En 1961, Manuel Quintana Castillo, pintor nacido en Caucagua, estado Miranda, el 6 de enero de 1928, hizo su primera exposición individual en el Museo de Bellas de Artes de Caracas. Para ese momento había acumulado abundante obra, parte de la cual fue exhibida en esa muestra, que abarcaba su producción desde 1954.
Es posible que esta imagen, parte del acervo del Archivo Fotografía Urbana, haya sido tomada en esa ocasión. También pudo haber sido captada en alguna de las exposiciones colectivas en las que había participado Quintana Castillo (porque el caso es que la obra que vemos a la izquierda es de su autoría).
A mediados de los 50, Quintana Castillo emprendió una indagación en el realismo mágico –sería, de hecho, uno de los pioneros de esta perspectiva en Venezuela- y en las atmósferas oníricas. Ya había pasado por la exploración geométrica en sus inicios y por esta época reinterpretaba los postulados de Rufino Tamayo y Paul Klee. La figura del cuadro recuerda, efectivamente, al maestro alemán.
Sabemos, pues, que la pintura es de Quintana Castillo y el espacio es amplio y bien iluminado. ¿Es el Museo de Bellas Artes? Pudiera no serlo, aunque el techo es alto, hay dos bancos muy de museo (uno de ellos, el más lejano, tiene en un extremo una lámpara de mesa puesta allí como castigada), cada obra cuenta con una ficha y los paneles corresponden a superficies móviles para albergar obras de arte. Nuestra duda resulta de cierta precariedad del panel abollado o directamente roto, así como del cartón piedra escapado por una esquina y del rodapié necesitado de una mano de barniz.
Nada de esto le interesa al fotógrafo Jorge Humberto Cárdenas. Para él lo que cuenta es la tensión jubilosa entre la venus prehistórica pintada por Quintana Castillo, una mujer de cadera ancha, pechos altos y cabeza pequeñita, -esto es, una jugosa máquina de parir- y el corro risueño que la paleolítica parece señalar con gesto escandalizado. El rebaño femenino no es compacto. Las adultas saben lo que se traen. Comparten códigos y se ríen de sus picardías. Una de ellas, la que nos ofrece el perfil está embarazada; y la que nos da el frente hace reposar sus manos sobre su vientre, pero hete aquí que las manos sostienen unos guantes que parecen la sombra de otras manos… La del traje oscuro se inclina levemente impulsada por la carcajada. Es un aquelarre en plena luz del día.
Y fuera del grupo hay dos figuras femeninas. Una es adolescente. Está enfurruñada, quizá porque no es admitida en la asamblea de las iniciadas. Y la otra es una niña a la que el fotógrafo ha querido dejar oculta, de espalda, para no impregnarla de la intensa sexualización impuesta por la obra de Quintana.
La frescura de las telas, la consistencia de los bolsos, la albura de los sombreritos (piezas nuevas, flamantes, ni blanqueadas con cloro, ni despercudidas a última hora, ni chivas), la redondez de los brazos, el triunfo mestizo de los cresos, nos hablan de un país próspero, confiado, lanzado a los años 60 con alegría y entusiasmo demográfico (consecuencia, claro, del entusiasmo democrático).
Quintana Castillo murió en abril de 2016, a los 88 años.