- El periodismo es un servicio público.
- El cimiento del periodismo son los datos; con números, mejor.
- Del montón de periodistas sobresalen los mejor informados; y entre estos, los más cultos.
- La formación de un periodista, que nunca termina, debe basarse en materiales de calidad: literatura, artes plásticas y el mejor cine.
- “Periodista no sale en periódico”. Esta máxima apuntaba en dos direcciones: una, lo mejor es no cultivar relaciones de amistad con poderosos, mantenerse a una distancia que garantice la autonomía; y dos, nosotros no somos la noticia. La sobriedad es nuestro sino.
- La primera gran herramienta de un periodista es su libreta de teléfonos.
Enseñanzas, entre otras mil, del maestro Sergio Antillano, Universidad del Zulia.
La verdad es que Sergio Antillano, (Caracas, 7 de octubre de 1922) no creía en las escuelas de Periodismo. Se pasó más de la mitad de su vida en sus aulas e invirtió lo mejor de sus energías, no tanto en impartir conocimientos, como en contagiar el amor por el oficio. Pero era un convencido de que las escuelas de Periodismo (o de Comunicación Social, como se llamaron luego) no tenían razón de ser. Él pensaba que estos centros de formación debían limitarse a uno o dos años, y como posgrado. Es decir, que los egresados de otras carreras, que quisieran dedicarse al periodismo, ingresaran a estos cursos para obtener las herramientas de la prensa.
Hijo del sastre Hilario Antillano y de Carmen González, Sergio nació hace exactamente un siglo. En alguna ocasión comentó que su nombre completo no era Sergio Hilario, como constaba en algún documento, sino Sergio Marco, como, según él, había sido la voluntad de sus padres y su propio sentir. Somos muchos los periodistas que le debemos más de lo que podríamos expresar. Para algunos de sus discípulos, su impronta es tal que no hay día que no nos siga enseñando y conflicto ante el que no nos preguntemos cuál sería su perspectiva y apreciación.
Periodista y maestro de periodistas, crítico de arte, docente universitario y promotor del desarrollo cultural. Se hizo periodista antes de alcanzar la mayoría de edad; y como era jugador de fútbol, empezó como cronista deportivo, al tiempo que daba los primeros pasos como historiador y crítico del arte venezolano. En un ensayo sobre el artista plástico Héctor Poleo, publicado en la revista El Farol, julio-agosto 1956, Antillano evoca aquellos tiempos inaugurales: «Entonces todos teníamos menos de veinte años. Había muerto el dictador y un aire cándido de rencores abatía las calles. Hora de confidencias y promesas juveniles al amor del primer cigarrillo y el aromoso café tinto».
Entre 1936 y 1960, fue, además de reportero, director de los diarios El Mundo y La Esfera; jefe de información de El Nacional; y director de las revistas Élite y Momento. Se contó entre los fundadores del Círculo de Periodistas Deportivos, del SNTP (Sindicato Nacional de Trabajadores de la Prensa), en 1946; y fue miembro activo de la AVP y su sucesor, el CNP.
Sus textos críticos fueron publicados en publicaciones periódicas como: Taller, El Farol, Revista Shell, suplemento Jueves, El Papel Literario, Revista Nacional de Cultura, revista de la Universidad del Zulia y muchas otras. Fue autor de los libros Hechos y personajes, (Maracaibo, 1965), Los salones de arte (Caracas, Maravén S.A., 1976); y Artistas del Zulia (Antillano, Sergio y Figueroa B, Hugo, Maracaibo, EDILAGO, S.A., 1977.)
En 1960, año en que se hizo esta fotografía, Antillano atendió la llamada de la Universidad del Zulia para integrar el cuerpo docente de la Escuela de Periodismo, cuyas actividades habían empezado en enero de 1958. En esos primeros años de la década, Antillano no solo fue profesor en LUZ sino también estudiante, puesto que ingresó en la Facultad de Derecho para terminar esos estudios, interrumpidos por los avatares de la dictadura de Pérez Jiménez. En LUZ sería director de la Escuela de Comunicación Social y director de Cultura, donde fue fundador del CineClub universitario y del Festival Nacional del Cortometraje “Manuel Trujillo Duran”. También fue promotor y fundador del Museo de la Gráfica en Maracaibo, estuvo entre quienes concibieron la creación del MACZUL (Museo de Arte Contemporáneo del Zulia), así como del Centro de Artes Lía Bermúdez.
Siempre plantado en las humanidades y en el periodismo, ya instalado con su familia en Maracaibo, formó parte del grupo “40 grados a la sombra”, y condujo por varios años un programa de televisión en la desaparecida emisora Ondas del Lago Televisión. Pero, sobre todo, se desempeñó como líder de opinión y animador cultural, particularmente en la constitución de la llamada Escuela Figurativa del Zulia, en las décadas del 60, 70, 80 y 90.
El maestro Antillano vivió en Maracaibo hasta 1999, cuando, encontrándose muy delicado de salud, fue trasladado a Caracas, donde falleció el 27 de abril de 1999. El teatro Baralt, ubicado en el centro de Maracaibo, le puso su nombre a la sala del foyer. No por nada. Antillano luchó a brazo partido por la restauración y rescate del hermoso y entrañable espacio.
En la primera clase que mi promoción recibió de él, en la cátedra “Introducción al periodismo”, pautada en el primer semestre, no se interesó por nuestros nombres, mucho menos por los colegios de donde proveníamos. Aquella primera sesión fue invertida en un sondeo. «¿Qué está leyendo usted, bachiller?». La misma pregunta, uno por uno. Era la época del boom. Pero a alguien se le ocurrió decir: «Cómo hacer amigos e influir sobre las personas», de Dale Carnegie. A lo que el profesor Antillano respondió, con el acento caraqueño que jamás perdió y el tono zumbón con el que nos mantenía a raya: «Le aconsejo que se lo termine de leer, porque acaba de perder uno…». Racionalista al extremo y dueño de un gusto exquisito para la literatura y el arte, tras este comentario nos echó un chaparrón acerca de lo perniciosos que son los materiales viles y de nula calidad, sobre todo para gentes en edad de formación.
En un precioso texto titulado “Carta de un otoño lejano (En el día del padre)”, en junio de 2021, su hija, la escritora Laura Antillano, lo describió así:
“En la memoria, como un álbum de fotos, ves a papá, gordo, pequeño, con bigote ralo, cuando discute mientras limpia sus libros, se pone los anteojos en la punta de la nariz mirándome por encima, porque los usa para leer y escribir y si le hablas, sube la cabeza y te mira, como si los anteojos se quedaran inútiles puestos allí, justo encima de su nariz”.
Exactamente así nos acompaña a muchos, como un ángel muchas veces colérico y no siempre indulgente. Pero siempre presente. Recordatorio perenne de que el periodismo es una de las maneras más cabales de defender la verdad, la justicia y la libertad, sus grandes valores. Y, sin duda, la mejor para servir a Venezuela, que es de lo que se trata todo. Un siglo, pues, de grandeza y autenticidad.
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