En la mañana del 10 de junio de 2020, me encontré pensando con mucha intensidad en mi antigua alumna, Vicglamar Torres. Tengo eso. Cuando gente muy cercana pasa por un mal momento, se instala en mi mente con una urgencia y una tenacidad que no puedo soslayar.
—Vic, soy Milagros. Quiero saber de ti.
—¿A qué hora te llamo? Cuando usted diga “rana”, yo salto.
Media hora después volví a escribirle.
—Ey, coñita.
—¿Puede ser en 15 minutos? Estoy en una larga llamada con el hospital.
Llevaba meses recibiendo quimioterapia. Le sugerí que escribiera textos breves y que me los fuera enviando, con la idea de completar un libro. Era su sueño desde que había llegado a mi curso hacía una década.
25 de junio de 2020
«Desaparecí unos días porque estaba hospitalizada. Me dio una neuritis occipital muy fuerte, que causó una neuritis del trigémino. El resultado, muchos esteroides y mucho calmante en la comodidad de un spa hospitalario. Me soltaron hace un rato para que empiece a prepararme para el martes. El 30 es la cirugía. Mientras estaba en esa cama, lo único que pensaba era en seguir escribiendo. Trataba de darle forma en mi cabeza a los textos. Te digo como al Ángel de la Guarda, no me desampares».
—Bueno, escríbelo. Veinte líneas, diez como mínimo. Lo espero hoy mismo.
—La cirugía del martes es la implantación de la bomba hepática.
—Hoy.
—Ayyyy. Ya voy.
«Mañana es un día importante. Se inicia la cuarentena obligada de mi hígado. Gracias a él, he aprendido a apreciar cada parpadeo. Gracias a él, he sido bendecida con el cariño incondicional de ustedes. Todos están conmigo. Vamos a salir contando chistes de ese quirófano…».
4 de julio de 2020
—Ey, coñita, repórtate. Quiero mis diez líneas
«Ya estoy en casa. Me dieron de alta ayer en la tarde. La cirugía fue un éxito, gracias a Dios y a la Virgen, pero estoy muy adolorida. Me ingresaron unos días antes por lo de la neuritis occipital que tuvieron que controlar. Si te mando una foto de mi barriga te ofendo. Me dejaron como un cuadro de Miró. Te voy a mandar no solo diez líneas, sino unas palabras que me daban vuelta en la cabeza, una conversación con mi cuerpo, que sostuve mientras estaba acostada y sola. Por lo del Covid 19 no permiten visitas, así que me acompañaron un libro de reiki y uno de relatos. Cuando esté mejor, te prometo que me enserio. De verdad, me has dado un motivo para seguir».
La asignación llegó por correo electrónico. Le envié una lista de preguntas específicas. La primera, un ejercicio habitual en mis talleres: la historia de tu nombre.
13 de julio de 2020
«Te mandé la respuesta a tu primera pregunta por email. Sigo trabajando. Hoy estaré todo el día en el hospital, entretenida con exámenes y doctores. Regresar a la escritura me está dando el ánimo que había perdido».
15 de julio de 2020
—Estoy pendiente.
«Casi termino la segunda pregunta (¿Cómo se conocieron tus padres y cómo los describirías, en lo físico y lo psicológico?). De acuerdo al médico, yo debería estar amarilla, con los ojos amarillos, la piel amarilla y los pensamientos amarillos, pero como no soy ni pollito ni Abelardo el de Plaza Sésamo, eso no va a pasar. De hecho, es tal la manía que hasta trajo a unos estudiantes para que vieran cómo se contradicen en mi caso valores sanguíneos y aspecto físico; es decir, se comprueba otra vez lo que sabemos: soy un bicho raro. De La Guaira, además. Voy a tratar de terminar las diez líneas hoy. Ahora mismo, estoy en el hospital, me están estudiando el ovario donde florecieron nuevos tumores».
Después de este y otros envíos -que no quiero seguir mostrando, porque son fragmentos de su libro-, se me ocurrió la idea para acompañarla. Vicglamar se pasaba cada vez más tiempo en el hospital, sin más tema de conversación que el fecundo jardín de sus entrañas, medicamentos que la dejaban para el arrastre y, en fin, el ensañamiento terapéutico. Decidí formar un grupo de exalumnos para hacer lecturas a la luz de la pandemia. Por zoom. Nadie lo supo, pero la iniciativa era para ella. Para ella y para mí, que ese año y el que seguiría me encontraba en Aarhus, la segunda ciudad de Dinamarca, en dura lid con la lejanía de Venezuela y de mis afectos. Sin mis libros y temerosa de la llegada de los meses de otoño e invierno, no tanto por el frío como por la oscuridad, que se me colaba en el alma.
23 de julio de 2020
—Ey, coñita. Andas de tu cuenta. No has entregado la tarea ni has visto el curso que voy a dictar solo para exalumnos. Está en Facebook.
«Pues voy a abrir un changarro de bruja. Tengo el teléfono en la mano. Iba a comenzar a escribirte justo en este momento. No he perdido la ilusión ni el entusiasmo, pero sí el ritmo. Me estoy recuperando, pero los dolores y el compromiso físico me han dado duro, Milagros, no te voy a mentir. No veo Facebook, pero quiero formar parte de ese curso».
Así empezaron estas lecturas. En 2020, tras un breve seminario que titulé “Encierro y autoritarismo en ‘Ifigenia’, de Teresa de La Parra, y ‘La hora menguada’, de Rómulo Gallegos”, le propuse al grupo que hiciéramos un homenaje a Aquiles Nazoa, por el centenario de su nacimiento, en Caracas, el 17 de mayo de 1920. Cuando el asunto enderezó a grabación de video, le pedí a Basilio Álvarez que dirigiera el grupo y estableciera cómo sería la grabación por zoom. Le expliqué que todos estábamos donando nuestro trabajo a la ONG Prepara Familia, que apoya a las madres del J. M. de los Ríos, y Basilio se sumó. En YouTube está el resultado:
Ese mismo año, 2020, se cumplían 65 años de la publicación de Casas Muertas, la segunda novela de Miguel Otero Silva, publicada por Editorial Losada, en 1955. El grupo se lanzó a la grabación de una versión de la obra, con adaptación y dirección de Carolina Espada. Tras un año de trabajo, sin faltar ni una sola semana, se estrenó en 2021. Aquí puede verse:
El 4 de septiembre de 2021, Vicglamar me grabó un audio para despedirse. «…aquí lo importante es saber que hemos luchado, que hemos luchado mucho y quién quita que dentro de diez años me estés diciendo ey, coñita, ¿te parece poco la maraca de susto que me metiste, y yo, con mucho bótox, te diré que las cosas pasan y que yo soy así, eterna, como Lila Morillo…» Murió el 23, rodeada de su esposo y sus dos hijos adolescentes.
En octubre de 2021, empezamos a estudiar la obra de Elisa Lerner, elegida por el voto del grupo. En esta ocasión, llamamos a Alfredo, Neco, Sadel, periodista devenido hombre de teatro, estupendo actor y formado por Héctor Manrique como director. Escribo estas líneas en Madrid, mientras mis estudiantes están en el Teatro Trasnocho, en Caracas, para asistir al estreno de Toda Elisa, la ¿película?, no sé cómo llamar la grabación en video de todas, menos una, las piezas de teatro de la gran escritora venezolana, Elisa Lerner, cuyos 90 años celebra el país con la contención de quien contempla una pequeña y rara orquídea palpitante. ¡Dos horas de grabación!, con varias de las piezas grabadas de manera presencial (con los estudiantes/actores que están en Caracas). La taquilla y lo que se recabe en siguientes proyecciones, incluidas las de YouTube, irán para Prepara Familia, esto es, para los pacientes del J.M. de los Ríos.
El pendón que está en Trasnocho y los cartelitos virtuales para difundir el evento llevaban esta fotografía de Vasco Szinetar, cuyo uso el maestro donó también.
Ya estamos empezando el próximo trabajo. Aún no hemos decidido qué figura de la literatura venezolana (tantas hay y tan extraordinarias) nos convocará. Lo que sí es seguro es que el coraje y la gracia de Vicglamar Torres nos mantendrán unidos y con fuerzas para seguir.
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