El martes 2 de junio de 1970, el presidente de la República de Venezuela, Rafael Caldera Rodríguez, y su esposa, Alicia Pietri de Montemayor, son recibidos en los jardines de la Casa Blanca por Richard y Pat Nixon, pareja presidencial estadounidense. Es el comienzo de una visita protocolar que se extenderá hasta el viernes.
Richard Nixon, electo en 1968, tiene 57 años este día. La profesora Pat Nixon, once meses mayor que su marido, tiene 58. Caldera había cumplido 54 en enero y doña Alicia tiene 46 años. La fotografía la muestra esbelta, como siempre, con un traje sastre de botones prominentes y accesorios de cuero negro, incluidos el cinturón que enfatiza su talle, y los zapatos con hebillas y tacones anchos para mayor comodidad. Solo la Primera Dama de Venezuela va enguantada; de hecho, acaba de quitarse el de la mano derecha, quizá en previsión del saludo, que se propone tributar a mano descubierta. Su figura imanta la mirada. Es la mejor vestida del grupo, de lejos. La señora Nixon lleva un conjunto, también de dos piezas, aniñado y sin gracia, que no la favorece. Ha cometido, además, un error de principiante: zapatos blancos. Es raro que queden bien, que no parezcan de enfermera. Y los hombres lucen ajados y como sin asesoría. Nixon, con un flux mal cortado y varias tallas más grande; al contrario de Caldera, quien parece haber ganado unos kilos con lo que el saco se le ve apretado y zancón. Los peinados, eso sí, impecables. Ninguno tiene un pelo fuera de lugar.
Nixon lleva en el poder un año más que Caldera, quien tiene quince meses en Miraflores (su toma de posesión tuvo lugar el 11 de marzo de 1969, fecha luminosa porque era la primera vez que se producía el traspaso de gobierno a un opositor en Venezuela). Pero el de Yaracuy se ve relajado y canchoso. Está saludando a su homólogo en inglés, lengua cuyo dominio va a exhibir en cada actividad que le requiera un discurso, lo mismo que en las distancias cortas. Se ha preparado por décadas para momentos como este. Y no solo porque fue elegido Presidente cuando se postulaba por cuarta vez, sino porque para él -y quizá para los políticos de su generación- la Presidencia era el premio no solo a la habilidad política y a la persistencia en el objetivo, sino a la formación intelectual. Era impensable un Presidente improvisado y -ni soñar- dado a hacer el ridículo por impreparación y falta de sindéresis. Además, antes de llegar a la primera magistratura, Caldera había desempeñado responsabilidades de mucho roce y exigencias. Había sido dirigente mundial de la democracia cristiana, en cuyo ámbito fue seleccionado para las más altas funciones; fue representante de la OIT (Organización Internacional del Trabajo), entre otras organizaciones en las que se desenvolvió; aparte, claro está, de una amplia trayectoria como diputado, cuya Cámara presidió entre 1958 y 1962.
A la una del mediodía de ese martes, Caldera tiene pautada una conferencia ante el National Press Club. Allí se extenderá acerca de su concepción del papel planetario de Venezuela, entonces circunscrito a ser exportador de democracia y petróleo… barato. Esta es, precisamente, una de las misiones que el presidente Caldera se ha impuesto, llamar la atención sobre la extrema poquedad de lo que el país devenga por cada barril.
A las 8 asistirán a la cena de gala en la Casa Blanca, donde cabe intuir que el mandatario invitado aguardará con impaciencia el final del concierto de Viki Carr, intérprete contratada para esa noche, para volver sus temas y amarrar en lo posible su agenda. «El Gobierno de Caldera», explica Carlos A. Romero, en la revista Politeia, «entendió que, dadas las nuevas características del ambiente internacional y el ambiente regional, era necesario reformular el concepto de seguridad más conveniente para Venezuela. Por otra parte, Caldera comprendió que a raíz de la ejecución de la política denominada “Doctrina Betancourt” y por el hecho de la reclamación venezolana por el territorio esequibo, el país se encontraba dentro de un aislamiento político y frente a un ambiente internacional que comenzaba a cambiar. Para salir de esa circunstancia, Caldera […] promovió la aceptación de Venezuela en el naciente Acuerdo de Cartagena (Pacto Andino) y finalmente restableció relaciones diplomáticas con gobiernos autoritarios, dejando de lado la Doctrina Betancourt y lanzando la tesis del “pluralismo ideológico”, […] principios contrarios a la Doctrina Betancourt, que partía de la base de que era posible convivir regionalmente con regímenes y sistemas económicos diversos en sus ideas y formas políticas».
Terminada la velada, la pareja venezolana marchó a la histórica Blair House, donde habían sido alojados. La prensa de los Estados Unidos se hizo eco de la buena impresión que habían causado los dos.
Al día siguiente, miércoles 3 de junio, Caldera se dirigió al Capitolio para lanzarse otra alocución (no olvidar que en la víspera había hablado delante de la flor y nata de la prensa acreditada en Washington), también en la lengua de Mark Twain. En esta ocasión, ambas cámaras del congreso se encontraban reunidas en sesión conjunta, que contó asimismo con la asistencia en pleno del gabinete Nixon y del cuerpo diplomático.
El jueves 4, ofreció una disertación para el Consejo Permanente de la OEA (Organización de Estados Americanos), cuyo aforo se levantó para aplaudir cuando Caldera afirmó: «Más grave que una mentalidad imperialista en los países desarrollados, es una mentalidad colonialista en los países en vías de desarrollo».
De Washington los Caldera marcharon a Houston, Texas. Esta cita era crucial. Caldera fue allí a hablar con los productores petroleros, para abogar por un trato comercial digno para el petróleo venezolano. En este punto conviene recordar que durante ese primer período de gobierno (1969-1974), Caldera se las vio con la doble abominación: minoría parlamentaria y bajos precios del petróleo. Baste decir que el valor promedio del crudo venezolano en ese quinquenio fue de 2,45 dólares por barril. La OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo) se había fundado en septiembre de 1960, pero todavía no tenía la influencia que más tarde iba a ejercer en el mercado mundial de los hidrocarburos.
El viernes 5 de junio fueron al estadio Astrodome y dieron fin a la gira con una pasadita por el Centro Espacial de la NASA, donde les regalaron una piedra lunar que estuvo en el despacho del Presidente en La Casona por muchos periodos más…
En este viaje, Caldera avanzó varias casillas en su política de pragmatismo y de mayor actividad de Venezuela en el plano internacional. Ya dijimos que él había llegado al poder por la ruta de la oposición (y con una ventaja de apenas 33 mil votos sobre Gonzalo Barrios, candidato del oficialismo), lo cual permitía dar por consolidado el sistema democrático en Venezuela e incluso promoverlo en el continente, lo que la Cancillería no dejó de hacer por el hecho de haber restaurado las relaciones con países dictatoriales.
Desde luego, todo esto se hizo sin subordinar los intereses de Venezuela a ningún otro país. De hecho, el 31 de diciembre de 1971, un año y medio después de este día de sonrisas y apretones de manos, el gobierno de Caldera notificó a Estados Unidos la expiración del Tratado de Reciprocidad, vigente desde 1939, por el que, a cambio de facilidades aduaneras para las materias primas venezolanas (esto es, petróleo y derivados), las mercancías estadounidenses entraban en Venezuela prácticamente libres de aranceles, lo que constituía una clara desventaja para las manufacturas nacionales. En la misma cartica, invocó la soberanía del Estado venezolano para decidir los precios de los hidrocarburos y aumentó los impuestos que las concesionarias debían pagar. Esto, entre otras iniciativas que ilustran a las claras la autonomía de nuestro pequeño y pobre país frente a sus aliados de todos los tamaños y orígenes.
Lea también el post en Prodavinci.