En una postal la escritura anuncia el sonido de una voz. Casi nunca hay una intención literaria, es decir, no se trata de una palabra que aspire excederse a sí misma para dar con la trascendencia o con la mueca de una posible figura retórica. El remitente utiliza la escritura con la aspiración de ser escuchado. Quiere suscitar la aparición de una voz; aunque el timbre de esa intención quedará estampado solo en el recuerdo y no se oirá del todo. Podríamos afirmar, al menos, que es una voz que viaja, un gesto vivo de otra existencia, un habla que pretende despertar cierta memoria sonora, un paisaje sentimental, en un «otro» que vive lejos.
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