Eleazar López Contreras en acto oficial, circa 1935: Autor desconocido ©Archivo Fotografía Urbana

Retratos, hitos y bastidores: López Contreras y los señores de la concordia

Fecha de publicación: diciembre 2, 2021

1. Respetuoso y conciliador como siempre fue, mi abuelo Alejandro solía sentenciar, sobre todo cuando presenciaba una discusión acalorada: “Sí señor y No señor son dos señores”. Era su manera de calmar los ánimos, como lo lograba a menudo, ayudado por su presencia imponente y su pasado militar. Recuerdo que una vez, a comienzos de la década de 1970, entrando yo en la adolescencia, alguien le preguntó de dónde había sacado esa expresión. Si no me equivoco, respondió que se le atribuía al general Eleazar López Contreras. Era este un nombre que tenía fresco yo a la sazón, por haberlo escuchado en clases de historia de Venezuela, al iniciar el bachillerato. El profesor había ensalzado su “calma y cordura”, durante los “años turbulentos” que siguieran a la muerte Juan Vicente Gómez.

La expresión del abuelo era versión sentenciosa de otra más anecdótica, contada por mi abuela Carmen, sobre la proverbial concordancia practicada por López Contreras. Se decía que este recibía a un partidario del viejo régimen, quien le manifestaba quejas sobre los cambios demasiado precipitados en la Venezuela democrática, concediéndole el general la razón. Lo mismo podía hacer con otro visitante al palacio de Miraflores, quien reclamaba que las reformas en la “dictablanda” no eran suficientemente profundas y aceleradas. Y un tercer visitante, protestando que ambas partes pretendían estar en lo correcto, con asenso del presidente, recibía la misma respuesta de este: “Usted también tiene razón”.

Tal como mamá me contara sobre aquellos años en que todavía vivía de soltera con sus padres en céntricas parroquias caraqueñas, mi abuelo no fue llamado a trabajar con el gobierno lopecista, tras haber desempeñado altas jefaturas provinciales y legislativas durante el gomecismo. Pero ese desaire laboral, que había mermado los ingresos familiares durante el quinquenio transicional, no menguó el respeto del abuelo por la apertura política, el tino económico y el progresismo social liderados por el delfín del Benemérito.

2. Venido del Táchira a Caracas con Castro y Gómez en 1899, López era el más joven y cultivado de los revolucionarios andinos, tan hábil en las técnicas militares que el primero incluso había pensado en enviarlo a West Point. A diferencia de sus mentores provincianos –según resalta Polanco Alcántara en su biografía, El general de tres soles (1985)– conoció temprano don Eleazar tierras extranjeras durante los tres meses que viajara por Estados Unidos y Europa, entre 1920 y 1921. Fue entonces enviado por Gómez a inspeccionar la compra de armamentos, antes de ser nombrado director de Guerra, y eventualmente, ministro de Guerra y Marina. Sin prevalerse de ese pasado militar –aunque era Comandante en Jefe del Ejército al morir el dictador, en diciembre de 1935– “pudo entonces haber asumido de facto la presidencia”, resaltaba mi abuelo; “pero esperó a ser elegido legalmente por el congreso venezolano al año siguiente”, añadía con orgullo.

Mamá por su parte recordaba que el nuevo presidente pronto comenzó a hacer uso de la radio, novedad para una nación enmudecida, que jamás había escuchado discurso alguno por poca del general Gómez. Desde la transmisión de su primer programa de gobierno, el 21 de febrero de 1936, López intentó hacer una versión más liberal, técnica y social del brutal progresismo gomecista. Mientras los más de los partidos políticos eran legalizados, escritores exiliados de la talla de Rómulo Gallegos y José Rafael Pocaterra fueron invitados a participar en el gabinete pluralista; los acompañaban intelectuales emergentes, como Mariano Picón Salas y Arturo Uslar Pietri. Continuando la renovación tecnocrática de los primeros dos años, en 1938 se lanzó el Plan trienal, contentivo de las políticas y metas administrativas para el resto del período. Allí López formuló su propia visión de las prioridades de Venezuela en términos de «sanear, educar, poblar», versión pedagógica del «sanear es poblar» gomecista, de resonancias positivistas.

Venezuela. A Democracy (Doubleday, Doran & Company, New York, 1940) por Henry J. Allen

3. Extendiendo el beneplácito del régimen gomecista para con el emprendimiento gringo, la nueva administración consolidó el modus vivendi establecido desde 1933 con el gobierno de Franklin D. Roosevelt. La política de este hacia Latinoamérica favorecía al oro negro venezolano con un «trato justo y de buena vecindad», según señalara el mismo López Contreras en Temas de historia bolivariana (1954). Los nuevos acuerdos comerciales hicieron que las inversiones estadounidenses en petróleo e infraestructura sumaran más de 60 por ciento del total de capital extranjero para 1938, lo cual superaba el capital británico en ese sector.

Visitantes estadounidenses de aquellos años boyantes y efervescentes, como el senador republicano Henry Allen y la escritora de viajes Erna Fergusson, reportaron para el público internacional los avances democráticos alcanzados por el nuevo gobierno. Restándole importancia a los controles anticomunistas heredados de la asociación gomecista con el capitalismo norteamericano, en Venezuela (1939) Fergusson enfatizó la liberalización de la antigua dictadura:

«Había libertad de expresión; ¡cualquiera podía decir lo que quisiera! Y a pesar de unas pocas supresiones, los puestos de revistas estaban abarrotados de publicaciones radicales. Aparecían traducciones de Marx y Engels, así como muchos libros y publicaciones periódicas latinoamericanas de corte liberal o decididamente radical…».

Por su parte, en Venezuela. A Democracy (1940), el senador de Kansas también parecía satisfecho con los estándares logrados por los medios de opinión pública. Gracias a los servicios de agencias como Associated Press y United Press International, los periódicos caraqueños brindaban entonces «una amplia cobertura de las noticias mundiales»; aunque en cierta forma «izquierdista», no se habían convertido en «una prensa comunista», a pesar de la presencia real de rojos «que habían venido desde México». Pero, tal como sabían ambos visitantes, la apertura ideológica no era peligrosa, porque la próspera Venezuela de López Contreras estaba lejos de ser el México de 1910 o la Rusia de 1917. Y además, tal como señalara Ramón Díaz Sánchez en Transición (Política y realidad en Venezuela) (1937), la tutela gringa protegía a su proveedor petrolero de caer en la vorágine comunista.

4. Tal como ocurriera con el Benemérito cuatro décadas atrás, mutatis mutandis, el régimen del Generalísimo en España acabo al morir este en noviembre de 1975. Mi abuelo Alejandro estaba postrado en cama para entonces; pero con la lucidez que conservaba, avivada por la lectura de prensa que le hacían los enfermeros a domicilio, anticipó que “otro López Contreras” sería necesario para encauzar a España por la ruta democrática. Más que al príncipe Juan Carlos de Borbón, a quien el general Franco había designado sucesor desde 1969 en tanto jefe de Estado, se refería mi abuelo a la presidencia de Gobierno que había sido creada por la ley del 67. Este último cargo hubo sido ocupado inicialmente por el almirante Carrero Blanco, hasta que su coche fuera volado por ETA en una calle madrileña, en diciembre de 1973. Fue sustituido por Carlos Arias Navarro, quien ejercía para cuando falleciera el caudillo de El Ferrol. A juzgar por la profecía terminal de mi abuelo, no era Arias el elegido para esa tarea transicional. Y así lo probaron los acontecimientos que aquel no llegó a presenciar, por su muerte inmediata, casi coetánea, según recuerdo por las páginas de ¡Hola!, con el funeral del Generalísimo en el Valle de Los Caídos.

A meses de ser coronado rey en 1975, Juan Carlos I llamó a la presidencia de gobierno a Adolfo Suárez, un “falangista converso”, según los críticos, quien había formado parte de los gabinetes franquistas. Sin embargo, a diferencia de la notoriedad de López durante el gomecismo, el apuesto abogado avileño era relativamente desconocido para el gran público, más allá de haberse desempeñado como director de Radio Televisión Española. Si bien las brechas históricas con la Venezuela de los años treinta eran enormes, hay analogías en relación a que los desafíos eran políticos y sociales antes que económicos, según resaltara Pierre Vilar en su historia de España. Tras las penurias y el aislamiento diplomático de la primera década dictatorial, la Guerra Fría jugó a favor del régimen anticomunista. Así lo probaron la ayuda militar y económica de Estados Unidos, el concordato con la Santa Sede y el ingreso a la Unesco y las Naciones Unidas, todos ellos logrados por España al promediar la década de 1950. Junto a las remesas de emigrados y la ayuda internacional, la expansión turística y los planes de ajustes primero, seguidos por los de desarrollo económico y social, permitieron un crecimiento por sobre lo esperado en los años sesenta. Mientras tecnócratas del Opus Dei desplazaban de los gabinetes a falangistas más tradicionales, favoreciendo la industrialización y urbanización voraces, una afluente clase media española estaba ya consolidada al abrir la década de 1970.

Pero sobre todo en términos políticos, España seguía muy por detrás de sus vecinos europeos. Suárez supo verlo desde que el rey lo llamara a formar gobierno en julio de 1976; por ello se abocó a desmontar el establecimiento franquista, incluyendo sus Leyes fundamentales, aproximándose lo antes posible al modelo socialdemócrata de las monarquías constitucionales. Concediendo amnistías, legalizando sindicatos y partidos políticos de todo espectro –incluyendo los comunistas, a diferencia de la Venezuela lopecista– Suárez convocó a las primeras elecciones libres de Cortes, donde resultó triunfante su Unión de Centro Democrático (UCD). Artífice junto a Manuel Fraga y otros prohombres de la constitución sometida a referendo en diciembre de 1978, el gallardo presidente salió victorioso asimismo de las elecciones generales del año siguiente, de donde emergió el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) como principal fuerza opositora. Esa primera fase de la Transición fue continuada por el Estado de las autonomías previstas en la constitución, el cual no llegó a culminar Suárez, debido a su dimisión en 1981. Esta resultó del apoyo mermado y las tensiones internas de la UCD, que perdía fuerza ante el avance municipal del PSOE. A este y a Felipe González le tocarían completar el ingreso de la España moderna a la Comunidad Económica Europea en 1986; pero las bases institucionales de ese milagro político y económico fueron echadas, como todos reconocerían, por ese primer ministro de la Transición democrática.

5. Para cuando Suárez dejó la Moncloa en mayo de 1981, mi abuela Carmen estaba muy quebrantada, tal como venía ocurriendo desde la muerte del abuelo. Como este, manifestaba empero gran lucidez, siempre salpicada del conservadurismo heredado de las décadas gomecistas. Así como fuera admiradora de López Contreras, devino entusiasta del duque de Suárez. Ello no le impedía hacer notar, como reivindicando el rol femenino en la historia, la “discreción” de la viuda y la hija de Franco en esa transición; porque ambas, según ella, “habían sabido apartarse de la vida pública, a pesar de manejar los hilos del poder”. Y el interés de mi abuela por doña Carmen Polo, su tocaya, se renovaba en los reportajes de ¡Hola! sobre la siempre enjoyada señora de Meirás. Así la tituló el rey por el pazo de La Coruña, donde la familia Franco Polo solía vacacionar.

Conversando con mi abuela un domingo de aquel año 81, le pregunté si el proverbio del abuelo, “Sí señor y No señor son dos señores”, era en efecto de López Contreras. Me replicó que no estaba segura, pero que ha debido de aplicarlo el general en aquella transición venezolana, tanto como el presidente del gobierno español en la que acababa de concluir. Décadas más tarde, recordé esa conversación con ella, así como el proverbio de mi abuelo, en los días de la llorada muerte de Suárez, en marzo de 2014. La prensa entonces reportó que, entre toisones reales y tributos populares, en su lápida en Ávila, al lado de su esposa Amparo Illana, sería inscrito: “La concordia fue posible”. Es un epitafio que, flanqueado por los dos señores invocados por el abuelo Alejandro, cifra también los conciliadores años de la transición lopecista.

El Presidente y su Gabinete, de izquierda a derecha: Gral. Elbano Mibelli, Gobernador del Distrito Federal; Dr. Alberto Adriani, Ministro de Agricultura; Dr. Néstor Luis Pérez, Ministro de Fomento; Dr. Alejandro Lara Ministro de Hacienda; Dr. Diógenes Escalante, Ministro de Relaciones Interiores; Gral. Eleazar López Contreras, Presidente de la República; Dr. Esteban Gil Borges, Ministro de Relaciones Exteriores; Cnel. Isaías Medina Angarita, Ministro de Guerra y Marina; Dr. Tómas Pacanins, Ministro de Obras Públicas; Dr. Caracciolo Parra Pérez, Ministro de Instrucción Pública; Dr. Enrique Tejera, Ministro de Sanidad y Asistencia Social; Dr. Francisco H. Rivero, Ministro de Comunicaciones, y Dr. Francisco J. Parra, Secretario Privado del Presidente de la República, Caracas, 1936: Luis Talavera Soro ©Archivo Fotografía Urbana

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