Perón llegó a Maiquetía el 8 de agosto de 1956. Venía invitado por el general Pérez Jiménez, quien fue su anfitrión hasta enero de 1958, cuando los dos tuvieron que salir a toda carrera.
Antes de arribar al aeropuerto que sirve a Caracas, el argentino había hecho escala en Maracaibo, donde lo esperaban los reporteros. La nota que publicó El Nacional, en su edición del día siguiente, firmada con las iniciales O.I., dice en el primer párrafo: “El General Juan Domingo Perón llegó hoy a Venezuela, en vuelo desde panamá, junto con una hermana de la Caridad y una dama rubia. La hermana, es de las de la Caridad del Buen Pastor. La rubia, el General Perón dice que nada tiene que ver con él. Del viaje cuenta que ha sido excelente, buen servicio, buen avión, buen tiempo. Después de estas declaraciones, el General Perón cayó en manos de los periodistas. De los que en Maracaibo le esperaban. De los que fuimos desde Maiquetía, allí fue la parte más seria de la entrevista, que después completamos regresando a Maiquetía en avión con el ex presidente argentino”.
Había expectativa por su llegada a Venezuela. Perón llevaba un año peregrinando. Había sido derrocado de la Presidencia de la República Argentina por un golpe militar en septiembre de 1955. Un mes después salió de su país a Paraguay, a bordo del bimotor “Catalina”, con un equipaje compuesto estrictamente por dos maletas preparadas por el camarero de la Presidencia bajo vigilancia de un funcionario del nuevo gobierno.
El 6 de noviembre de 1955 recaló en Panamá. Estaba allí en julio del 56, cuando se realizaría una reunión de presidentes americanos, donde participaría Eisenhower, para celebrar los 130 años del Congreso Anfictiónico, convocado por Bolívar en 1826. El gobierno argentino, que estaba invitado a la cumbre, puso como condición para asistir, que Perón no estuviera en territorio panameño. Tuvieron, pues, que sacarlo a Nicaragua entre el 20 y el 29 de julio de 1956.
Con un gobierno muy cercano a los Estados Unidos, que vigilaba de cerca los pasos de Perón, Panamá se había vuelto incómodo. Además, estaba prácticamente a la deriva, con dificultades –aseguran sus partidarios- para pagar su alojamiento y comidita. Fue así como se decidió a pedir asilo político en Venezuela, donde gozaría de la protección de Pérez Jiménez y donde ya estaban refugiados importantes miembros del partido peronista.
Ese día de agosto, pues, Perón llegó a Caracas con el original de un libro de 246 páginas, “La fuerza es el derecho de las bestias”, (título tomado de una frase de Cicerón), que había terminado de escribir en el istmo y con el que aspiraba a dar cuenta de su gestión de gobierno; y con María Estela Martínez Cartas, una bonita bailarina porteña a quien había conocido en el night club “Happy Land”, en Ciudad de Panamá.
En sus primeras semanas en Caracas el líder justicialista duerme en distintos sitios. Tiene pavor a un atentado, porque le han hecho varios y porque desde distintos países le anuncian más. Tanto la diplomacia norteamericana como el gobierno argentino presionan al de Venezuela para que expulse al exiliado. Pérez Jiménez se niega.
Al parecer, la primera residencia fija de Perón e Isabelita (nombre artístico de la Martínez) fue un apartamento en el séptimo piso del edificio “Jos Mary” de la avenida Andrés Bello, puesto a su disposición por Rodolfo Martínez, un argentino que narraba carreras de caballos y que se desempeñaría como su ataché en Venezuela. Pero luego ha debido mudarse a la quinta “Mema”, en El Rosal, puesto que así lo documenta el el periodista argentino Américo Barrios, quien escribió: “la casa que habitaba Perón era modesta, tenía un vestíbulo no muy amplio. Sobre una repisa había un retrato de Eva Perón realizado en delicada acuarela; en un rincón un hermoso piano de caoba claro de gran marca que Don Fortunato Herrera, un venezolano amigo del general, había obsequiado a “Isabelita”. Sillones comunes y sillas rodeando una mesa para comer convertían a esta sala en un living, eso y dos dormitorios eran toda la casa”.
Esta fotografía, perteneciente a la colección de la Fundación Fotografía Urbana, debe haber sido tomada en esa casa.
–El general Juan Domingo Perón, -escribe el periodista O.I. de El Nacional- tiene estatura de prócer. Cerca del metro 80 o poco más. Debe pesar unos 90 kilos. Cuando llegó a Maracaibo, desde Panamá, vestía un traje italiano de rayón, de esos que tienen listas y parece de hilo. Muy americano. Con una camisa de verde muy claro y una corbata obscura. Cuando le preguntamos por el traje, nos enseñó que todo era de procedencia argentina:
–Hasta el calzado”.
No serían muy frecuentes los encuentros de Perón con la prensa. Trataba de pasar lo más desapercibido posible, por cuestión de seguridad. Cuando solicitó asilo en Venezuela le escribió a Pérez Jiménez: “mis enemigos han pretendido asesinarme hasta en mis habitaciones del hotel Washington, en Colón”. Pero alguna entrevista sí que dio. Sergio Antillano me contó, hace por lo menos dos décadas, que en una ocasión él fue a entrevistar a Perón en alguno de los edificios donde tenían oficinas los peronistas argentinos en Caracas; y que al llegar al lugar se reunieron, él y el fotógrafo –que ha podido ser el Gordo Pérez-, con Perón para trasladarse a otro piso, donde tendría lugar la conversación. Resulta que el ascensor donde iba se quedó detenido con ellos adentro. Antillano contaba que el general Perón “se chorreó todo” y les rogó a ellos por su vida; y así estuvo, casi llorando, hasta que la cabina prosiguió su marcha.
Por otra parte, Perón no tenía una relación estrecha con Pérez Jiménez. El argentino era crítico del tachirense por considerar que sus políticas no tenían suficiente “proyección social”. La perspectiva populista y demagógica de Perón le acarreaba antipatías en la cúpula del régimen; y es el caso que Laureano Vallenilla Planchart escribió, en un editorial en El Heraldo, que el general Perón no era más que “un adeco con uniforme”. Contaba, eso sí, con la amistad de Pedro Estrada, quien le dio protección desde la Seguridad Nacional.
No estaba demás. El 25 de mayo de 1957, día de la independencia de Argentina, el carro donde debía viajar Perón, un Opel, hizo explosión cuando transitaba entre las esquinas de Venus y Paradero, en La Candelaria. El Nacional reseñó: “Ochenta y dos ventanas se fragmentaron en diecisiete apartamentos en tres edificios de la cuadra”.
El año y cinco meses que Perón estuvo en Venezuela se los pasó reorganizando su movimiento y plantando cara a los ataques del gobierno que lo había sustituido. La historia demostraría que no había sido sincero cuando, al descender el avión, aquel día en Maiquetía, eludió las preguntas de los reporteros diciendo: “la política, la guerra y las mujeres no son cosas para viejos”. Todo era mentira. Volvería al poder y estaba bobito por la rubia. Además, nacido el 8 de octubre de 1895, estaba a punto de cumplir apenas 61 años.
El mismo 23 de enero de 1958, Perón se refugió en la embajada de República Dominicana. En ese país coincidiría con Pérez Jiménez, ambos depuestos. Pero no estaban en igualdad de condiciones. Pérez Jiménez costeaba sus propios gastos y sufría el acoso del voraz Trujillo, quien quería echarle garra al dinero del venezolano, mientras que Perón era alojado con su séquito en un hotel de lujo a cargo del poderoso Chapita. Y cuentan quienes los vieron en Quisqueya que Perón agitaba la punta del zapato con aburrición cuando le tocaba compartir con su antiguo hospedador y con Fulgencio Batista, también destituido en Cuba, porque, según mascullaba, no quería que lo confundieran con aquel “club de dinosaurios políticos”. El 12 de octubre de 1973 regresó por los votos a la Presidencia de la Nación Argentina. Murió al año siguiente, el 1 de julio de 1974.