En la entrega #11 de «Apuntes del fotolibro» presentamos el texto del investigador Harrys Salswach en torno a Valencia Cenital. Esta obra, editada por la Fundación para la Cultura Urbana, se terminó de imprimir en Caracas, Venezuela, en 2006. Cuenta con imágenes realizadas fotógrafo Nicola Rocco, junto a la curaduría del fotógrafo William Niño Araque y el diseño gráfico de Pedro Quintero.
La ciudad narra. Como los hombres contiene su propia historia y devenir. Inescrutable devenir. Valencia (la del Rey y la de Venezuela) fue la ciudad en la que los acontecimientos más crueles contrastaron con el proyecto edénico que toda ciudad entraña. Mucha sangre corrió por sus venas. Horror y muerte que llevan el nombre de Boves, Aguirre y Morillo, de independencia, ímpetu y ambición que llevan el nombre de Bolívar y Páez. En Valencia se agotó la posibilidad de integración americana, para bien o para mal. Y comenzó la posibilidad de una ciudad.
Esta Valencia es la que abre paso al complejo proceso de la modernización y que aborda Marco Negrón en las primeras páginas del segundo trabajo de la serie Valencia cenital (2006) de la Fundación para la Cultura Urbana. Datos demográficos, económicos, sociales y políticos que dan cuenta de una ciudad que se hizo industrial porque así lo demandó el tiempo en el que se desarrollaba el país y que se detuvo luego de una ralentización de los movimientos económicos siempre atados a los vaivenes petroleros. No hay rincón de este país que el petróleo no haya impregnado con la viscosidad de las promesas incumplidas. La Valencia que pugna su posición de centro urbano de importancia luego de Caracas y Maracaibo. La Valencia de los recursos humanos, la Valencia de la vialidad en mor del desarrollo nacional, la Valencia que fue (y volverá a ser) eje del comercio interno y externo, cuya cercanía con la capital y con un puerto de aguas amables al mundo, conformó, y volverá a conformar seguramente como recomiendan los expertos, una ciudad sustentable justa, bella, creativa, ecológica, integral, compacta y policéntrica: diversa.
La introducción conforma un ejercicio de objetividad para ver una ciudad en el marco de las ciudades latinoamericanas y europeas, con sus logros y fracasos, intenciones y deseos, que fue recorrida por el signo del progreso por antonomasia (el ferrocarril) y experimentó una expansión urbanística que aunque empaña el potencial agrológico del que quizás sea el suelo más fértil de la región, es quizás la ciudad que mejor ha conciliado las posibilidades del conocimiento con el impulso industrial, pero no ha podido concretar esa conciliación en una dinámica sostenida.
Las páginas siguientes contienen un ensayo íntimo en el que un valenciano ejemplar y su ciudad dialogan, o lo que viene a ser lo mismo, ensaya una breve autobiografía ciudadana en la que se siente esa reconciliación postergada que es la ciudad deseada y la ciudad creada. El recuerdo de las calles de la infancia y juventud del poeta Alejandro Oliveros rompen —como si fuese expresión de la propia ciudad— con las páginas formales del arquitecto y urbanista Marco Negrón y vienen a impregnar al lector de una nostalgia por la ciudad que fue y la que pudo haber sido. Esa Valencia que fue, en la que se gestaban los cambios históricos con violencia no solicitada (porque Oliveros señala «Valencia no estuvo nunca a la vanguardia de los proyectos libertadores») y la Valencia compartida por los afectos paternales, de los recorridos a bares, restaurantes, incipientes centros comerciales y desarrollo urbanístico que comenzó en orden para luego tomar rumbo caprichoso e ir dividiendo la ciudad en norte y sur. Un norte próspero que parece huir al mar y un sur que se estanca en la miseria. La Valencia del poeta y ensayista está irremediablemente situada en las emociones, en los recuerdos, y cómo, aun cuando puede domesticar las emociones y dulcemente recuerda esa ciudad que lo vio crecer, cae en cuenta de que la misma lo ha hecho con otros planes y no como se quiso o esperaba: «Las ciudades son como los hombres. No sólo están destinadas a una eventual desaparición física. Sino porque, y es uno de los atributos de la condición humana, su destino es inescrutable». La ciudad no puede ser domesticada.
Pero no se puede olvidar que este Valencia cenital es un fotolibro en el que el texto está supeditado a la imagen y es esta la que da razón de ser al proyecto. Lo que ha sucedido es que estos textos tienen cuerpo propio y retan a las páginas siguientes donde se despliega la ciudad desde las alturas. Sin tales textos las imágenes estarían huérfanas. Y viceversa, porque cada línea ha sido desplegada a distancia en las páginas siguientes para conjugar una idea de ciudad asombrosa e inconclusa, moderna y detenida, hecha realidad pero también proyecto, caprichosa y planificada, como si todas las crisis (y el proyecto moderno de progreso) se hubiesen encontrado en un espacio urbano y paisajístico y solo una instancia aérea, desde el lente de Nicola Rocco hubiese podido «ordenarla» para entenderla, para detener la movilidad y observar desde el cielo aquella Valencia que analiza Negrón, la que recuerda, siente y vive Oliveros, aquella Valencia de William Niño que no opone lo industrial, lo urbano y lo rural al paisaje, sino que lo integra: «Hacia el Oeste en el ‘Portal Occidente’ más allá del Campo de Carabobo, hacia Tocuyito; otro ensanchamiento se extiende hacia el Norte como la ‘Nueva Valencia’; esta apertura, atraviesa la ‘Barrera Norte’ de la Cordillera de la Costa, se inclina hacia el ‘Paisaje de Borde’ en Puerto Cabello y El Palito; hacia el Sur, el desarrollo es significativo, en la ‘Llanura Sur’ imantado por la ‘Planicie infinita’ del Lago de Valencia; finalmente, la secuencia de pequeños valles, definidos desde La Cabrera hasta El Morro, marcan el ‘Portal Este’ o entrada a Caracas». Valencia, la ciudad-región.
Las dimensiones de este fotolibro exigen verlo de pie, sobre una mesa, con los brazos apoyados a sus lados para aprehenderla así sea en imágenes, así sea desde otra altura, la del espectador que no sin vértigo se asoma —como si acompañase a Rocco desde el helicóptero— a la Valencia que hoy es y quizá pueda vislumbrar la que será, no herida por la invasión de maquinarias que la flagelan al ritmo de la codicia y la vesania, si no atendida con la hospitalidad de un futuro ciudadano. Un trato que el diseñador Pedro Quintero dispone hacia todo el material seleccionado, en la intervención de la página, el aire en los textos, el despliegue de las fotos de altísima calidad que van conformando una metrópolis a la que habría que llamar Gran Valencia, en la que naturaleza y urbanismo se retroalimentan. Un peatón la vive, y un lector de este fotolibro quizá la entienda en su maravillosa realidad y no menos prometedora posibilidad.