Mira el fondo de la fotografía: es un telón pintado. Se trata, pues, del estudio de un fotógrafo. En Caracas, año 1922. La novia ha debido ir a hacerse la instantánea después del viaje del bodas. Antes no, porque nadie puede ver a la novia con su traje con anterioridad a la ceremonia, de manera que ninguna saldría con sus galas nupciales antes de pasar por el altar (sería tentar demasiado a la suerte y no hay novia que no sea supersticiosa: depende demasiado del azar).
No sabemos su nombre, pero sabemos que es una muchacha moderna. Está a la moda. La mayor guerra conocida por la humanidad ha terminado en Europa y las costumbres han cambiado radicalmente en Occidente. Las mujeres contribuyeron al esfuerzo bélico y no están dispuestas a regresar sumisamente a la trascocina y las bateas del lavandero. Ahora tienen empleo, ganan su dinero y tienen ganas de vivir.
En Venezuela también ha ocurrido un fenómeno. La mustia economía ha sido sacudida por el petróleo, que a partir del año 1920 comenzará a gotear monedas de oro en las arcas nacionales. Tanto será así que el general Gómez dispondrá de recursos suficientes para cancelar la deuda externa del país (con lo cual logra estabilizar la moneda nacional). El petróleo y la cuentas saneadas atraen las inversiones extranjeras y con ellas vienen los productos de ultramar, vestidos, adornos, menaje de las casas, música para bailar, cosméticos, todo aquello a lo que el mundo se ha aficionado al registrarse un gran crecimiento de la economía de consumo.
En diciembre de ese año, 1922, tendrá lugar el Reventón, que es como en Venezuela se llama al estallido del Barroso II el pozo que reveló el potencial petrolero de Venezuela.
Una madrugada, en el campo La Rosa, muy cerca de Cabimas, estado Zulia, se escuchó un estruendo. Del Barroso II salían piedras como disparadas por un duende sacado de sus casillas. Luego salió gas y cuando nadie lo esperaba —ni hubiera podido imaginarlo— empezó a brotar petróleo a baja altura, saltaron las piedras como impulsadas por metralla, la cabria de madera voló en pedazos, y el chorro de mene cogió impulso hasta convertirse en una columna de 40 metros, que se podía ver desde los techos Maracaibo, a 45 kilómetros. Por nueve días llovió petróleo sobre el Zulia. Floyd Merritt, un geólogo de la época, calculó que salieron disparados 900 mil barriles de petróleo. Y no debió estar desencaminado, puesto el crudo derramado cubrió 300 hectáreas, incluidas muchas casas y calles de Cabimas, que entonces apareció mencionado en la primera página de muchos periódicos del mundo: el pozo Barroso II daría 90 mil barriles al día.
Esta extraordinaria noticia llegará después de la boda, pero ya en los años previos la irrupción del petróleo impregnaba la atmósfera de Venezuela. En fin, las muchachas tenía razones para sentirse modernas. Y la novia de esta foto, incluida en la colección de la Fundación Fotografía Urbana, es la prueba.
A los aires de la época se suma el hecho de que la muchacha está bastante robusta (o será que había probado las miles del tálamo antes de comparecer con el novio frente al cura). Sea por exceso de alimentación o por fecundo yacer, el caso es que no parece que pudiera presumir de talle muy fino que digamos. Pero la moda viene en su auxilio. El estilo de los años 20 abrió la puerta a los vestidos holgados de talle bajo, que no marcan caderas ni pechos. La silueta apenas se insinúa en esos trajes que aplanan el busto y hacen “imagen de barril”. Ahora lo importante es la comodidad, el cuerpo de la mujer no estará nunca más constreñido por los corsés, apretado por ningún lado, ni asfixiado por los tafetanes. Las faldas se han acortado y el borde ha ascendido desde el tobillo como buscando la rodilla. Los cortes de los trajes son rectos, tanto en el día como en la noche. Y los accesorios son recargados, con muchos collares de perlas o, como en el caso de esta jocunda novia, las perlas se usan para bordar abundantemente el canesú.
Es una moda, como decía la publicidad de la época (que también cobra una intensidad inusitada), “todo menos sencilla”. Se usa un montón de complementos: prendedores, broches, botones decorados, bolsos, guantes, estolas, plumas, diademas y collares que llegan al ombligo. Como las faldas son más cortas, se imponen las medias de seda con raya atrás y con dibujos. Las telas son como las que vemos en esta imagen, con mucha caída. Sedas, rasos, muselinas y encajes.
Los zapatos están pensados para aferrarse al pie al bailar frenéticamente. Los tacones no son altos y el empeine se sujeta con correas y hebillas, así como pulseras al tobillo, cinta mary jane o sujeción en T. La novia caraqueña de 1922 lleva finas correas en los zapaticos forrados de raso para la ocasión.
Y, como lleva el pelo corto (ni que fuera una de esas campesinas que han empezado a llegar en masa a la ciudad), más importante es el velo de tul para darle un halo de feminidad el día de su boda.
La boquita de piñón (un hit del momento), con toda seguridad maquillada como una fresa, revela gusto por el disfrute y determinación de hacer su voluntad. El gesto debe haber sido sugerencia del fotógrafo, quien se habrá empeñado en darle a aquella criatura de grandes apetitos un aire seráfico en medio de aquel país que está punto de mostrar una desbordada voracidad.