Susana Duijm cumple 60 años de ser la reina del mundo

Fecha de publicación: marzo 15, 2015

Esta imagen de Susana Duijm, que conserva la Fundación Fotografía Urbana, corresponde exactamente a la estampa que ella lucía cuando se convirtió en Miss Mundo 1955. Las crónicas de la época destacan estos rasgos: cabello negro, largo y lustroso; labios carnosos, cerrados; figura muy esbelta; aire sencillo al tiempo que sofisticado. Extrema juventud.

Este año se cumplen seis décadas de aquel 1955 que cambió la vida de Carmen Susana Duijm Zubillaga y marcó el forjamiento de una personalidad pública incomparable.

El 9 de julio de 1955 tuvo lugar el certamen de Señorita Venezuela en el que Susana resultaría ganadora; y tres meses después, el 20 de octubre, se alzaría con la corona de Miss Mundo 1955 en Londres. Pero antes de esas grandes fechas, ella se había presentado a la justa donde se elegiría a la representante del Distrito Federal para el concurso nacional; y había perdido frente a Mireya Casas Robles, a quien derrotaría cuando volvieran a enfrentarse por la banda de Señorita Venezuela.

En suma, todo ese año de 1955 la beldad morena tuvo la agenda de compromisos vinculados con esas competencias de oropel, puesto que antes de saltar a las pasarelas hubo de ser reclutada por los cazadores de talento para los concursos de belleza.

La bobita habla cuatro idiomas

Susana había nacido en la parroquia El Paraíso, Caracas, el 11 de agosto de 1936. Su padre, Abraham Isaac Duijm, era un judío de Surinam, que conoció a la que sería su esposa, Carmen Zubillaga, en Curazao, a donde ella solía viajar para comprar ropa para vender en Caracas. Carmen Zubillaga había nacido en Aragua de Barcelona, estado Anzoátegui; y era hija natural de un señor de apellido Arreaza, que nunca le do su nombre, pese a lo cual algunas notas de prensa aluden a Susana como Duijm Arreaza. Esta mujer tuvo también una historia interesante, puesto que al morir su madre de eclampsia en el parto, fue recogida por la familia Guzmán Lander y muy joven se fue a Caracas, donde inició el negocio de venta de ropa que traía de Curazao. Quizá fue esta familia adoptiva quien le transmitió buenos contactos, puesto que, según dijo Susana Duijm en diálogo con esta cronista, su mamá pasaba clareada por las adunas gracias a una una tarjetica de presentación que le había dado un hijo de Gómez.

Abraham y Carmen debieron conocerse en 1934, cuando la tarjetica de marras todavía abría puertas. Y se casaron en Caracas donde nacieron tres de los cuatro hijos que tendría el matrimonio (uno nació en Aruba, donde murió a los nueve meses de nacido).

Cuando Susana tenía cuatro años, la familia se trasladó a Aruba, donde ella haría toda su educación primaria. Y permanecieron en la isla hasta que la niña tuvo doce años. En ese tiempo, Susana aprendió inglés, papiamento y holandés, que debió hablar bastante bien puesto que, cuando la reina Juliana visitó Aruba en los años 40, fue ella la elegida para recitarle unos versos en su lengua.

Prueba de que Susana hablaba otras lenguas en detrimento del castellano es que, cuando su padre consiguió trabajo en el campo sur 700 de San Tomé, como técnico petrolero especializado en pozos, y se instaló allí con su familia, la muchachita no pudo estudiar bachillerato porque algún funcionario inflexible le impuso la repetición de toda la primaria.

En el campo cercano a El Tigre la tragedia habría de abatirse nuevamente sobre ellos. Su hermana Rebeca moriría a los tres años, de meningitis. Dos años, después, en 1950, los Duijm Zubillaga cogieron sus bártulos y se marcharon a Caracas.

En los siguientes cinco años Susana no pasaría desapercibida. Al poco tiempo de estar viviendo en Caracas, el padre se enfermó y tuvo que dejar de trabajar. Fue entonces cuando ella comenzó a trabajar en Almacenes Hudson, una tienda de ropa, en El Silencio. La madre, por su parte, tomó un empleo en Reflejos, una tienda de regalos en Sabana Grande. Una antigua cliente de esa tienda recuerda que en una ocasión la señora Duijm llegó a su casa a traer unos paquetes y vino acompañada de su hija adolescente, ya entonces un mujerón cuya ayuda era solicitada por la madre para echar una mano en la entrega de cajas pesadas. “Nos quedamos boquiabiertos al ver aquel espectáculo de muchacha. Era impresionantemente bella.”

Consta en la historia que la primera oferta para participar en el Señorita Venezuela le llegó en junio de 1955, cuando Héctor Briceño y Samuel McGill, scouts del Señorita Venezuela, la vieron en la parada de autobús de Chacaíto y le propusieron que se inscribiera en el certamen. Pero no fueron los primeros en detectar algo especial en aquella muchacha. Ya antes, en algún momento de aquel lustro comprendido entre 1950 y 1955, el fotógrafo francés Alfredo Brandler le había hecho una serie de fotografías que incluyó en un almanaque del Ministerio de Fomento.

De manera que cuando, ella se pone un traje de baño para competir por el título de Señorita Distrito Federal, ya había posado como modelo para un fotógrafo internacional y hablaba varias lenguas con fluidez. Si en un primer momento rechazó la invitación a bregar por un título de belleza no fue porque se consideraba una campesinita ignara sino porque quería encontrar apoyo económico para ingresar en un mundo en el que no basta una cara bonita y un cuerpazo monumental. También es preciso un guardarropa crujiente y un joyero destellante.

En 1955, Susana vivía en un apartamento alquilado en el edificio Cleopatra, en la avenida Miguel Ángel de Bello Monte; y trabajaba como recepcionista de la Organización Ciudad Balneario Higuerote, propiedad de Antonio Bertorelli.

El 9 de julio de ese año, se ciñó la corona local y se dispuso a comerse el mundo.

Quien ríe de última…

No tendría que pasar ni una semana para que mordiera el polvo de la derrota. El 13 de julio llegó a Long Beach, Florida, para defender los colores de su país en el concurso de Miss Universe 1955, donde no pasó de ser semifinalista. De Long Beach solo le quedó la amistad con Isabel Sarli, Miss Argentina, quien se haría célebre por sus desnudos cinematográficos.

Pero, como ya le había ocurrido, tras un fracaso vino un triunfo resonante. Erick D. Morley, organizador del Miss Mundo, que se realizaba desde 1950 en la capital inglesa, la invitó a participar en la próxima edición, en octubre de 1955.

Lo que sigue me lo contó la señora Duijm hace diez años, cuando se celebraba medio siglo de su hazaña.

-Llegué a Londres el 12 de octubre –dijo Susana-. Me había equivocado de fecha y llegué varios días antes del inicio del concurso, con el agravante de que el cablegrama que anunciaba mi llegada a Londres nunca fue enviado. Yo le había dado un papelito con el mensaje y el dinero del franqueo a un señor al que yo le compraba quintos en la plaza Bolívar; y le había pedido que me pusiera el cablegrama en el correo de Carmelitas para que me fueran a buscar al aeropuerto. Cuando llegué no había nadie, el vendedor de lotería se había quedado con el dinero y jamás puso el cablegrama. Cuando llevaba horas en el aeropuerto y me di cuenta de que nadie vendría por mí, me senté sobre las maletas y me puse a llorar. En eso estaba cuando llegó un señor a preguntarme qué me pasaba. Le conté mi aventura y el señor resultó ser un periodista del Daily Sketch, que se ofreció para encontrar al señor Morley. Me sugirió que lo acompañara a la redacción y una vez allí me pidieron que me pusiera el traje de baño para sacarme una fotografía. Al día siguiente apareció en la primera página de ese diario una crónica con mi fotografía, titulada “Belleza suramericana perdida en la bruma londinense”. Mientras ubicaban a Morley, el periódico sacó una serie de notas, que aparecían cada día, conmigo en distintos lugares de la ciudad.

Susana ha contado muchas veces que casi todas las candidatas llevaban un séquito de modistos, maquilladores, relacionistas públicos y familiares acompañantes. “Las únicas que íbamos peladas éramos Miss Honduras, Miss Cuba y yo, que estábamos juntas en una habitación.” Un par de días antes del concurso atracó en el puerto de Londres un submarino venezolano. Las firmas de los oficiales aparecerían repartidas en las docenas de ramos de flores que le llegaban diariamente a Susana al Howard Hotel. “Y yo, para picar a las otras, las ponía en los pasillos del hotel por donde ellas, que no habían recibido ni una flor, tenían que pasar a cada rato”, dice.

Estas argucias, y otras que contaremos mas adelante, nos hacen pensar que Susana Duijm es, efectivamente, la belleza modesta que el país conoce y adora, pero no por eso es tonta ni se deja avasallar.

El 20 de octubre de 1955, dejó a sus 21 competidoras en la arena del Teatro Lyceum, donde recibió una ovación y la banda de Miss World 1955. “Cuando dijeron que Miss Mundo era Venezuela, yo, me entró un ataque de risa”, contó 50 años después.

Era la única candidata que tenía el pelo largo y lo llevaba suelto. Se había convertido en la primera latinoamericana en ganar el Miss Mundo. Y la primera venezolana en recibir un cablegrama del dictador de Venezuela para felicitarla por un desempeño en el extranjero: “Su triunfo es el triunfo de Venezuela. Compatriota y admirador, Marcos Pérez Jiménez”.

–La única vez que vi a Pérez Jiménez fue en una parrilla en Ramo Verde –me explicó cuando le pregunté por ciertos, insidiosos, rumores-. Yo estaba recién llegada de Londres. Al llegar se me acercó Wolfgang Larrazábal y me dijo que fuera a saludar al Presidente. Yo soy una dama, le dije, que venga el Presidente a saludarme. Pérez Jiménez vino de lo más sonriente a habar conmigo. Ése fue el único contacto personal que tuve con él. Antes de eso, me había enviado un telegrama a Londres.

“Todos estos años me han estado llegando noticias de los chismes que hablaban de una supuesta relación mía con el dictador. Hay una casa en La Florida que tiene un tanque de agua esférico sobre el que pintaron un mapamundi, y mucha gente decía que era mía y que era un regalo del dictador. Al principio, estos chismes me mortificaban mucho y me dolían. Después, los eché en el mismo saco de todos los insultos y comentarios envidiosos. Además, en algún momento dejaron de decirme negra, pata en el suelo, piernas de pitillo, recién enzapatada…”.

Dos semanas después se anotaba otro hito: el 5 de noviembre de 1955 se convirtió en la única venezolana, hasta la fecha, en figurar en la portada de la revista francesa “Paris Match”.

Cuando le pregunté por qué se había echado a reír cuando supo que había ganado en Londres, me contestó:

–Me estaba cagando en el alma de todos los que me habían insultado y menospreciado; y en la de los que todavía se iban a burlar de mí, como aquella persona, no sé quién sería, que publicó un aviso clasificado que decía: “Solicito cachifa que no se crea Susana”.

Asasaasasas

La fotografía que acompaña esta nota es poco conocida. Parece tomada en la redacción de un periódico o revista. Probablemente, fue hecha en una visita de Susana a la prensa en los meses previos a su concurrencia al Miss World 1955. Dos cosas me llevan a esa conclusión. El hecho de que no aparezca en la instantánea ninguna evidencia de ser ya la reina del mundo, una proeza que cualquier foto periodística hubiera subrayado; y 2) que en la foto se vea el peine del reportero, quizá recién usado por la venus. Es muestra de que ella anda sin comitiva ni asesores de imagen, que con toda seguridad lo hubieran sacado de cuadro. Lo otro es que, aunque el traje le va como un guante, da la impresión de ser prestado. No es un vestido de reina de belleza. Es el traje de noche de una dama de sociedad.

El collar tampoco debe ser suyo. No se ve puesto con propiedad. Para ese momento, Susana no tenía carecía de alhajas. Pronto las tendría, deslumbrantes y en cantidad, como la sortija de brillantes que un maharajá con la vana esperanza de desposarla. Y tantas otras. Muchas de ellas le fueron despojadas por robo. “El anillo del jeque me lo tumbó una amiga”, dice “En la embajada de Venezuela en Colombia me regalaron unas esmeraldas; al llegar a Caracas, de vuelta de Londres, el Ministerio de Minas e Hidrocarburos me regaló dos brillantes azules del Caroní, algo espectacular. Los mandé a montar con las esmeraldas colombianas, y esa joya también me la rasparon. Me han robado muchas joyas, casi todas”.

–La primera joya que perdí fue una cadena de oro cochano que llevé al colegio, en Aruba, el día que venía de visita la reina Juliana. Después del acto de homenaje a la reina, donde yo tenía que decir unos versos, me puse a saltar en el patio y perdí la cadena. Al llegar a mi casa. Mi mamá me echó un regaño y yo le dije que era que le había dado la cadena a la reina. Ahí fue cuando mi mamá me echó una pela diciéndome que si yo creía que ella era pendeja y se iba a creer que a la reina le hacía falta una prenda.

Más o menos el mismo destino tuvo el marido, quien con frecuencia se iba por ahí con otras mujeres, incluidas amigas y vecinas. Huelga decir que ninguna de estas novias era la mitad de bella que la esposa engañada, cosa que a esta no se le pasaba desapercibida. “Yo le preguntaba que si les ponía una almohada en la cara cuando se las cogía. Cuando se empató con una tipa que vivía en el pent house del mismo edificio donde vivíamos nosotros, donde la visitaba, sin importar que ella tenía marido, lo dejé. Qué cierto es ese dicho: la suerte de la fea la bonita la desea. Eso es auténtico”.

Hace varias décadas, Susana Duijm se convirtió en Navegada: montó casa en Margarita, una quinta en La Asunción, que llamó 1955. Allí vive, guapa y elegante a los 78 años. Aún conserva esa mirada directa y franca que tenía cuando se convirtió en la reina del mundo.

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