Vestida de japonesa

Fecha de publicación: abril 9, 2017

Esta imagen está registrada en la categoría Retratos del siglo XIX, del Archivo Fotografía Urbana, pero podría ser más reciente. Es posible que haya sido captada en alguna de las tres primeras décadas del siglo XX. Y no porque ya en el siglo XIX no hubiera manifestaciones populares de japonismo en occidente —o que no las hubiera en Venezuela—, es solo que hay un marcado aire de siglo XX en esta muchacha de abundante cabello y mirada falsamente lánguida. Es como si tuviera demasiadas vitaminas en ese cuerpo para haber vivido en el mismo siglo de la guerra de independencia y sus consecuentes hambrunas y epidemias.

No sabemos su nombre, pero nos consta que pertenece a una clase pudiente; de otra manera, no hubiera podido permitirse una foto de estudio, como evidentemente es esta. Se trata, digámoslo de una vez, de una imagen poco interesante. Hay una atmósfera como pesada, a todas luces simulado, amañado incluso. Ella no es tan etérea como pretende aparentar y, lo que es más anticlimático, no se encuentra en una casa de papel en Japón sino en un patio interior caraqueño. Una cosa debemos reconocerle a la modelo, cuyo nombre desconocemos: su esfuerzo en interpretar lo que ella entiende que es una geisha, esa imagen idealizada de la mujer japonesa, representante viviente del concepto del arte puro. Por eso, ante el fotógrafo, pone esa cara de desgano. No es la única en hacer esa interpretación de la esencia del arte japonés, ya el gran poeta español Juan Ramón Jiménez, al referirse a los grabados del pintor de estampas japonés, Utamaro, habló de “paisajes anémicos, de interiores descoloridos con las figuras aplastadas”.

Bueno, esto es lo más descolorido y aplastado que puede parecer una muchacha caraqueña de comienzos del siglo XX, una centuria que ella percibe llena de promesas y estímulos.

El traje y los accesorios de papel —sombrilla y abanico— han podido ser un regalo de algún pariente diplomático, gran viajero o coleccionista. Pero no obligatoriamente. Después de haber estado cerrado al comercio internacional y a la mirada del mundo por siglos, en 1852, por la mediación forzosa del oficial naval norteamericano Matthew Perry, Japón descorrió la cortina de hierro tras la cual relucían los crisantemos, florecían los cerezos y caminaban en puntillas las geishas. El japonismo se desparramó por la Europa finisecular. Los artistas occidentales corrieron a beber de las refinadas fuentes del imperio del sol naciente, y por su intermedio la imagen japonesa fue difundida en cuadros, objetos de diseño, muebles, telas y libros, así como en las publicaciones ilustradas y los anuncios de productos de casas comerciales. Es la época en que los avances en los sistemas de reproducción de imágenes y de transporte facilitan la difusión de los contenidos. Ya no hay que ir al museo, a las bibliotecas o a los gabinetes de los coleccionistas para ver las imágenes y la moda japonesas.

Es posible que esta muchacha haya estado en París, como la María Eugenia Alonso de “Ifigenia” (Teresa de la Parra, 1924) y allá se haya comprado esta exótica tenida. O que lo haya encargado a una costurera de Caracas, a partir de un cromo traído de Londres, donde en 1862 tuvo lugar la primera gran exposición de objetos artísticos japoneses, gracias a que Sir Rutherford Alcock exhibió su magnífica colección.

Por muchas vías ha podido llegarle la ocurrencia a esta muchacha. Abiertas las fronteras de Japón, el resto del mundo quedó maravillado por la llegada masiva de objetos por igual exóticos y delicados. Con los lirios, las mariposas y las libélulas llegaba toda una filosofía, una manera de ver el mundo. Los papeles enchumbados de tinta negra, la caligrafía trazada con pinceles gigantes mostraban otra manera de representar. Y cuando vinimos a ver, todos estábamos afinando la sensibilidad para reproducir los sentimientos en lugar de la imitación de la naturaleza.

En 1938 se establecieron las relaciones diplomáticas entre Venezuela y Japón. Diez años antes  había comenzado oficialmente la inmigración de aquel país al nuestro. De paso, en el siglo XX Japón era país de emigrantes, tendencia que se viró del todo en el presente centuria, mientras que Venezuela siguió la ruta contraria.

Bueno, niña, llegamos al fin de esta nota. Respira. Sonríe. Dale volumen a ese merengue caraqueño que suena en la radio. ¿Es El muñeco de la ciudad, acaso? Y dile a la esposa del fotógrafo que el trapo que viste matero es lo mejor de la composición.

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