1. Juan Domingo Perón vivió exiliado en Caracas entre agosto de 1956, cuando llegó desde Panamá vía Nicaragua y Maracaibo, hasta enero del 58, cuando el derrocamiento de Pérez Jiménez lo hizo partir a República Dominicana. En una fotolectura del Archivo Fotografía Urbana, Milagros Socorro ha documentado esa estadía. Junto a Isabel Martínez, bailarina argentina que conociera en Panamá, el depuesto presidente vivió primero en un apartamento en la avenida Andrés Bello, mudándose más tarde a una quinta en El Rosal.
A pesar de la protección provista por el régimen militar, especialmente a través de Pedro Estrada, director de la Seguridad Nacional, el líder proscrito sufrió un atentado el 25 de mayo de 1957, conmemoración de la independencia argentina. Su carro Opel explotó en La Candelaria, entre las esquinas de Venus y Paradero, pero por no encontrase adentro, Perón salió ileso, como había ocurrido en ocasiones previas. De todas maneras hubo de empacar con premura en enero del año siguiente, cuando las turbas caraqueñas lo buscaban porque creían había asesorado a la Seguridad Nacional para sofocar las revueltas.
Nacido el 8 de octubre de 1895, Perón era ya sexagenario al arribar a Caracas. Sobre esta escribiría en su Memorial de Puerta de Hierro, publicado tras su exilio final en Madrid, Incluyó allí pareceres sobre las desigualdades sociales y la fragilidad económica de la próspera Venezuela del Nuevo Ideal Nacional. El portal del Instituto Gestar resalta las siguientes impresiones del Memorial, que parecen contrapuntear el consumismo de marras, denunciado por Mario Briceño Iragorry en Mensaje sin destino: “se comía carne de cebú y se importaba de la Unión todo lo demás, incluidas las verduras y las frutas. Con decirle que los frutos tropicales provenían de California…”. Sobre la capital contrastante observó que mientras “quienes medraban a la sombra de los monopolios petroleros se daban el lujo de regalar automóviles (o “carros”) importados a sus queridas, el cinturón del conurbano de la capital se iba llenando de villas miserias cada vez más tenebrosas, cada día más insultantes”. Y sobre el malestar político que envolvía a su anfitrión, lo asimiló al “derrumbe de un grandioso edificio que se había comenzado a edificar por el techo y en cuyos cimientos yacían enterradas las expectativas del pueblo venezolano”.
2. Allende las fracturas internas de ese pujante edificio con pies de barro, como el político justicialista calificó a la Venezuela de Pérez Jiménez, para entender sus impresiones conviene mirar el antes y después del Perón exiliado en Caracas. Se dice que aquí concurría a los nacientes cafés de Sabana Grande, prodigando su rostro afable de sonrisa amplia y cabello engominado, característico del líder que se sabía tan atractivo con las damas como carismático con las masas. A estas las había seducido desde que asumiera el Departamento Nacional del Trabajo, con rasgo ministerial, tras la revolución de junio de 1943, cuando secundó a Pedro Pablo Ramírez. Socavando a los gremios tradicionales y reemplazándolos por sindicatos que terminaron agrupados en la Confederación General del Trabajo, desde aquel entonces capitalizó el apuesto militar la migración campesina de descamisados que se urbanizaban buscando inserción en el aparato productivo.
Apuradas por la escasez de bienes importados provocada por la Segunda Guerra Mundial, surgieron pequeñas industrias que ampliaron la base electoral del ministro Perón, mientras le convertían en rostro renovado y promisorio ante la oligarquía asociada con la producción agrícola y ganadera. La primera plataforma electoral se configuró con el partido Laborista, de lineamientos semejantes al británico; convocó además contingentes de la Unión Cívica Radical heredera de Hipólito Yrigoyen, así como nuevos Centros Cívicos de apoyo al carismático líder. El encarcelamiento de este por parte de sectores más conservadores y recelosos no hizo sino acrecentar su popularidad, hasta que hubo de ser liberado el 17 de octubre de 1945, gracias en parte a la protesta soliviantada por la actriz María Eva Duarte desde campañas radiales. Los ingredientes folletinescos del drama fueron completados por la boda con Evita el 22 de octubre en Junín; con ello se salvaba el último obstáculo para que el viudo completara la imagen presidencial que necesitaba, según le advirtiera fray Pedro Errecart antes de casarlos en el templo de San Francisco.
La pareja glamorosa puso rostro a la Nueva Argentina iniciada con la primera presidencia peronista, el 4 de junio de 1946. Desde el voto femenino liderado por Evita hasta los ambiciosos programas de viviendas populares, las reformas sociales eran sobrecogedoras, reforzadas con la constitución centralista de 1949. No obstante el entusiasmo y la bonanza, los diarios comenzaron a calificar la economía de nacionalista y estatista, porque se pasaban a la cartera pública varias actividades que estaban en manos privadas y extranjeras, tales como los ferrocarriles y el gas británicos, visto por algunos como el primer desvío de Argentina en la senda al desarrollo que le estaba prometido. En consonancia con el nacionalismo económico imperante desde los años treinta en otros países de América Latina, se reforzó asimismo la presencia estatal mediante la nacionalización del Banco Central, junto a la constitución de Aerolíneas Argentinas y el Instituto Argentino de Promoción e Intercambio, abocado a la difusión y venta de productos nacionales en el exterior. Voces críticas advertían, mientras tanto, que el triunfalismo de aquella Argentina industrial – que llegó a ser acreedora de la poderosa Gran Bretaña que tanto la ayudara en el pasado – podía pronto acabar.
3. La bonanza económica durante la Segunda Guerra Mundial se había reflejado en las ambiciosas metas del primer Plan Quinquenal, para el período 1947-51, basado en el supuesto aumento de las exportaciones de carne y trigo. Sin embargo, desde el 49 este comercio descendió debido a que Estados Unidos podía proporcionar alimentos a Europa en condiciones más ventajosas. A este desplazamiento ayudaron los acuerdos de Bretton Woods del 44, orientados a liberalizar los intercambios internacionales de posguerra, en el marco del nuevo orden regido por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.
No obstante la desaceleración económica, aumentaba el glamur, entre populista y aristocrático, de la pareja presidencial. Sobre todo el de aquella Evita que era matrona de descamisados, pero al mismo tiempo icono de vestuario y peinado, con sus abrigos y copetes a lo Joan Crawford. Con todo y ello, para comienzos de la década de 1950 se manifestaron los primeros síntomas de deterioro político y económico, ensombrecido aún más por la enfermedad de la primera dama, que pareció postrar a la nación toda.
Mientras el peso se devaluaba y la inflación se gatillaba, llevando a metas más prudentes en el segundo Plan Quinquenal de 1952-57, el nacionalismo populista se contradecía y se alineaba en política exterior con Estados Unidos. A pesar de la creciente protesta popular, se permitió la penetración de la Standard Oil para explotar hidrocarburos, al par que se volvía conflictiva la relación con la Iglesia, todo lo cual contribuyó a la caída del régimen en septiembre del 55. Para entonces parecía haberse frustrado el despegue argentino de una década atrás, que había sido el primer caso de desarrollo pronosticado por los técnicos de la Comisión Económica para América Latina (Cepal).
4. Para cuando Perón retornara a la presidencia en 1973, el otrora país próspero y europeizado estaba atascado en el subdesarrollo de cuño latinoamericano, mientras el clima político se había enrarecido más aún. Durante su largo exilio en Madrid, el líder y su movimiento habían acentuado la imagen revolucionaria y antiimperialista, propalada por la izquierda radical. A ello había contribuido quizás que, sobre todo en política internacional, la Nueva Argentina peronista abogaba por una Tercera Posición que la deslindara de la creciente polaridad entre la Unión Soviética y los Estados Unidos. Si bien muchas veces se trató de una retórica que no confrontó realmente al país austral con la agenda gringa, como señala Félix Luna en Historia de los argentinos (1993), esa Tercera Posición se sintonizaba con el movimiento de Países No Alineados.
Tras ser atizado por la retórica de Evita, el temprano antiimperialismo peronista se inflamó en los años madrileños, cuando Perón mismo, a través de entrevistas, se confesó afecto a causas y movimientos izquierdistas de la Guerra Fría, del tercermundismo al ecologismo. Pero por otro lado, no debía olvidarse que el general hubo simpatizado con dictaduras de derecha que lo acogieran en el exilio, desde Stroessner en Paraguay hasta Franco en España, pasando, como se ha dicho, por Marcos Pérez Jiménez en Venezuela y Rafael Leonidas Trujillo en República Dominicana.
En Argentina mientras tanto, había adquirido aquel Perón exiliado ribetes míticos. Especialmente entre las nuevas generaciones, convocaba facciones con orientaciones y demandas heterodoxas: desde nacionalistas descontentos con la penetración de capitales foráneos, hasta sectores populares resentidos con el conservadurismo y los privilegios del viejo régimen, reaparecidos con las dictaduras. Atravesado por esas nuevas corrientes incendiarias, el peronismo inveterado aglutinó grupos contradictorios, especialmente los revolucionarios y derechistas que invocaban el movimiento con significados antitéticos. Tal como describe el historiador José Luis Romero, el clima político y social en la Argentina de entonces era agitado por los Montoneros y otros grupos guerrilleros, secundados por los Sacerdotes del Tercer Mundo y la Juventud Peronista. Todos veían en el retorno del líder la única salida a la crisis, tras el régimen militar de Juan Carlos Onganía. Y en el vórtice de esa babel ideológica y enguerrillada, la figura de Perón emergía con auras mesiánicas, como única posibilidad de que la Argentina subdesarrollada de los setenta recobrara algo del país colosal del Centenario.
5. En el marco del Gran Acuerdo Nacional promovido por el general Alejandro Lanusse, el retorno del líder salvador se dio con el triunfo electoral de la opción peronista el 11 de marzo de 1973. Durante los menos de dos meses de su gestión títere, Héctor Cámpora procedió de inmediato a liberar los guerrilleros presos, bajo la complacida mirada de los gobiernos de Cuba y Chile, aunque este último estaba por caer. Las nuevas elecciones de septiembre del 73 dieron el triunfo seguro a Perón, con su esposa Isabel Martínez como vicepresidenta, para el oscuro período que concluiría tres años después.
Los Perón promovieron obras sociales e incrementaron empleos públicos y empresas estatales, lo que ciertamente reactivó la economía, pero aumentó el déficit. La inflación resultante fue agudizada por la crisis energética de 1973 y el cerramiento del Mercado Común Europeo a las carnes argentinas. La inestabilidad escaló con la polarización política entre la izquierda montonera y la extrema derecha de la Acción Anticomunista Argentina; aquella era denunciada por los infiltrados del régimen, mientras la Triple A era permitida por el viejo presidente enfermo, que se hacía la vista gorda con el militarismo de derecha.
La debacle fue agudizada por la muerte de Perón en junio de 1974 y el ascenso a la presidencia de la viuda bisoña, en medio de intrigas palaciegas urdidas por José López Rega, otrora mayordomo de la pareja en Madrid, trocado en ministro factótum en Buenos Aires.
La oscura y turbulenta presidencia de Isabelita acabaría con el golpe de marzo de 1976; no obstante lo corto y desastroso, su legado más duradero fue desatar la persecución política con el proceso militar al que sirviera de prólogo. Resulta difícil especular si esa cadena de eventos había sido anticipada por el Perón exiliado en Caracas, quien por aquellos años de destierro, había declarado no estar más interesado en política.
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