Calle Real de Sabana Grande, Caracas, 1970 / Fotografía de Tito Caula ©ArchivoFotografíaUrbana

Sabana Grande vista una noche por Tito Caula

Fecha de publicación: abril 23, 2017

Dos cosas solían fascinar, al provinciano que se trasladaba a Caracas cuando esta era la reina del Caribe, hace apenas un par de décadas, la elegancia de la gente en general y de las mujeres en especial. La otra era la velocidad de vértigo a la que se movía todo, en contraste con la lentitud de la provincia.

Algo parecido ha debido ocurrirle a Tito Caula, autor de esta imagen, a pesar de que él no venía del interior de Venezuela sino de la vanidosa Buenos Aires. Pero no hay duda de que le impresionó la vitalidad de Caracas, entonces persuadida de que la vida era bella y que las cosas no podían sino ir a mejor. Para enfatizar la sensación de vértigo que le produjo Sabana Grande aquella noche, el artista recurrió a una exposición lenta, que desdibuja también a los transeúntes, excepto los cuatro a la derecha.

La foto es de 1970, anterior al chute de petrodólares provocado por la guerra del Yom Kippur, pero ya la capital llevaba décadas en creciente, casi inverosímil aceleración. Es corriente el testimonio de visitantes que, tras pocos años de ausencia, solo la reconocían por el Ávila, pues todo lo demás en la ciudad había sido arrasado, reinventado y dotado de nuevos discursos.

Caula capta con dolorosa precisión —según la contemplamos ahora— la vocación de metrópolis de Caracas, su aspiración de centro capaz de contener todo lo posible y anunciarlo con letras de neón, abrazándose a esa ilusión de progreso y tirando de todo el país hacia un futuro de novedades, mejoras y espectaculares transformaciones. El ojo se pasea por la imagen pescando vocablos extranjeros, pero se centra obligatoriamente en el anuncio de una cerveza que toma prestado el nombre de Caracas para presumir de que lo tiene todo, como la bella, amada y castigada ciudad.

Tras veinte años de molinillo socialista, apenas quedan vestigios de aquella urbe capaz de todo. Esas personas despreocupadas, esas mujeres que no aferran el bolso contra el pecho y esos hombres concentrados en la charla sin mirar por encima del hombro en espera del chacal, nos parecen personajes de una película. Algo extranjero, algo ficcional. Más excéntrico aún nos resuenan esos anuncios luminosos, ¡marcas de productos hechos en Venezuela, empresarios y trabajadores nacionales!

Vista a la luz de la calamitosa situación actual, la imagen de Caula es un recordatorio cruel de lo que nos dejamos quitar, de lo que arrojamos a la hoguera de la destrucción. Hay, sin embargo, algo auspicioso en el blanco brillante que se niega a ser tragado por la oscuridad nocturnal. Algo parecido a una esperanza. ¿Y si enderezáramos la ruta? ¿Y si algo de eso estuviera todavía allí, palpitando bajo las ruinas?

La foto de Tito Caula es subversiva, ¿lo habrá intuido? Nos entrega el pasado como un futuro deseable, que debemos fundar a toda costa y contra todo obstáculo. La foto nos recuerda que alguna vez el país fue concebido desde una “Óptica Moderna”… Dejémoslo hasta aquí. Para qué poner la herida en salmuera. Es como cuando vemos la fotografía juvenil donde deslumbra la belleza ya desvaída de una anciana leprosa. La diferencia es que la vieja horrible no puede volver a los días mozos de su esplendor, en cambio Caracas… Ah, bueno. En cambio, Caracas.

Viviremos para verlo.

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