«Ya no nos basta aquel individualismo estético, la lección sosegada del viejo maestro
Próspero, porque estamos urgidos de solidaridad ética, y las ondas nos empujan hacia donde
está bramando y solicitando lo colectivo. Ha desaparecido ese mundo de Rodó, de los finos
aristarcas intelectuales de hace cincuenta años, e inquirimos, perplejos, qué es lo que va a nacer»
Mariano Picón Salas, “Américas desavenidas” (1951)
1. Habiendo crecido entre el arielismo cultural y el modernismo literario, Mariano Picón Salas (1901-1965) advirtió, en Regreso de tres mundos (1959), sobre la «genial deficiencia» de Rubén Darío, a quien haber nacido «en un olvidado rincón del planeta le hacía buscar afanosa y desordenadamente aquel botín de belleza de que carecíamos». De allí que, como ya observara en Formación y proceso de la literatura venezolana (1940), los herederos modernistas de Darío y Rodó huyeran de esas ciudades chatas y parroquianas del atraso latinoamericano, para extasiarse en las preciosas urbes europeas de la Bella Época.
En su propio itinerario vital, fue en 1936 cuando don Mariano llegó a depurar su «conciencia estética» con el «polvo de inmortalidad» del Viejo Mundo, según recordara también en la citada autobiografía. Entonces aceptó la secretaría en la Legación de Venezuela en Checoslovaquia, Alemania y Polonia, tras su exilio en Chile y algunos cargos en el gobierno de Eleazar López Contreras. Como recuerda Gregory Zambrano en su biografía del polígrafo – publicada en 2008 en la Biblioteca Biográfica Venezolana – desde la sede de la legación en Praga, el diplomático viajó en 1937 por Alemania, Austria, Francia e Italia; de ese recorrido, en vísperas de la Segunda Guerra, resultaron las “meditaciones” ensayísticas compiladas en Preguntas a Europa, publicadas en Santiago de Chile ese mismo año.
En el prólogo de aquella primera edición, el autor señaló: “El viaje a Europa fue un viaje al fondo de mi yo suramericano que anhela tener conciencia de lo que le falta, y lo busca a través de los hombres, los paisajes y las culturas distintas”. Por lo demás, don Mariano sabía que, como para todo suramericano culto de su generación, el contacto con el Viejo Continente tenía «hasta los años angustiosos que precedieron a la segunda catástrofe, un valor de cotejo y aprendizaje. Europa continuaba siendo la ‘Gramática de los estilos’…». Al igual que lo hicieran los modernistas a principios de siglo, pudo entonces Picón Salas confirmar, a pesar de los vientos de guerra, que la Ciudad Luz continuaba siendo «la menos americana de las metrópolis europeas… París es la síntesis de todas las ciudades imaginables, aquella en que cada tipo de hombre encuentra que se ha hecho a su medida», sentenció el autor en su «Meditación francesa».
2. Al igual que ocurriera con Arturo Uslar Pietri, su amigo y congénere, Picón Salas se debatió entre las “solicitaciones” de lo europeo y lo americano. Estas últimas le habían venido por vía de lo latino, ya que su encuentro vivencial con Norteamérica, al igual que el que tuviera con Europa, fue algo tardío. No hay que olvidar en tal sentido que el exilio del joven Mariano en Chile, desde comienzos de la década de 1920, había acentuado su ligazón con la sensibilidad social y artística de la Europa de entreguerras. Tal como hizo notar J.M. Siso Martínez:
“Chile le dio una concepción universal, lo aliviana de lastre tropical, lo introduce en un mundo de problemas que estaban haciendo y rehaciendo la historia, mientras en Venezuela, como en esas ciudades muertas que han servido de tema a los novelistas, el tiempo se había detenido. En síntesis, lo liga a Europa, no sólo en lo intelectual, sino en lo económico y social”.
Con ecos del arielismo, la «Meditación francesa» de Picón Salas rezuma todavía cierta reticencia para con «la mecanización de la vida», el «fariseísmo imperialista» y el «materialismo técnico de los yanquis», heredados del afanoso puritanismo anglosajón. Frente a ellos, la sagesse gala había sido la mejor expresión de las reposadas culturas meridionales de Europa, que afortunadamente habían pautado el tempo de Latinoamérica hasta la Primera Guerra. Para esa Belle Époque de entre siglos, Picón Salas anticipó la visión de Uslar Pietri, en El otoño en Europa (1954), sobre el impresionismo pictórico y literario en tanto “gran fiesta crepuscular” del Viejo Continente. Porque la Gran Guerra significó, tal como sostuvo Picón en «Profecía de la palabra» (1945), la muerte psicológica del siglo XIX, de ese mundo estancado y onírico, de “ocio nostálgico” y desencantado, de la «crepuscular Europa» prefigurada por Proust a través del “inmenso paraíso menudo” de su obra.
En medio de arreboles crepusculares, continuó empero el influjo cultural ejercido por ese Viejo Mundo sobre la Latinoamérica de la Bella Época. Incluso fue el bastidor de la Europa que había comenzado a americanizarse desde los roaring twenties el que fuera recreado por las ciudades latinoamericanas y sus élites, fascinadas por la civilización mecanizada en los lustros de entreguerras. Por ello abocetó don Mariano en la misma “Meditación francesa”:
«No sólo en las ciudades latinoamericanas durante los últimos años se levantaron rascacielos junto a las bajas casas de adobe, rascacielos que el babieca criollo se encargaba de decirnos que no los había ni en París ni en Berlín, sino se transformaron profundamente las almas. Comenzó también en esta atrasada y virginal Suramérica un como proceso de mecanización de la vida. (…) Progreso superficial que se quedaba en las ciudades capitales que crecían desmesuradamente, en mescolanza de estilos y materiales arquitectónicos, en un como ponerse a jugar a la alta civilización, en el desarrollo de una gran prensa sensacionalista, en la hazaña financiera del estratega de la bolsa o del estafador a alta escuela. Más allá de las luces, el asfalto y los rascacielos de la ciudad capital, seguía el pueblo en su oscuro medioevo aborigen. Las pequeñas oligarquías dirigentes, el aristócrata y el intelectual desarraigado, lanzábanse en este frenesí de imitación y progreso; las ideas y las modas caían como relámpagos, y merced al transatlántico, el avión, la revista, la noticia cablegráfica, discutíamos y adaptábamos la más reciente novelería europea».
3. Esas tempranas formas de mecanización recuerdan la transculturación metropolitana descrita por la sociología germana desde comienzos del siglo XX, en la pluma de pensadores como Georg Simmel y Oswald Spengler. Las profecías elocuentes y audaces del autor de La decadencia de Occidente (1918-22) fueron escuchadas por Picón en su «Meditación alemana» (1937), así como en la francesa. La hibridez cultural de las élites latinoamericanas de entonces fue comparada por el autor de Preguntas a Europa al cocktail que aquellas recrearon en reuniones sociales de entreguerras, cuando todavía regresaban deslumbradas «de la nata cosmopolita y aventurera del balneario y del dancing europeo».
En términos de cultura urbana y transformaciones estructurales, los lustros de entreguerras supusieron en muchas capitales latinoamericanas el tránsito de «ciudades burguesas» a «;metrópolis masificadas», para utilizar los momentos distinguidos por José Luis Romero en Latinoamérica, las ciudades y las ideas (1976). Si bien la urbanización de la masa sería el fenómeno más característico de ese período, el extranjerizado ascenso de parte de la clase media tradicional fue también destacado factor de cambio social. Especialmente entre los “ejecutivos” de alto nivel, muchos de ellos empleados de compañías foráneas, una nueva “parafernalia” de relaciones públicas y vida social acompañó, según el historiador argentino, al business comercial, industrial o petrolero.
Junto a los símbolos más ostensibles del status – la quinta en la urbanización de lujo, el reluciente Ford, Pontiac o Cadillac de alto morro, la membresía en el americanizado club suburbano – se sucedían las fiestas y los cocteles en restaurants y nightclubs, reuniones de piscinas y juegos de canastas. Esta vida social fue recreada en las crónicas y novelas del mismo Picón Salas, Mario Briceño Iragorry y Laureano Vallenilla Lanz, hijo, por mencionar tres de los escritores venezolanos que frecuentaron, por vías distintas, esos círculos selectos. Tal como lo señala Romero para las capitales latinoamericanas en general, mucha de la mercantilización de esas clases medias y burguesías en ascenso, buscaba “instalar a la vida de los grandes negocios en un terreno que se asemejaba a la del ocio y aun a las formas de vida de la clase alta, pero que se realizaba fuera de las horas de oficina…”
4. Picón Salas bien sabía, sin embargo, que los focos de esa nueva sociabilidad mecanizada no eran las agitadas metrópolis europeas que estaban a punto de ser invadidas por Hitler, sino las opulentas ciudades norteamericanas, alejadas del temporal bélico que se cernía sobre Europa. Si el autor merideño asomó en algunos textos tempranos cierta aprehensión hacia esa influencia gringa que invadiera al país trocado petrolero desde la segunda parte del gomecismo, su permanencia como agregado cultural en Washington, así como su experiencia como profesor visitante en las universidades de Columbia y California, entre otras, le permitieron una apreciación directa del gran vencedor de la Segunda Guerra.
La «enorme flota futurista» de Nueva York fue barruntada por el autor en»Mayo de 1940″ (1945) como baluarte de «una civilización pacífica y madura, prodigada en bienes materiales, en abundancia, en espectáculos». Su particular «Poesía de la vida» le había envuelto «con su aliento trepidante», durante la visita dispensada por el director-fundador de la Revista Nacional de Cultura a la Feria Mundial de Nueva York, y a más de un campus universitario estadounidense. Mientras el edificio del Times proyectaba a los trasnochados transeúntes neoyorquinos la noticia de la rendición francesa ante las tropas nazis, en aquella madrugada fatídica del 22 de mayo, Picón pareció entonces entender la revelación de los catedráticos estadounidenses con quienes había departido; estos abogaban, haciéndose eco de la Buena Vecindad de Roosevelt, por «un diálogo espiritual entre las dos Américas, para mantener una convivencia sincera, para defender la libertad del hombre…».
Tal como se vislumbra en la serie de cuestiones planteadas en La esfinge en América, pareciera que a partir de entonces se acentuó en Picón Salas la preocupación hemisférica por reconciliar las antiguas «Américas desavenidas» (1951). Las reticencias entre estas databan, como mencionamos al inicio, del arielismo político, coetáneo del modernismo hispanoamericano de comienzos de siglo. Pero ahora sentenció don Mariano, inquiriendo a la esfinge de la cultura, mudada entreguerras al Nuevo Mundo:
«Ya no nos basta aquel individualismo estético, la lección sosegada del viejo maestro Próspero, porque estamos urgidos de solidaridad ética, y las ondas nos empujan hacia donde está bramando y solicitando lo colectivo. Ha desaparecido ese mundo de Rodó, de los finos aristarcas intelectuales de hace cincuenta años, e inquirimos, perplejos, qué es lo que va a nacer».
Lea también el post en Prodavinci.