemos estar comentando algo sobre esa situación”.
Al señalarle el anillo que vemos brillar en la foto, Ramón José dice que su padre “usaba dos anillos: el de casado y el del meñique izquierdo, que era de oro con ónix. Lo tenía desde que tengo memoria. Puede ser que lo considerara un talismán…”. Y cuando le preguntamos si se zafó del regaño por haber comparecido a una sesión solmene con aquellos pantalones de inapropiado color claro, dice con una sonrisa evocadora: “Esas cosas normalmente las pasaba por bola. ¡Qué iba a hacer! No tenía argumentos. Opté por el silencio”.
En aquella entrevista con Sofía Ímber, el entonces Contralor dijo que la creación literaria era para él “una especie de compensación entre lo que el hombre se ve obligado a ser con lo que el hombre tiene necesariamente que hacer por impulsos de su vocación”.
Este día inmortalizado por Oswer Díaz Mireles, los Medina estaban obligados a ser formales. Más nada.