Retratos, hitos y bastidores: El Silencio, entre el proyecto y la crónica

Fecha de publicación: septiembre 5, 2019

Las obras de demolición de El Silencio fueron iniciadas por el presidente Medina el día de Caracas, 25 de julio de 1942, siguiendo con un plan de zonificación moderna promovida por el nuevo gobierno. El proyecto llama a la memoria de Arturo Almandoz en esta tercera entrega que continúa el recorrido por algunas imágenes del Archivo Fotografía Urbana

“Es absurdo el querer conservar las ciudades viejas. Ellas son como los automóviles viejos: hay que cambiarlas cuando ya no se adaptan a la época. ¿Para qué esa acumulación de ratas, contagios inevitables y techos vencidos?».

Diego Nucete Sardi a Luis Enrique Osorio, Democracia en Venezuela (1943)

1. Tras comenzar a recuperarse durante las postrimerías del gomecismo y los años de López Contreras, Caracas abrió el gobierno de Isaías Medina Angarita (1941-45) con una población que frisaba los 270 mil habitantes, según datos censales. La municipalidad del Distrito Federal promulgó en 1942 una Ordenanza sobre arquitectura, urbanismo y construcciones en general, que contemplaba la elaboración de los llamados «Planos Reguladores» para las diferentes áreas capitalinas, lo cual puede verse como avance hacia la ulterior adopción de la zonificación moderna. La definición de urbanismo contenida en esa ordenanza contemplaba

“…el desarrollo adecuado de una ciudad o poblado siguiendo las normas o leyes dictadas a tal efecto como son: las relativas al saneamiento de la misma, al ornato, facilidad de tránsito en sus calles y avenidas, plazas y parques públicos, a la higiene, ornato, comodidad y estética de sus edificios y, en general, a todos los preceptos establecidos para la comodidad y seguridad de sus habitantes”.

La ordenanza proveía así base legal para el proceso de ordenamiento promovido, desde finales de la década anterior, con el plan urbano elaborado en la Gobernación del Distrito Federal (GDF), coordinado por el urbanista Maurice Rotival, a cargo de la misión francesa asesora de la GDF. No obstante las controversias que naturalmente suscitara, en parte por sus propuestas monumentales, el llamado plan Rotival fue saludado por expertos. «Orden en la casa, orden en los edificios, orden en las calles, orden en la ciudad…», reconocía el arquitecto español Rafael Bergamín, el mismo año de la ordenanza, en una conferencia pronunciada en el Colegio de Ingenieros de Venezuela. Tras los lineamientos provistos por el plan, la ordenanza del 42 pareció ensamblar finalmente, en términos legales, las vertientes del urbanismo caraqueño que se venía fraguando desde entre siglos.

Las nuevas edificaciones de la capital bullente y cosmopolita incluían el Hotel Ávila (1942), diseñado por Wallace K. Harrison, arquitecto del Rockefeller Center, así como el edificio Altamira, de Arthur Kahn, en la urbanización homónima, concebida por Luis Roche. Hacia el centro, los edificios Manhattan (1946) y París (1948), obras de Heriberto González Méndez y Luis Malaussena, respectivamente, fueron los primeros en superar la altura de la catedral. Concebida por Gustavo Wallis, la nueva sede del Banco Central de Venezuela fue iniciada en 1942 y concluida cinco años más tarde. Para entonces también entró en funcionamiento el Centro Médico de Caracas, diseñado por Herman Stelling y Luigi Tani. Y por iniciativa de Eugenio Mendoza Goiticoa, junto a otros empresarios, comenzaba a funcionar en 1945 el hospital Anti-poliomielítico Infantil, convertido en Ortopédico en 1956.

En el campo educativo fue creado, en 1943, el Instituto Ciudad Universitaria (ICU), así como inaugurado el Grupo escolar y unidad educativa Miguel Antonio Caro, diseñado por Luis Malaussena; dos años más tarde entraron en funcionamiento los liceos Andrés Bello (1945) y Fermín Toro, obras de Luis Eduardo Chataing y Cipriano Domínguez, respectivamente. Mientras tanto se expandían las comunicaciones de la americanizada capital petrolera: dos años después de la creación de Aerovías Venezolanas, S. A. (Avensa) en 1943, el Ministerio de Obras Públicas inició los estudios para la autopista Caracas-La Guaira, a cargo del ingeniero César González Gómez. Por entonces era inaugurado el aeropuerto de Maiquetía, iniciado en 1939 en terrenos escogidos por el mismísimo Charles Lindbergh; diseñado por Luis Malaussena, el proyecto fue llevado a cabo por Jahn Constructores, Guinand Frères y Pan American, con un subsidio de Airport Development Program. Parecían seguirse así los designios del plan urbano de 1939, el cual afirmaba en su introducción que Caracas, dada su ventajosa localización, estaba llamada a ser la capital panamericana de la cuenca y civilización caribeñas.

Isaías Medina Angarita en imposición de primera piedra, reurbanización El Silencio, Caracas, 1942 / Foto de Juan Avilán ©ArchivoFotografíaUrbana

2. En medio de esa batería de obras, el gobierno de Medina Angarita pareció desmarcarse del urbanismo monumental de la administración de López Contreras, la cual en cierta forma había representado la transición del ancien régime a la república democrática. De la misma manera que el plan Rotival fue reducido a un «Plan director de calles y avenidas», a cargo de la municipalidad, hacia finales del período lopecista, el foro monumental propuesto al oeste sería remplazado por un proyecto de vivienda de interés social, más cónsono con los tiempos que corrían. El cambio de uso fue impulsado por el nuevo gobernador de Caracas, Diego Nucete Sardi, quien logró conseguir un crédito del Washington Eximbank para el proyecto. De manera informal pero reveladora, las razones para justificar el cambio fueron confesadas por Nucete a Luis Enrique Osorio, mientras el antiguo director del Banco Obrero ofrecía un brandy al escritor colombiano en su casa. «Es absurdo el querer conservar las ciudades viejas. Ellas son como los automóviles viejos: hay que cambiarlas cuando ya no se adaptan a la época. ¿Para qué esa acumulación de ratas, contagios inevitables y techos vencidos?», Nucete dixit, según reportó Osorio en Democracia en Venezuela (1943).

Aunque algo simplista en su apreciación sobre las ciudades viejas, el Gobernador tenía razón con respecto a El Silencio, que desde tiempos coloniales era una zona roja al oeste del centro caraqueño, infestada de prostitución y endemias para finales de la era gomecista. En sus contribuciones al libro El Silencio y sus alrededores. Imagen del pasado y presente de una zona de Caracas, publicado por Fundarte en 1985, Carlos Eduardo Misle y Leszek Zawisza registraron que el sector albergaba 331 casas, de las cuales 42 eran prostíbulos; había además 49 casas de vecindad, 32 expendios de licores, 9 de hospedajes y casi 200 destinados a otros y dudosos fines. Y entre los más de tres mil residentes, había 465 casos de tuberculosis y 2.327 de enfermedades venéreas.

En olor de multitud, las obras de demolición fueron iniciadas por el presidente Medina el día de Caracas, 25 de julio de 1942, según captan las imágenes de Juan Avilán, pertenecientes al Archivo Fotografía Urbana. Entre la muchedumbre allí retratada parece respirarse el asombro que, mezclado con alivio y añoranza, vertiera el narrador Óscar Guaramato en la misma publicación de Fundarte: “Quedaría borrada así una parte de la fisonomía de la Caracas tradicional; los aguafuertes del barrio pinturero y trasnochador, las hileras de prostíbulos y el colmenar de bares, la soldadesca estridente y los navajeros en los callejones”.

3. Habiéndose realizado un concurso público donde también participara un proyecto de Carlos Guinand Sandoz, Nucete le encomendó a Carlos Raúl Villanueva, secundado por el ingeniero austriaco Carlos Blaschitz, la renovación urbana de El Silencio. Tras sus quintas al estilo colonial en El Rosal y el Country Club, así como de la Maestranza de Maracay (1930), Villanueva adoptó un lenguaje más moderno en proyectos educacionales y culturales, tales como la escuela Gran Colombia y los museos de Bellas Artes y Ciencias Naturales, inspirándose en la versión francesa preconizada por Robert Mallet-Stevens y André Lurçat. Y en la urbanización Rafael Urdaneta (1944-47), de Maracaibo, desarrollada con el ingeniero Francisco Carrillo Batalla, experimentó con principios funcionalistas preconizados por Le Corbusier y los Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna (CIAM).

Reurbanización El Silencio, bloques 5, 6 y 7. Caracas, circa 1945 / Foto de Ricardo De Sola ©ArchivoFotografíaUrbana

En el caso de El Silencio, la solución adoptada era conciliatoria tanto a nivel urbano como arquitectónico: aunque se modificaba el uso cívico del foro original, Villanueva explícitamente respetó la ubicación de El Silencio como rond-point del sistema de avenidas contemplado en el plan Rotival. Al mismo tiempo, haciendo uso del concepto de «escalón doméstico» del urbanista francés Gaston Bardet, Villanueva rescató el tradicional patio venezolano en tanto elemento central para el diseño de los bloques. Cada edificio independiente alojaba entre 50 y 150 familias más los servicios comunales básicos; sin embargo, la idea de que los bloques fueran unidades vecinales autosuficientes fue rechazada por el propio arquitecto. Tal como señaló en “La Caracas de ayer y de hoy” – su contribución a Caracas en tres tiempos (1967) – el conjunto debía mantener su conexión con el organismo urbano caraqueño, especialmente a través de la avenida Bolívar, intencionalidad que resta base a posteriores interpretaciones de un supuesto segregacionismo en el proyecto.

En términos de estilo, Villanueva buscaba un nexo con la esencia arquitectural de la ciudad colonial, cuya restitución se ejemplifica en las arcadas alrededor de los patios centrales. Allí destacan las columnas ceibales, como registra de nuevo Guaramato desde la crónica, por ser “apoyos de apanzada gracia, en remedo del árbol de generosa sombra”. El eclecticismo proyectivo también combinaba toques tomados de las modernas viviendas de Viena y Alemania junto a criterios funcionales de los CIAM; ello sin renunciar a disposiciones académicas del Beaux-Arts, donde el arquitecto se formara. El logro arquitectural y urbano del conjunto es apreciable en las imágenes de los bloques 5, 6 y 7, de 1945, extraídas del álbum de la reurbanización de El Silencio, así como en la plaza O’Leary en 1957, todas ellas parte del Archivo Fotografía Urbana.

4. A uno de esos bloques de El Silencio, inaugurados en enero de 1945, se mudó la familia de Alfredo Armas Alfonzo en septiembre del mismo año. Venía emigrada del Anzoátegui devenido petrolero, lo que nos permite escuchar la percepción de los habitantes recién llegados, registrada en clave de crónica por el autor de Memoria de otro Silencio (1985).

“Los días nuestros de El Silencio comienzan con el acto de inauguración de la reurbanización y el rostro del presidente Medina perfectamente rasurado, la sonrisa desplegada dándole como un pañuelo de fiesta proporcionándole esa simpatía que se ganaba a la gente, vestido de traje civil oscuro, saludando, la mano en alto, el paso rápido, seguido de una escolta numerosa de oficiales del ejército. Se movía de Angelitos hacia el portal principal del bloque I. De manos de él recibimos las llaves del apartamento y la carta de asignación de la junta administradora del Banco Obrero. La madre y la hermana abandonaron la casa oscura de la calle Carabobo de Barcelona y se vinieron a Caracas a estrenar nuevo domicilio. Ya no volveríamos allá”.

La vida dejada por los Armas en las comarcas del Unare está recreada en El osario de Dios (1969), suerte de Bildungsroman representativa del ruralismo entroncado con la oralidad de comienzos de siglo, cuyas historias entretejen lo cronístico y lo atávico, lo nacional y lo mítico. Sin dejar de rezumar algo de ese provincialismo poético, esta crónica claramente urbana de Armas Alfonzo capta en cambio las luces y sombras de la naciente modernidad metropolitana. El futuro miembro del grupo Contrapunto la evoca a través de “la lluvia constante entre las esculturas de sirena de Narváez”, el tropezarse con “Rafael Monasterios enfundado de liquilique”, o con el datilero del Teatro Municipal “sombreando la escondida sepultura de José Ángel Lamas”. Son solo algunas imágenes artísticas, culturales e históricas pobladoras de un centro caraqueño donde también persistían vivencias familiares y querencias bucólicas del oriente anzoatiguense.

“Quedarse viendo las esculturas del edificio hacia Mercaderes que el diario La Religión censuraba editorialmente. Vuelta a pensar en las riberas del río de la infancia que en agosto se esteran de las frutas del uverillo. Las idas y venidas a la revista Élite donde conocimos a través de Guillermo Meneses a la gente que ya era famosa en las letras, la música y la pintura: Rómulo Gallegos que sube la escalera del primer piso para hablar con don Juan de Guruceaga sobre la edición de sus novelas, aquel de traje cruzado y aspecto imponente, o Armando Reverón, vestido de lino viejo, que baja por el mismo camino, con paso incierto, mirando a los lados, un cuadro bajo el brazo que don Juan no logró colocarle por sesenta bolívares; o el maestro Vicente Emilio Sojo alardeando con su bastón, como si estuviera sobre un atril…”

Bloques 5, 6 y 7, re-urbanización El Silencio. Caracas, 1945 / Foto de Ricardo De Sola ©ArchivoFotografíaUrbana

5. Pletórico de modernidad venezolana, ese centro donde los Armas Alfonzo vivieran entre 1945 y 1957 alimentó la vitalidad de El Silencio temprano, cuyos bloques devinieron emblema de la administración de Medina en el ámbito urbano, al tiempo que prefiguraron la estructura y dinámica de la Caracas metropolitana. Osorio no solo pensó que el proyecto evocaba las mejores áreas de la Viena moderna, sino que también debía ser imitado en Bogotá y otras ciudades latinoamericanas. En efecto, después de la obra de Nucete «aumentaron con prontitud los grandes edificios, porque El Silencio fue una escuela para muchos, y la industria de la construcción comenzó allí su etapa de pujante desarrollo», según recordaría el mismo Medina Angarita en Cuatro años de democracia (1963).

Dada la concreción de las avenidas previstas en el plan urbano alrededor de El Silencio, el cambio de uso cívico a residencial ha sido cuestionado en varias oportunidades desde el punto de vista urbanístico; pero el conjunto en general ha sido reconocido como exitoso, especialmente desde la perspectiva arquitectónica. El rechazo de Villanueva a la exótica monumentalidad academicista no solo representó, para Uslar Pietri, un gran paso en busca de una modernidad vernácula, sino también la recuperación del buen gusto en la arquitectura caraqueña, tras la prolongada era de afrancesadas copias inaugurada por Guzmán Blanco. Y además de anticipar el funcionalismo de sus posteriores intervenciones en la ciudad, Villanueva inició en El Silencio un lenguaje de modernidad propia para la Caracas metropolitana.

Las reacciones del propio Rotival ante el cambio de uso en EI Silencio anunciaron la racionalidad funcionalista de los tiempos por venir. Aunque supuestamente algo molesto cuando le informaron sobre la sustitución del cenotafio, el artífice del plan urbano se consoló a sí mismo con la idea de que el París de Haussmann y las ciudades coloniales de Henri Prost eran las únicas excepciones que confirmaban la regla de que los urbanistas jamás pueden contemplar sus planes realizados del todo. Al mismo tiempo, viendo en retrospectiva a la burguesía europea de la ciudad barroca, deseosa de permanecer en el centro, Rotival se cuestionó su gesto fallido de construir avenidas monumentales para una burguesía moderna que prefería vivir a veinte kilómetros del centro caraqueño. Así que decidió saludar el intento del Banco Obrero y de Villanueva por establecer en el embrionario esqueleto metropolitano las viviendas baratas para aquellos grupos que sí deseaban morar en el centro, y cuyo alojamiento era de hecho una de las metas originales del plan de 1939. Más aún, dadas las usuales restricciones financieras de los proyectos públicos de vivienda, Rotival reconoció – en “Caracas marcha hacia adelante”, su contribución a Caracas en tres tiempos – que la incorporación de actividades comerciales hacía de El Silencio un raro ejemplo de «esquema habitacional» económicamente equilibrado, que además contribuía a la diversidad urbana representativa de las áreas centrales de las ciudades latinas. De manera que, incluso para el maestro francés, El Silencio logró demostrar cómo el urbanismo monumental del plan urbano había sido un remanente del ancien régime en la capital que despertaba de la dictadura, de la mano de López Contreras y Medina Angarita.

 

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