“Eso es un exterior….”, afirma vagamente el dramaturgo y director de teatro, cine y televisión, Román Chalbaud, mientras piensa dónde pudo haber sido tomada esa fotografía que él no había vuelto a ver desde la época en que fue tomada.
Ni él ni la destinataria de la postal saben cómo pudo haber llegado al https://elarchivo.org/wp-content/uploads/2022/07/037929.jpgvo de la Fundación Fotografía Urbana, donde se encuentra actualmente.
“Eliscka —dice Rodolfo Izaguirre, quien es amigo de ambos— es el nombre cariñoso con el que siempre nombrábamos a Elisa Lerner antes de que se formara el Grupo Sardio. Ella escribía con ese seudónimo en la revista Mi film“.
El grupo Sardio iba a fundarse a finales de los años cincuenta y agruparía a varios egresados del Liceo Fermín Toro, como Francisco Sucre Figarella, Jesús Sanoja Hernández, ambos compañeros de Elisa Lerner y de Román Chalbaud, así como Adriano González León, Luis García Morales y Rodolfo Izaguirre, quienes estudiaban en cursos inferiores.
“Para entonces yo era la Eliscka de Mi Film”, dice la propia Elisa Lerner. “Lo fui de 1951 a 1952, porque la imagen parece fechada en 1952. Cuando se cerró la Universidad, ya había cursado el primer año de Derecho en la vieja Universidad de San Francisco. Entonces entré a escribir una entrevista —nunca las había hecho— quincenal en la citada revista cinematográfica, que aparecía 2 veces por mes. Fue por recomendación de mi amiga Teresa Gracia, quien tenía una columna diaria en un leído tabloide caraqueño. Teresa luego hizo vida intelectual en Madrid. Y María Zambrano llegó a escribirle un prólogo para su primer poemario, publicado un poco tardíamente”.
Y continúa Lerner: “Román se hizo muy amigo mío cuando fui a entrevistar a la actriz Carmen Montejo. Llegué en plena filmación de Una luz en el páramo (1953). Román, quien era asistente del director Víctor Urruchúa, salió entre los cables y me saludó muy emocionado felicitándome por la escritura de mis entrevistas. Quedé anonadada. Conocía a Román desde el liceo, pero allí él había pertenecido al Teatro Experimental (nuestro Teatro Experimental era la gloria, algo sublime, aplaudido por excelsos intelectuales como José Bergamín) y yo no era más que una muchachita sobresaliente, pero dentro de los muros del liceo.
Muchos años después, el poeta Eugenio Montejo recordaba su encuentro en un avión con la actriz cubano-mexicana Carmen Montejo en el que ella evocó la entrevista con la joven venezolana. De paso: ningún parentesco unía al escritor con la actriz. Es mera coincidiencia.
Pero volvamos al momento en que fue tomada esta fotografía.
Un romance espiritual
“Yo nací en Mérida el 10 de octubre de 1931”, dice Román Chalbaud, todavía arrastrando las palabras como suele hacer quien esboza unas ideas mientras se afana en recordar. “De manera que en ese momento tenía 22 años. Y veía a Elisa Lerner, a Eliscka, con frecuencia porque nos conocíamos desde el Liceo Fermín Toro. Y ese año, 1952, solíamos ir al cine los domingos. Yo iba a buscarla a su casa, en San Bernardino, para ir a los cines del centro: el Ávila, el Ayacucho, el Capitol y el Rialto. Al Principal no, porque ella prefería las películas americanas. Allí vimos musicales y películas de Judy Garland, Joan Crawford, Bette Davis… lo disfrutábamos mucho. Teníamos una especie de romance espiritual”.
En su esfuerzo por dar con la ocasión captada por la fotografía, Chalbaud da vueltas por su vida de aquel momento. “En esos años leía mucho. En casa vivíamos mi abuela, Elvia Hortensia Godoy de Quintero, quien vendía estampillas en el Correo de Carmelitas, mi madre, Alicia Quintero, quien trabajaba en la biblioteca de la Unidad Sanitaria del Ministerio de Educación, donde llegó a ser jefa; mi hermanita Nancy y yo. Leíamos mucho en casa, porque mi abuela había dado el ejemplo con su pasión por los libros. Mi abuela era una mujer impactante, nada que ver con la idea que suele tenerse de las abuelitas: ella era una rubia muy hermosa. También le encantaba el cine y en mi infancia me llevaba casi diariamente. Este grupo familiar era, por cierto, el mismo que vino de Mérida, después de que mis padres se divorciaron. Mi padre, que era gomecista, ya se había ido a Maracaibo a trabajar en una jefatura civil de Vicente Pérez Soto”.
Al llegar a Caracas, Román tenía unos 7 años. Se alojaron en la pensión de la señora Dolores Regardiz, que quedaba de Tejar a Rosario, una cuadra antes de llegar al Nuevo Circo. Inmediatamente, su madre lo fue a inscribir en la Escuela Experimental Venezuela.
“Pero esa foto… hacía tantos años que no la veía… desde mis 20 años, cuando se la regalé a Elisa. Y ahora voy a cumplir 84. Ya había escrito mi primera obra de teatro en un acto, con cuatro personajes. Se llamaba Muros Horizontales y se estrenó en 1953, en el Teatro Municipal de Valencia. O la estaba estrenando… no sé bien. Lo que sí está claro es que me había iniciado en el Teatro Experimental del Liceo Fermín Toro, una actividad extracátedra dirigida por el maestro español Alberto de Paz y Mateos. Y ya sabía que ésa era mi vocación”.
El historiador del teatro en Venezuela, Leonardo Azparren Giménez, establece que ese año Román Chalbaud estaba escribiendo “la primera obra de este autor”, Los adolescentes (1952), que no se estrenó por no haber actores que correspondieran a esa condición. “Nunca se ha estrenado”. Azparren nota que Chalbaud “luce manos muy grandes”.
“Ese libro que tengo en las manos —aventura el fotografiado— pude haberlo comprado con Alberto de Paz y Mateos, quien me llevaba a las pocas librerías que había en Caracas, todas propiedad de españoles que habían venido a Venezuela, como él, huyendo de la Guerra Civil y de Franco. Parece un volumen del sello argentino Editorial Losada”.
El sueño
Con esa cara de niño, ya Chalbaud tenía por lo menos dos años trabajando en el cine. Ya había hecho dos películas como asistente de dirección del realizador mexicano Víctor Urruchúa, quien realizó en Venezuela sólo dos filmes: Seis meses de vida y la ya mencionada Luz en el páramo. Su propia película tendría que esperar hasta 1959, cuando dirigió Caín adolescente (1959) una adaptación de aquella primera obra de teatro que no encontró intérpretes lo suficientemente jóvenes. Desde entonces ha dirigido más de veinte largometrajes.
— ¡Ya sé! —dice de pronto— ¡Esa foto me la tomaron en la playa! En La Guaira. Y puede haberla hecho Cristóbal Rodríguez Oberto, con quien fui algunas veces a la playa.
Cuando Chalbaud estudiaba en el Liceo Fermín Toro, su familia vivía en Capuchinos y desde allí muchas veces se iba caminando hasta El Silencio, donde tenía varios amigos en el Bloque 1: Luis Gerardo Tovar, Alfredo Sadel (a quien conoció al comienzo de su formidable carrera), Héctor Myerston y el periodista y crítico de cine Cristóbal Rodríguez Oberto.
Con respecto al libro que está leyendo, seguramente es posible determinarlo. Estas computadoras deben tener una lupa, algún artilugio para ampliar letras y saberlo todo. Pero nos quedaremos con la siguiente sugerencia:
“El sueño de Román Chalbaud —apunta Rodolfo Izaguirre— no obstante la dificultad de leer el título del libro que tiene en sus manos, se advierte o se revela en las cuerdas tensas de la hamaca o chinchorro en el que está tendido. Son como los tirantes de acero de los puentes, pero en esta fotografía permiten el paso de la ensoñación a la realidad de la madurez que se le avecina, el paso que va a dar el bello joven de la foto a la vida adulta, que es como el tránsito de la poesía a la prosa, del amigo imaginario que nos acompaña en los primeros tiempos de nuestras vidas al amigo ilusorio, pero sorprendentemente real, que el propio Román va a crear para gloria del cine y del teatro”.