Hasta un suspiro habría podido dañar la fotografía. Deben haberles indicado que se quedaran muy quietas… y que miraran al lente (el solemne conjunto impone, es difícil que alguien se atreviera a pedirles que miraran al “pajarito”). Así que las señoras optaron por lo que suele hacerse en estos casos: buscaron la posición más cómoda, aferraron sus bolsos (no fueran a resbalarse en la tersa superficie de las sedas y los satenes) y se aseguraron de no mover un músculo hasta que el chasquido de la cámara les indicara que la fotografía había sido captada. Pero, como ocurre comúnmente en estas situaciones, las personas paralizadas mueven los ojos con más energía, el ambiente se somete a un examen exhaustivo.
El espectáculo de la cámara y el fotógrafo debe ser muy interesante para ellas. La prueba es que de las doce señoras convocadas para la sesión de fotografía, solo dos miran a un punto distinto. Una es la del extremo derecho, que parece observar divertida algo que ocurre en la habitación de al lado. Quizá hay movimiento de copas y un espumante para agasajar a las invitadas, que han venido expresamente a posar para esta imagen. Y la otra es la segunda, de izquierda a derecha, en la fila de las que están de pie. Esta da la impresión de haber descubierto, con alborozo, un sombrero más excéntrico que el propio. Distraída de la operación fotográfica, esta mujer ha cedido al privilegio de su emplazamiento: desde donde está puede seguir con detenimiento las circunvoluciones de la tela que adorna el tocado de la primera señora (en la fila de los asientos).
—Pero si parece un intestino grueso —debe estar pensando—. De dónde habrá sacado ese horror…
No podemos culparla. El accesorio, aparatoso y asimétrico, es anticlimático en el conjunto. Los demás sombreros son sobrios y observan dimensiones, digamos, humanas. Este, en cambio, además de parecer una encarnación del signo de capricornio, es extravagante. No nos sorprendería enterarnos de que fue sacado del vestuario de una compañía teatral.
Su portadora, sin embargo, lo lleva sin complejos. Más aún, se la ve muy orgullosa y, definitivamente, satisfecha de su toilette, del oro de su aderezo y de pertenecer al selecto Grupo de Damas de la Cruz Roja de Venezuela, quienes se han cansado de ser un comité decorativo y han decidido pasar a la acción. Van a recabar dinero para la organización y piensan lograrlo mediante la venta de una postal que llevará una foto de todas ellas. Esto es, van a dar la cara. La postal es una especie de bisabuela de los calendarios con fotos de señoras como atractivo y anzuelo comercial. Claro que no se han popularizado los almanaques picantes; y aunque así fuera, estas son señoras recatadas, movidas por el altruismo. En modo alguno, por la vanidad o el exhibicionismo.
La Sociedad Venezolana de la Cruz Roja se fundó en Caracas, el 30 de enero de 1895, después de que se creara en Suiza en 1864, por iniciativa del comerciante ginebrino Henry Dunant, quien organizó un operativo de auxilio, que consistió en organizar a la población e improvisar un hospital de campaña en una iglesia, para atender a los heridos de la Batalla de Solferino, (24 de junio de 1859). El espíritu que cimentó el nacimiento de la Cruz Roja fue la determinación de socorrer a las víctimas de la guerra sin discriminar según su bando. Es un ser humanos, ha sufrido los rigores de una batalla, debe ser ayudado. Punto.
En la página web de la Cruz Roja de Venezuela se establece que fue creada “como parte de los actos organizados con motivo de la Conmemoración del Centenario del Nacimiento del Mariscal Antonio José de Sucre, quien fue el héroe de la Independencia venezolana que más se preocupó por humanizar la guerra”.
Por la misma fuente nos enteramos de que Venezuela se sumó al acuerdo establecido en la Convención Internacional de Ginebra, reunida en 1864, —donde se acordaron medidas especiales para la atención de los heridos en guerra y la protección de los cuerpos de socorro—, por decreto del Congreso Nacional, del 21 de mayo de 1894 y por declaración del Ejecutivo Federal, fechada el 9 de junio de 1894.
Entre los fundadores de la Cruz Roja Venezolana figuran personalidades como Agustín Aveledo, Francisco Rísquez, Luis Espeluzín, Pablo Acosta Ortiz, Manuel Díaz Rodríguez, Luis Razetti y Rafael Villavicencio, entre otros. Su primer Presidente fue Sir VincentKennetBarrington, caballero inglés residenciado en Venezuela y gran promotor de la replicación de la Cruz Roja en este país, porque había trabajado con la casa matriz de Ginebra en varias guerras. Había venido a Venezuela como comisionado especial de Gran Bretaña para la construcción de puertos y redes ferrocarrileras.
La fotografía, cuyo autor y fecha desconocemos, debió ser tomada a comienzos del siglo XX. Esto se deduce por la ropa de las señoras. Quizá, alrededor de 1910.
Al pie de la postal reza esta incitación: “La CRUZ ROJA es la entidad más humanitaria del mundo. Asociarse a ella es deber de solidaridad humana, que dignifica. Hágase usted socio y exhorte el patriotismo de todos sus amigos. Para esto no se necesita sino tener buen corazón y un bolívar”.
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