Claro que disfruta el baile, pero los ojos entrecerrados no deben atribuirse únicamente al placer sino sobre todo al fogonazo del flash. De hecho, podemos ver el destello reflejado en los lentes del general Pérez Jiménez, quien baila con señora que no es la suya en el Gran Salón Venezuela del Círculo Militar.
No tenemos el nombre del autor de la imagen ni la fecha en que fue realizada. Pero tiene que haber sido hecha entre el 2 de diciembre de 1953, cuando el propio Pérez Jiménez cortó la cinta para dejar inaugurado el complejo diseñado por Luis Malaussena, y enero de 1958, cuando el dictador huyó del país tras ser derrocado.
Debe ser una fiesta de Navidad o alguna fecha de mucha importancia, porque los dos están vestidos con gran elegancia. La señora lleva un traje muy bien cortado en satén bordado, con el cabello recogido en un peinado elaborado, pero sobrio; y las joyas también son delicadas y de buen gusto. Debe ser la esposa de un ministro o embajador. El traje de gala del general, visto desde nuestra perspectiva, luce ridículo por lo recargado, el exceso de flecos y adornos dorados lo hacen lucir como un antecedente del carnaval de Rio de Janeiro o de los emperadores africanos, y esas borlas como de cortinero versallesco, que evidentemente se menean con el movimiento. Es posible que la risita de ella obedezca en parte al júbilo de estar bailando con el caballero más importante de la fiesta y también por efecto de los azotes que los largos flecos deben atizarle. En fin, debe ser muy raro bailar con un hombre que lleva esa especie de refajo tembloroso. Debe ser como echar un pie con una hawaiana.
La sonrisa de él tiene varias lecturas, como todo en las fotografías. Hay quien ve un rictus siniestro, porque mientras Pérez Jiménez se desliza feliz por el entarimado del salón, los presos políticos pasan noches de horror en sus mazmorras y el país padece la falta de libertades, la censura y el miedo. Pero hay quienes ven en ese gesto la legítima satisfacción por los innegables logros del Nuevo Ideal Nacional, que trajo una prosperidad nunca antes experimentada por Venezuela y llenó el país –sobre todo, Caracas- de un buen número de importantes obras de infraestructura.
La paradoja detrás de esta sonrisa fue expresada por el escritor José Ignacio Cabrujas, opositor de aquel régimen en su momento, quien dijo en una entrevista: “Quienes nos oponíamos a Pérez Jiménez -por una cuestión visceral, porque éramos comunistas, porque nos perseguían– de alguna manera participábamos de ese mundo, ese era el mundo real. Lo que no nos gustaba era él, el régimen de dictadura, la falta de libertad, pero la época nos gustaba, la vivíamos intensamente, sentíamos que progresábamos, que no era mérito de Pérez Jiménez sino de las inmensas riquezas del país. Pensábamos que era de cajón que Pérez Jiménez hiciera lo que hacía, que no faltaba más, pero que alguien lo podía hacer mejor… A la larga descubrimos que no, que nadie lo hizo mejor, es casi blasfemo para mí mismo decirlo, pero es la verdad, o siento que es la verdad”.
Esta fotografía capta la contradicción señalada por Cabrujas. El dictador y su pareja están aislados, bailan solos, recortados sobre un fondo un oscuro donde pululan los conflictos. Pero se aseguró de que estuvieran los fotógrafos.
En el Caribe todo el mundo baila. Y qué. Es natural. Nos bailan desde chiquitos. Pero solo los dictadores obligan al país a contemplarlos mientras lo hacen. Como si al cooptar las leyes y apoderarse de los recursos de la Nación se convirtieran también en los reyes del mambo. Pérez Jiménez, quien se había graduado en la Academia Militar con las más altas calificaciones (un promedio que no ha sido superado) y encabezaba un gobierno que atraía a los inmigrantes por cientos de miles, bailaba al arrullo de grandes orquestas. No con discos. Ya eso vendrá con la era de la degradación, cuando habrá presos políticos y exiliados, censura, persecución y opresión, pero todo lo demás será exactamente lo contrario. Donde había inmigrantes, habrá estampida de emigración. Donde había construcción, se apilarán los escombros. En fin, todo al revés, con la excepción, naturalmente, de que el dictador sigue creyendo que se luce bailando.