Habíamos partido en esta búsqueda de Henrique Avril del insoluble dilema de los animales e Borges y la imposibilidad de meterlos en una sola jaula lingüística. Pasa con todo y muy señaladamente con la fotografía. Alguien lo dice muy bien: “Nos referimos a la convivencia en los hechos de multitud de usos de la fotografía, la cual se desenvuelve en espacios discursivos tan diversos como la ciencia, el periodismo, la publicidad, el diletantismo y, por supuesto, el arte. Entre ellos se dan influencias, préstamos, maridajes y transposiciones, de manera que, como objetos con vida social, las fotos son sujetos escurridizos, capaces de escabullirse y pasar de las maneras más insospechadas de un campo a otro…” (La teoría fotográfica contemporánea: hacia una nueva pragmática del campo fotográfico, J.R. Pérez Fernández, 2011 [Tesis doctoral no publicada]).
Nosotros hemos escogido la casa amplia del arte para ver qué encontramos de Avril. Y puede darnos mucho paño que cortar sin entrar a las otras casillas o jaulas. Por ejemplo eso del fotógrafo andariego puede simplemente venir de que la fotografía es andariega. Por naturaleza se diría. Si es espejo fiel mundo, tiene que andarlo y andarlo para poder reflejarlo. El escritor pude imaginar mundos, el fotógrafo tiene que caminar hasta él y decirle sonríe, o llora. Y en una suerte de imagen arquetipal del fotógrafo el viaje es un elemento importante y si revisamos la biografía de muchos grandes lo vamos a encontrar, a veces en sobrada abundancia. ¿Por qué, entonces, no encontrar natural que ese fotógrafo que quiere cumplir sus funciones de artista sea un caminador de su país que es para entonces una tierra virgen de imágenes, fértil para lo inédito, tentadora de novedades?, ¿Y que buscase las más sorprendentes y distantes de su entorno habitual y a sus chaquetas, corbatas y buenos modales a lo mejor parisinos? Los hermanos Lumiere, valga la digresión pero se trata de imágenes, una de los primeros proyectos para el cine fue mandar a medio mundo a sus camarógrafos para que trajeran de vuelta y pronto las alforjas llenas de imágenes muy poco o nunca vistas, hasta los bañistas del Lago de Maracaibo.
Vaya una respuesta a nuestras inquietudes iniciales, sobre la particularidad de Avril entre los fotógrafos de su tiempo. Habrán otros cruces de caminos, es inevitable borgianamente hablando. Pero me suena bien, al menos.
Que nuestro fotógrafo sea un artista no tiene sino una prueba contundente, que sus fotos sean bellas. Y lo son. Pero antes de entrar en ese frágil y subjetivo camino de la crítica pensemos en eso que es un a priori del artista, que sea un autor. Y ya sabemos cuánto costó a la fotografía del siglo XIX ser reconocida como una actividad digna de pertenecer a las artes plásticas y no un mero y muy loable dispositivo técnico, del ámbito de la ciencia –con algo de mágico– capaz de reproducir objetivamente lo real pero sin el elemento subjetivo del pintor que lo espiritualiza, el autor; y que hacía de la labor fotográfico un distinguido oficio, que, a veces, solo servía de auxiliar mecánico al pintor (a Degas, verbigracia, para precisar algún movimiento de sus bailarinas).
En el caso de nuestro fin de siglo tropical parece reconocerse con más generosidad el nuevo arte, esa trivialidad sin alma que concibió alguna vez Baudelaire. Yo daría unas pruebas muy sencillas. El lenguaje con que se le refiere en la prensa es el del artista insigne y adjetivaciones similares y el mismo utiliza el término cuando se escribe, por ejemplo, con su amigo el también fotógrafo Domingo Luca. Su actividad de dibujante y grabadista, no muy desarrollada ni notable, indica que se mueve también en el espacio de la plástica. Y yo creo que es muy significativo la constitución del llamado Club Daguerre, en honor a uno de los inventores de la fotografía, con un grupo de jóvenes acomodados de Carúpano, ciudad que goza entonces de un notable desarrollo económico y de una migración córcega notable. El espíritu con que estos jóvenes hacen excursiones y fotos al aire libre sobre sitios hermosos de la región, sin otra finalidad que no fuese conseguir bellas imágenes, indica mucho sobre un quehacer que dista mucho de un oficio mecánico y se asemeja más a la aventura estética. La obra de Domingo Luca es también notable por su esmero estético y es posible, como dice Douglas Monroy, que los dos se hayan acercado antes que los pintores locales a ciertas proposiciones impresionistas. Luca es otro brillante fotógrafo. El haber publicado fotos en el exterior también indica en Avril ambiciones de trascendencia, no solo técnicas.
En conclusión diría que ya en fecha temprana nuestros fotógrafos gozaban de una consideración todavía limitada en Europa. Es posible que las fotografía misma, y la destreza adquirida por algunos de nuestros fotógrafos, haya deslumbrado con más intensidad nuestra sociedad, muy ayuna de contactos con las artes plásticas.
Por último habrá que averiguar qué arte hace este artista, que hoy reconocemos y reverenciamos, cuando la fotografía es vedette indiscutible de nuestros museos y mercados artísticos. Y él uno de nuestros clásicos más respetados.
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