Al cabo de un rato de observar la fotografía es como si un rumor cobrara intensidad hasta reproducir la algazara de este momento. El coro de las bocinas que parece una asamblea de ballenas varadas allí, en la orilla del lago. Las voces de los vendedores, los mil gracejos del maracaibero, las risas de las mujeres, los gritos de un carro a otro, ese intercambio verbal, propio de la ciudad, en que parece que se van a medio matar y lo que están es echándose bromas.
En el envés de la gráfica, del Archivo Fotografía Urbana, pone que fue tomada frente al Mercado de Maracaibo en 1960. Es un mundo en el instante justo de su desaparición. Todo aquí parece “antiguo”, con la excepción de las dos flechas en sentidos contrarios, ubicadas a la derecha, entre la acera y la pequeña cúpula donde han colgado un aviso de invitación a un “gran baile”. Esas flechas tienen un diseño moderno. Son un mínimo detalle contemporáneo clavado como un dardo en una estampa nostálgica. Las flechas están rodeadas, además, de colchas campesinas y hamacas. El día entero estaríamos encontrando maravillas en esta foto. El hombre encaramado en una escalera metálica (entre las flechas y el aviso del local La Moderna); la parroquiana morena vestida con un traje sin mangas y de lunares inmensos (hacia la esquina inferior izquierda); la triple fila de estacionados; la cola de “Por puesto Pomona” (también hay algún “Por puesto San José”); los hombres con camisas de algodón blanco; la maraña de cables de la luz; la uniformidad de las tallas (no se ven aquellos gordos de los años 90 ni los esqueléticos de los tiempos de Nicolás Maduro); la abrumadora diversidad de las mercaderías; los avisos, tanto los reclamos de las tiendas como los carteles publicitarios luminosos (como ese, en el borde derecho, debajo del reloj, que pone: “Tome Café Imperial, calidad comprobada en la taza”); la sucesión de puestos de venta; los tenderetes emplazados directamente en la calle, repletos de mercancía; la inverosímil vitalidad, la casi olvidada canción de la abundancia… Van, vienen, apretujados. No parecen desconfiar unos de otros.
El lago de Maracaibo está a la espalda del fotógrafo. Y lo que este mira es el corazón de la ciudad en esa época y en otras, ya pasadas. Después, el centro financiero, comercial y cultural de Maracaibo se desplazó hacia otras zonas, pero en este momento es aquí donde palpita la savia que da vida a Maracaibo. En este nudo ocurrieron hechos históricos y todavía, hace poco, se manifestó allí la barbarie.
En esa esquina hubo siempre un mercado. La historia lo documenta desde comienzos del siglo XIX, pero la cercanía de ese solar con la orilla del lago nos permite deducir que desde que hubo población, hubo intercambio comercial en ese lugar. Ya en 1816 el gobernador don Pedro González Villa construyó unos ventorrillos de bahareque que en 1849 se habían quedado pequeños para las necesidades de la fragorosa ciudad puerto. En 1866, el general Jorge Sutherland, presidente del Zulia, construyó un edificio de mampostería que la gente dio en llamar como Ventorrillos Nuevos en oposición a los Viejos, los de González Villa. No se daban el nombre de mercado, como si consideraran esta una categoría aún inalcanzada; y, sin embargo, un testimonio de la época nos dice que allí, para mediados del siglo XIX, se reciben “comestibles de más de 60 embarcaciones que llegan diariamente de diferentes puntos del lago. Sus cargamentos son de plátanos, maíz, queso, panela, hortaliza, verduras, frutas, pescado y otros productos diferentes. Recibe también aves de todas clases, cueros, leche, cacería. Las carnes son tan abundantes y variadas como no las hay en ningún otro de la república, pues se vende diariamente carne de res, de carnero, cabra, marrano, venado, lapa, báquira, conejo, cachicamo y otros. No bajan de cinco mil personas las que concurren diariamente a dicho mercado”.
El 29 de marzo de 1886, un año después de la colocación de la primera piedra, se inauguró el Nuevo Mercado, con un recinto rectangular de 60 ventorrillos para el expendio de víveres, licores y mercancías al por menor; y 198 puestos para los productos que a diario fluyen de las costas y campos del Zulia. No sería la última edificación que se levantaría en ese terreno, pero vamos a detenernos aquí porque antes de que nadie sueñe con embalar las partes prefabricadas de hierro con que se ha de armar la estructura que vemos en la foto, va a ocurrir algo terrible.
Estamos en marzo de 1886. En menos de dos semanas abrirá sus puertas el Nuevo Mercado. Hay mucha expectativa, pero los ánimos están caldeados por la agitación política. Antonio Guzmán Blanco ha decidido hacerse reelegir para un ¡tercer gobierno! Y en Maracaibo… Mejor que dejemos que nos lo cuente Juan Besson, en su Historia del estado Zulia: “En el Zulia no tuvo resonancia de alegría el retorno de Guzmán al Poder. El pueblo lo odiaba, y solo los favorecidos particularmente por él se complacieron con el éxito de la revolución. Aparecieron en las esquinas letreros denigrantes en su contra, y circularon hojas sueltas de la misma índole. No había el pueblo zuliano olvidado aquellas ridículas manías de los años 1974 y 1875 que tanto daño le habían causado, y sus propósitos de empequeñecer al estado, lo que nunca podía perdonarle un conglomerado tan patriota y tan orgulloso como el de las riberas del Coquivacoa”.
“El Zulia —sigue Besson— luchaba como podía contra Guzmán Blanco. Había estado con los ‘demoledores’ cuando echaron por tierra las estatuas del que se hizo llamar ‘Ilustre Americano’, y vio con tristeza su vuelta al país y al poder. No es cierto que hubiera libertad de elecciones como su gobierno proclamaba a voz en cuello […] El hecho de haberse reerigido las estatuas de Guzmán el 28 de octubre, en Caracas, causó asombro en el Zulia, pues la generalidad creía que después que los ‘demoledores’ las habían echado por tierra en 1878, no se volvería a cometer tal acto de indignidad, al que el mismo Guzmán debía haberse opuesto si no hubiera dominado en él todavía aquel insensato orgullo que lo dominaba cuando se las hizo erigir por primera vez en 1873”.
Recordemos que Guzmán Blanco había tenido un primer mandato entre abril de 1870 y febrero de 1877. El segundo corrió entre febrero de 1879 y abril de 1884. Y ahora quería otro, un bienio de octubre de 1886 a 1888. No solo en el Zulia, pero especialmente allí, encontró una fuerte oposición. Es así como llegamos al 15 de marzo de 1886. Ya Guzmán se ha reelegido. Estalla la protesta en Maracaibo.
“El bachiller Benito d’Erizans —cuenta el historiador Juan Carlos Morales Manzur— va a la casa de su amigo Abraham Belloso a buscarlo para ir a presenciar la manifestación. Belloso estaba dormido. Y su esposa, Elvira Rossell, se negó a llamarlo, pero aquel despertó y se animó a acompañar a su amigo. Los dos se ubicaron en la puerta de la barbería del señor Braulio Marrero, en la plaza Baralt, en la esquina derecha del corte de las calles Colón y Bolívar”.
Morales Manzur explica que la barbería de Braulio Marrero estaba frente al mercado (el anterior a este de la foto), quizá donde luego estaría alguno de esos establecimientos que vemos en la foto, Villa Caracas, La Zulianita o la misma Kodak… El caso es que cuando los dos hombres llegaron allí, la muchedumbre asaltaba la Aduana. Y entonces apareció el gobernador del Zulia, general Tinedo Velasco, con sus fuerzas. Se presentaron en la plaza Baralt, que es ese espacio frente a la iglesia donde pareciera haber un inmenso estacionamiento. “Al verles —dice el historiador—, el pueblo les hizo fuego y se trabó un combate. De los tiros resultaron 15 heridos y 4 muertos…”.
La barbería de Braulio Marrero estaba ahí mismo, frente al mercado y junto a la plaza Baralt. Y ahí estaba Abraham Belloso Gutiérrez, un poeta que tiene su correspondiente entrada en el Diccionario de la Literatura Venezolana, obra monumental del Centro de Investigaciones Literarias de la Universidad de los Andes (ULA). Allí consta que Abraham Belloso (1854-1886) era también ensayista: “Entre sus méritos estuvo el haber ganado el primer premio en el certamen literario promovido por la Junta que celebraba el Natalicio del Libertador en 1883, en Maracaibo”.
Pero no solo era un bardo. Abraham Belloso era político y periodista. Por eso su amigo, el bachiller d’Erizans, pensó que le interesaría acudir al lugar de los hechos. No previó, naturalmente, que derivarían en tragedia.
Abraham Belloso Gutiérrez había nacido en La Cañada, para la época distrito Bolívar (hoy municipio Urdaneta), estado Zulia, el 11 de diciembre de 1854. Era hijo de Juan José de Jesús Belloso y Castro y María Francisca Gutiérrez y Urdaneta Barrenechea. Estudió en el antiguo Colegio Federal del estado Falcón-Zulia, donde obtuvo el título de bachiller en Filosofía en octubre de 1882. Según el —también monumental— Diccionario General del Zulia, “destacó como miembro de la Sociedad Vargas, fue diputado, concejal, presidente del Concejo Municipal de Maracaibo, presidente de la Legislatura del Gran estado Falcón-Zulia y presidente de la Sociedad Mutuo Auxilio. Obtuvo el premio del certamen del Centenario del Natalicio del Libertador (1883) y fue colaborador de La Esperanza, El Mentor y otros periódicos y revistas, donde quedó su obra dispersa”. Se casó en Maracaibo, el 6 de enero de 1876 en Maracaibo con Elvira Rossell y Bravo, hija de Miguel Sandalio Rossell y González Parejo y de María Dolores Bravo.
“Estos Belloso —dice Morales Manzur— vivían en la calle de Oriente. Eran primos de los Belloso Nava, que serían ricos empresarios; pero los Belloso de la calle de Oriente se dedicaron a las letras, al ejercicio de cargos públicos y otras actividades similares. Según contaba Kurt Nagel y los descendientes de Abraham, el 15 de marzo de 1886 él estaba en la plaza Baralt de espectador, no participaba en los motines, y fue blanco de una bala perdida”.
Abraham Belloso cayó en la puerta de la barbería. Tenía 33 años, una esposa y seis hijos. Nunca se supo quién había disparado, solo que la bala provenía de las fuerzas del orden.
El 21 de julio de 1927, a los 40 años del asesinato de Abraham Belloso, aquel mercado que abrió una semana después de su muerte, fue consumido por un incendio. Las malas lenguas atribuyeron el siniestro al presidente del estado, general Vicencio Pérez Soto, quien habría estado interesado en el presupuesto de una nueva edificación. En carta al general Gómez, expuso Pérez Soto: “Luego del incendio el gobierno que presido se encargó de arrasar y botar los escombros, hasta dejar el área de terreno lista para una nueva edificación”. Hizo traer de Inglaterra una estructura de acero que allí producían en serie y contrató al ingeniero belga León Achiel Jerome Hoet para que dirigiera el ensamblaje. El Mercado Principal de Maracaibo se inauguró en 1928. Es el que aparece en la foto.
El 7 de junio de 1990, el gobernador del Zulia, Oswaldo Álvarez Paz, lo designó sede del Centro de Arte de Maracaibo Lía Bermúdez (CAMLB), y posteriormente se constituyó en fundación presidida por la propia Bermúdez (1993-2015). El 18 de mayo de 2018, el gobernador chavista Omar Prieto destituyó al presidente de la institución, Régulo Pachano. Pocos días después, divulgó en Twitter que los espacios del CAMLB habían alojado una actividad de la espuria Asamblea Nacional Constituyente. Todo esto allí, en el lugar que el fotógrafo observó con deleitado asombro.
Once días después del arrebatón de Omar Prieto, el 29 de mayo de 2018, la OEA presentó un informe sobre Venezuela, donde se identifican al menos 131 víctimas de asesinatos durante las protestasen de 2014 y 2017, perpetrados por miembros de las fuerzas de seguridad del Estado o por colectivos (paramilitares vinculados al chavismo), así como 8.292 ejecuciones extrajudiciales desde 2015.