Mis paisanos caminan
al borde de la autopista.
Algunos llevan un perro
de rabo interrogante
como una estampa
de San Roque.
Bajo un puente
hay motorizados
sobre corceles
Yamaha y Kawasaki.
Monturas que recorren el valle
y sus veredas fortificadas.
Pero mis paisanos
permanecen como piedras
bajo el smog azul.
Si alguno muere
y lo sostienes en tus brazos,
solo el peso de su cuerpo
te colma de realidad.
Luego
los que sobreviven
se retiran
bajo unos árboles
de ornato:
‒Yo tuve un campo en el corralito
de la mente, pero se marchitó.
Y juntos celebran
las tres últimas gotas
que restan siempre
en cada botella.
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