Es común en nuestro país escuchar que alguien elogie lo que considera la más alta expresión de lo visual: la naturaleza. Y lo digo así, de forma tan enfática, recordando el ensayo de Georg Simmel: Filosofía del paisaje. Simmel le atribuye a la contemplación de la naturaleza un carácter unitario. Pero dejemos los señalamientos para concentrarnos en nuestros equívocos entre «naturaleza» y «paisaje». El paisaje se caracteriza por ser un elemento parcial elegido de manera subjetiva. Aquí le sigo los pasos al ensayo de Mathieu Kessler, El paisaje y su sombra. Nosotros, aunque de forma errada, no hablamos de naturaleza sino de paisaje, término tan propio del viajero pero que nos caracteriza tanto. La visión de la «naturaleza» y el esfuerzo que supone aprehenderla como una totalidad es materia pendiente para los que vivimos en estas latitudes. Somos solo viajeros en el país que nos pertenece. Lo cual dice poco de nuestra relación con un contexto que necesita ser conocido y comprendido de una forma más total. La modernidad nos puso a vagar en automóviles de colores. Habría que bajarse del auto y echar a caminar desprendidos de tanta indeterminación romántica.
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