En la entrega Nº69 de «Apuntes sobre el fotolibro» compartimos un texto del semiólogo, periodista, publicista y docente venezolano, Aquiles Esté sobre la serie fotográfica Tarot Caracas (1980-1987) del fotógrafo venezolano Antolín Sánchez y que forma parte del fotolibro Tarot Caracas (El Archivo y abediciones, 2023), con diseño gráfico de Laura Morales Balza y traducción al inglés de Alejandro Requena.
Decía Marshall McLuhan que la principal función del arte no es tanto la contemplación estética o la búsqueda de un efecto poético, sino servir como mecanismo para descubrir lo que está por venir. “Pienso en el arte en su rol más significativo, que es el de servir como Sistema Distante de Alerta (Distant Early Warning) al que siempre podemos acudir para decirle a la vieja cultura aquello que está empezando a suceder”. El término DEW no es inocente, hace referencia a la red de 63 radares destinados a detectar un posible ataque nuclear a Estados Unidos y Canadá durante los años de la Guerra Fría.
McLuhan publicó su propia baraja francesa de 52 piezas. Las instrucciones en el paquete hablaban de estimular el “pensamiento lateral”, lo que más tarde conocimos como “thinking-outside-the-box”. Se podía tomar una carta y aplicar su consejo a la resolución de algún desafío. Por ejemplo, el Cinco de Picas asegura que “La propaganda no es otra cosa que ver a la cultura en acción”. Por supuesto no podía faltar “El medio es el mensaje” con el 10 de Diamantes.
En ese contexto proponemos la lectura del Tarot Caracas, incluso del conjunto de la obra de Antolín Sánchez. Él se cuenta entre los pocos artistas que alertaron tempranamente sobre la debacle venezolana e hicieron del desmadre nacional un material privilegiado para componer su obra. Hablamos de figuras como Claudio Perna (1938-1997), Juan Loyola (1952-1999) y Rolando Peña, el Príncipe Negro (1942-). Es crucial señalar que ninguno de estos autores, Antolín incluido, hizo un tratamiento panfletario de la degradación venezolana. De ser así, la vigencia de sus respectivas obras estaría hace tiempo liquidada y sus discursos condenados a las fronteras de la ideología y la propaganda.
Este Tarot se expuso en 1988, en la Galería Viva México de Caracas. Para entonces pocos aceptaban el carácter decadente de la sociedad venezolana. Ante esas fotografías el espectador se encontraba con un lenguaje que hoy llamaría “antiestilo calculado”: imágenes mal compuestas, oscuras e irritantes por diseño. No hay en el conjunto una sola pieza complaciente, lírica, parnasiana. En la Caracas de Antolín no brilla el sol y nada está puesto para complacer.
El primer indicio inequívoco del fracaso cultural de Venezuela se manifestó en febrero de 1989, durante una semana de protestas y cientos de muertos esparcidos en las aceras de Caracas. La revuelta fue una respuesta al anuncio de reformas económicas del segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez. Los ajustes eran imprescindibles, pero nadie los explicó y, sobre todo, pocos los entendieron y respaldaron. El país volvió a abrazarse al populismo petrolero en 1993 eligiendo a Rafael Caldera; este resucitó políticamente apoyando los argumentos de un desconocido teniente coronel, Hugo Chávez, para intentar un fallido golpe de Estado en 1992. Ese mismo año se publica Por estas calles, la telenovela de mayor difusión en la historia venezolana. La trama giraba en torno al romance entre una maestra y un narcotraficante en las vecindades de un barrio pobre de Caracas. Este amor imposible acontecía en un país en el que todo era disfuncional y corrompido, y en el que los delitos quedaban rigurosamente impunes. Lo que sucedería luego en Venezuela es tan trágico y patético que no vale la pena mencionarlo para ilustrar el carácter anticipatorio de la baraja de Antolín.
Sirva este contexto para recordar que Tarot Caracas, con sus 22 arcanos mayores y 56 menores, no fue bien recibido en la Venezuela de 1988. La euforia sobre el destino del país impedía que alguien se viese reflejado en los montajes góticos y renegridos de esta serie.
La gramática de Tarot Caracas no ocurría aislada de lo que sucedía en otras partes cerrando los ochenta. Es el caso del trabajo de Andrés Serrano, quien destacó en esa época por retratar piezas religiosas producidas en serie, como el controversial Piss Christ (1987), un crucifijo de plástico ahogado en un tarro de orina del propio artista. Esta imagen plantea que la crucifixión no tiene nada de romántico, se trata de una muerte horrorosa, cruel, sucia, en la que el cuerpo queda bañado en sus fluidos.
Con esta referencia saltamos al As de Espadas de Tarot Caracas: en la vitrina de una tienda se asoma un busto de yeso de Simón Bolívar producido en masa, justamente. Esta carta es una de las más poderosas del Tarot. Puede representar la presencia de dogmas estrictos, o la existencia de un peligro inminente, suerte de espada de Damocles pendiendo sobre el consultante. También puede vaticinar el riesgo de una derrota total, por lo cual hay que prepararse para una cruenta batalla. ¿Sería esta la carta que se jugó Venezuela? ¿no fue la religión bolivariana la que nos llevó a andar desnudos por el mundo, bañados en nuestros propios fluidos? ¿no fue ese credo el camino hacia la decadencia, el encuentro con la veta negra de las cosas y el adiós a nuestros afectos?
Hay otros presagios. El Ocho de Copas, una baraja asociada a la soledad, la decepción, lo inconcluso y el abandono. Allí aparece El Helicoide rodeado de villas-favelas. Se trata de un edificio con una historia única. Diseñado como un monumental y futurista centro comercial, se empezó a construir bajo la dictadura de Marcos Pérez Jiménez en 1956; el tirano cae dos años después y el trabajo se paralizó. Nelson Rockefeller ofreció terminarlo en 1961 y poco se avanzó. Ese año se exhibió el proyecto en el MoMA de Nueva York en reconocimiento a sus innovaciones arquitectónicas. La obra pasó a manos de los sucesivos gobiernos que nunca la concluyeron, convirtiéndose para los caraqueños en símbolo de lo inacabado, de allí la decisión de Antolín para representar el mencionado arcano. Hoy es una cárcel política en la cual, según acusaciones realizadas ante organismos internacionales, se ejerce la tortura.
Tarot Caracas se insertó en una tendencia mundial que usaba la fotografía como medio de comunicación simbólica. Gracias al diseño premeditado de cada imagen se apunta a confrontar realidades incómodas. La gran mayoría de estas figuras están pensadas de antemano. Nada más absurdo para un artista como Antolín que salir a la calle a ver qué encuentra. El conjunto, previo al advenimiento de la fotografía digital, estuvo determinado por un deseo incesante de superar las limitaciones de la disciplina, potenciando sus posibilidades como lenguaje. Esas fotografías, más que el producto de un revelado, hay que verlas como una revelación.
Otro ejemplo destacable de Tarot Caracas es El Carruaje (Arcano VII), arquetipo universal asociado al paseo triunfal de los guerreros victoriosos. Pensemos en la limusina de John F. Kennedy, en el Papa-móvil o en el autobús de exhibición de un equipo de Fútbol Campeón abriéndose paso entre sus seguidores. En el caso de Tarot Caracas es una retroexcavadora en pleno trabajo de demolición del pasado arquitectónico, suerte de tradición centenaria en esta urbe, destruir su patrimonio histórico invocando el progreso.
Es un privilegio invitarlos a explorar las claves ocultas en cada imagen de Tarot Caracas. He seguido el trabajo de Antolín Sánchez desde hace décadas y creo que esta obra temprana, aunque absolutamente madura, contiene las claves de sus propuestas posteriores: su habilidad satírica, la violencia poética, las epifanías negativas y la capacidad para actuar como hacker del futuro. En ese particular, considero que Antolín es un artista auténtico, en el sentido clásico de develar lo que los demás no ven. Wyndhan Lewis lo dice mejor: artista es aquel ocupado en escribir una historia detallada del futuro, porque es la única persona capaz de vivir el presente.
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