Imagen cortesía Intervalo Taller Editorial

Todo cabe en un baúl

Fecha de publicación: junio 3, 2022

En esta entrega #60 de la serie Apuntes sobre el fotolibro escribe el periodista José Pulido sobre El baúl. Miradas cruzadas de Herman Sifontes Tovar. Publicado en 2021 por Intervalo Taller Editorial con el diseño de Gisela Viloria y la coordinación editorial de Ricardo Gómez Pérez

Una dama y un caballero. Un hombre y una mujer. El amor creando familia. Viajaban con la emoción de regresar a casa y sacar de las valijas todo lo que habían encontrado en cada continente. Viajaban para constatar que se amaban y seguían sintiendo los mismos apegos en climas diferentes, en lugares con plantas exóticas y extraños animales. Inclusive, el amor era el mismo en sitios sin ninguna planta, habitados por soledades inmensas.

Avanzaban por el mundo en avión, en barco, en tren, en carro, a caballo, en trineo y a pie. Lo determinante era que en cada lugar se fotografiaban para completar la memoria que estaban creando y que los nietos recibían en conversaciones y encontraron mucho después, materializada en forma de álbum, en las intimidades de un baúl.

En cada una de las fotografías se nota que usaban sus miradas como si fueran ventanas infinitas por donde los paisajes entraban y se quedaban guardados para cuando tuvieran la posibilidad de recordarlos y narrarlos, de contarlos y desmenuzarlos.

Imagen cortesía Intervalo Taller Editorial

He quedado pensativo después de ver un libro de fotos con varios textos breves explicando lo que ocurre en las imágenes. Es un libro de familia, un singular álbum de familia, hecho por un nieto ya adulto que se empeña en recordar los viajes realizados por su abuelo y su abuela, porque un cariño imborrable surgía en la descripción de esos viajes, en las voces de esos viajeros. Un cariño especial para que los nietos crecieran en las cercanías de lo maravilloso.

Los abuelos de Herman Sifontes Tovar conforman esa memoria fotográfica y las palabras de Herman conducen con claridad precisa a quien quiera recorrer el sueño que representan esas imágenes. Es de admirar cómo se ha convertido en rasgo personal de un nieto lo más valioso de aquellos gestos humanos. Valorar la cultura, saber mirar lo maravilloso. Y compartirlo.

Esos abuelos eran una puerta abierta hacia el crecimiento espiritual.

La vacuidad no existía para sus ojos porque no existía para sus mentes y sus almas. Todo lo llenaban con imágenes, ideas, historias, colores, sensaciones, experiencias.

Imagen cortesía Intervalo Taller Editorial

En ese libro, que casi desaparece en su sencillez, ellos están iluminados de mar, frente a todos los mares; están ante las pirámides de Egipto agregando sus vidas a los millones de vidas emocionadas que presenciaron esa extraña grandeza; se sienten acercándose a Machu Picchu, a los misterios del valle del río Urubamba; en otro continente se quedan mirando un león, dos leones, la belleza y la fuerza; una jirafa, dos jirafas, fantasías de la naturaleza; luego timonean un barco; naufragan sus sonrisas acompañando a una multitud de bañistas en Las Palmas de la Gran Canaria y seguramente también se ríen al recordar los episodios de Oceanía, un avestruz que corre sin dejar de mirar hacia un lado y un joven canguro lanzando golpes al aire como un campeón de boxeo del reino animal.

Imagen cortesía Intervalo Taller Editorial

Y siempre, siempre, la abuela tiene cerca su bolso, lo que llaman cartera en nuestros países. Es diferente su color y su hechura en cada lugar donde se fotografiaron. La cartera y la chaqueta dialogando con las rocas y el oleaje, como haciéndole suplencia a una tristeza de albatros; el bolso y el muro esperando el principio y final de un ritual; el vestido que la envuelve en una primavera de otros lugares; el diálogo con seres de otros mundos, de otras aldeas. Los monumentos, los jardines, esos muros con hiedra que semejan trozos encantados de laberintos. Y la cartera ahí. Ellos dos enamorados, silenciosos queriéndose; los mástiles que no destacan tanto como la presencia de sus miradas. Y la cartera en el piso. El bolso descansando en una especie de pretil y aquellos monos de piedra, mirando con un gozo muy antiguo el serio amor de una pareja que ha llenado sus pensamientos con diversas ciudades. Un hombre y una mujer. Una dama y un caballero que han advertido sobre las arenas de un desierto un espejismo de torre Eiffel y de pronto una hilera de graciosos pingüinos. Y seguramente pudieron observar, en el humeante frío de un territorio congelado el paso lento y bondadoso de unos camellos. Sí: el amor serio junta la alegría de los paisajes y celebra el asombro como algo bueno y recomendable para la familia.

Imagen cortesía Intervalo Taller Editorial

Muy bien. Todo está esbozado. Pero ahora es oportuno hacer la pregunta que parecía obligatoria desde cierto momento: ¿Qué es lo que la abuela llevaba para todas partes en su bolso de mano, además del pasaporte? ¿Podrían adivinarlo, podrían intuirlo? Claro que sí:

¡Las fotos de los nietos!

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