Salvo que sean autorretratos, pocas veces los fotógrafos buscan o acceden a retratarse. Prefieren —gajes del oficio— estar literalmente detrás de cámara. Sin embargo, no siempre es así y en el caso de Tito Caula hay algunas imágenes en las que el fotógrafo aparece. Seguramente las realizaron sus ayudantes, su esposa o alguno de los fotógrafos que frecuentemente lo visitaban en su estudio. Esas fotos nos muestran a Caula en medio del contexto fotográfico y nos ofrecen pistas para seguir armando este retrato en ausencia que nos permita ahondar en su figura bajo la aspiración —intrínseca del género retratista— de capturar su esencia.
Los fotógrafos Alexis Pérez Luna, Nelson Garrido y Ricardo Armas comparten reflexiones que permiten mirar a Caula y se complementan con la visión más íntima de su hija Ana María Caula.
La foto construida
Abundan las discusiones sobre la fotografía como constructora de realidades. Decisiones e intenciones, manipulaciones y mentiras son algunas de los conceptos que surgen de estos debates. Más allá de las posturas condenatorias, la fotografía de moda, publicitaria y la puesta en escena se valen del estudio como ambiente controlado que permite fabricar la imagen y experimentar con ella.
Desde su propia experiencia, el artista visual Nelson Garrido comenta:
“A veces me preguntan si hay contradicción entre el trabajo comercial del cual uno ha vivido y el trabajo personal. No, para nada. El trabajo fotográfico es el trabajo fotográfico. Es un ojo que toma tanto lo personal como lo publicitario y crea un lenguaje. El trabajo que Tito Caula hizo en estudio es una maravilla porque es la expresión de una época y muestra una manera de ver que en esos momentos era para el marco publicitario —sí, tenía esa función en ese momento— pero la historia se encarga de decantar eso. Uno se nutre a través del trabajo comercial. Yo he usado el trabajo publicitario para investigar y eso es lo que uno ve en Tito Caula. Luego, en el tiempo, se arma todo el rompecabezas.
Siempre ha habido un prejuicio hacia el tema publicitario, pero esto toma validez en la medida en que se convierte en material histórico. Creo fue lo que pasó con Tito Caula que, de repente, en el momento en el que se hicieron algunas fotos era con fines publicitarios, para algo inmediato, para un producto. Pero ahorita el valor que se le está dando es desde el archivo, una relectura, valorizándolos como materiales para entender históricamente los momentos que han pasado”.
No obstante, otros enfoques hacen una marcada distinción entre la fotografía publicitaria y la mirada autoral. Nelson Garrido vuelve a ofrecer su punto de vista:
“La puesta en escena surge de la fotografía publicitaria. La fotografía publicitaria siempre ha sido una puesta en escena, del mundo ideal, el sueño americano. Y yo creo que Caula agarra esa tónica publicitaria dándole un gran lenguaje. Eso es lo que pasa cuando ves la fotografía de Richard Avedon o de Irvin Penn, allí tú no estás pendiente de si es para tal o cual marca o para la revista tal. Son fotógrafos que desarrollaron un trabajo personal a través del trabajo publicitario. Y es válido. Tito Caula tiene una obra personal, un ojo crítico, un ojo muy particular que usa el estudio como un recurso para crear un lenguaje que trasciende el hecho comercial del momento y pasa a crear maneras de ver”.
Ahora bien, cabe preguntarse de dónde surge este modo de ver en Caula:
“Creo que papá estaba muy consciente del poder que tiene el fotógrafo de construir realidades y que él trató de manifestarlo de diferentes maneras en muchas de sus imágenes. Yo supongo que esta clara conciencia la adquirió en sus primeros años en la profesión, trabajando como fotógrafo de “stills” dentro de la industria del cine argentino de los años 50. Él pudo experimentar allí como se iban creando historias, mundos en cada filme mientras él y su hermano fotografiaban a los actores y a las actrices. De hecho, creo que este tema de la “creación de realidades” es algo que lo caracteriza y que puede rastrearse a todo lo largo de su trabajo. Él deja o conserva detallitos en muchas de sus imágenes que nos recuerdan que lo que estamos viendo es una construcción, dejando claramente en evidencia el juego entre ficción y realidad. En su archivo definitivamente podemos encontrar un registro tangente del proceso de creación de la simulación publicitaria, de la construcción de esos pedacitos de realidad que puede hacerse a través de la fotografía”, sostiene Ana María Caula.
La persona y el oficio
Delimitar el trabajo y la vida personal resulta complicado en algunos casos. Los horarios, los espacios, las relaciones se impregnan de la esencia de aquello que va más allá de una forma de ganarse el sustento. Ana María ofrece algunas pistas de cómo era la dinámica familiar de los Caula:
“Nosotros vivíamos en el mundo del estudio. Yo creo que no había una separación entre «éste es el trabajo de papá» y «ésta es la casa», sino que íbamos y veníamos. No había, prácticamente una separación entre estos espacios. Yo me acuerdo de colorear o leer cuentos debajo de la lucecita roja del cuarto oscuro. Y mi casa estaba siempre llena de equipos fotográficos, mesas de luz, guantes blancos para tocar los negativos, luces —inclusive las luces de la casa fueron en algún momento uno de esos focos de estudio—. Mi mamá lo ayudaba mucho en su trabajo y este mundo fotográfico era nuestro día a día”.
En un tono más íntimo confiesa: “Si yo tengo que decir como recuerdo a papá, recuerdo cigarrillos, café, una cámara y el olor de los químicos de laboratorio. Son cosas que no puedo desasociar de él. Y luego revisando su archivo me lo encontré tal cual; siempre con una cámara, con un cigarrillo. Y añade que: “El humor de sus fotos está muy relacionado con su personalidad. Cuando entrevisté a las personas que lo conocieron o trabajaron con él, un lugar común fue encontrarme con una primera reacción de la mayoría de los entrevistados de sonreír cariñosamente, como en complicidad con papá, como si de nuevo estuvieran escuchando sus bromas. Esto me otorgó una imagen vivaz y auténtica de Tito. Luego muchos contaban anécdotas relacionadas con su humor. Y es que había mucho juego en su trabajo. Como él adoraba la fotografía, él la usaba como una esencial herramienta de expresión”.
Por su parte, Ricardo Armas profundiza en el oficio: “Tito era un fotógrafo profesional, de calle y de estudio, con un historial como fotógrafo, que manejaba todos los formatos de cámara, que usaba la luz natural o artificial a su antojo, y que imprimía blanco y negro en todos los tamaños imaginables. Pero sobre todo, Tito era un ser culto, y se había formado con el pensamiento donde la actividad fotográfica se centraba en la búsqueda de «la toma» para la portada de la revista, la portada del periódico, la imagen que lo dice todo”.
Sobre este aspecto, Nelson Garrido apunta: “Es una fotografía muy bien hecha. Hay que considerar que Tito Caula trabajó en formato 4×5. Cuando trabajas en placa ¿Dónde dejas el instante decisivo? Esto implica otra manera de ver que también le agrega esa perspectiva histórica porque trabajar en 4×5 da un tiempo, marca una manera de ver.
Hay fotografías que jamás pediría el cliente pero que acertadamente él hizo. Es esa fotografía que no se vendía, que no era encomendada para el cliente sino que él iba tomando fuera del hecho comercial. Esas fotografías marcan el antes y el después de la fotografía comercial. Marcan otro tiempo. Dejan ver lo que está pasando alrededor. Es muy interesante porque crea planos”.
La muerte y la obra inacabada
Memento mori. La fotografía tiene una relación íntima y profunda con la muerte. El anhelo de perpetuar un instante y la idea de detener el tiempo son intentos de permanecer, retar lo finito y desafiar la fugacidad. Son búsquedas insaciables del ser humano. Caula tuvo una muerte temprana dejando una obra que, aunque extensa, quedó abierta a otras miradas. Esta idea la profundiza Ana María Caula: “Su vida terminó a los 52 años y él no publicó un libro, no tuvo una exposición en vida. Y siento que, a pesar de la amplitud de su trabajo, fue una obra inacabada. Esto me parece que ofrece muchas posibles lecturas de su obra vista por otros.
Me impresiona mucho el poder de la mirada de quien ve su trabajo y lo que ve en su obra. El lugar del que observa es muy fuerte, pero también trae mucha más responsabilidad para el que mira.
Por su temprana muerte, ni siquiera nos dejó un archivo organizado. La catalogación de su archivo fue póstumo y de hecho se lo debemos mayormente a mi madre. Si bien es muy provocador y ofrece mucha libertad el trabajar con un autor que nos ofrece un mundo abierto de posibilidades para narrar, para construir discursos con sus imágenes, eso también me ha inspirado temor y mucho sentido de responsabilidad, especialmente como su hija”.
Conjugando lo personal y lo profesional, Alexis Pérez Luna comenta: “Lamentamos mucho la muerte de Tito, tan temprano. En Venezuela, hay una larga lista de pérdidas de fotógrafos que no entendemos por qué se fueron de esa manera tan abrupta. Se nos han ido muchos fotógrafos a corta edad y con una obra muy importante.
Estoy seguro que Tito hubiese hecho mucho más y dejado un trabajo increíble porque era un hombre muy inteligente, muy sensible, muy culto, con mucho interés por esa otra fotografía. Fue un grandísimo laboratorista, con una calidad de trabajo muy buena”.
Sin embargo, no todo acaba con la muerte. Nelson Garrido, comenta: “Es una cosa muy contemporánea armar los archivos después y se devela la intención porque tal vez el mismo autor no dimensiona eso, no está consciente de eso porque está muy sobre su trabajo. Eso se decanta en el tiempo, es lo que pasa con Tito Caula con la suerte que lo redescubrieron”.
Redescubrir a Caula implica acercarse a su archivo y tratar de entender su manera de ver y a través de ella desentrañar aquello que captó su atención pues como afirma Susan Sontag: “fotografiar es conferir importancia”.
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